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Shara

Drama Película que explora el dolor inexpresado de una familia que ha perdido a uno de sus hijos. En un caluroso día de verano, durante la celebración del festival anual de Jizo, dos hermanos gemelos echan una carrera para llegar a casa. Pero uno de ellos desaparece por el camino, como si se hubiera desvanecido... (FILMAFFINITY)
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Críticas 16
Críticas ordenadas por utilidad
1 de julio de 2018
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sharasojyu no parece tener una traducción concreta en japonés, más allá del festival de verano que acaece en un pequeño pueblo nipón allá por los 90, por inventarnos unas coordenadas en el espacio-tiempo que, en realidad, ni nos importan ni nos aclaran. Aunque este sea mi primer acercamiento a la obra de su directora, bastante valorada en según qué círculos alternativos, servidor tiene la sensación de conocer el lugar, de reconocerse en él, pues transpira el espíritu universal que podría formar y desgarrar las venas del cine más puro de aquellas latitudes (Ozu, Mizoguchi, Kurosawa, etc.). Como un animal herido, Naomi Kawase se deja llevar por los ritmos internos que sugiere el respirar, captando intuitivamente la cadencia de los muertos y la ausencia, que, ya desde el principio del relato, nos acompañarán. No hablaremos aquí de “trozos de vida” sin manipular, aunque el acercamiento a aquello que podamos entender por trama o problemática es, o aspira a ser, a la manera del documental, invisible. Lo llamaremos danza, pirueta o arrebato sobre el borde deslizante del vacío.

Un paso en falso y se acabó…

Es muy probable que esta crítica, o intento de ordenación de mis sinapsis arbitrarias, no diga nada. De un tiempo a esta parte, cada vez más, olvidé cómo decir. Soy todo balbuceo y, de vez en cuando, me rebelo contra el velo prometeico y alzo el vuelo como un Ícaro miope que cayera desde el cielo chamuscado. Malrimando acepto entonces mi castigo y favorezco que este ciclo de ilusiones y desgarros recomience, ad eternum, hasta el hueso que no es hueso sino lágrima furtiva, renovada, agradecida: “gracias a la vida, que me ha dado tanto.” Pero todo esto suena a coda* o capitulación y, sin embargo, estamos a mitad de crítica. ¿Dónde estamos, realmente? Sin aviso, la luz y el temblor, la cámara-vampiro de Naomi recorriendo los parajes de la infancia próxima a romperse, frágil, sin un grito, solo árbol en el viento. Bienvenido. Toma 1.

Me acaba de venir a la mente, sin quererlo, el cine de Abbas Kiarostami, la mirada interrogante de aquel niño que corría, esta vez ajeno al juego, en busca de la casa de su amigo. ¿Seré ese niño o este otro que ha perdido de repente a sus hermanos? Uso el plural porque en mi caso y en mi casa somos varios, pero espero que se entienda lo que digo, o no digo. Lo que callo y lo que exhibo con maneras que son propias de culturas tan distantes: España y Japón, aunque hermanas muy lejanas, no se parecen. Basta observar el tratamiento del dolor y la pérdida, la mudez frente al escándalo; distintas procesiones de la muerte en una misma profesión: sobrevivirse. Recuperar lo que se pueda y hacer tiempo con el tiempo que se marcha y que nos queda. Como hiciera Van Sant en su tetralogía del silencio y el desierto. Respira. Camina.

O pinta un cuadro que conjugue: sonido ambiente: monotonía y tintineo: ¿amenaza o ritual? Elipsis en fantasma, diría Ángel González… y luego flores, indicios de amor entre las flores de un jardín que se resiste a perecer bajo la nube omnipresente. Me repito, para mostrar que en cierto modo existe un hilo conductor, emocional: de la metáfora a la realidad tangible: el hijo vivo pinta un cuadro del hijo muerto; en el pueblo suenan sones de campana funeraria todo el rato; en ese mismo pueblo nacen flores, pero está siempre nublado. ¿Será posible?

Ya convinimos (¿dónde?) que todo es parte de lo mismo, el mismo ciclo repetido desde antiguo. Exiguo batallar contra miserias que nos llegan demasiado pronto, demasiado rápido, demasiado hermosos. Poco hechos. Como a medio. ¿Pero hermosos? Muy hermosos. Con los ojos inocentes y redondos, seas japonés o españolito renegando. Entra en escena la música, por fin, tocada torpemente al piano por una vecina amiga, y tú renaces, no sé, se te remueve algo ya olvidado dentro de ti, algún fulgor arcano y secreto. Todos los fuegos, el fuego. Y el signo, siempre el signo que se invoca sin ayuda de los labios. De lo que no se puede hablar, hay que callar la boca… Sé que exagero, la catarsis no es esta todavía. Viene en forma de lluvia (bendita lluvia, no podía ser de otra manera**) y nunca fue filmada: ¡es la puta eternidad!

