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Criando ratas

Drama ‘El Cristo’, reputado delincuente juvenil, tiene una deuda con uno de los narcotraficantes más poderosos de su barrio. Bajo los efectos del consumo de sustancias estupefacientes e inmerso en un estado de desesperación, lleva a cabo todo tipo de actos delictivos para conseguir el dinero. Poco a poco, irá cometiendo errores que le harán ganarse muchos enemigos. Paralelamente, muestra las aventuras y desventuras de tres chavales que están ... [+]
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Críticas 24
Críticas ordenadas por utilidad
25 de enero de 2021
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ni estamos en los 80, ni Carlos Salado es Eloy de la Iglesia. Antes podías dejar pasmado a un público infantilizado con historias de kinkis y echándole un poco de fantasía sin que se notara, pero décadas de "Callejeros", "En el punto de mira" y "Equipo de investigación" nos han enseñado sobradamente los bajos fondos de la sociedad española. Y algunas cosas ya no cuelan.

Aparte de eso, las actuaciones son penosas hasta llegar al nivel de decir las frases de carrerilla, más preocupados de no olvidar una palabra, que de acompañar las frases con lenguaje corporal (claramente no son actores).

Y qué decir del guión... Un pastiche de media docena de subtramas o más, donde al final no te importa ninguna de ellas porque cuando vuelve a aparecer ya llevas un rato viendo otras cosas. Quien mucho abarca, poco aprieta.

Tampoco quiero hacer más leña del árbol caído, porque en la introducción ya nos cuentan que esta película se ha hecho con pocos medios y mucho tiempo libre. Demasiado mérito tiene que al final haya llegado a la sala de montaje.
echulin
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5 de febrero de 2017
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre el documental, el neorrealismo y la película de principiante se mueve la primera aventura cinematográfica de Carlos Salado. Ambientada en un barrio marginal de Alicante, cuenta la historia de un delincuente y drogadicto de medio pelo que cava su propia fosa en cada golpe de aire que mete en sus pulmones. Esta es la película que periódicamente se hace en nuestro país dentro de lo que se ha llamado cine quinqui y que varios directores, entre ellos Eloy de la Iglesia y Carlos Saura, hicieron en su momento.
¿Era necesario?
Pues sí.
Han pasado cuarenta años desde Perros callejeros y que un director novel se atreva con esto es de agradecer. Es como un “vamos a ver cómo anda esto”. Y por lo que muestra, “esto” está como hace cuarenta años. “Gran labor” la de los políticos y la de todos los que han tenido los medios y el poder para mejorar nuestra sociedad. Había una clase social, hace cuarenta años, ignorante, manipulable e indefensa, viviendo al borde del delito cuando no sumergido en él. Entrando y saliendo de la cárcel, mientras hacían tiempo para morir de cualquier manera.
Cuarenta años después ahí continúa. Igual o peor. Porque si el anterior cine quinqui tenía su escenario en las grandes metrópolis, Madrid y Barcelona, esta película de ahora transcurre en una ciudad media, tirando a pequeña, como es Alicante y que también tiene su barrio marginal. Se puede decir que en estos años casi todas las ciudades españolas han conseguido su barrio lumpen. Un éxito de nuestros gobernantes. Si a este panorama le añadimos la cantidad tan grande de plataformas sociales reivindicativas que han surgido se puede sacar la conclusión de que nuestra clase política ha fracasado estrepitosamente.
Realizada con actores no profesionales, el film respira un aire de improvisación, frescura y digámoslo también, déficit interpretativo, que no perjudica, al revés, el valor de lo narrado.
Lo más creativo y artístico son los planos largos de esas colmenas, cuya construcción debió servir para llenar arcas de partidos y de politicastros de entonces. Y esos primeros planos de rostros esculpidos en la miseria y la derrota. Destaca el actor que hace de dueño de perros de pelea. Podía pasar por actor profesional.
El desarrollo de la acción es como un lienzo que recibe unos brochazos intensos, violentos, inconexos a veces, como si de un cuadro expresionista se tratara.
Es tan auténtica que su grabación debió paralizarse un tiempo porque su protagonista ingreso en la cárcel debido a que en un uno de los traspiés reales que dio le pasaron cuentas. Ahora trabaja de paleta con un familiar que es constructor.
Lo mejor del film es el histriónico personaje, el Mauri, delgaducho, con gafas que se pasa la película intentando conseguir unos “euricos” para estar con su enamorada que ejerce la prostitución y que no quiere saber nada de él. Se marca, mendigando, un monólogo, con baile incluido, divertidísimo.
La película se puede ver gratis en internet, http://www.criandoratas.com/.
Gracias a Carlos Salado por no dejar que olvidemos lo mal que socialmente se han hecho las cosas en este país.
A mí me gustaría más que fuese catalogado como cine de denuncia que como cine quinqui. El concepto quinqui parece que lleva en si la aceptación de que lo quinqui es para siempre. Y un país como el nuestro que tanto habla del bienestar debería avergonzarse de ello.
En algo que hemos evolucionado en estos cuarenta años es en que debido a nuestra entrada en la Comunidad Europea, a estos barrios marginales también ha llegado lo mejorcito de nuestros países hermanos.
La banda sonora muy inspirada.
cinefiloman
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27 de febrero de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con todo lo que la rodea, hasta sabe mal hablar de una película así. Todo lo que tiene detrás, hasta que se hace el montaje final y está lista para su distribución, queda como material para hacer otra película igualmente interesante. Los hilos que la mueven, las motivaciones, sólo hablan bien de quienes estuvieron detrás de este proyecto. Hay mucha poesía del descampado, tal cual recordamos los suburbios de las grandes ciudades en el cine kinki de verdad, el que se hizo en los años ochenta. Los homenajes ahí quedan, este Cristo no es el Torete, pero sale el 'cien duros' descamisado y te lo crees tanto como el vecino colgao que vive en tu edificio.

