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Yo, Daniel Blake

Drama Por primera vez en su vida, víctima de problemas cardiacos, Daniel Blake, carpintero inglés de 59 años, se ve obligado a acudir a la asistencia social. Sin embargo, a pesar de que el médico le ha prohibido trabajar, la administración le obliga a buscar un empleo si no desea recibir una sanción. En la oficina de empleo, Daniel se cruza con Katie, una madre soltera con dos niños. Prisioneros de la maraña administrativa actual de Gran ... [+]
Críticas 99
Críticas ordenadas por utilidad
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8
12 de mayo de 2017 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Veo en DVD "Yo, Daniel Blake", la película que le otorgó la Palma de Oro de Cannes 2016 a su director Ken Loach. Con una estupenda ambientación (está rodada en los suburbios de Newcastle upon Tyne y alrededores), unas emotivas interpretaciones de Dave Johns y Hayley Squires, un vibrante guión de Paul Laverty (que recoge espléndidamente la realidad de los talleres de elaboración de curículums, los -a veces absurdos- requisitos para acceder a las prestaciones sociales, los desahucios y las dificultades de manejar la administración digital para este tipo de personas), el realizador elabora un film comprometido (la escena del banco de alimentos es tristísima y aterradora) y muy duro acerca de la supervivencia, la desolación de gente con la que la vida se ha ensañado y los eternos perdedores. He de concluir diciendo que, trabajando en Servicios Sociales, no me ha parecido, para nada, que el guión peque de tremendista pues soy la primera que comparto la opinión de que los trámites burocráticos son enrevesados y pesados y, que me ha gustado el acertado reflejo de las dos empleadas de la oficina de empleo: la que ayuda y la que o favorece. En carne viva, estremecedora, de 8.
9
4 de junio de 2019 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo, Daniel Blake es una de las mejores películas de la larga y laureada filmografía de Ken Loach, el gran retratista social del Reino Unido y sus miserias sociales (como Fernando León lo fue de España con Barrio, Los lunes al sol, Princesas, y en menor medida también Amador).
Hasta la fecha es la última película estrenada del autor de Mi nombre es Joe (aunque la próxima, Sorry we missed you, ya se ha visto en Cannes), y sin duda es una de las más brillantes colaboraciones entre el comprometido Loach y su colaborador de más confianza, Paul Laverty. No se puede entender al uno sin el otro. Loach y Laverty conforman una de las sociedades narrativas y cinematográficas más especiales del cine en las últimas décadas, se entienden a la perfección y se sirven el uno al otro en una simbiosis perfecta. En Yo, Daniel Blake cargan las tintas contra el terrible (por lo que vemos en pantalla) sistema laboral británico y la pesadilla burocrática que implica. Así, el protagonista homónimo se ve rápidamente desamparado por el sistema sanitario y por una serie de prácticas administrativas que, ligadas unas con otras, lo encierran en una pesadilla de la que es muy difícil salir. Las excelentes escenas con la coach laboral que se le asigna a Daniel son demoledoras, y en apenas unos pocos minutos ponen de relieve lo ridículas e irritantes que son muchas veces las cosas que tenemos que hacer para poder trabajar y vivir dignamente.
Además de la denuncia social (bandera del cine de Loach desde sus inicios), Laverty mejora también notablemente uno de los aspectos que quedaba quizá más cojo en otras películas del dúo, como La cuadrilla, como son las historias secundarias. Así, se nos presenta la relación entre Daniel y Katie, entrañable y conmovedora, casi paterno-filial, y que alcanza cimas espectaculares gracias al trabajo soberbio de Hayley Squires (quien mezcla perfectamente la vulnerabilidad y el coraje de su personaje) y por supuesto Dave Johns. En su debut en el cine (difícil de creer, viendo su dominio del tempo cinematográfico), este antiguo cómico compone un personaje excepcional con el que resulta muy fácil identificarse.
En definitiva, una de las mejores películas de Loach. Imprescindible.
7
25 de octubre de 2016 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con la frase del título se refiere una trabajadora social a todos los que, al contrario que Daniel Blake, no han tenido tanta "suerte" como él.
Aquellos que han tenido la desgracia de verse mendigando, sin acceso a trabajos pobremente remunerados, inciertas ayudas o procesos administrativos eternos.
Y cabe preguntarse si esa "suerte" se puede definir como tal, o nuestro sistema laboral la ha transformado en una triste parodia de si misma.

'Yo, Daniel Blake' no pretende ser comentario social, ni político.
Al contrario, se quita cualquier asomo de solemnidad, cualquier rastro de orgullo, y busca ser un alegato humano. Nada más sencillo, y a la vez más complejo, en tiempos en los que hay que buscar un culpable a la fuerza.
¿Hay un culpable? Haberlo, haylo. Pero señalarlo no es el objetivo, quizás porque Ken Loach pensó, muy acertadamente, que señalar con rabia solo lleva al más absoluto silencio.

