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Críticas de José (FullPush)
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Críticas 313
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
29 de septiembre de 2021
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
22/07/2017

A raíz de la muerte del cantante de Linkin Park, me asaltan algunos pensamientos y emociones a los que quisiera dejar paso. Dos apreciaciones. Primera: no es el primer suicidio ni el último, ni en el mundo artístico ni en el del común de los mortales; no es, tampoco, supongo, el más importante, signifique lo que signifique eso (ver El mito de Sísifo, de Camus, donde el suicidio es el “único problema filosófico verdaderamente serio”). Segunda: no sé si la historia reservará un lugar en el recuerdo para este grupo concreto, y lo cierto es que me trae sin cuidado, ahora, mientras escribo esto; de hecho, llevaba años sin escucharlos y me he perdido por el camino sus últimos trabajos, así que desconozco también su evolución, aunque intuyo que más de uno echara fuego por el culo ante sus éxitos. Minucias.

Desde aquí, me posiciono: Linkin Park, sus integrantes, fueron ese amigo de la infancia (la alargo mucho) al que le debo algunos pliegues del sistema desastroso que soy yo. Sin ellos, como suele decirse, habría sido algo distinto, ¿mejor, peor?, lo cierto es que de no haber sido ellos los canalizadores de mi frustración de aquel entonces, lo habrían sido otros. Lo sabemos. El mundo es grande y sus agentes de influencia variopintos. Ahora bien, siempre existirán las simpatías, los tributos, “la circunstancia” y, sobre todo, la necesidad de compartir algún discurso, alguna voz, un cierto grito que desgarre el velo, la indiferencia, lo inconmovible. Vengo a decir que ellos, y otros, fueron motor de resistencia en un momento en que la música fue todo para mí. O casi. Hoy en día, otras artes ocuparon su lugar, tristemente, me parece, a veces… Tuve que elegir qué parcela cultivar. Ya volveré.

Al enterarme, pues, del suicidio de Chester Bennington, me sacudió un escalofrío, se despertaron los fantasmas que me habitan y me ensucian la mirada. Fue bonito y emotivo en realidad, debo reconocerlo, ese sentimiento que te invade al echar la vista atrás y recordar, con bastantes años más, de dónde vienes, lo que has sido (y aún eres). Sin rodeos: lloré, mucho, mientras reveía el Live in Texas y me embriagaba, a la manera proustiana, la nostalgia, la saudade, la conciencia de la fugacidad y vacuidad de todo… memento mori y tal. Con una particularidad: Chester se quitó de en medio él mismo. Aquí es donde entran la amistad de infancia comentada y las dos apreciaciones del principio, ya que me dolió, me está doliendo, sin motivo, al modo que, intuyo, ha de doler un suicidio que te cae cercano. No es cualquier cosa. No es llegar a viejo. Es una acusación. Una sentencia.

Me da por pensar en el abismo y los demonios. En todas aquellas personas que tienen la oscuridad dentro de sí, aunque no lo manifiesten. Me duele aún más. Me reconozco y me proyecto en el pasado o el futuro incierto, sufriendo, de manera inesperada, sin armas ni respuestas frente al muro de la psique y el derrumbe. Todo se cae. Acude el vértigo. Falta una mano, una palabra que te salve del vacío y la negrura. No estás aquí. Nadie lo está. Soledad. El abismo y tú. El rostro ciego. El frío indescriptible y la certeza de que, sí, todo está en tu cabeza, así que sal de ella, hay mucho más, ¡observa! Y sin embargo…

La inestabilidad no se elige. Puede potenciarse para bien en la faceta artística, por ejemplo, ser el germen del genio, la razón de una singularidad, el espacio de experimentación desde el que perderse y encontrarse, en un toma y daca peligroso, en busca del fuego prometeico. Hay quien se quema, por supuesto. No es fácil aguantar la mirada al monstruo, decíamos. Iré más lejos: no está bien visto. Cada día constato que nos hacemos más mojigatos; callamos más y más esencialidades de nuestro discurrir mental, ofreciendo una versión muy depurada y completamente inane de lo que se supone que debemos ser, en detrimento del infierno interior que nos perturba. El resultado es claro: narcisismo y depresión van de la mano y se despeñan por el precipicio cuando, ¡oh!, nadie lo esperaba. “Parecía tan feliz.” Basta un mal día. Algo de viento. Un empujón y el sistema se desploma.

