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Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9 de noviembre de 2024
1 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
"¡Cuidado! La bolsa contiene cerca de mil toneladas de plomo."
La Millonaria, Chico y Chica
Vaya por delante que en un 2024 que se siente 1973 en cuanto a poder ver en salas películas que uno cree una tacada así de anomalías que se exhiban sólo podía pasar en la irrepetible década de los 70 (por uno y mil motivos, principalmente de periodo bisagra en Hollywood en cuanto a vistos buenos de producción y de coyuntura violenta y volátil en lo que concierne a la sociedad) Emilia Pérez barre de calle al resto de películas que han conseguido llegar a salas siendo productos extremos, disparatados, desbarres dementes y/o seniles o a saber qué mas´. Esta alucinante mezcla de telenovela, musical, melodrama, película de abogados, thriller, homenaje inconsciente a Félix Sabroso y Dunia Ayaso, film de madre coraje y mil cosas mas, si hubiese un peritaje de ver qué peli desencaja más mandíbulas en este glorioso 2024 en salas, ganaría por varios centímetros de amplitud maxilofacial al resto de anomalías que hemos visto en salas comerciales, que no han sido pocos: La Sustancia y su increíble (y muy Brian Yuzna y saga Dónde Te Escondes Hermano) último acto, ese Coppola en modo Neil Breen con dinero que fue Megalopolis, aquella revisión del Dennis Potter de los musicales bizarros a lo El Detective Cantante que fue El Joker 2 y esa gloriosa y demencial reivindicación del splatter que es Terrifier 3. Ya digo: si cada una de ellas te dejaba en plan "joer, ya era hora de ver algo distinto en cines" que en un mismo año incluso coincidan algunas de ellas en salas es una cosa que a futuros tendrá que venir alguien a analizar qué hizo que esto fuese posible.
Emilia Pérez es la mejor en lo dejar con el culo oblicuo a la gente principalmente porque siendo un musical puro (las canciones no son digresiones, sino que hacen avanzar la trama o explican psicología de personajes) pone a ratos la patita en un narcothriller internacional (no muy lejano a las pelis de los primeros dos miles de Assayas o el propio Audriard, si bien estas eran más locales), en el melodrama over the top sobrecargado de color en la composición de planos (muy a la Douglas Sirk o las revisiones de éste acometidas por el Fassbinder más abigarrado en lo formal) o en los giros y tropos de las telenovelas latinas (que no dejan de ser melodramas de Douglas Sirk pero con otra percepción del tiempo y el espacio fílmico, dilatando ambos a extremos inaúditos y fascinantes). Y, añado, con una elegancia formal y técnica que en el cine francés sólo la recuerdo en la etapa final de Jean Pierre Melville, en la de sus polares de cámara flotante: no pocas de las secuencias de danza están coreografiadas de tal manera que la camara es casi un elemento más en la medida que asoma y se aleja, interviene en el espacio pero no busca jamás protagonismo, pasa desapercibida en la misma manera que un bailarín de fondo/reparto y a la vez es esencial en plano su presencia. Es elegantísima la labor de ¿steady con grúa o drone? en esta peli, y la secuencia del piñazo del coche al final (sin luces) remite a otra secuencia muy similar cuasi en total oscuridad, la del hostión de la protagonista de Demonlover en su huida .
Las canciones son la puta hostia porque por cosas de ser a medias entre francés y español al momento de pergeñarse y luego encima tener que adecuarse a una trama de sentimientos muy intensos, ambiciones, traiciones y grandes historiales delictivos lo que queda en casi todas es algo muy parecido a cuando el sublime dúo vasco Chico y Chica musicaba thrillers con dicción y sintaxis cuasi de risa, aquellas joyas como La Millonaria o Bomba Latina.