Sabe mal hablar de una película así porque todo son buenas intenciones... Pero es que está muy mal hecha, no tanto como para gritar a los cuatro vientos que me sangran los ojos, es cierto que se adivinan intenciones... Pero es un desastre el montaje, la desconexión entre escenas, la ausencia de coherencia en el guión... A menudo no podemos dejar de ver con objetividad, no podemos dejar de ser críticos. Y es que esta película rodada con la cámara de un teléfono móvil 1G de hace mil años hubiera sido la misma. Es mala de cojones. Es cutre de cojones. Y eso puede gustar a muchos.
Luisito
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19 de enero de 2017
9 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
”Me estoy cayendo parriba, mami dame la bendición.
Aunque que no consiga nada, mami tuve mucha ambición.”

Ready Pa Morir, Yung Beef

Criando Ratas se está defendiendo a la manera de una revisión del género quinqui, un género muy enquistado en un periodo muy concreto -la transición-, desarrollado en paralelo a unos indicadores de bienestar social no muy diferentes a los actuales y con unos formalismos y dejes muy determinados. Nada que objetar, pues es obvio que De La Loma, De La Iglesia y las explotaciones autonómicas de Jordi Grau, Ignacio F. Iquino o Juanma Bajo Ulloa -en sus primeros cortos- son claros modelos. Lo bonito, sin embargo, reside en otra cosa.

El modelo de documental sensacionalista -a lo cinema verité- tipo Callejeros, bien por lo irrisorio del presupuesto del que precisa para salir adelante bien por lo fenomenal que le sienta a todo lo concerniente a los extrarradios rollo El Pozo Del Tío Raimundo, La Celsa, Las Mil Viviendas u Hospitalet y los pintorescos buscavidas que en ellos residen, ahora, siendo de sobras conocido por su omnipresencia televisiva/youtubera, es que lo prepondera en la forma. A una narración que sigue el cánon quinqui, es decir, que no se sale del patrón trágico que marca el Scarface de De Palma y se sustenta en uno o varios protagonistas de dudosa moral e higiene pero validados por ser las circunstancias impuestas por unos poderes socieconómicos de ética todavía peor que la suya, en personajes de gran carisma, esto le viene que ni pintado. Y es que el neoquinqui, que así se ha denominado a la mandanga ésta, es fundir un poco del cine de gángsters para sostener una trama mínima, otro poquito de arramplar con el pulso estético de Romain Gavras y demás defensores de la neo-estética quinqui y arrabalera y un mucho, o directamente todo, colgar a la película de un arnés aferrado al carisma de sus protagonistas y ver si se sostiene la cosa. Que lo hace, aunque no salga Ramón El Vanidoso.
Jark Prongo
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19 de marzo de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película es exactamente un viaje al universo “neo-quinqui”, término que agrada a los responsables de la cinta, pues se declaran admiradores del género. Es una obra que tiene todo el tinte de cine cuasi documental.