No me creo vuestros timelines, vuestras fotos, vuestras poses y felicidad de quita y pon, ahora te quiero y ahora no, mercantilismos. No hay nada dentro. Lo habéis matado. Estáis matando al diferente y al que sufre, lo arrinconáis con vuestros selfies y me gusta, sois la Policía de la emoción única y estéril, el Leviatán de nuestro tiempo (aunque no sea solo culpa vuestra). Sé que algo os duele, que tenéis dudas, qué digo, sé que no tenéis ni puta idea. Ni yo tampoco. Sed más sinceros. Abriros más. No hace falta que lo publicitéis, me da lo mismo, pero pensadlo, pensar-OS. Conviene acariciarse los espíritus.

A lo que iba… No he podido evitar la tentación del clic, el puto morbo. Circulan por ahí algunos videos del último concierto de Linkin Park en Inglaterra, donde encontramos a un Chester muy cercano pero ausente, abrazado a los espectadores cara a cara mientras canta con los ojos apagados, despidiéndose, dicen algunos, y lo suscribo. No obstante, existe otra lectura de los hechos, y es que el cantante estaba pidiendo ayuda, buscando algún contacto verdaderamente humano con su público, tirando del hilo trascendente que le reconectara a la vida y le diera algo de impulso para seguir luchando. Analizo entonces detenidamente la escena: decenas de teléfonos móviles se agolpan en el rostro de su ídolo, capturando el momento (¿para qué?) sin prestar auténtica atención a lo que pasa. Como siempre. Ato cabos: hace frío en el alma del que sufre; no le ha llegado tu calor. Apenas superficie.

La sociedad se encamina hacia el suicidio colectivo y yo, como Cioran, procedo a pasearme entre las tumbas. Admiro a la vida que palpita en los contrastes. En la asepsia no hay amor ni salvación ni escapatoria. Falta un motor que nos reúna y signifique. Una emoción de aquella infancia de tributos, simpatías que nos vieron revivir.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
José (FullPush)
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Bo Burnham: Inside (TV)
ShowTV
Estados Unidos2021
7.9
3,220
Intervenciones de: Bo Burnham
7
28 de septiembre de 2021
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tengo un demonio dentro
STOP
Quiere salir
STOP
Voy cercando precipicios
por si cuela,
pero no.
Me espera aquí.
--
Hace mucho que no escribo. Lo de arriba es un recuerdo de juventud que, de vez en cuando, me atosiga. No he vuelto a hacer poesía en 5 años. Lo que sigue es más una radiografía personal que una crítica al uso (qué novedad). La inmortal dicotomía entre objeto artístico y receptor. Para mí, el arte auténtico nace de la comunión entre ambos, de la comunicación de una inquietud profunda que necesita ser manifestada, arrastrada a la luz desde su fondo de tinieblas. Quizá solo entrevista, como en un sueño, tal inquietud no existe hasta plasmarla. Quiero decir, existen sus efectos, qué duda cabe, aun cuando dudemos de todo, pero ponte tú a exponer que el edificio está en llamas… Grita y arráncate la piel entre las gentes de la calle, nadie huele tu peligro de animal acorralado, cautivo, inside. ¿Hablamos de uno mismo? Es probable. Y de Foster Wallace o de una generación suicida, inoperante por su trasparencia. Ansiosa.

