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Privilegio

Ciencia ficción. Comedia. Drama. Musical En una sociedad futura, donde el estado controla la voluntad de la gente para que actuen según convenga, empieza a tener popularidad un cantante de pop. El estado le proporciona toda la fama necesaria para que influya en los fans y les diga como actuar y comportarse. El poder establecido ordena al cantante para que hable de religiosidad y de disciplina, pero ante esta situación decide rebelarse. (FILMAFFINITY)
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Críticas 6
Críticas ordenadas por utilidad
18 de marzo de 2013
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Así cantaba en su día el grupo The Refrescos. La Movida madrileña, un movimiento cultural surgido en los 80 promovido y apoyado por las autoridades madrileñas. Un movimiento que en apariencia era reivindicativo y crítico pero que en realidad era todo lo contrario y que no salía del guión marcado por el Stablishment.

En esta película de Peter Watkins nos encontramos a un cantante interpretado por Mark London, a veces sobreactuado que es manipulado por el estado para que influya en la legión de fans. Utilizado como una marioneta para disciplinar a los jóvenes. Alrededor de Mark London, nos encontramos managers, representantes y todo tipo de trepas que viven (muy bien) a la sombra de la estrella.

Buen película sobre la manipulación de las masas. ¿Ciencia ficción? No lo creo.
benetash
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23 de noviembre de 2010
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Watkins refleja en esta película el peligro de la democracia liberal inglesa. Con la excusa de la ciencia-ficción refleja como los gobiernos quieren controlar a las masas, canalizando la rebeldía gracias a una estrella pop al servicio del poder.
Muestra con maestría la falta de espiritualidad de nuestras sociedades donde lo importante son los intereses económicos y políticos. La escena en la que la Iglesia se alía con el poder y contrata los servicios de el cantante pop no tiene precio. Así como el concierto que tiene todos los ingredientes fascistas para sugestionar a las masas a conformarse.
Cthulhu
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23 de noviembre de 2012
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Privilege tiene una idea interesante pero que no acaba de desarrollar bien. Digamos que me convenció su mensaje, pero a la misma vez me aburrí demasiado viendo la película.

No estamos ante un musical ni nada por el estilo. Estamos ante una película que en 1967 ya preveía la utilización política y de otras índoles de artistas de reconocimiento para aprovechar su tirón para fines propios. Ídolos musicales que se vuelven marionetas al servicio de los que le controlan. Es el caso de un Steve interpretado por Mark London con irregular fortuna y momentos de demasiada sobreactuación.

Te tiras toda la película esperando ese momento en el que Steve estalla y despotrica contra todo el sistema. Ese momento, por desgracia es bastante más soso y decepcionante de lo que cabía esperar, por lo cual arroja un final bastante plano y poco memorable, en la línea del resto de la película.

Como dije, lo único que me llamó la atención es la visión de Peter Watkins adelantada a su tiempo, que mediante la puesta en práctica de un hipotético caso extremo nos advierte de los peligros del fanatismo a la hora de elegir a nuestros ídolos.
NeoJ
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21 de julio de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué risa cuando se identifica al Cine Molesto, ese cine presuntamente contestatario e iluminador, con las figuras de Ken Loach o León de Aranoa, por decir al azar un par de papanatas cualesquiera. Una película difícilmente será peligrosa cuando instituciones gubernamentales y conglomerados empresariales la publicitan, que es algo de primero de sentido común y nadie quiere ver. Todo lo contrario. Un film tendrá algo peligroso que decir cuando se silencie su existencia, se pongan trabas a su difusión y, en última instancia, se censure. Peter Watkins tiene varias películas que se han visto en esta tesitura, y desde su falso documental –es el gran pionero del género toda vez que quien mejor lo ha ido puliendo- The War Game sabe lo que es sufrir la censura institucional (la BBC no llegó a emitir dicha obra hasta veinte años después de filmada), la incomprensión generalizada de la crítica y, ya lo peor, el silencio cómplice de todos los cineastas del free cinema coetáneos a él, algo propio de comadrejas más que de gente presuntamente comprometida. En esa huída que viene realizando de un país a otro -conforme se le trata de esta manera- terminó filmando Punishment Park, otro falso documental adelantadísimo a su tiempo en idea y ejecución que ha inspirado uno de los mayores logros del audiovisual del siglo XXI, el capítulo The White Bear de la serie Black Mirror. Y hasta Roman Gavras se sirvió de esa obra para su videoclip del Born Free de M.I.A., donde cambia los disidentes y pacifistas de la original por pelirrojos.

