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Voto de Don Hantonio Manué:
6
Drama Imperio Romano, siglo I d. C. Después del gran incendio de Roma, el emperador Nerón, decide culpar a los cristianos y publica un edicto por el cual todos ellos deberán ser arrestados y enviados a la arena del circo. Entre los detenidos se encuentran dos viejos cristianos y la hermosa hija de uno de ellos, de la que se enamora Marcus: el más alto funcionario de Roma. (FILMAFFINITY)
17 de enero de 2024
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Curioso lo de "El signo de la cruz", una película de mensaje cristiano que, debido a sus imágenes fuertecitas para la época favoreció el surgimiento de la censura, rodada en un Hollywood que había sido el despiporre pese al contenido moralmente edificante de una producto como este (no han perdido la costumbre), y que pese a dicho contenido, se le ve el plumero del espectáculo sensacionalista con el gancho del erotismo y la violencia.

En la Roma de Nerón, los cristianos son perseguidos sin tregua tras el incendio de la ciudad, pero el centurión Marcus cae enamorado de una piadosa muchacha perteneciente a la nueva religión, lo que le generará un conflicto entre la fidelidad debida a su tiránico emperador y lo que comienza a sentir... probablemente el único personaje de cierta enjundia, en cuanto a este cuestionamiento de valores, en un film de pura catequesis, con buenos y con malos; estos últimos son los miembros de la élite romana, con facciones palaciegas en torno a un Charles Laughton de auténtica caricatura, con Claudette Colbert y su célebre baño de leche de burra, tan provocativo en su insinuación, aunque inocuo. El verdadero amor, capaz de derrotar ese ateísmo del centurión (tan contemporáneo, y por eso, tal vez alusivo al espectador descreído), es un amor no egoísta, ni despechado, sino uno que trasciende este mundo y es una forma de fe.

En general la propuesta tira a acartonada, cursi (¡ese perrito!) y con aires de teatrillo, con el ojo más bien puesto en las escenas de masas. En lo que destaca, creo yo, es precisamente en la pintura topicaza de esa Roma degenerada y viciosa, personificación de esa deidad autoritaria que los cristianos intentan dejar atrás, en su inocencia. Dosis de carnaza, con una tortura en off a un mozalbete con demasiado apego a la vida como para optar por el martirio (más catequesis en torno a la traición y el perdón del creyente), un bailecito lésbico en medio de una orgía cortesana para contrarrestar los cantos de los mártires… y por fin, lo que merece la pena el film; una extensa secuencia en el coliseo, cargada de truculenta creatividad, donde vemos lo que más interesa a Cecil, es decir, gladiadores, gente acosada y muriendo bajo las fieras, ¿tribus de la selva? Luchando contra ¿amazonas salvajes? Y lo mejor de todo, unos planos del público que ilustran sus diversas reacciones, que van desde el morbo hasta la repugnancia, que no sé si serían comparables al público que iba a ver la peli; en este sentido, aquí hay honestidad. También metáforas de brocha gorda (el leopardo), la presencia de cruz de marras aquí y allá, y una imagen; los cristianos ascendiendo hacia el foso por unas escaleras que parecen conducirles hacia el reino de los cielos.
Don Hantonio Manué
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