Menciono la poesía y debo reconocer, a riesgo de no explicarme, que si algo entendí en la vida fue a través de ella. Si alguna vez rocé un ligero pliegue de verdad, fue gracias a la ambigüedad y la oscuridad del verso, que todo lo envuelve y lo sublima, rescatando su misterio en lo esencial, tan poca cosa. Y así andamos, detrás de una quimera: la ilusión agotadora de ese estado último en el que, oh, seremos felices. ¿Felices para qué? Dios mío, o universo incognoscible, alzo mi vista a ti con el ruego de todos los días: quítame el barro de los ojos, enriquece mi mirada para que pueda contemplar tus maravillas. Si no he de ser creador, sea yo creativo. No hay mucho más, pero me cuesta tanto a veces. Con el humor, igual. Poesía y humor, armas cargadas de futuro/esperanza u otro bote salvavidas… cualidades netamente humanas. Ahora y siempre. Cito a Voltaire: “La vida es un naufragio, pero no debemos olvidar cantar en los botes salvavidas.” Y a Borges: “Dame, Señor, coraje y alegría para escalar la cumbre de este día.”

Dicho esto, creo haber introducido la cuestión. The question. Pregunta sin respuesta. ¿Quién es Bo? Somos todos. ¿Y después? La ambivalencia, la búsqueda, la duda y el dolor. El miedo. Vivir buscando, morir sin haber hallado. Pero reírse. Y hacer poesía/comedia del perseguido y su perseguidor, o del perseguidor que es perseguido, da lo mismo, cae la máscara y no es Bo, soy yo. ¿Cortázar? Dije que esta crítica sería una radiografía y es un psicoanálisis. Seamos objetivos: Inside es hija de su época (qué sorpresa), viene a hablarnos de un estado de cosas, mental, rayano en la esquizofrenia. Es el hombre y sus demonios -- cuando importa es así, al menos desde la condena a esta maldita manía psicologizante. Supongo que se entiende, me entiendes, carne de terapia, siéntate en el diván y me cuentas tus miserias, escarba que algo encontrarás, algún traumita que nos sirva para el caso, hay que engrosar el historial, paciente mío y querido, ¿seguro que estás bien, equilibrado y dichoso? ¿Perdonado? No lo creo. Aquí nacen bastantes de los problemas y cadenas de Occidente. ¡Temor y temblor sin trascendencia!

Punto y aparte, pero masco la misma idea… Gente mirándose el ombligo. Es peligroso. El autor de esta obra a analizar, por si nos olvidamos de que existen él y ella, es un showman. Un hombre orquesta asombrosamente dotado para la performance y el teatro de la vida y/o el escenario. Ha sabido pensar y se ha pasado el juego, retando cara a cara a su vacío, al abismo que acecha tras la toga carnavalesca y frívola con que disfrazamos desnudeces y la más completa ineficacia para la armonía. Ángeles caídos o no, vagamos huérfanos desde hace tiempo, nosotros, extranjeros, otredados, jirones hipotéticos sin cúspide. Probablemente no importe, es un suponer, todo es azar y blablablá, pero no vale. Ya no. Por eso este enredar con las palabras y hacer arte; por eso este SOS. No se trata de idolatrar dandismo, sufrimiento y Baudelaire, la mente adolescente no distingue, se violenta. ¿Hay catarsis en el reino del hastío?

El ejemplo más valioso es la pieza All eyes on me*. Obra maestra de la precisión, medida al milímetro, pero efectiva, sincera y desgarrada, como todo el especial, reflejo de un momento en que el poeta se transforma, fingidor, pessoano, equivocando a los distintos yos que lo conforman. Capas de azul se superponen a modo de olas, mecer fatal, nana sanadora, canto del cisne y mirada perdida que, sin embargo, mira al objetivo. Diálogo de sombras desdobladas: las proyectadas en la pared de cualquier habitación del mundo y aquellas que cuestionan al que observa al otro lado. Pienso en Shakespeare y su cáscara de nuez, amo y señor del espacio infinito. Sin embargo, ¿existe el ser si nadie lo percibe? Si un árbol cae en un bosque aislado, ¿hace ruido? La paradoja nos trae de cabeza algunos siglos y quizá las RRSS sean la plasmación más fiel de esa diatriba filosófica. Lo que está claro, o me interesa, es la doblez: pedir a un tiempo “manos arriba” como un himno/mantra y que te recen, please, porque te hundes.