El largometraje fue rodado entre los años 2010 y 2016, de forma independiente y colaborativa, por el productor Rubén Ferrández y el director y compositor Carlos Salado, encargado de su realización, del guión, de la fotografía y de la banda sonora. Puede parecer demasiado, pero Salado acomete todas estas tareas y desempeña todas estas funciones con una integridad y un arrojo encomiables. La película es de gran crudeza, pero sin resultar excesiva en sus escenas de sexo ni de violencia.

Esta película empieza cuando dos ex-alumnos del Centro de Estudios de Ciudad de la Luz de Alicante, Carlos Salado y Rubén Ferrández como Jefe de Producción, ambos jóvenes de veinticinco años, se disponen a rodar en barrios de esta capital levantina una historia de ficción, con hombres, mujeres y púberes que arrastran sus miserias y su odio por los barrios de Colonia Requena, San Agustín, Virgen del Remedio o Mil Viviendas. Una película sobre la delincuencia juvenil protagonizada como rezan los cánones del género, por "actores naturales", gentes que viven en carne propia la exclusión a todo nivel.

Es un proyecto de lo que se suele denominar DIY (“Do It Yourself”); o sea: “Hágalo usted mismo”. O más castizamente, como dice la “Letrilla Satírica III” (que forma parte de un conjunto de 25) de Francisco de Quevedo: “Yo me soy el rey Palomo: / yo me lo guiso y yo me lo como”. Efectivamente, sin apenas presupuesto, salvo unos cinco mil euros que salen del bolsillo de los implicados Salado-Ferrández, vuelve el heredero legítimo del cine quinqui. Es una película que emana el genuino amor por el cine, hecho con entrega, pasión e ilusión.

La moraleja de la película es "que quien juega con fuego se quema" y su principal valor, "la autenticidad". "El que quiera saber lo que pasa en la calle, que vea Criando ratas, asegura Salado. Y no le falta razón. Aquí no hay truco ni cartón, la cámara, los personajes reales y lo que ahí sucede.

Con relación a los improvisados actores, el director ha procurado no darles ningún guión o diálogo previo, sino explicarles las escenas para que las interpreten como ellos quieran. Incluso los propios actores han aportado muchas ideas.

Martínez dice que en esta película se atisba con toda nitidez el fracaso más íntimo de una sociedad que se niega a reconocerse como es. Lo contrario a un selfie. Esta peli se acuesta del lado de las víctimas y pelea por tocar siquiera la piel magnética de lo escabroso, lo turbio, lo marginal. Quizá, en su más paradójica crueldad, lo que se ve en esta cinta es lo que hace que seamos lo que somos.

Ferrández declara: “Quizá sea ingenuo por nuestra parte, pero lo que notamos es que la gente está con ganas de que le cuenten lo que ve, lo que pasa. Que no le engañen. Y por eso, la recepción que está teniendo nuestra película”. Y agrega Salado: “nosotros no queremos decirle a la gente lo que tiene que pensar. Nos basta con que, después de ver la película, piense. Queremos que sea el público el que se pronuncie”. Así es este largo, una obra para contar lo que está ocurriendo en una parte de nuestra sociedad, y hacerlo sin moralina, sencillamente viéndola, recibiendo imágenes que a más de uno le parecerán increíbles, pero que forman parte de nuestro entramado social, de esta España que se dice en crisis, ¡y vaya crisis!
Kikivall
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