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The Quiet Girl

Drama La Irlanda rural, 1981. Cáit es una reservada niña de nueve años que está desatendida por parte de su pobre, disfuncional y demasiado numerosa familia. Se enfrenta en silencio con dificultades en la escuela y en casa, y ha aprendido a pasar desapercibida para cuantos la rodean. Cuando llega el verano y se acerca la fecha del parto de su madre, Cáit es enviada a vivir con unos parientes lejanos. Sin saber cuándo volverá a casa, se queda ... [+]
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Críticas 54
Críticas ordenadas por utilidad
11 de marzo de 2023
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
A partir de hoy me agendo este nombre: Colm Bairéad. Un director que tiene esa sensibilidad para contar historias no puede pasar desapercibido.

La protagonista es una niña (Catherine Clinch) que apenas habla a lo largo de más de una hora y media de película, pero su gestualidad es tan intensa que sus palabras son innecesarias.
La historia es sencilla: unos padres bastante disfuncionales, ante la llegada de un nuevo vástago, sin alimento suficiente para criar a todos sus hijos, decide entregar a la pequeña Cáit a una pareja que reside en otra zona de la Irlanda rural. Esa pareja está compuesta por una prima de la madre de Cáit y su esposo, un hombre de pocas palabras, que vive para el trabajo y para la solidaridad con sus vecinos.

En esos meses del verano, la niña descubre un mundo diferente, alguien realmente se preocupa por su bienestar. Pero la ganancia es recíproca, esa pareja veterana también encuentra un motivo para la risa y el disfrute, que habían perdido hace algún tiempo por una tragedia que vamos conociendo en los detalles que el director nos va dejando ver lentamente.

La niña agradece como puede, aun en silencio, colaborando con las tareas de la casa, y, con sus gestos, va permeando la dura capa que esconde la humanidad del áspero hombre rural.

En el spoiler cuento algunas escenas puntuales.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
sergiomalvin
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12 de marzo de 2023
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde el magnífico primer plano del nacimiento entre la hierba, la cámara de Colm Bairéad flota en el espacio y se posa, silenciosa, en los más recónditos lugares que habitan los tres protagonistas.

Estamos en el verano de 1981, en una parte de la Irlanda más frondosa, y lo que vemos discurrir es la vida imaginada. Como si de una pintura de Hammershoi se tratara, los lugares vacíos están cargados de simbolismo y significado. La textura de un papel pintado de una habitación infantil, el furtivo abrazo de un matrimonio de mediana edad, una galleta dejada encima de la mesa, una caricia, una sonrisa y decenas de imágenes delicadamente filmadas. Todas ellas construyen el sustrato sentimental de esta honda historia.

La niña protagonista y su pasajera madre destilan vida y llenan la pantalla de belleza y expresividad. Detrás de cada minuto que la pequeña pasa con su padre de acogida hay tanto pasado, que la emoción envuelve al espectador que les observa.

No solo es la mejor película del año, sino también un homenaje a todas esas vidas que nos gustaría vivir pero que nunca viviremos.
JRC
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7 de abril de 2023
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es tremendo, pero es real, que una parte del mundo infantil vive un destino de mal trato, soledad y desamparo del que le resulta difícil salir y al que por sus condiciones sociales y culturales les es casi imposible sustraerse.

Cáit (magníficamente interpretada por la encantadora Catherine Clinch) es una niña de nueve años que vive retraída, subsistiendo y resistiendo, frente a su numerosa y hostil familia en la Irlanda rural de 1981. La nena tiene tres hermanas y una cuarta está en camino.

Cáit tiene los ojos muy abiertos y es silenciosa y vigilante, para irritación de su madre exhausta, oprimida, sin duda maltrecha y ahora nuevamente embarazada (muy bien Kate Nic Chonaonaigh) de su quinto bebé. Vive en una pobre granja. Su padre es un matón, bebedor y maltrata a la mujer y a los hijos.

Abandonada en casa, intimidada en la escuela y atrasada en la lectura, Cáit es un problema más que sus padres no quieren enfrentar. Y sin decírselo, sin tener en cuenta sus sentimientos ni su parecer, deciden enviarla con unos parientes lejanos, un matrimonio maduro y sin hijos.

Cáit se ha acostumbrado a mirar como si fuera invisible. Un mirar a modo de mecanismo de resistencia y defensa, un mecanismo propio de los que no hablan, de los que observan y callan pero que se dan cuenta de todo. Muchas veces los maltratados obran así. En ese silencio rocoso hay melancolía y necesidad afectiva.