(continúa más abajo)
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José (FullPush)
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8
16 de octubre de 2019
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria” – Ernesto Sábato.

Casi todos concuerdan en su calidad, muchos lo dicen y varios se extrañan: Todd Phillips ha parido un engendro, es decir, algo impropio de él y que poca gente esperaba dada su trayectoria; algo difícil de ver en el Hollywood actual: una obra con personalidad. Acuciante y enfermiza. Un fenómeno viral. Es, ni más ni menos, que un espejo de Stendhal, que nunca fue inocente, transitando los caminos de los parias, renegados del diablo. En otras palabras, Joker es la bilis y el esputo, la ira irreprimible, la risa guasona y el tic nervioso. Una bomba a punto de estallar al ritmo cadencioso de Islandia y sus acordes fantasmales (enigmática y envolvente banda sonora, por cierto)… Antes de entrar en detalle, no suscribo su cariz de obra maestra, le falta un punto de locura en el guión (ese flashback), bastante clásico, a pesar de todo, y es que estamos ante una obra rigurosa, de hechuras setentonas, deliciosas, en la línea del mejor cine americano, el de siempre, el que deja traslucir un fondo de violencia irremediable, motor y combustible de un imperio recubierto por la sangre. América es desierto y es vergel, es oasis y es vorágine que todo lo engulle. América está loca, como loca está la sociedad. No hay velo. Solo baile de máscaras y clowns: “sois la mierda cantante y danzante del mundo”.

Cito El club de la lucha como podría citar Un día de furia, con ese Michael Douglas repartiendo tiros y maldiciones. Hace falta bien poco, realmente. Menos de lo que nos quieren hacer creer y de lo que estamos dispuestos a reconocer. Menos, desde luego, de lo que necesitó este Joaquin Phoenix excelso, víctima y receptáculo de todas las iniquidades, personales o venidas del Sistema inconmovible, o directamente de las bromas de los dioses. Ríe, ríe, pequeño bastardo, inútil frente a tu vida que no controlas; incapaz frente a los miedos que te atenazan; presa y producto de tu desorden mental, patología andante, error de cálculo y psicosis, ¿quién vendrá a restablecer tus equilibrios? ¿A quién coño le importa(s)? Phoenix es un virus, la vendetta de los marginados, el líder improvisado por la desesperación, el desasosiego encarnado. Más allá de Alan Moore, su Joker es apolítico, amoral, tóxico y desnortado, carece de un propósito y, en ese sentido, está en consonancia con los tiempos. Importa poco, al menos a mí, su pasado turbio de soledad y engaño, no requiere explicaciones ni justificación (aquí rechina el guión): el Mal está en nosotros, agazapado, esperando su oportunidad.

Quiero decir, se entiende y comparte la parte dramática (“yo soy yo y mi circunstancia”), el engranaje, su solidez negrísima, existencial. Digo que no hace falta. Hay quien mata -por decir algo- de aburrimiento, por diversión, para sentirse -jeje- vivo. ¡Vete a saber! A estas alturas, lo raro sería sorprenderse de que un inadaptado carezca de motivos. La alienación es el arma más poderosamente degradante y aniquiladora que se ha inventado, sin quererlo, ¿quizá otro error de cálculo? La Metrópolis de Lang se viene abajo, la máquina-corazón está en las últimas, el mercado no es líquido, como dijera Bauman, ahora deviene gas, inasible ficción que pretende explicar lo inexplicable, anudar nuestra histeria o narrativa colectivas… ¿quién cree ya en nada? La rebelión del Joker va más allá del Industrialismo y el control de los medios de producción, discurso caduco; va más allá de ideologías, clases y reparto de poder o dinero, aunque también; es la mitificación de la urgencia y la catarsis, la anarquía de la escapatoria a esta carrera de ratas en que Occidente se ha enredado y no consigue desgarrar. Es icono de la peste.

