Nazarín

Cuando estaba viendo esta película, con una veintena de años, sentía, a medida que los fracasos de aquel sacerdote se sucedían uno tras otro, una profunda angustia porque en muchos aspectos, me sentía reflejado en él. Muchas veces había tenido la sensación de estar plenamente volcado en ayudar a otras personas, algunas de mi entorno más cercano, así como de haberme embarcado en luchas que consideraba justas y éticas, y que, el resultado de todo ese esfuerzo era vano y vacuo. Incluso sentir esa sensación de estar empeorando las cosas a cada acción que emprendía para resolverlas, oh! ingenuo de mí. ¿Si todas eran de buena fe?. Esa sensación de impotencia, de soledad quijotesca que en mi caso era atribuible a la inmadurez, presenta similitudes con el devenir del personaje que transita por ese vía crucis de incomprensión. Si en mi caso, la ceguera era causada ( y sigue siendo...espero que menos) por la excesiva simplificación juvenil de un mundo complejo ( soluciones fáciles a problemas difíciles), en el film la fe, ingenua y en muchos aspectos infantil constituye un filtro a través de la cual el mundo se nos muestra diferente a cómo es en realidad. De esta manera, Nazarín transita por el abismo de la impotencia y de la soledad al sentir la necesidad, motivado por una fe honesta y sincera de transformar un mundo que no es como él lo percibe, equivocándose continuamente en las lecturas de las situaciones que se presentan.

Magistral Buñuel.

Una de las cumbres de la inolvidable etapa mexicana de Buñuel y también una de sus películas más crueles pues si bien la explicitud de esa inseparable crueldad no es quizás tan reveladora como en "Viridiana", "Tristana" o "El discreto encanto de la burguesía", en "Nazarín" hay muy poco del tono bromista y socarrón de aquellas (aún así es inolvidable la imagen del Cristo riéndose de la prostituta), y sí mucho de dramatismo y espíritu social, muy crítico. Esto es, que "Nazarín" es una película que va muy en serio y trata con absoluta coherencia y profundidad temas como la caridad, el virtuosismo y la fe, para llegar a conclusiones muy buñuelescas, pero muy de todos: somos terrenales, seamos buenos o malos, y a Dios (si existe) le importamos un bledo una vez empezamos a vivir en el despiadado mundo. Así, las virtudes cacareadas resultan inservibles más allá de un momento concreto y terrenal, claro.
Obra paradigmática de su crueldad, pues, pero ahora desde un prisma nada paródico o humorístico, sino muy serio, profundo y afinado en la que se esconde tras ella un pesimismo vitalista y un desprecio sincero hacia todos los personajes que por ella pasan, pues incluso hasta el memorable enano Ujo (Jesús Fernández) es, quién puede decir que no, como un estúpido iluso enamorado de una mujer pública inalcanzable (allí hay una magistral mezcla de ternura y crueldad). Y luego está el sintético y magistral cierre con los tambores de Calanda retumbando hacia fuera su sonido para soliviantar al espectador y hacia dentro de la conciencia, del alma, del humanismo del inestable y también inolvidable padre Nazario (Paco Rabal), otro pobre iluso que ya duda en creerse sus propias mentiras o verdades, o actos, qué sé yo. Yo solo sé que Buñuel existió, que sus películas existen, y me valen para alimentar mis contradicciones, mis buenos momentos, mi sensación de existir. Gracias, genio contradictorio y único.

Puedo entender el ateísmo como una rebeldía justificada contra la iglesia (por las tantas atrocidades cometidas durante su historia), pero, es injustificada con respecto a Dios, porque la imagen que nos han transmitido respecto a Él, es con frecuencia distorsionada… y debe quedar bien claro que, al Padre Universal no se le conoce, pero, quien consigue Creer, lo presiente y puede llegar a sentirlo con gran intensidad. De ésto, muy humildemente puedo dar fe.

Leí en otros tiempos -tras mi entusiasta acercamiento a la obra de Luis Buñuel- lo que escribiera sobre, <<NAZARÍN>>, el propio director en su estupendo libro, “Mi último suspiro”. También leí a Freddy Buache, a Raymond Durgnat… y con mayor agrado a, Agustín Sánchez Vidal, quien hace una magnífica recopilación de toda su filmografía en el libro: “Luis Buñuel. Obra Cinematográfica” (1984), y aunque comparto algunas de las cosas que allí se han dicho, sigo creyendo -como algunos- que la película, antes que corroborar el ateísmo de Buñuel y su crítica a la “ilusión de Dios” –plantada en la trama general cuando a Nazarín casi todo le sale mal no obstante su inmensa fe-, lo que emana es una exaltación de aquellos valores cristianos que muy pocos consiguen practicar.

De hecho, podría afirmar que la película –adaptación muy libre de la novela homónima que, Benito Pérez Galdós, publicara en 1892- es una puesta al día de la pasión de Jesús el Cristo, y para darnos evidencia de que ésto es cierto, las semejanzas comienzan con el título: Nazarín se deriva de Nazario (nombre del cura protagonista); y éste a su vez proviene de Nazareo > “consagrado a Dios”. Después, es fácil deducir que se recrean hechos bíblicos como los milagros (curación de la niña), la actitud caritativa del buen pastor (da todo lo que tiene), la presencia de María Magdalena (en Andara) y la de María y Marta -las hermanas de Lázaro- en Beatríz y Andara… y entre otras semejanzas, la escena del prendimiento en el huerto de los olivos, está claramente representada cuando prenden a Nazarín… y Buñuel se mofa poniendo a la prostituta Andara a hacer las veces de Pedro.

