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Alexander Nevsky

Drama. Aventuras Siglo XIII. Relato épico sobre el príncipe Alexander Nevsky, que defendió victoriosamente el norte de Rusia del ataque de los teutones: la batalla se libró sobre la superficie helada del lago Peipus. También tuvo que hacer frente a la invasión de Rusia por el ejército mongol dirigido por Gengis Khan. (FILMAFFINITY)
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7
4 de junio de 2009
16 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Nacional-bolchevismo es un movimiento político bastante presente hoy en Rusia, y que básicamente conjuga fascismo, ultranacionalismo y comunismo. En realidad cuando uno lee los textos de Aleksandr Dughin, quizá su ideólogo más notable, no es algo que realmente sorprenda o me resulta totalmente nuevo. La URSS de Stalin ya era así.

¿Lo socialista predominaba más que lo nacionalista? No, para nada. ¿Se exaltaba más la patria o al trabajador? Ni lo duden, lo primero siempre. Sería muy largo de explicar, pero básicamente el comunismo no ha existido nunca, y cuando ha alcanzado el éxito, se ha vuelto inmediatamente imperialista. Por eso quizá el comunismo sólo puede existir en la oposición, donde parece más entrañable y con valores más acordes al sentido común.

La URSS ha sido el gran estado imperialista y militarista del siglo XX, a años luz están los Estados Unidos. Y el cine lo refleja, claro está. “Alexander Nevsky” es una de las mejores películas fachas que se han hecho jamás. Presentarse como víctimas inofensivas y a los alemanes como viles agresores es sólo una estrategia para ganar tiempo, mientras los soviéticos en pocas fechas después se pondrían a invadir Finlandia, los países bálticos o Polonia –por no hablar del tema siberiano- hay que echarle morro. Pero la vida es así. Lo territorial siempre puede con lo ideológico, siempre. Lo geográfico es más potente que lo político, siempre.

Lo que pasa es que la gente joven sobre todo, es idealista, y se creen los cuentos de un señor que murió hace muchos años. Si a los mismos que votan diez a este fascistoide “Alexander Nevsky” les pones “Los últimos de Filipinas” se llevarán las manos a la cabeza. Una está bien vista y otra no.

Y claro que Sergei M. Eisenstein es un genio, y en esta tenemos algunas secuencias de un nivel estratosférico, pero no deja de ser un esbirro de lo que le mandaban. Me encantaría que hubiera resucitado hace unos años Eisenstein y se hubiera puesto a rodar una obra maestra para la Israel de Sharon. Me gustaría ver donde queda el montaje y las técnicas para algunos. Que a estas alturas no se engaña a nadie.

Concluimos, “Alexander Nevsky” sobresaliente como creación artística estatal facha, y suspenso como mensaje y argumento tendente al odio, la enemistad, el chauvinismo y la xenofobia hacia los demás, muy propio de los comunistas que han llegado al poder.
5
2 de abril de 2017 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me temo que a “Alexander Nevsky” no le ha sentado tan bien el paso del tiempo como a su hermana mayor —es trece años anterior— “Bronenosets Potyomkin” (El acorazado Potemkin, 1925). O será que la copia a la que he tenido acceso no estaba en las condiciones idóneas —la verdad, le urgía una restauración a conciencia—, especialmente en lo tocante al aspecto sonoro. A ese respecto apenas si he podido atisbar algunas trazas del monumental “score” compuesto por Serguéi Prokófiev. Hablando de lo cual, la primera “talkie” de Eisenstein arrastra aún demasiados tics del cine mudo, entre ellos y ciertamente molesta, la hipergestualidad de unos intérpretes que, o bien no habían cambiado el chip o bien se sometieron a la concepción teatralizante, operística en el peor sentido de ambos términos, que su director albergaba para con el incipiente género.
Conviene no perder de vista, sin embargo, la pesada carga propagandística que “Alexander Nevsky” lleva sobre sus hombros. El contexto —siempre, pero todavía más en el caso que nos ocupa— ejerce una influencia capital tanto en la forma como en el contenido. Estamos en 1938, en pleno estalinismo triunfante —el tercero de los “Procesos de Moscú” acaba de culminar la “Gran Purga” de la década de los treinta— y a pocos meses del estallido de la segunda Guerra Mundial, durante la que dos cosmovisiones antagónicas como el nazismo y el comunismo habrían de resolver sus diferencias por la vía del exterminio mutuo —previo pasteleo en Polonia merced al vergonzante pacto Ribbentrop-Molotov—. La interpretación estaliniana del marxismo-leninismo es tan particular que pasa por una exaltación del nacionalismo ruso bastante alejada de la tesis que reza que el proletariado no tiene patria. Todo relato nacionalista se construye a base de mitos más o menos verosímiles en que el “nosotros” se enfrenta a un “ellos” encarnación de todo lo que al “nosotros” repugna. El del príncipe Alejandro Nevski levantando al pueblo contra el pérfido invasor teutónico —cuya infantería se toca con cascos de la Wehrmacht, qué importa que los hechos narrados sucedan en el siglo XIII— encaja en dicho constructo de la (sin) razón como un traje a medida. También a nivel estético la película obedece a la regresión instaurada bajo los años de plomo del “Padrecito”. Para cuando “Alexander Nevsky” se rueda, los iniciales coqueteos de la revolución con las vanguardias ya forman parte casi de la prehistoria. Impera, por el contrario, un esculturalismo de cartón piedra en la línea del realismo socialista, sólo quebrantado en las escenas dedicadas a la perfidia de la Orden Teutónica, de tan hiperbólicas, caricaturescas, y por ende mucho más dinámicas, hasta en ocasiones aproximarse a postulados expresionistas.
Técnicamente, la célebre batalla sobre el lago helado está bien resuelta, sobre todo habida cuenta de los medios con que se contaba en la época y la muchedumbre que participa. Eisenstein, que ha pasado a la historia como un genio del montaje, recurre al entrelazado de breves planos cortos —como hiciera en la icónica escena de la escalera de “Bronenosets Potyomkin”—, que combina con grandes panorámicas de los movimientos de tropas. El problema radica en la reiteración “ad nauseam” de algunos de aquéllos planos cortos, dedicados a los mandobles que, a diestro y siniestro y sin desfallecer, reparten los héroes de la patria rusa. El ritmo de la —de por sí larguísima— escena se resiente sin que la pertinaz repetición aporte nada reseñable a cambio.
6
10 de febrero de 2015 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es ningún secreto que las películas que realizó el director soviético Eisenstein como Oktyabr (Octubre, 1928) o Bronenosets Potyomkin (El Acorazado Potemkin, 1925) ensalzaban las virtudes del nuevo régimen formado a partir de la revolución de 1917. Todas ellas sirvieron como filmes de propaganda para mostrar las virtudes y necesidades del nuevo gobierno. Le sucede igual a Alexander Nevsky (Alexander Nevsky, 1938) que sin embargo cruza la línea del maniqueísmo más torpe para ofrecernos una historia que a pesar de estar ubicada en el siglo XIII, tiene claras alusiones al momento en que se realizó, justo sólo un año antes de que los alemanes decidieran invadir Polonia.