La Millonaria, Chico y Chica
Vaya por delante que en un 2024 que se siente 1973 en cuanto a poder ver en salas películas que uno cree una tacada así de anomalías que se exhiban sólo podía pasar en la irrepetible década de los 70 (por uno y mil motivos, principalmente de periodo bisagra en Hollywood en cuanto a vistos buenos de producción y de coyuntura violenta y volátil en lo que concierne a la sociedad) Emilia Pérez barre de calle al resto de películas que han conseguido llegar a salas siendo productos extremos, disparatados, desbarres dementes y/o seniles o a saber qué mas´. Esta alucinante mezcla de telenovela, musical, melodrama, película de abogados, thriller, homenaje inconsciente a Félix Sabroso y Dunia Ayaso, film de madre coraje y mil cosas mas, si hubiese un peritaje de ver qué peli desencaja más mandíbulas en este glorioso 2024 en salas, ganaría por varios centímetros de amplitud maxilofacial al resto de anomalías que hemos visto en salas comerciales, que no han sido pocos: La Sustancia y su increíble (y muy Brian Yuzna y saga Dónde Te Escondes Hermano) último acto, ese Coppola en modo Neil Breen con dinero que fue Megalopolis, aquella revisión del Dennis Potter de los musicales bizarros a lo El Detective Cantante que fue El Joker 2 y esa gloriosa y demencial reivindicación del splatter que es Terrifier 3. Ya digo: si cada una de ellas te dejaba en plan "joer, ya era hora de ver algo distinto en cines" que en un mismo año incluso coincidan algunas de ellas en salas es una cosa que a futuros tendrá que venir alguien a analizar qué hizo que esto fuese posible.
Emilia Pérez es la mejor en lo dejar con el culo oblicuo a la gente principalmente porque siendo un musical puro (las canciones no son digresiones, sino que hacen avanzar la trama o explican psicología de personajes) pone a ratos la patita en un narcothriller internacional (no muy lejano a las pelis de los primeros dos miles de Assayas o el propio Audriard, si bien estas eran más locales), en el melodrama over the top sobrecargado de color en la composición de planos (muy a la Douglas Sirk o las revisiones de éste acometidas por el Fassbinder más abigarrado en lo formal) o en los giros y tropos de las telenovelas latinas (que no dejan de ser melodramas de Douglas Sirk pero con otra percepción del tiempo y el espacio fílmico, dilatando ambos a extremos inaúditos y fascinantes). Y, añado, con una elegancia formal y técnica que en el cine francés sólo la recuerdo en la etapa final de Jean Pierre Melville, en la de sus polares de cámara flotante: no pocas de las secuencias de danza están coreografiadas de tal manera que la camara es casi un elemento más en la medida que asoma y se aleja, interviene en el espacio pero no busca jamás protagonismo, pasa desapercibida en la misma manera que un bailarín de fondo/reparto y a la vez es esencial en plano su presencia. Es elegantísima la labor de ¿steady con grúa o drone? en esta peli, y la secuencia del piñazo del coche al final (sin luces) remite a otra secuencia muy similar cuasi en total oscuridad, la del hostión de la protagonista de Demonlover en su huida .
Las canciones son la puta hostia porque por cosas de ser a medias entre francés y español al momento de pergeñarse y luego encima tener que adecuarse a una trama de sentimientos muy intensos, ambiciones, traiciones y grandes historiales delictivos lo que queda en casi todas es algo muy parecido a cuando el sublime dúo vasco Chico y Chica musicaba thrillers con dicción y sintaxis cuasi de risa, aquellas joyas como La Millonaria o Bomba Latina.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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25 de octubre de 2024
18 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me he subido tardísimo al carro de Terrifier, lo admito. Tardísimo pero a tiempo para anticiparme al resto del público asistiendo al pre-estreno de la tercera entrega de la saga: lo que empezó con un “¿y si vemos una del payaso ese?” a novia hace bien poco ha derivado en una obsesión y entusiasmo por esta franquicia que no sentía desde, no sé, ¿The Human Centipede? Y ojo, que es injusto denominarla franquicia pese a acabar de incurrir en ello: el hecho distintivo de las franquicias (más específicamente, las franquicias de terror) suele ser que prepondera lo mercantil sobre lo artístico, o lo que es lo mismo, que los dos o tres factores que dotan de identidad a una saga permanezcan inamovibles y en torno a estas cuestiones férreas se incorporen y desaparezcan de una entrega a otra actores, actrices, directores, guionistas y hasta técnicos de sonido sin visos de continuidad ni mucho menos relevancia más allá de ser carne de cañón para un fin en la ficción (morirse, mayormente) o en la industria cinematográfica.