No, los Freaks de los que hablaba no se rebelan contra los guapos y el arribismo, como en el clásico de los 30, “valiente hasta la náusea”. No solamente. El engendro de Todd Phillips tontea con el abismo, bordea y abraza sus orillas de lodo, rabia y pintura disparada. Es avispero de incomprensión, a la manera de Taxi Driver, sí, o, más aún, El rey de la comedia (1982). De hecho, la elección de De Niro como contrapunto sensato (¿madurez o adocenamiento?) al payaso desatado tiene mucho de guiño, reverencia o claudicación. Es el maestro pasando el testigo a su alumno aventajado en energía y ferocidad. El actor frustrado que persiguiera a sus ídolos del late show y el stand-up acabó, por arte del destino y su macabro sentido del humor, presentando su propio y exitoso espacio 37 años después, como si de una gran meta-película se tratara todo esto. Pim pam pum y el trono cambió de dueño. Aplaudamos al recién llegado entre manifas, bocinazos y molotov. Joker es puro Scorsese en realidad (me acuerdo de Cage conduciendo ambulancias en Bringing Out the Dead, 1999). El tono es muy parecido: granulado, oscuro, incómodo y decadente. Apocalíptico sin Vietnam. Directo al nervio. Eléctrico.

(continúa sin spoilers)
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José (FullPush)
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The Riddle of Lumen (C)
CortometrajeDocumental
Estados Unidos1972
7.2
61
Documental
8
26 de julio de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sinfonía -muda- de la desaparición, donde el color, cual sinestesia infantil, se toca. El cine como lenguaje imaginal es elegíaco por naturaleza, un receptáculo de ausencias e invocaciones; en este caso luz-enigma ("riddle") del tiempo sin tiempo, anterior a la conciencia. Un imposible, en suma, para el artista visionario, coleccionista de esencias y formas puras; alquimista sabedor de su impotencia y su caída. Aun así intentándolo, hasta el límite de lo expresable, en un saludo-despedida que lo abarca todo. O casi. Paralelamente al Ciudadano Kane, nuestro Rosebud pudiera ser ese trineo en la nieve al que no volveremos... o bien el plano de un hombre que se esconde entre los árboles (¿existe de verdad o lo estoy imaginando?) mientras observa el muro infranqueable de unas ramas tras las cuales juega, indiferente, la niñez bañada por el sol. Invitación, por tanto, solo quizás, a dar el salto inexplicable de la fe, tercer estadio de los místicos y locos que se empeñan en creer/crear.

Si bien habrá quien juzgue estos paisajes ideales o bucólicos, una traición al "buen sentido", yo elijo la magia y el ilusionismo. Al fin y al cabo, de algo hay que morir. ¡Qué duda cabe!

PD. Para saber más, ver As I was moving ahead occasionally I saw brief glimpses of beauty, de Mekas.
José (FullPush)
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9
1 de julio de 2018
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sharasojyu no parece tener una traducción concreta en japonés, más allá del festival de verano que acaece en un pequeño pueblo nipón allá por los 90, por inventarnos unas coordenadas en el espacio-tiempo que, en realidad, ni nos importan ni nos aclaran. Aunque este sea mi primer acercamiento a la obra de su directora, bastante valorada en según qué círculos alternativos, servidor tiene la sensación de conocer el lugar, de reconocerse en él, pues transpira el espíritu universal que podría formar y desgarrar las venas del cine más puro de aquellas latitudes (Ozu, Mizoguchi, Kurosawa, etc.). Como un animal herido, Naomi Kawase se deja llevar por los ritmos internos que sugiere el respirar, captando intuitivamente la cadencia de los muertos y la ausencia, que, ya desde el principio del relato, nos acompañarán. No hablaremos aquí de “trozos de vida” sin manipular, aunque el acercamiento a aquello que podamos entender por trama o problemática es, o aspira a ser, a la manera del documental, invisible. Lo llamaremos danza, pirueta o arrebato sobre el borde deslizante del vacío.

