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La hija de Ryan

Drama. Romance Irlanda, 1916. Cuando Charles (Mitchum), un maestro rural viudo, vuelve de Dublín a su aldea natal, Rosy (Sarah Miles), una muchacha muy impulsiva, se encapricha con él y no parará hasta llevarlo al altar. Pero el matrimonio fracasa: Charles es un hombre maduro y sosegado mientras que su esposa es una joven muy apasionada y romántica que acaba enamorándose de un oficial inglés con el que se ve en secreto. (FILMAFFINITY)
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Críticas 70
Críticas ordenadas por utilidad
17 de junio de 2023
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Una película mítica de un director acostumbrado a grandes superproducciones. Con un reparto estelar: Sarah Miles y Robert Mitchum principalmente, con Trevor Howard como párroco y Christopher Jones como el capitán francés de la que se enamora la irlandesa enamoradiza, y Leo McKern como el padre de la chica. También Barry Foster como el capitan del Ira que llega al pueblo. Y, por último, John Mills que ganó el premio Oscar de la academia de Hollywood en esa edición.
Rodada en Irlanda y con una música de Maurice Jarre muy comercial es una película bella, cuidada, sencilla, sincera, con pocas pretensiones de grandilocuencia pero con el fomato de una gran producción cinematográfica: "apertura", "intermezo", música en una sala, panorámica con una imágenes de playa, verde y montaña absolutamente magníficas.
El director, Davir Lean es uno de eos mounstros del cine, sin fisuras, que probablemente hizo ganar muchísimo dinero a la industria y que supo mantener la calidad en la elaboración de su material aun a costa de editarlo bajo el auspicio de un gran estudio. Siempre he creido que la década prodigiosa de Lean se había acabado en 1965, después de rodar, montar y estrenar en apenas ocho años tres obras absolutamente maestras del cine de todos los tiempos: El puente sobre el rio Kwai (1957), Lawrence de Arabia (1962) y Doctor Zhivago (1965). Supongo que la pretensión de continuar con el éxito del formato le empujó a realizar esta obra, también monumental y de formato king sice...
Irlanda 1916. Costumbrismo y tradición, amor normalizado y ordinario. Cabos ingleses conchabados con policías británicos, hostilidad a las fuerzas de invasión y maltrato a un discapacitado que ha pescado una langosta en el mar. La tensión política entre ingleses e irlandeses es constante y las referencias del tabernero a la posibilidad de combatir a favor de alemania frente a inglaterra en la IGM en la que se desarrolla la historia concede credibilidad a la historia.
El enamoramiento de la chica es enamoramiento por enamoramiento, el amor por el amor. Se cree enamorada de un maestro de escuela algo mayor y viudo que ha vuelto al pueblo después de pasar un tiempo (indeterminado) en Dublín. Pero la aparición de un militar francés herido en batalla en el pueblo hace que se replantee su vida y su estatus. Su matrimonio no ha satisfecho sus aspiraciones vitales y ahora parece que ese nuevo fulgor le permite abordar nuevas perspectivas, generando nuevas ilusiones, nuevos horizontes, recuperando lo que siempre pretendió: estar enamorada del amor. Es evidente que su marido no la satisface, no colma sus pretensiones vitales, sus necesidades afectivas. Son dos mundos muy diferentes, que chocan por su mera presencia en la misma habitación. Una crónica de desamor pudiera marcar la tónica de la historia.
Tiene algo clásico e intemporal, muy al estilo de Gertrud de Dreyer, y, por supuesto, de Ana Karenina de León Tolstoy, paradigmas del amor por el amor, de la búsqueda de una pasión en sí misma insatisfactoria.
ÁAD
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16 de agosto de 2021
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Atrevida, elegante, pausada, intrigante, poética, incómoda, ingeniosa, desagradable, violenta, emocionante y sorprendente producción dramática, apoyada en un reparto excepcional y bajo la dirección de uno de los grandes directores del cine clásico, David Lean.

Un maestro rural viudo, vuelve a su aldea natal en Irlanda, en la que una muchacha muy impulsiva, se encapricha con él y no parará hasta llevarlo al altar.

David Lean, con un guion que presenta y dibuja con claridad la personalidad y anhelos de los personajes protagonistas, consigue jugar con el suspense y las emociones fuertes.

Los responsables de la película, potencian el ritmo, con la puesta en marcha y elaboración de ingeniosas secuencias de intriga, acompañadas de una elegante e inteligente ambientación, dando forma y sentido a una experiencia inolvidable, en la que: el honor, el valor y los intereses personales, se convierten en elementos fundamentales.