Lo mercantil no es baladí, claro: a poco que se revise la historia del cine se caerá en la cuenta de que, sin panoja, un proyecto rara vez pasará de una escaleta a la pantalla, o que por mucho bagaje y reputación que tenga un director, si este lleva a la quiebra a una productora (a lo Michael Cimino) pues ya puede ir haciéndose a la idea de que ahí se acaba su carrera en el cine. En la actualidad, despojadas de los absurdísimos costes de marketing y posicionamiento en la lista mental de prioridades que ver en un cine, las películas han aminorado el coste mínimo en el que incurrir para sacarlas adelante, independientemente de que su acabado sea lustroso o trazable hasta atribuirlas haber sido concebidas en una cochiquera. Toda esta chapa que ni Errejón dimitiendo para decir que Terrifier 3, en lo mercantil, es un producto inteligentísimo por tres razones:
1, manejar un presupuesto que garantice rentabilidad a poco que se licencie a plataformas y que, de tan irrisorio, no sustraiga el control sobre el acabado de las manos de su creador para supeditarlos a consejos inversionistas,
2, estrenarse casi tres semanas antes de Halloween (en EEUU) para asentarse a clavo grapado en lo que ya era su hábitat natural,
y 3, salirse de lo que un coach o deficiente mental llamaría su “zona de confort” para aventurarse en un territorio mucho más apto a hacer números de récord: la Navidad
Aquí de lo que hablamos ya es de la primera saga de terror de autor desde aquella mítica Phantasma de Don Coscarelli. Leone no sé si es listo o del montón, pero sí que resulta obvio que, como fan, es de los que prefieren que existan huecos a rellenar en mitologías confusas (cuando no incoherentes) a que a se les dé mascado todo a los espectadores y su labor quede en la de meros comensales, nada de pararse a conjeturar ni mucho menos a unificar unos puntos que ya vienen unidos y sin huecos que rellenar. En Terrifier tenemos desde la primera entrega unas tramas en retrospectiva y con elipsis temporales que son el primero de los numerosos elementos que generan confusión, terminando por lanzarse en esta tercera entrega a un desideratum de fantasía donde aparecen ángeles valkiria, pórticos interdimensionales (¿o es el averno con lo que se establece un canal?), personajes que dentro de la propia película tienen que lanzar sus propias teorías (las cartas manuscritas del hermano a la protagonista) o que reniegan de la fantasía irreal que ha tornado real para intentar conservar la cordura (la propia protagonista intentando no inmiscuir a su prima menor en la maldición que la atañe). Hay un mundo tan rico en digresiones sobre la identidad inicial de la franquicia (un payaso humano matando a todo aquel con quien se cruza, básicamente), un sembrar iteraciones para luego sorprender rompiéndolas o transgrediéndolas en posteriores entregas de la saga, que pocas veces se ha tenido esa sensación viendo un slasher de que lo único seguro es que la gente va a morir de una manera dolorosa al extremo. O no: en el sublime prólogo Leone se recrea con la duda que establece en el espectador respecto a si el payaso también se atreverá con el tabú de matar a los niños. O, yendo más allá, si se atreverá a mostrarlo en pantalla.
Lo mercantil no es baladí, claro: a poco que se revise la historia del cine se caerá en la cuenta de que, sin panoja, un proyecto rara vez pasará de una escaleta a la pantalla, o que por mucho bagaje y reputación que tenga un director, si este lleva a la quiebra a una productora (a lo Michael Cimino) pues ya puede ir haciéndose a la idea de que ahí se acaba su carrera en el cine. En la actualidad, despojadas de los absurdísimos costes de marketing y posicionamiento en la lista mental de prioridades que ver en un cine, las películas han aminorado el coste mínimo en el que incurrir para sacarlas adelante, independientemente de que su acabado sea lustroso o trazable hasta atribuirlas haber sido concebidas en una cochiquera. Toda esta chapa que ni Errejón dimitiendo para decir que Terrifier 3, en lo mercantil, es un producto inteligentísimo por tres razones:
1, manejar un presupuesto que garantice rentabilidad a poco que se licencie a plataformas y que, de tan irrisorio, no sustraiga el control sobre el acabado de las manos de su creador para supeditarlos a consejos inversionistas,
