Hay cosas, obras de todo tipo, que están en museos. Unas por su antigüedad y otras por ser representativas o pioneras de una época. Guste o no, esta lo es del cine de los 80.

Cámara lenta, cree en ti mismo, eres un perdedor, tu amiga de la infancia está más buena que la pija que te gusta pero no la haces ni caso y un montón de clichés de esa edad dorada del cine (excepto que el gordito de turno, en esta ocasión no está necesitado de amigos).

Uno puede preguntarse que hace diferente a esta película de otras que tienen la misma fórmula. La respuesta es sencilla: CARISMA.
Por el icono que era J.Fox, por el ritmo, por la originalidad de meter a un monstruo clásico entre las paredes de un instituto y muy especialmente por esas señas de identidad ochentera/adolescente que jamás volveremos a repetir.

Que no vengan esa especie sub desarrollada que se autodenominan cinéfilos/culturetas/solo veo Woody Allen a contaros lo que es una buena película, ya que si algo muestra que esta simpática obra está por encima de muchas es que perdura en el recuerdo de varias generaciones.