Ahí los tenemos, felices. Sin razón aparente. Bailando. Tras largas secuencias de pasillos, recovecos, planos de animales ignorantes y trayectos sin propósito que esconden una incapacidad tan arraigada como humana, la de superar la indiferencia y la incertidumbre ante el destino; la de apostar cualquier moneda ante el azar siendo un autómata, Un hombre que duerme (1967 + 1974). Ante eso, digo, una mujer. Varias mujeres que se alían para obrar, entre todas, el milagro de alumbrar la nueva vida entre las ruinas mientras, educada, reverente, la cámara se aleja poco a poco haciendo magia sin varita ni artificio más allá del canto inextinguible que recorre el universo. Toma 1. A vista de pájaro, lo pequeño y cotidiano se hace grande y habla alto y, entonces, con los ojos empapados y las llagas muy candentes, confesamos: yo creo. Yo celebro***. Soy abrazo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
José (FullPush)
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20 de diciembre de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
‘Shara’ (‘Sharasojyu’) es el tercer largo de ficción de Naomi Kawase, una directora más afín al documental de tinte autobiográfico, donde explota temáticas basadas en experiencias personales con fuerte peso de la familia y la tradición. En este film también interpreta a la madre de Shun, el personaje central.

Desde el primer plano, hay una idea de “mostrar” el artificio dejando fluir la cámara (en mano) a través de largos planos secuencia. ‘Shara’ propone una permanente tensión entre la tradición de su “contenido” y la modernidad de su “forma”. La relación espacio-tiempo, la relación con el objeto y la sensibilidad son puestos en escena por Kawase: son parte del significado y del significante, abandonando el lugar “oculto” que exige la transparencia del cine clásico. El sonido, por su parte, funciona como anticipador de ciertos acontecimientos que al inicio están fuera de cuadro, como clave que remite a (y relaciona) distintas partes del film, como generador de sentido y, muchas veces amplificado, funciona más como resonancia que como sonido.

Remarcando su carácter moderno, los grandes temas de ‘Shara’ son “intangibles”: los efectos de una ausencia y el paso del tiempo. Atravesando el desarrollo de lazos familiares madre-padre-hijo, la tradición oriental y hasta un primer amor, estos dos temas parecen condensar el propio ciclo de la vida: nacer, crecer y morir. La pérdida de la infancia y el tormentoso camino de la madurez parecen estar simbolizados de inicio a fin en una película sensible, intuitiva, ambigua y pasible de diferentes interpretaciones.

Desde lo más profundo y carnal del origen de la vida, hasta lo más infinito que pueda alcanzar el alma humana despojada del peso de la carne, eso que resulta tan extremo, parece resumirse en el último -alucinante- plano de ‘Shara’. Siempre parece haber algo del orden cósmico, eso en lo que la cultura oriental tiene experiencia milenaria. Sin duda, la secuencia del festival es lo mejor del film, cuando el cine se hace ritual, cuando la pantalla irradia de energía a la vez que hipnotiza a un espectador que vio miles de bailes, pero ninguno tan liberador como ése.

www.quecinemirar.blogspot.com
gonzafer85
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31 de julio de 2011
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La emoción. El dolor escondido durante años surgiendo con una fuerza brutal en el momento en que éste toma la palabra de forma inesperada; el primer beso sobre unos labios aún fríos por el dolor; la costosa entrada en el mundo de la alegría y la exaltación por medio de la creación: la pintura, la preparación de un festival pleno de colorido tras el aguacero; unos ojos húmedos y una sola lágrima ante el advenimiento de una nueva vida. Esto es Shara, de Naomi Kawase. Esto y el rumor de los árboles mecidos por el viento, el martilleo de una herramienta, el ruido de las calles y el sonido del silencio. La belleza de lo cotidiano por encima de los grandes acontecimientos.
Victoria
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12 de septiembre de 2013
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé si Godard, puede que Truffaut, en última instancia, uno de los críticos de la primera -y despistada- generación de Cahiers du Cinéma escribía sobre Luchino Visconti que es muy fácil ser Luchino Visconti, ser un genio y firmar todas tus películas con ese sello -ellos querían entender "autoral"- que siempre resuelve. Tiene un mayor mérito los cineastas que arriesgan y se asoman al fracaso, el mérito de aquellos que sacrificaran el guión, la fotografía o lo que sea necesario para ir un paso más allá. Es mucho más fácil, por el contrario, hacer todas tus películas redondas, con la seguridad de que tu mirada de cineasta siempre será clara.