2, estrenarse casi tres semanas antes de Halloween (en EEUU) para asentarse a clavo grapado en lo que ya era su hábitat natural,
y 3, salirse de lo que un coach o deficiente mental llamaría su “zona de confort” para aventurarse en un territorio mucho más apto a hacer números de récord: la Navidad
Aquí de lo que hablamos ya es de la primera saga de terror de autor desde aquella mítica Phantasma de Don Coscarelli. Leone no sé si es listo o del montón, pero sí que resulta obvio que, como fan, es de los que prefieren que existan huecos a rellenar en mitologías confusas (cuando no incoherentes) a que a se les dé mascado todo a los espectadores y su labor quede en la de meros comensales, nada de pararse a conjeturar ni mucho menos a unificar unos puntos que ya vienen unidos y sin huecos que rellenar. En Terrifier tenemos desde la primera entrega unas tramas en retrospectiva y con elipsis temporales que son el primero de los numerosos elementos que generan confusión, terminando por lanzarse en esta tercera entrega a un desideratum de fantasía donde aparecen ángeles valkiria, pórticos interdimensionales (¿o es el averno con lo que se establece un canal?), personajes que dentro de la propia película tienen que lanzar sus propias teorías (las cartas manuscritas del hermano a la protagonista) o que reniegan de la fantasía irreal que ha tornado real para intentar conservar la cordura (la propia protagonista intentando no inmiscuir a su prima menor en la maldición que la atañe). Hay un mundo tan rico en digresiones sobre la identidad inicial de la franquicia (un payaso humano matando a todo aquel con quien se cruza, básicamente), un sembrar iteraciones para luego sorprender rompiéndolas o transgrediéndolas en posteriores entregas de la saga, que pocas veces se ha tenido esa sensación viendo un slasher de que lo único seguro es que la gente va a morir de una manera dolorosa al extremo. O no: en el sublime prólogo Leone se recrea con la duda que establece en el espectador respecto a si el payaso también se atreverá con el tabú de matar a los niños. O, yendo más allá, si se atreverá a mostrarlo en pantalla.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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10 de octubre de 2024
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Soy una persona nacida en la década de los 80 a la que, desde jovencito, le fascinaba el cine de terror. Esas expectativas generadas por comentarios en patios de colegios, por tutelas y cangureos de hermanas mayores, por portadas de videoclub que poco o nada tenían que ver con la película una vez alquilada esta... todo eso es imposible de replicar hoy día, claro: además de las razones tecnológicas que permiten la visualización inmediata de casi cualquier película una vez se sepa de su existencia (para atenerse a qué buscar) y una alfabetización elemental (para proceder a la búsqueda), esta accesibilidad total a pasado, presente y futuro cuasi-inmediato en cuanto a películas genera una especie de línea estética en el terror más próxima a la circularidad que a la secuencialidad inherente a la época pre-internet (no digamos ya a la anterior a la popularización del vídeo doméstico). Donde quiero llegar es a que si antaño tenías que cruzar los dedos porque uno de tus subgéneros predilectos no fuera de mecha corta (supongamos, por ejemplo, el nefasto ultragore alemán) para no quedarte atrapado de por vida en 10 películas que ver una y otra vez, hoy día, nichos incluso menores en demanda agregada ven incrementarse la cantidad de pelis que ver porque o bien emulan el género sin medias tintas o cogen según qué aspectos formales que al espectador también de nicho le salvarán el año. La verdad es que no quería llegar a esa conclusión, más bien pretendía hablar de sagas míticas de los 80 tipo Phantasma, Viernes XIII o Pesadilla En Elm Street, que es la mejor saga de la historia en estas lides de sostener películas con muertes más o menos imaginativas unidas por un vago hilo conductor y un personaje el cual, en calidad de matarife, más pronto que tarde abandonará el terror puro a lo largo de la saga para soltar chascarrillos más propios del que está medicado y bebe en la cena de Navidad de empresa que lo que se le presupone a un artista de la tortura y el asesinato*.
