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La historia del último crisantemo

Drama. Romance En el Tokio de 1885, Kikunosuke Onoue, hijo de un prestigioso actor, descubre desolado que es aplaudido únicamente por ser el heredero de su padre y que, en realidad, el público se mofa de sus interpretaciones. La única persona que se atreve a ser sincera con él es Otoku, la niñera de los hijos de su hermano. Pero precisamente por ello es despedida, y a Kikunosuke le prohiben verla por temor a los rumores que se desatarían por su ... [+]
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Críticas 29
Críticas ordenadas por utilidad
20 de marzo de 2006
14 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bellísima historia de amor en la que, cómo no, una mujer es la encargada de llevar todo el peso, el sufrimiento y la felicidad que le aporta seguir, más que estar, a su amado por los confines del Japón en un teatro itinerante. Los dos amantes pierden algo en el camino. Ella, algo más que la salud, y él, la vergüenza del destierro familiar y la ruina económica. Aún y todo, la mujer es el eje de la obra. Su fé ciega hacia las dotes interpretativas de su amado es representado por Mizoguchi de una manera obsesiva. Si todos los hombres fuéramos amados de esta manera en el mundo no quedarían mujeres para perpetuar la especie.

Filmada con planos medios y generales la parsimonia de algunas escenas le resta una puntuación más alta. Buena película.
Txarly
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1 de septiembre de 2019
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Hermosa película en la que Mizoguchi rinde un sincero homenaje a la Mujer.
Esas mujeres que, por razón de injusticias históricas, siempre han permanecido ocultas entre las sombras de los hombres, las cuales ancestralmente educadas en el amor y cuidado de los hombres, han ofrecido su ser, su apoyo y su fe, en exaltar y estimular las cualidades escondidas de los hombres, para luego recoger, la felicidad callada del triunfo de su creación.
Porque como Mizoguchi bien nos ilustra, ! cuánto debemos a las mujeres de nuestra vida!. Me refiero a esas mujeres que creyeron en nosotros mucho antes de que creyéramos en nosotros mismos y con confianza y determinación nos estimularon y guiaron, impidiendo que arrojáramos la toalla, para hacer surgir en nosotros lo que sólo ellas vieron.
Porque un genio no es sólo aquel capaz de crear una obra de arte. Un genio es también, aquel capaz de vislumbrar y sacar a la luz la genialidad incubada y oculta en el germen.
En esta historia, Mizoguchi nos traslada al Tokio de 1888. Una sociedad fuertemente jerarquizada y muy machista, donde nos hablan de una familia de actores del teatro kabuki japonés. Al parecer estas familias eran consideradas poco menos que héroes nacionales en esa época y tenían gran prestigio social.
Nuestro protagonista es un actor, hijo adoptivo de una gran estrella del teatro, cuyas mediocres actuaciones se ganan el desprecio del público que, sin embargo, es halagado y lisonjeado hipócritamente por pertenecer a la familia a la que pertenece.
Pero Otoku, una criada, será la única persona que se atreverá a decirle la verdad y a aconsejarle en sus errores, vislumbrando su verdadero potencial.
Estas conversaciones sinceras encenderán el amor de los protagonistas, que tendrán que pagar cara su relación desigual, siendo expulsados de la familia.
El protagonista tendrá que empezar desde cero, sin el apoyo y el prestigio de su nombre y comenzará su periplo por diversas compañías teatrales, siempre con el apoyo y el sostén de su novia, que le seguirá donde vaya, sufriendo penalidades y amarguras.
Bella y dolorosa historia, que nos ilustra un poco acerca de ese mundo tan desconocido para nosotros como es el kabuki, además de mostrarnos la impermeabilidad de la relación entre clases sociales y el terrible machismo de la época.
Hermosa pero triste. Detrás de cada gran hombre, hay siempre una gran mujer. Aquí, sí que sí.
Izeta
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27 de abril de 2020
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Un trazo detallado de la vida fuera de los escenarios de los actores. Historia del Último Crisantemo destapa los miedos y la verdad con los que deben convivir éstos. Todo actor es orgulloso y no acepta bajo ningún pretexto que se degrade su actuación, aunque sea consciente de ello. Kenji Mizoguchi (director) articula una narración shakespeariana y de transformación con un estilo propio.
danillobet
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4 de mayo de 2020
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Del maestro se ha dicho casi todo. Sin embargo no he leído que alguien sienta o explique la experiencia que tengo cuando veo su cine. Los planos alejados, los travelling laterales como si leyéramos un kansubon o verticales como si lo hiciéramos con la lectura de un kakemono más los precisos primeros planos me figuran dentro de la acción y soy un personaje más, acaso el relator que dará cuenta del melodrama.
El final del que no diré nada es uno de los mejores finales (para mi) de toda la historia del cine. No por su denotado sino por su connotado. Todo lo que hay detrás del éxito y su fanfarria, el rostro de Kikunosuke transmite en su apoteosis toda la intensidad de ello teniendo como contrapunto la casi inaudible voz de Otoku; ambos confluyendo, en ese desplazarse de la lancha por el agua que representa la unión hombre mujer, en el silencio final
caico
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23 de agosto de 2021
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De todos los personajes femeninos de Mizoguchi, y tiene muchos y muy buenos, porque se interesó de modo pionero en la condición de la mujer, me quedo con Otoku, la que sigue por puro y simple amor y admiración a un aspirante a actor, hijo adoptivo y malcriado, de temperamento cambiante y a la vez depresivo. No importa; allí está siempre ella, Otoku.
Con esta película Mizoguchi empezó a abrirse camino en el cine internacional, en el que luego triunfaría una y otra vez. Esta está menos trabajada visualmente, quizá es menos lírica, pero más profunda que otras posteriores, como Cuentos de la luna pálida. Ya aquí la maravilla de unos movimientos de cámara que te hace meterte, quieras o no, en la historia.
Aquí, tratada como de lado, el centro es Otoku.
Es una película, además, sobre el teatro, en realidad, ópera kabuki, con esa música que al principio chirría en el oído occidental, pero, cuando te haces a ella, es simplemente magnífica y escalofriante.
yoparam
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