Por eso, la historia de Daniel Blake se centra en lo humano, en lo sencillo, en lo pequeño si se quiere, pero que a la larga se revela grande por la humildad de todos los que le rodean.
Ellos son la cara fantasma de un sistema laboral insuficiente: pobres marginados, o marginados pobres, hartos de trabajos basura que requieren más dignidad que esfuerzo. "Mi suerte cambiará" se repiten, y se empieza a no creer esa afirmación cuando se repite cada día.
Daniel, al contrario que ellos, jóvenes y todavía con tiempo para dejar pasar, es mayor y algo más resolutivo. Él no quiere el último trabajo de 9 de la mañana a 9 de la tarde, sino la pensión que supone recompensa a todos los años de buen servicio.

Su cruzada administrativa cambia, sin embargo, cuando conoce a Katie (una notable Hayley Squires) y empieza a darse cuenta de la ingente cantidad de juventud que nunca sale adelante. La que no tiene alguna ayuda de tanto en cuanto, la que no le sale un chanchullo de última hora.
Entonces, lo que solo era un viejo cascarrabias pasa a ser el único con fuerzas suficientes para que los servicios sociales no le toreen. El único que no tiene la dignidad tan disminuida y el amor tan escaso como para plantar cara, y no conformarse con las migajas.
Ruido, ruido y denuncia, que es lo que les jode. Para que no puedan meterte en un ataúd informático del que solo te sacarán muerto (o casi muerto, para volver a mandar el currículum).
La cruzada de Blake es austera, y puede que hasta ingenua, pero se gana el apoyo de los que, como él, hasta ahora sufrían en silencio, lejos de los hijos y las situaciones sociales que dictan que debes parecer fuerte, siendo muchos más de los que parece (el silencio y la ignorancia es el gran enemigo).

Y al final, hay un silencio.
Pero no se forma por el desinterés de los que pueden ayudar, para con los necesitados de ayuda.
Sino por la calma tras la tormenta, tras expresar, de la manera más sencilla posible, que los trabajadores merecen sitio, no "suerte".

Un silencio que sobrecoge, y quién lo escuche puede que empatice.
7
29 de octubre de 2016 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una historia bien contada de crisis, de clase obrera y estructuras sociales de un país del primer mundo.
Un buen guión, que sabe mantener el ritmo y emocionar.
Buena interpretación de sus protagonistas.
Solo mne chirria esa mania del autor de idealizar a la calse obrera y presentarla como ángeles...la cosa es mas compleja y eso hace que se aleje de la realidad.

En cualquier caso muy recomendable, lo vale.
7
10 de noviembre de 2016 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Daniel Blake (Dave Johns) le ha dado un infarto y por eso no puede trabajar. A pesar de eso, no ha recibido los puntos necesarios para optar a un subsidio por discapacidad, de manera que ha de pedir el subsidio por desempleo, aunque este le obliga a buscar trabajo cuando el médico le impide hacerlo. De esa manera, se encuentra sin ingresos, sin poder trabajar y con el sistema en su contra, pues el hombre ya tiene una edad y todo lo relacionado con internet le va grande. Un carpintero experimentado con toda una vida a sus espaldas se ve al borde del abismo.

El director británico Ken Loach y el guionista Paul Laverty reflejan con brillantez la situación de desesperación, no solo de su protagonista, sino también de otra familia vecina de Daniel: una mujer (Hayley Squires) con dos hijos que se verá abocada a trabajar y realizar actos que en la vida hubiera imaginado para poder sacarlos adelante. El sistema de bienestar no ayuda a esas personas al borde del precipicio y se revela como una farsa burocrática digna de la más alta indignación. Algo que, obviamente, sentirá el espectador conforme avanza la cinta.

Es evidente que Ken Loach ha mostrado una imagen poco amable del sistema, en tanto en cuanto los funcionaros (no todos, claro) se muestra apáticos, poco amables y, en general, ajenos al sufrimiento ajeno. Algo que enerva, todavía más si cabe, a los protagonistas, pues todo el mundo está en su contra y el sistema sigue ahogándolos. Daniel, un carpintero con cerca de 60 años, se ve obligado a buscar trabajo para no perder el subsidio por desempleo, pero a su vez no puede trabajar porque los médicos no se lo permiten. Es decir, puede quedarse en la calle por un hecho burocrático inadmisible que se demora gracias a la rapidez de un sistema cuadriculado y poco humano.

La realidad tiñe a YO, DANIEL BLAKE de hechos sin medias tintas. Una humanidad que rezuman ambos protagonistas, que se encuentran precisamente en el lugar donde el Estado ha de ayudarlos. Ambos se entienden, se protegen y ayudan, sobre todo el carpintero al ver la casa en la que viven. Sin luz y con el frío que hace en Inglaterra. Ambas vidas golpeadas por la mala fortuna y experiencias duras que, sin embargo, no anulan la capacidad de lucha de los protagonistas. La supervivencia del ser humano actual se reduce a una burocracia inoperante, un error en la democracia y una evidente violación de los derechos humanos.

En definitiva, YO, DANIEL BLAKE es una película directa, clara, dura y que no busca emocionar, puesto que emociona por sí sola, sin artificios y con modestia, directa al corazón y una crítica feroz a la sociedad de hoy día, a la democracia y al supuesto estado del bienestar. De las que más removerán conciencias, ni se ocurra perdérosla.
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