Todo esta parrafada pedante viene, quien lo dijera, al caso: el cine asiático -ese enorme abstracto-, y concretamente, el cine japonés, y más concretamente, todo ese cine asiático que sigue los pasos de Ozu -aún más brumosa agrupación en la que incluyo a Edward Yang, Kore-eda y Kawase entre otros- siempre me recuerda lo antes mencionado. Me ocurre con mucha recurrencia que al finalizar Nadie sabe, Shara o Yi Yi mi mente no se alza en reflexiones de alto vuelo, para nada, por el contrario pienso, muy ordinariamente, lo siguiente: "no ha fallado, no ha acertado, sencillamente bien, un poco como ". Y es que entre los planes del sello made in Ozu no se encuentra revolucionar el séptimo arte, sino más bien presentar lo real de la manera más auténtica -esa vieja pretensión del cine. Y en eso, nadie lo niega, se llevan la Palma, nadie tiene un ritmo, un cuerpo actoral ni unas tramas mínimas cuasi-inexistentes tan apegadas a la realidad como 'ellos'. En este sentido, analizar este film es una tarea tan fútil como criticar la realidad, ¿cómo hacer una crítica de la realidad? Preguntas-que-no-vienen-a-cuento, sí viene al asunto decir que no puede no gustarme este film, pero no puede sorprenderme con sus tímidas armas, archiconocidas y que cabalmente no aportan nada.


Aún así, véanla, poca cosa hay afuera más real. No es de extrañar cuando Kawase es el mix perfecto: Ozu + Cassavetes en la era del digital. La cámara no imita a los operarios de televisión como en sucedía en la generación de Cassavetes, Leacock, Maysles & friends -un paso más allá- la cámara en mano nos recuerda mas bien a ese periodismo amateur que inunda los canales de youtube. Aunque claro, aquí estaríamos hablando de una youtuber, Naomi Kawase, con un sentido estético refinadísimo. Asocia su cine a un tipo de vídeo empleado en el documental y el periodismo -en el registro de los hechos- lo cual inevitablemente empapa todo el film con un barniz de autenticidad.

Por ilustraros la ilusión con la que me ha cazado el film. Al terminar la película he navegado por la blogosfera intentando confirmar lo que probablemente sea un engaño: la escena del parto es real, y ese es el hijo de Naomi Kawase - ¿no? Si alguien sabe algo, por favor, no se lo calle.
Manuel Castro
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1 de junio de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es peculiar esto del cine de Kawase. En un principio, la lentitud de la cinta me aburre y me parece medio insustancial, pero a medida que pasan los minutos me siento más magnetizado y enganchado a las imágenes, totalmente quieto aunque no pase nada. Digamos que esta directora tiene talento para recrear situaciones de la forma más realista que se pueda imaginar. A menudo pierdo la noción y me olvido de que se trata de una película creyéndomelo todo, sea por fuerza de las actuaciones, la ausencia de música o las imágenes que bailan. El espectador se torna un elemento más y yo por lo menos me quedo embobado hasta el punto de irritarme si alguien me interrumpe el visionado de su película.

En este caso, la película se despliega con cámara en mano, como si el espectador estuviera corriendo y persiguiendo a los chicos. Aparecen sutilezas que se captan por la concentración intensa que se deriva de las imágenes, siempre ligadas al sentimiento y expresión de sus personajes. En este caso, se nos aparece una sutil crítica al mundo de las apariencias en Japón, en donde se reprimen ciertas emociones de cara al exterior. Un baile resurge, y es por conveniencia social, y es alegría lo que se muestra porque la alegría vende y es contagiosa. ¿Lo es igualmente el dolor? Puede, y por ello se reprime hasta cierto punto ¿Es eso correcto? Puede que sí, puede que no. La película no da respuestas. Más que eso muestra.

Uno tiene la sensción de que se podría haber ido más lejos en esta película, y algunos diálogos podrían matizarse mejor para dar en el clavo o sintetizarse en torno a un grupo de temas. No obstante, esta dispersión resulta incluso conveniente, y la película rezuma un aroma propio y muy tranquilo.

Hay varias cosas que me ha transmitido esta película, y a menudo no se podrían expresar con palabras, pues es la fuerza de la imagen lo que incumbe, y en mi cerebro pues se han desarrollado imágenes ligadas a la emoción que solo tienen cabida por medio de acciones: un baile, una carrera...
kapinta
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