A lo que iba. El otro día estaba viendo con mi novia Terrifier 2, película de la que nada sabía porque, uno, leer en Letterbox sobre una película concreta es imposible, es como asistir a un concurso de ser lo más ingenioso que se pueda con el menor número de palabras usadas, es decir, es como asistir al rincón de internet más crispante de cuantos existen, y dos, ¿de verdad hace falta saber más que lo que ya muestra la portada de una película con semejante nombre y un 2 añadido? ¿No basta con inferir de esa información expuesta en la portada que hay un payaso a buen seguro bastante hijo de puta, que la cosa va de terror y que hubo una primera película puesto que para algo existe el orden numeral? El caso: que estábamos viendo la película intentando yo no crisparla demasiado a ella con comentarios peores que los de Letterbox antedichos (“¿Es contemporánea la línea temporal”?, “Lleva la bolsa de basura mal, ese payaso tendrá hernia de disco pronto”, “Es malo pero menos bizco que Berna León, 1-0 para el payaso” etc etc) y se iba fraguando en mí la sensación de que no era un simple replicar algunos manierismos de los slashers más brutos de los 80*: ahí había una puesta en escena allende los asesinatos del comienzo que atañía hasta a planos informativos de personajes (como los que mostraban en lento paneo sus habitaciones) de cierto aire malsano, eerie, cripi o como queramos definirlo. En escenas informativas y de cuasi transición, insisto. Y luego, el sueño del set del rodaje del anuncio de caramelos. No el sueño en sí, que también: de qué manera entra en la secuencia, qué montaje hay, qué planificación previa existe (o no, a saber) para lograr esa sensación irreal del conjunto “realidad fílmica-sueño del personaje” que le queda al espectador, sólo trazable en las escenas más demenciales de la saga Phantasma y en las últimas 20 películas realizadas por el más grande en esto de convertir películas enteras en experiencias sólo comparables a pesadillas febriles, Lucio Fulci.
A lo que iba. El otro día estaba viendo con mi novia Terrifier 2, película de la que nada sabía porque, uno, leer en Letterbox sobre una película concreta es imposible, es como asistir a un concurso de ser lo más ingenioso que se pueda con el menor número de palabras usadas, es decir, es como asistir al rincón de internet más crispante de cuantos existen, y dos, ¿de verdad hace falta saber más que lo que ya muestra la portada de una película con semejante nombre y un 2 añadido? ¿No basta con inferir de esa información expuesta en la portada que hay un payaso a buen seguro bastante hijo de puta, que la cosa va de terror y que hubo una primera película puesto que para algo existe el orden numeral? El caso: que estábamos viendo la película intentando yo no crisparla demasiado a ella con comentarios peores que los de Letterbox antedichos (“¿Es contemporánea la línea temporal”?, “Lleva la bolsa de basura mal, ese payaso tendrá hernia de disco pronto”, “Es malo pero menos bizco que Berna León, 1-0 para el payaso” etc etc) y se iba fraguando en mí la sensación de que no era un simple replicar algunos manierismos de los slashers más brutos de los 80*: ahí había una puesta en escena allende los asesinatos del comienzo que atañía hasta a planos informativos de personajes (como los que mostraban en lento paneo sus habitaciones) de cierto aire malsano, eerie, cripi o como queramos definirlo. En escenas informativas y de cuasi transición, insisto. Y luego, el sueño del set del rodaje del anuncio de caramelos. No el sueño en sí, que también: de qué manera entra en la secuencia, qué montaje hay, qué planificación previa existe (o no, a saber) para lograr esa sensación irreal del conjunto “realidad fílmica-sueño del personaje” que le queda al espectador, sólo trazable en las escenas más demenciales de la saga Phantasma y en las últimas 20 películas realizadas por el más grande en esto de convertir películas enteras en experiencias sólo comparables a pesadillas febriles, Lucio Fulci.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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10 de febrero de 2024
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al final de El Más Alla, aquella obra maestra suprema de uno de los talentos mayores que haya habido en cuanto a filmar y entender el terror como algo que se presta ajeno a toda racionalidad y que funciona a arreones imprevisibles y febriles, Don Lucio Fulci, los personajes se quedaban atrapados en el paisaje que les mostraba un cuadro al principio de la película, una especie de limbo ni cielo ni infierno en el que les tocaría vérselas eternamente con una serie de horrores cósmicos que ni Lovecraft con una subcontrata de IAs a su servicio. A mí esa idea, esa tramoya inversa de pasar de humano a ente atrapado en una representación pictórica eterna, me perturba muchísimo sin saber el motivo y me parece el mejor final del cine de terror de la historia junto con el de La Matanza De Tezas, Martyrs y aquel epílogo de 8 Apellidos Vascos de donde se infería que esa película tendría una continuación.
Pues bien, Inmotep es esa idea trasladada a las tecnologías, costumbres y repositorios del ahora, un thriller de desapariciones donde las imágenes y sus catálogos de almacenamiento atrapan a las personas. Una pequeña joya que tiene una hora carente de todo diálogo hablado y con una fotografía sobre expuesta que permite emane luz de fondos, cosas y personas que le dan un aire en sintonía con lo que haría Fulci con Eastman Color caducada o, sin ir más lejos, algún paisano suyo esteta del terror psicológico (Luigi Bazzoni y su Huellas de Pisadas en la Luna, por ejemplo más notorio).
