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Laberinto de pasiones

Comedia. Drama. Romance Madrid, años 80. Narra la historia de amor entre una joven ninfómana y el hijo de un jeque árabe. Mientras que ella forma parte de un violento grupo musical, a él lo que más le interesa son los cosméticos y los hombres. Música, violencia, persecuciones, pasión, sexo. (FILMAFFINITY)
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7
22 de febrero de 2025 Sé el primero en valorar esta crítica
Pedro Almodóvar irrumpió en los años 80 con Laberinto de Pasiones, una película que, más que una obra narrativa convencional, es un retrato del desenfreno y la transgresión de la Movida Madrileña. En un Madrid que despertaba de décadas de represión, el filme es un collage de excesos, un experimento pop donde el sexo, las drogas y el absurdo se entrelazan con diálogos delirantes y situaciones que desafían toda lógica tradicional.

Lejos de buscar un discurso social comprometido, Almodóvar utiliza el cine como herramienta para canalizar la euforia de una generación que ansiaba romper con los convencionalismos. Laberinto de pasiones no pretende ser un análisis profundo de la sociedad, sino un testimonio vibrante de una época donde la libertad se vivía con intensidad y sin reglas. Es un tributo a los grupos musicales del momento, a una forma desenfrenada de relacionarse, a la ruptura de cualquier molde impuesto.

A pesar de su apariencia caótica y provocadora, la película encierra una idea central: la mayor tiranía no es política, sino la que nos imponen las normas sociales cuando nos obligan a vivir de un modo que no deseamos. Con su energía anárquica y su humor irreverente, Laberinto de pasiones es un recordatorio de que, en determinados momentos de la historia, el caos no es solo una forma de expresión, sino también un grito de libertad.
5
7 de septiembre de 2007
5 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Floja película de Pedro Almodóvar que centra su historia en un emperador que ha decidido pasar como incógnito por las calles de Madrid.
Este emperador será el centro de atención del film, y en torno a el girarán una multitud de relaciones pasionales y amorosas con el sello siempre distinguible y personal del cineasta manchego.

Quizás el gran error de Laberinto de Pasiones sea el guión, pues pese a que Almodóvar tiene una gran habilidad para relacionar personajes tan dispares como una ninfómana, un homosexual islamista, un emperador, una cazafortunas, un médico frustrado sexualmente, etc. no consigue estructurar y llevar a cabo ordenadamente la película, por lo que en algunos momentos se confunde la trama principal con las escenas secundarias.

Lo mejor: el gran papel que realiza Imanol Arias, y la aparición de un jóven Antonio Banderas, así como el reflejo de lo que fue la "movida" madrileña.

Lo peor: su mala estructuración.
4
6 de agosto de 2010 2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es una película que puede pasar a la historia por recoger al propio director Pedro Almodóvar actuando y cantando, o por recordar como era en sus primeros papeles de cine un joven Antonio Banderas, etc., pero no por conquistar cálida o ésteticamente al espectador. El guión, como suele ser habitual en Pedro, tiene sorprendentes e inusuales manifestaciones de la realidad, pero ni por eso evita en este caso que la película sea aburrida y sosa.
4
18 de octubre de 2011 1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película que logra entretener si pasamos por alto las nulas interpretaciones de lo que en realidad es un buen elenco de actores (Roth, Arias, Banderas) y el ritmo frenético de gran parte de las escenas. Cuenta con cameos divertidísimos de músicos de la Movida, como Santiago Auserón, el ya desaparecido Poch - Impagable su escena como vendedor ambulante - o el siempre estrafalario Fabio McNamara.