Cáit ha crecido inmersa en la hostilidad de una familia que no la quiere ni la comprende, y un centro escolar que la rechaza y ni siquiera se esfuerza en enseñarla a leer de forma aceptable.

Primera película que dirige Colm Bairéad con la mirada de una niña que conmueve al espectador, una niña “rara” que resulta molesta para el mundo que habita. Una extraordinaria obra de principio a fin, cinta de extrema sensibilidad. Guion profundo y poético del mismo Bairéad.

Tiene la obra una apariencia sencilla, reducida a la mínima expresión, pero con mensaje, ideas y elementos de enorme interés. La cinta es ante todo la niña y su situación. No hay dificultad en entender la historia. Pero sí hay ciertas capas, niveles y sutilezas, que dotan al relato de una profundidad que deviene creciente emoción con el transcurrir de las escenas.

Tiene una textura preciosa, imágenes claras enmarcadas por la directora de fotografía Kate McCullough, como un reflejo en el agua. Cuando Cáit se traslada a vivir a la casa de la prima de su madre, todo parece estallar en colores brillantes. La tía encierra una historia de amor y pérdida. Encantadora partitura melódica de Stephen Rennicks.

Con los parientes la lleva su padre en coche y llega sin más pertenencias que la ropa que viste. Eibhlín (una encantadora Carrie Crowley) y su taciturno esposo Seán (un medido Andrew Bennett), poseen una granja lechera próspera y bien administrada. El padre de Cáit ni siquiera tiene buenos modales, menos aún muestra agradecimiento.

Cáit se siente a la vez exaltada y contenta: casi cada toma es una joya pictórica vívidamente compuesta, de una niña que se siente cómoda en soledad con sus nuevos parientes.

Después de un velorio al que asiste la niña con sus padres adoptivos, a la vuelta a casa la acompaña la chismosa vecina Úna (excelente Joan Sheehy), y le cuenta a la niña todo lo que sus padres actuales no le habían contado, asuntos muy delicados.

Cuando Cáit vuelve a casa tras estar con Úna, al soltar la frase “no pasó nada”, provoca una nueva puñalada de dolor: se ha enterado que sus actuales padres tuvieron un hijo perdido en un mortal accidente.

Crowley y Bennett ofrecen interpretaciones desgarradoras y excelentes como pareja desventurada y sin hijos que ha acogido a Cáit, en particular Eibhlín, una mujer inteligente, elegante y de buena educación, muy comprometida con la niña que llegó sucia, confusa y harapienta. Cáit encontrará el calor, la atención y la ropa limpia que le han negado en su hogar.

Con el tiempo, Cáit experimenta una transformación que cambia su vida. En su nuevo hogar, la sigilosa Cáit siente por vez primera el cariño, algo que desconocía. Junto a esta experiencia, idílicos paisajes la rodean precipitando una enorme sensación de felicidad y bienestar. También establece una hermosa relación con Seán, su nuevo padre.

Es destacable la delicadeza y la maestría de la cámara, que acierta a atrapar cada hebra de emoción y sentimiento que se produce en la relación de la niña con su nueva familia; cada atención, cada esmero o detalle, cada momento de comprensión recíproca.

La cinta está contada con gran distinción y hermosura, con interpretaciones dirigidas a que brote la riqueza de matices de los personajes.

Bairéad da a al relato un ritmo lánguido y deja que sean las composiciones de los planos los que verdaderamente expresen la zozobra de los personajes. Y que actividades como mondar patatas o correr por el campo, funcionen como símbolos de amor absoluto.

Todo está conseguido principalmente a través de una colorida escritura de gracia emocional e intensidad, en un libreto limpio y ordenado y la franqueza dulce, reservada y emocional de los azules ojos de Catherine Clinch.

Publicado en Encadenados: http://www.encadenados.org/rdc/sin-perdon/6829-the-quiet-girl-4
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Kikivall
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1 de marzo de 2023
13 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay desafío más estimulante para un crítico que descifrar y argumentar como el equipo creativo de las películas usa el lenguaje cinematográfico para activar nuestro aparato emocional. Desde la filosofía de la sutileza y la sensibilidad, codificada desde la filosofía discursiva del cine de festivales, es casi inevitable que las ramas no nos permitan ver el bosque. Nos encontramos ante un singular caso de drama europeo en el que, por sus códigos lingüísticos, se ha rebajado dicho pensamiento en su recepción. Se estrena The Quiet Girl (Colm Bairéad, 2022), título presentado en la Berlinale de 2022, estrenado en España en la SEMINCI del pasado octubre y candidata por Irlanda al Óscar a Mejor Película Internacional. Un filme sensible y virtuoso cuyas fortalezas son claras y evidentes, como muchos más camufladas están sus flaquezas, que residen en la manera en la que Bairéad aplica el dispositivo estilístico a su película.

