Decía Alfred Hitchcock que, para él, “la primera regla fundamental del cine es que cuanto más logrado está el malo, más lograda es la película. En otras palabras, cuanto más fuerte es el mal, más encarnizada será la lucha y mejor será la historia”. Se podría añadir al razonamiento de Hitchcock que es imprescindible tener un gran villano en un guión porque las mejores películas suelen encerrar lecciones morales. ¿Cómo va a diferenciar un espectador el bien del mal, si todos los personajes de una historia son unos benditos? ¿Qué dificultad tiene ser bueno cuando no tienes a nada ni nadie en frente que se te oponga? La auténtica pasta de la que están hechas las personas se descubre en la adversidad, no en los momentos dulces. Las grandes proezas exigen grandes luchas, sino, no serían tales.

Hitchcock seguía su norma al pie de la letra y nos deleitó en todas sus películas con malos memorables. ¿Alguien puede olvidar de Rebeca y su ama de llaves? (y eso que Rebeca ni salía en toda la película) ¿El nombre de Norman Bates no provoca aún escalofríos? ¿Y qué decir de aquel tío Charlie de “La sombra de una duda”? ¿O del Bruno de “Extraños en un tren? Algo de razón debía de tener Hitchcock, porque ¿fue un éxito “El silencio de los corderos” por Jodie Foster o por Anthony Hopkins? ¿Se acuerda alguien de los personajes buenos que salen en la saga de “El Padrino”? ¿Por qué George Lucas terminó las precuelas de la saga de Star Wars centrándose totalmente en el personaje de Darth Vader? ¿Rompió la taquilla “Batman el caballero oscuro” por su protagonista o por el Joker?

¿A qué viene todo esto? Pues a que si seguimos la regla de Hitchcock tenemos que decir que “Wall-E” es una película poco lograda. El malo de esta película no llega ni a la categoría de villano. No es más que un homenaje a Hall 9000 (“2001: Una odisea del espacio”) solo que perdiendo todo su significado original. El Hall de 2001 es totalmente consciente de lo que hace; es más, es su autoconciencia lo que le permite comportarse de forma egoísta y malvada. El Hall de “Wall-E” es solo un frío y automático cumplidor de órdenes. Está claro que los regímenes dictatoriales se sustentan en miles de oscuros funcionarios que dan vida al sistema. Pero por encima de ellos hay líderes que son los que dan las órdenes y dirigen toda la maquinaria de forma metódica. Y ese es el problema de “Wall-E”, que no existen esos dirigentes. Además, la poca garra de este Hall, venido a menos, hace que el final de la película sea forzado y puesto ahí solo porque había que incluir la obligada traca final. Es así de sencillo: la resolución de la trama no funciona porque el villano es demasiado flojo.

Puede que alguien piense que la Pixar ha hecho de este Hall un malo light porque se dedican al cine infantil. No nos engañemos, los niños no son tontos. A los pequeños les encantan las historias con brujas, ogros, trolls; y no las ñoñerías, porque saben que son superficiales y falsas. Y de eso peca “Wall-E”; de ser un poco ñoña.

Que la calidad de la animación es increíble es un hecho. La técnica de la Pixar está fuera de toda discusión; hoy día, son el top de la animación por ordenador. Todas y cada de las imágenes de este film son una obra de arte. La escena de Wall-E volando en el espacio con un extintor es preciosa. Y es innegable que los 40 primeros minutos, sin un solo diálogo, son muy originales y divertidos. La iluminación de las imágenes de la tierra destrozada es tan genial, que te deja boquiabierto. Pero, por desgracia, el guión se queda muy cojo. Semejante despliegue artístico se merecía una historia con una trama mejor construida y un villano mucho más sólido.