Un paso en falso y se acabó…

Es muy probable que esta crítica, o intento de ordenación de mis sinapsis arbitrarias, no diga nada. De un tiempo a esta parte, cada vez más, olvidé cómo decir. Soy todo balbuceo y, de vez en cuando, me rebelo contra el velo prometeico y alzo el vuelo como un Ícaro miope que cayera desde el cielo chamuscado. Malrimando acepto entonces mi castigo y favorezco que este ciclo de ilusiones y desgarros recomience, ad eternum, hasta el hueso que no es hueso sino lágrima furtiva, renovada, agradecida: “gracias a la vida, que me ha dado tanto.” Pero todo esto suena a coda* o capitulación y, sin embargo, estamos a mitad de crítica. ¿Dónde estamos, realmente? Sin aviso, la luz y el temblor, la cámara-vampiro de Naomi recorriendo los parajes de la infancia próxima a romperse, frágil, sin un grito, solo árbol en el viento. Bienvenido. Toma 1.

Me acaba de venir a la mente, sin quererlo, el cine de Abbas Kiarostami, la mirada interrogante de aquel niño que corría, esta vez ajeno al juego, en busca de la casa de su amigo. ¿Seré ese niño o este otro que ha perdido de repente a sus hermanos? Uso el plural porque en mi caso y en mi casa somos varios, pero espero que se entienda lo que digo, o no digo. Lo que callo y lo que exhibo con maneras que son propias de culturas tan distantes: España y Japón, aunque hermanas muy lejanas, no se parecen. Basta observar el tratamiento del dolor y la pérdida, la mudez frente al escándalo; distintas procesiones de la muerte en una misma profesión: sobrevivirse. Recuperar lo que se pueda y hacer tiempo con el tiempo que se marcha y que nos queda. Como hiciera Van Sant en su tetralogía del silencio y el desierto. Respira. Camina.

O pinta un cuadro que conjugue: sonido ambiente: monotonía y tintineo: ¿amenaza o ritual? Elipsis en fantasma, diría Ángel González… y luego flores, indicios de amor entre las flores de un jardín que se resiste a perecer bajo la nube omnipresente. Me repito, para mostrar que en cierto modo existe un hilo conductor, emocional: de la metáfora a la realidad tangible: el hijo vivo pinta un cuadro del hijo muerto; en el pueblo suenan sones de campana funeraria todo el rato; en ese mismo pueblo nacen flores, pero está siempre nublado. ¿Será posible?

Ya convinimos (¿dónde?) que todo es parte de lo mismo, el mismo ciclo repetido desde antiguo. Exiguo batallar contra miserias que nos llegan demasiado pronto, demasiado rápido, demasiado hermosos. Poco hechos. Como a medio. ¿Pero hermosos? Muy hermosos. Con los ojos inocentes y redondos, seas japonés o españolito renegando. Entra en escena la música, por fin, tocada torpemente al piano por una vecina amiga, y tú renaces, no sé, se te remueve algo ya olvidado dentro de ti, algún fulgor arcano y secreto. Todos los fuegos, el fuego. Y el signo, siempre el signo que se invoca sin ayuda de los labios. De lo que no se puede hablar, hay que callar la boca… Sé que exagero, la catarsis no es esta todavía. Viene en forma de lluvia (bendita lluvia, no podía ser de otra manera**) y nunca fue filmada: ¡es la puta eternidad!

Ahí los tenemos, felices. Sin razón aparente. Bailando. Tras largas secuencias de pasillos, recovecos, planos de animales ignorantes y trayectos sin propósito que esconden una incapacidad tan arraigada como humana, la de superar la indiferencia y la incertidumbre ante el destino; la de apostar cualquier moneda ante el azar siendo un autómata, Un hombre que duerme (1967 + 1974). Ante eso, digo, una mujer. Varias mujeres que se alían para obrar, entre todas, el milagro de alumbrar la nueva vida entre las ruinas mientras, educada, reverente, la cámara se aleja poco a poco haciendo magia sin varita ni artificio más allá del canto inextinguible que recorre el universo. Toma 1. A vista de pájaro, lo pequeño y cotidiano se hace grande y habla alto y, entonces, con los ojos empapados y las llagas muy candentes, confesamos: yo creo. Yo celebro***. Soy abrazo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
José (FullPush)
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