La película se edifica alrededor de un rostro, el de una frágil y hermosa figura humana de porcelana que encarna a la perfección el modelo estético tradicional de niña buena, vestimenta y peinado incluido. Una criatura inocente y muda, encerrada en sí misma. Resignada a la incomprensión de su familia y al aislamiento de una realidad cruel, dónde los rencores se enquistan. El drama que se presenta en The Quiet Girl es el de un entorno desgarrado sumido en el silencio del resentimiento, pero de violencia soterrada. Su preciosismo fotográfico es evidente desde el primer encuadre, sirviéndose de la incidencia directa del sol para realzar la belleza bucólica de unos parajes campestres cuya luminosidad contrasta con el dolor callado de los personajes.

Sin embargo, las virtudes más ponderables del filme se encuentran en otras facetas menos ostentosas, como lo es su capacidad de condensar la identidad cultural de la Irlanda rural de finales de siglo en pequeños detalles; desde la actitud de los personajes a la hora de trabajar el ganado a sus ambientes de ocio. Es a su vez todo un acierto de filmar la película en idioma irlandés, que junto a la utilización lírica en los compases finales del filme de melodías celtas aportan al relato unas dosis de melancolía sincronizadas orgánicamente con la estrategia del guion de Bairéad. Un drama de crudeza familiar donde el conflicto apenas se enuncia. Los rastros del pasado en el papel de pared del hogar provisional de la niña protagonista, o la mirada esquiva de sus nuevos padres, permiten intuir el trasfondo dramático de este nuevo espacio mejor de lo que lo harían las palabras. Película y niña, ambas, calladas. Película, también la que su estilo preciosista se aplica con una rigidez tan evidente como calculada.

Las emociones buscadas por los realizadores, así como sus objetivos expresivos, deben emerger de manera fluida desde la integración de los elementos del filme, presentados con coherencia interna desde una personalidad reconocible. Sin embargo, el cine de festivales nos bombardea con propuestas que apuestan por lo contrario: ejercicios calculados en los que el estilo se aplica desde una homogeneidad granítica, cual rígido marco al que el filme debe plegarse dócil. Un estilo al que la narración debe abrir paso en cada secuencia, para que se estampe en cada imagen con una preponderancia innegociable. The Quiet Girl, como habrán intuido, sigue esta filosofía creativa, aplicando sus recursos formales de las maneras mas evidentes.

Sus armoniosos encuadres, o los estilizados posicionamientos lejanos de la cámara, se construyen desde un blocking de los personajes calculado para que destaquen, así como un tempo moroso establecido desde la intención de remarcar insistentemente la delicadeza de la película (para continuar con los manierismos del cine de autor, recurrimos también a un formato cuadrado tan elegante como aparente). La música se entromete a menudo para realzar las emociones que el espectador, puntuando una experiencia teledirigida en la que la planificación hace imposible cualquier abanico de matices en la interpretación del relato. La experiencia como espectador con The Quiet Girl es tan tierna como monótona y plana. Nunca hay duda sobre lo que debemos sentir o reflexionar. Es un viaje tan obvio como rígido, que se niega a sí mismo la capacidad de desbordarse. En su afán de sencillez, resulta tan emotiva como falta de vida.

Por lo que representa en tanto drama pequeño de concentrada identidad irlandesa, The Quiet Girl ya es una propuesta singular, y sin duda reconfortante y sentida. Su ejecución es tan cuidada que es tan pertinente deleitarnos deteniendo la mirada en su superficie como lastimar que sus talentosos responsables no utilicen su voz de una manera más estimulante. Queda en el espectador decidir por sí mismo.
Néstor Juez
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3 de marzo de 2023
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se suele asegurar que un buen relato debe tener al menos dos historias, la que se cuenta y la que se esboza, la que el lector/a sólo vislumbra y debe crear en su imaginación siguiendo las pistas que el autor/a le proporciona.
La principal virtud de esta película son las historias familiares tan solo mostradas de una manera sutil, inacabadas. Los actores, protagonistas de estas historias ocultas, cumplen ese papel de una manera muy acertada, sobre todo el padre de la protagonista.
La mayor parte de la película se desarrolla en interiores, mostrando los detalles que encierran nuestras prácticas cotidianas. Eso genera un ritmo pausado de emociones contenidas y abiertas a la sugerencia y a la imaginación del espectador. El abrazo de la niña al final de la película quedará impreso en mi retina por mucho tiempo, de una belleza extraordinaria.
pedrokik
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