Por supuesto, Buñuel y su coguionista, Julio Alejandro, no tendrán obstáculos en incluir escenas herejes, como la de quemar la figura de San Antonio o la de la mujer moribunda donde, además de exponer su habitual fetichismo, rememora al apreciado Marqués de Sade en su, “Dialogue entre un prêtre et un moribond” (Diálogo entre un sacerdote y un moribundo, 1782), donde da cuenta de las, para él, desventuras de la virtud y expone su ateísmo. También insistirá, Buñuel, en mostrar como la buena fe puede resultar improcedente, cuando Nazario decide trabajar por un poco de comida.

Sin embargo, el proceder del sacerdote es profundamente cristiano; pacifista como lo fuera Mahatma Gandhi; crítico y rebelde como Giordano Bruno… y colmado de buena voluntad y espíritu de sacrificio como Jesús de Nazaret. En todo y contra todo, Nazario quiere ser su alter-ego; quiere seguir sus pasos, incluidos sus recelos; y está dispuesto a sentir lo que Cristo padeció por doloroso que pueda ser.

No fue errado, pues, que la O.C.I.C.(Oficina Católica Internacional de Cine) considerara a <<NAZARÍN>>, como “exaltadora de los valores cristianos”.

El reparto lo encabezaron, Francisco Rabal, Marga López, Rita Macedo, Noé Murayama, Ignacio López Tarso y Jesús Fernández, entre otros.

Estamos ante una de las cumbres de la aventura mexicana de Buñuel y una de las películas favoritas del propio cineasta aragonés, quien adaptó una novela del escritor canario Benito Pérez Galdós en este film religioso trasladando la acción del Madrid del siglo XIX al México de la dictadura de Porfirio Díaz.

La película está protagonizada por un personaje, el padre Nazario (Francisco Rabal), en el que confluyen las figuras de Jesucristo y de San Francisco de Asís. Es una especie de Quijote del sacerdocio, pero en vez de imitar el modelo de los libros de caballería, imita el de los Evangelios. Y el papel de su fiel escudero Sancho Panza aquí aparece representado por dos mujeres, Beatriz (Marga López) y Andara (Rita Macedo), quienes a su vez podrían simbolizar las figuras de María Magdalena y de una versión femenina de San Pedro, respectivamente.

Buñuel vuelve a manifestar una perspectiva pesimista del ser humano, en la que la humanidad y la benevolencia no sólo no son reconocidas, sino que a veces resultan hasta penalizadas, conllevando esta situación a una lógica reflexión sobre la conveniencia o no de ejercer la bondad siempre y en cada una de nuestras acciones a lo largo de nuestro periplo vital.

Paco Rabal está inconmensurable en el papel principal, tanto en su contenida expresión gestual como en su suave entonación vocal, la cual contrasta con la rotundidad de las ideas que verbaliza.

Gran película de impactante imaginería y estremecedor simbolismo, formalmente hermosa, con un brillante trabajo técnico de Buñuel en cuanto a realización y sutiles movimientos de cámara, siempre con la intención de resaltar sin exageraciones innecesarias las emociones descritas.

Nota: 8,5

Buen acierto tuvo Pérez Galdós cuando llamó Nazarín al protagonista de su novela, en la que se basa la cinta que Buñuel ambienta en el México más profundo.
Nazarín (Rabal), diminutivo cariñoso del P. Nazario, el sacerdote pobre que elige seguir el mismo camino que Jesús de Nazaret, el Nazareno. Y lo seguirá desprendiéndose de todo lo material, "Nada es de nadie, todo es de todos".
Al margen de la jerarquía eclesiástica que lo abandona como hicieron con Jesús los sumos sacerdotes, deja la sotana y emprende su camino seguido solo por Beatriz (López), una mujer deprimida y desequilibrada, y por la prostituta Andara (Macedo). Una suerte de Marta y María, las hermanas de Lázaro, con las que atiende a los apestados que encuentran a su paso.
Y el camino es el del Gólgota, con el prendimiento en un trasunto del Huerto de los Olivos, los azotes, la prisión, las críticas del mal ladrón, "Usted para el lado bueno y yo para el lado malo, ninguno de los dos servimos para nada". Y la defensa que opone Dimás, el ladrón bueno.
La corona de espinas con que culmina el drama cinematográfico es una modesta piña, ananás, que le entrega una anciana que podría representar a María. Al fondo, mientras tanto, suenan los redoblantes de Calanda atronando con sus tambores.
Cinta como vemos netamente religiosa, que establece un claro paralelismo entre el bueno de Nazarín y Jesús de Nazaret.
Nazarín no es el Quijote que algunos quieren ver, es Jesús. No es un idealista, es un evangelista entendido como persona que quiere seguir el mandado evangélico al pie de la letra. Como tampoco es inútil su labor, aunque sus actos no produzcan de momento los resultados que busca.
Con una modestia de medios que raya lo espartano, Buñuel levanta una magnífica obra que mantiene en todo momento la atención del espectador, al que interroga, del que inquiere una respuesta o una opinión.
Y contrastes. Realismo al comienzo con ciegos pedigüeños, esquiladores de burros o afiladores ambulantes, que dan paso más tarde a escenas que rayan lo esotérico cuando el "milagro" de la curación del niño en medio de una crisis convulsiva provocada por el fanatismo de los presentes en una excelente escena.
Dicen que decía Don Luis que era ateo. ¡Miau! No se puede crear este Nazarín sin tener una fe inspiradora de fondo.
Una gran película que recomendamos sobre todo a quienes tienen inquietudes espirituales de cualquier tipo. También a los que gustan del realismo mágico que destila todo el cine de Buñuel y, por supuesto, a los semanasantistas turolenses de la Ruta del Tambor.