La presencia y labor interpretativa ofrecida por el reparto, hace que la historia cobre fuerza y sentido en muchos aspectos.

La ambientación y la fotografía, junto con los diálogos, dan sentido a una experiencia enfermiza de lo más poética y cruel.

La hija de Ryan, queda como un apoteósico e inolvidable drama romántico y familiar.
Jon
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1 de abril de 2020
6 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ofrece poco, era antigua cuando se estrenó. David Lean, su director llevaba treinta años dirigiendo en el momento que la rodó, y su forma de hacer cine, puede que fuese cautivadora en otros tiempos, pero a comienzo de los años 70, los intereses del espectador habían comenzado a derivar.

Me aburrió profundamente, por sus actuaciones engoladas, lentas y predecibles, por lo muy vistas. Hoy día no ofrece interés para un espectador que no se quede anclado en lo que ya fue, pero no es.
MIRADA MILENARIA
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6 de febrero de 2015
3 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Carta blanca de los productores para Mr. Lean.
Ya les hubiera gustado a otros (como a Mr. Peckinpah) que no les limitaran el metraje ni los dólares.
Resultado: Pssssschsssss... Bueeeeeeeeno... Un poco de todo.
Lo peor: le sobran 50 minutos, y hablo de montaje. Un bello plano panorámico de esa playa o ese bosque va sobrado con 15 segundos. Hacerlo de 45 es aburrir.
Y Sarah Miles. No transmite. Al final no resultó otra Julie Christie.
Lo mejor: Mitchum: ¡Qué presencia, qué manera de llenar la pantalla, de decir cosas sin hablar! Y Trevor Howard. Entre los dos sostienen la película.
Buena galería de personaje secundarios, aunque algo arquetípicos. Sin embargo, les salva el aspecto poliédrico con el que son pintados, sin maniqueísmos, como las personas de verdad, que por momentos somos chachis o bien la cagamos, según nos dé.
Sí, hombre, puedes verla, está bien. Pero en casi el mismo tiempo (o no mucho más) puedes leerte Madame Bovary, que cuenta lo mismo con más inspiración y riqueza de matices... y con más personajes y menos arquetipos... porque al final el único personaje personaje es el de Mitchum, al menos para mí.
Una curiosidad: el movimiento del personaje "el pueblo", siempre al unísono, como los de Fuenteovejuna. Hay momentos en que parece que van a ponerse a cantar una pieza de Verdi. Resulta entre irritante y simpático.
maxitorres
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25 de octubre de 2013
7 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
David Lean, director que me parece cada vez más extraño, dirige «La hija de Ryan» con una formalidad y una visión muy parecidas a aquella de «Doctor Zhivago», lo cual no es bueno.

En fin, «La hija de Ryan» es casi un culebrón ambientado en la profunda, que no verde en esta ocasión, Irlanda, más desolada que nunca a pesar de esa maravillosa playa que deja huellas y pistas en la fina arena. Como la primera media hora de película me estaba resultando insoportable. ¿Qué razones puedo dar para ello? Pues no sé: la suciedad de los personajes, la tontura de Rosy Ryan, la parsimonia mal entendida, ese no sé qué oculto al que Lean es propenso. Luego la trama va mejorando, que no era difícil, y terminas por interesante por los avatares de esta hija casada con un maestro de escuela con el porte chulesco de Robert Mitchum, aquí haciendo de hombre maduro y tranquilo, lo nunca visto. Me gusta Mitchum. Tiene presencia, ya lo he dicho otras veces. Su amada, una muy convincente Sarah Miles, quiere algo más que no sabe qué es hasta que conoce a un apuesto oficial inglés que dice apenas cuatro frases en toda la historia pero que tiene una cicatriz en el ojo, una cojera en la pierna y un tremendo shock post traumático. El lío está servido. No me olvido del excepcional Trevor Howard en el papel de cura católico dando siempre tirones de orejas a los descarriados, y no descarriados.

Entre idilios amorosos y sexuales, se nos cuenta también la lucha y el injusto, absurdo y desproporcionado odio de los irlandeses hacia los ingleses. Retrato espeluznante el de Lean, del que desconozco sus inclinaciones políticas, pero que deja a los irlandeses bastante mal parados en «La hija de Ryan». Este pueblo informe y bárbaro no tiene mis simpatías, y los terroristas, menos. La construcción de los personajes no es que sea ambigua, como muchos apuntan, sino abiertamente obtusa y reprimida, supongo que por no atreverse a una exposición sincera de sus pensamientos y emociones, y eso la perjudica.

Historia agridulce, nada bonita y, a veces, exasperante, en definitiva. Con todo, podría haber sido peor.
Kaori
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