La movida es que, tras lo dicho antes y justo después de The War Game, lejos de redimirse intentando hacer algo normal lejos de sus principios -pero cerca del libredesarrollo de una carrera próspera-, Peter Watkins sacó Privilege. En apariencia una obra más normal –las parámetros la aproximan a una película estándar aunque conserve trazos de documental- y presumiblemente abocada al éxito por tratar sobre una estrella pop en el epicentro geográfico y temporal del meollo, el swinging London inmediatamente posterior a las películas de Richard Lester con los Beatles. En apariencia solo, porque esta película tiene una mala hostia caústica y su nivel profético nos atreveríamos a decir que molestó a la vez que sirvió de inspiración para plagiar algunas de las cosas que denunciaba; así por lo pronto el Fifteen Million Merits de –otra vez- Black Mirror. Hasta el 2008 no conoció edición en DVD, y en esos cuarenta años transcurridos desde su producción sólo se conservó una copia en el British Film Institute. Lo que se dice condenar al ostracismo a una película por lo molesto de lo que denuncia, insinúa y predice.

En la distopía que presenta Watkins Paul Jones (el cantante de Manfred Mann) encarna a Steven Shorter, megaestrella musical de la que todo el mundo no quita ojo en cada acto que realiza, ya sea en el escenario o en su día a día. La juventud le idolatra y si una tarde sale comiendo una manzana a la mañana siguiente todos comen manzanas. Si otro día hace alusiones a lo bueno de abrazar el cristianismo pues otro tanto de lo mismo. Steven es una marioneta, el tonto útil dentro de una maniobra de ingeniería social que, además de reconducir tendencias de consumo a su antojo, también sirve para garantizar que no habrá revueltas juveniles a través de hacerles creer que el mero hecho de escuchar a su ídolo ya es una actitud revolucionaria. Las escenografías de sus shows funcionan con la escenificación de una revuelta o motín en una celda que hace que las masas de jóvenes se enardezcan y mojen bragas a partes iguales, pero nada más, fin del concierto y para su casa, sin pensar en el teatro que acaban de ver. La estrella rige al nivel de sus fans adolescentes, es decir, con la clarividencia mental de un futbolista profesional, por lo que no dejará de ser otro ladrillo en el muro hasta que conozca a Jean Shrimpton, superestrella modelo que le hará caer en la cuenta de que le están usando para el mal y que igual su revuelta debería trascender la condición de teatrillo dentro de un show planificado. Y se lía, claro.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jark Prongo
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12 de febrero de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de su crudo y aclamado pseudo-documental “El juego de la guerra” (1965), con el que ganó un Oscar, Peter Watkins continuó con su cine denuncia en “Privilegio”, aunque más encarado ya a la ficción.

Se narra la historia de Steve (Mark London), un ídolo musical de masas cuyo poder de convocatoria llama la atención de los sectores más conservadores de una sociedad futurista y totalitaria, en la que la religión tiene un gran peso. Este sector en concreto intentará utilizar ese poder para conseguir sus fines, que no es otro que reclutar el mayor número de fieles posible aprovechando las multitudes de los conciertos. La idea es que Steve preste su imagen y, de esa forma, convertirlo en un producto más del mercado, eliminando todo su espíritu independiente.

Watkins muestra la decadencia del cantante como artista, y la manera en la que le afecta como persona. Su alienación es tangible y dolorosa, pero demasiado lenta en su descripción y mucho más lenta en su desenlace. El filme se construye y se destruye así mismo conforme avanza, dentro de la sobriedad de un documental pero lejos de una propuesta cinematográfica de interés cuyo tema realmente enganche. Éste es el fallo de Watkins, es un genio en escenificar pero escasea de ritmo narrativo.

En cuanto a interpretaciones, London está correcto y su compañera (Jean Shrimpton) consigue dotar con mejores registros el drama de su compañero de reparto, logrando reflejar el verdadero efecto de la perniciosa maquinación del poder reinante.

Planteamiento interesante, pero escasa.
Richy
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