Llegaba esta película como el resurgir de ese género de detectives cargado de ironía y sutil humor, tan de épocas pasadas, defenestrado en un tiempo donde parece que el cine sólo vive de efectos especiales, superhéroes, o dramones inclusivos, sin término medio para una clase de películas ajenas a lo habitual, aun estando dentro del grueso comercial y de los grandes estudios.

Lo cierto es que no es nada del otro mundo. Estamos ante una cinta que se deja ver, con un reparto en principio bastante potente, pero en el que casi ningún personaje termina resultando excesivamente llamativo y carismático. Entre ellos, un Daniel Craig al que ya me cuesta ver fuera del esmóquin de 007, con esa continua cara de mala leche y antipatía, que con los años me ha hecho verlo como un actor al que intento evitar a la hora de elegir qué ver. Aquí lo tenemos como un detective privado del que no sabemos qué pensar. O es un genio, o es un idiota. Lejos de los Holmes o Poirot de los que aparentemente bebe.

Tampoco termina de ayudar una trama que no es confusa, pero tampoco engancha. Te deja frío. El misterio termina no siendo tal y sólo queda esperar una resolución que no sorprende en ningún momento. Para colmo, el personaje protagonista es blanco y puro como la nieve, por lo que no existe el juego de generar dudas respecto a quién es quién en toda esta historia. Creo que bajo la cubierta del viejo cine detectivesco, y con la excusa de ese personaje inmaculado sobre el que cae el peso de la trama, lo que realmente le interesa a Johnson es dar caña a un estilo de americano adinerado e hipócrita, que puede ser muy progre para unas cosas, pero no para otras. Ese aspecto es interesante, pero se le termina viendo demasiado el cartón al director/guionista.

Verla en el cine no me ha supuesto una experiencia excesivamente plena. No es un bodrio, pero no es de las que merezcan verse pagando una entrada.