Una película que haría un triplete ideal con El Elegido de Fernando Huertas y Undo Infinito de Alex Mendíbil para demostrar que en España se han hecho y se hacen thrillers espectaculares que parten de ideas nada trilladas, high concepts en sí mismos.
Pues bien, Inmotep es esa idea trasladada a las tecnologías, costumbres y repositorios del ahora, un thriller de desapariciones donde las imágenes y sus catálogos de almacenamiento atrapan a las personas. Una pequeña joya que tiene una hora carente de todo diálogo hablado y con una fotografía sobre expuesta que permite emane luz de fondos, cosas y personas que le dan un aire en sintonía con lo que haría Fulci con Eastman Color caducada o, sin ir más lejos, algún paisano suyo esteta del terror psicológico (Luigi Bazzoni y su Huellas de Pisadas en la Luna, por ejemplo más notorio).
Una película que haría un triplete ideal con El Elegido de Fernando Huertas y Undo Infinito de Alex Mendíbil para demostrar que en España se han hecho y se hacen thrillers espectaculares que parten de ideas nada trilladas, high concepts en sí mismos.
Miniserie
2000
29 de enero de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Teniendo de nuevo su antecedente en la radio, Morris decide adaptar en el año 2000 aquel Blue Jam radiofónico a los parámetros televisivos. Pero no a unos parámetros conocidos en el medio: a la hora de concebir Jam exige al Channel 4 que le permitan emitir el programa sin bloques publicitarios para no romper la ambientación y que le busquen primero un hueco en la parrilla nocturna para la emisión normal y un segundo hueco de madrugada para dar cabida a la versión remezclada, Jaaaam. Este programa es una suerte de sucesión de sketches cuyas premisas suelen partir de temáticas difíciles (locura, incesto, violaciones, muertes infantiles) y el desarrollo de las situaciones aproximan lo que nace como deconstrucción de chistes y humor negro con cierto poso popular (sin ir más lejos, el clásico chiste de una persona que en vez de suicidarse desde un piso cuarenta se lanza muchísimas veces desde un primer piso) a territorios anclados directamente en el terror o el horror, consiguiendo no pocas veces llegar a una especie de limbos rarísimos que transmiten una extraña paz o alivio. Para pulsar estas nuevas emociones hasta ahora desconocidas en el humor lo que hace es servirse de técnicas audiovisuales nunca antes usadas en la televisión en el campo de hacer reír a la gente, especialmente a través del diseño de sonido (la banda sonora abarca gran parte del catálogo del sello de electrónica vanguardista WARP Records, sello en el que en su día se publicase un cuádruple CD recopilando On The Hour y se terminase editando también una selección de los mejores momentos de Blue Jam) y los desenfoques y usos de cámaras de seguridad u otras tomas no englobadas en los estándares de la producción de corte humorístico, todavía dependientes del formato sitcom tan en boga de aquellas. A título personal considero Jam la emisión televisiva más arriesgada de lo que llevamos de siglo, y además de tener piezas como la del coma asintomático, la de la madre iracunda peleando en el juego de las sillas contra niños de cinco años para vengar a su hija, la de los padres cuya hija ha sido raptada y sorprenden en rueda de prensa con una canción a casiotone para pedir se la devuelvan o la del doctor tocón a cámara lenta con el An Ending de Brian Eno sonando (piezas excepcionales todas y cada una de ellas aisladas del todo que es Jam) es imposible negar que la cadena AdultSwim y sus principales triunfos en los infocomerciales de madrugada, esas piezas que son vanguardia audiovisual pura a cargo de Alan Resnick (Unedited Footage Of A Bear, This House Has People In It), Casper Kelly (Too Many Cooks, Final Deployment 4) o Tim & Eric (de quienes muchos sketches con inicio en el humor para desembocar en el horror puro de su Tim & Eric Awesome Show es innegable que sin Jam jamás habrían existido, como aquel mítico Not Jackie Chan totalmente pesadillesco), beben sin excepción de una u otra manera de todo lo logrado por Chris Morris al momento de concebir Jam y exigir se programase en televisión de la forma que se terminó emitiendo.
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