Aunque lo realmente trascendente de la cinta son las continuas referencias a la búsqueda de libertad sexual. Es, de hecho, a través del sexo donde los personajes dan rienda suelta a sus instintos, en un escenario inmejorable como es el Madrid de principios de los ochenta, y en el que aún queda hueco para el amor, maquillado, eso sí, a golpe de irreverencia y descontrol.
4
28 de septiembre de 2015 0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Imaginad que, con motivo de una fiesta para celebrar sus bodas de plata, -por ejemplo- tus padres se reúnen con un grupo de amigos. A medida que el alcohol baja de nivel en las botellas y el humo de algún porrillo extraviado contagia de risas blandas las bocas de los presentes, va propagándose por el sarao la más laxa deshinibición. Entonces se despojan de etiquetas, protocolo y afectación. Los visitantes evolucionan más libremente, se van sintiendo cómodos: se aflojan el nudo de la la corbata y dejan de meter las barrigas -ellos-, mientras que ellas se atreven a abrirse un poco el escote o aun, en un alarde de valentía, a quitarse la faja. Todos estos ingredientes, sumados a la música de cassete, obran el milagro y entonces llega el desmelene. Tú, escondido en el piso superior, observas con un nudo en el estómago y rebosante de vergüenza ajena, cómo tus padres se comportan de manera inapropiadamente desenfadada: beben sin control, cuentan chistes pasados de moda, escenifican gracietas con la despreocupación de un histrión... Y en un momento dado, en el culmen del despiporre, contagiados por el influjo de la fiesta, se lanzan a bailotear con pasos torpes, zambos y ridículos, una danza sensual y desmadejada. El horror y, sobre todo, el bochorno que esto te provoca, te llena el cuerpo de escalofríos, carne de gallina y un continuo chirriar de dientes. Y no es que hayas dejado de querer a tus progenitores, ni pretendas romper el nudo que te ata a ellos, sino que deseas fervientemente conservar el respeto que te han hecho perder al verlos de esa guisa, o mantenerlos en la línea sensata que la dignidad -a estas horas, perdida del todo- dicta.

Tengo edad suficiente como para guardar una imagen más o menos vívida de lo que fue parte de La Movida madrileña, y cuando repaso esos años, me da la sensación de que salen bien parados aunque en la memoria de cada uno las evocaciones, lejos de envejecer, se reaviven con insertos y añadidos que las mejoran. Puede que esto responda al ejercicio particular de preservar la impronta que los años de juventud nos tatuaron en el recuerdo y que, pese a todo, se resiste a abandonarnos por mucho que vivamos.

La otra noche pude volver a ver Laberinto de pasiones y no sentí lo mismo.

Fue un placer el reencuentro con Poch, o con un irreconocible Santiago Auserón, en un ambiente donde Ceesepe o el Hortelano, jóvenes, pujantes y llenos de sueños, podían aparecerse en cualquier momento al la vuelta de cualquier esquina paseándose por la Gran Vía o Malasaña de la mano de Oukelele... Macnamara pidiendo fabada con lengua gorda tras ser taladrado por la broca lúbrica de la foto-novela, Almodóvar en el escenario, libre de corsés y de responsabilidad... Sí, todo eso estaba ahí y dejó un rasguño en en alma que me hizo volver la cabeza atrás, cerrar los ojos y desear encontrarme en La Vía Láctea o en La luna al volver a abrirlos... pero sólo por un momento. Se quedó en un estremecimiento fugaz, en un guiño que dura lo que se tarda en esbozar una sonrisa, en un destello pasajero que se fue trocando en patetismo y chapuza. Tal vez sea cierto eso de que cada uno se hace sus propios recuerdos...

Al reencontrarme con esta película pude observar de nuevo, desde el sofá de mi salón, ese mundo al que un día pertenecimos y que supuso un punto de inflexión en tantas vidas, pero vacío de implicación y carente de la complicidad que creía hallar. Está claro que la lente limita demasiado. Comprobé que, desgraciadamente, nada queda ajeno al paso del tiempo. La sensación que experimenté, con un escalofrío, un poco de incredulidad y mucho sonrojo, es como la de irse muy atrás y volver a ver las fotos de la comunión, como la de verme, más tarde, retratado con pantalones de pitillo, chaqueta de cheviot y luciendo una sonrisa difusa entre hombreras inabarcables... Algo se encoge dentro de ti, algo se remueve, se agita y no es un efecto del todo placentero; se mezclan demasiadas cosas. Es, en definitiva, un poco como eso de ver bailar a tus padres.
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