Efectivamente, Alexander Nevsky es un filme basado en hechos reales. La trama de la película se centra en la figura del personaje histórico que da título a la obra. Alexander Nevsky fue un gobernante que dirigió las tropas contra la invasión de los pueblos extranjeros que amenazaban “Rusia” en aquellos años. Lo cierto es que Rusia aún no existía como entidad política (en lo que era la región más occidental había diversos principados y reinos y en su parte oriental estaba prácticamente despoblada o regida por pueblos asiáticos), hecho que el filme elude para poder favorecer el mensaje de propaganda. La cuestión es mostrarnos a Alexander Nevski como un doble del propio Stalin, un héroe capaz de derrotar al enemigo exterior que se cierne de manera amenazante sobre la nación. El propio director afirmó que se realizó el filme con la intención de combatir al fascismo, una amenaza que se agigantaba sobre Europa, representada en los caballeros teutones[1]. El texto final que introduce el director resulta un verso bastante predictivo “Quienquiera vendrá a nosotros con una espada, de una espada fallecerá”.

En efecto, las órdenes teutónicas que intentaron conquistar en el siglo XIII las provincias de la actual Rusia son una evidente metáfora que emplea el filme para hablarnos de la amenaza nazi. El pueblo ruso pues, deberá defenderse de los germanos, tal y como ya lo hizo en los tiempos de Alexander Nevski. Los buenos y los malos aparecen definidos en un maniqueísmo que no era nuevo en la filmografía de Einsenstein, pero que aparece en el filme de manera muy amplificada. Los teutones son unos monstruos que aparecen definidos con todos los rasgos negativos.

Ya desde el vestuario se puede apreciar la diferencia entre los diversos pueblos. Los Germanos aparecen vestidos prácticamente de manera uniformada (como los Nazis) y mostrando las enormes cruces que adornan sus trajes. La película también nos muestra el choque entre civilizaciones y religiones opuestas. El filme oculta de manera sutil el hecho de que el propio Nevsky fuera canonizado por la iglesia ortodoxa tres siglos más tarde de los hechos que nos muestra el filme (recordemos el Ateísmo de la URSS). Los Teutones, altos y rubios (físicamente muestran claras diferencias con los rusos) son unos carniceros que realizan matanzas con las ciudades que capturan, mientras que los soldados de Nevsky liberan una vez ganada la gran batalla a los prisioneros. Continuamente el filme pretende mostrar las diferencias entre las dos civilizaciones, sin temor por caer en la brocha gorda.

En un momento determinado de la película, la gente de Novgrod acude a Nevsky para pedirle ayuda en defensa de su ciudad. El responde que no está ahí para defender Novgrod, sino a Rusia. Las intenciones de Eisenstein con la película eran claras, refundar el mito de Nevsky convirtiéndole en un héroe nacional, no sólo regional. Poco importa que el verdadero Nevsky poco tuviera que ver con el personaje romántico que nos presenta Einsenstein, porque lo cierto es que sobre el personaje real poco se conoce. Cuando el cineasta soviético decidió encargarse del filme, sabía que hiciera lo que hiciera sería aceptado precisamente por este desconocimiento historiográfico[2]

Si por algo es recordada la película, es por la brillante utilización de la puesta en escena (algo que no sorprende viniendo de un director como Einsenstein). Más de un tercio del filme está destinado a la batalla final entre teutones y los pueblos rusos, que tuvo lugar en el lago Peipus. Realmente épica, la batalla está coreografiada como si fuera un Ballet, de tal manera que los avances y retrocesos de los soldados de un bando y otro no son más que movimientos rítmicos (no hace falta decir que también ayuda sobremanera el montaje del filme) y preparados como una gran danza. A ello se le suma la música del excelente compositor Profokiev, quien realizó la banda sonora que emplea la película, y que alcanza auténticas cumbres artísticas.

[1] TAYLOR,Richard, Film Propaganda: Soviet Russia and Nazi Germany, Ed. I.B Tauris, New York 2006, p. 87

[2] DOBRENKO, A, Stalinist cinema and the production of history : museum of the revolution, Ed. Edinburgh University press, Edinburgh 2008, p. 76

https://neokunst.wordpress.com/2015/02/10/alexander-nevsky-1938/
3
5 de octubre de 2020 3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
He aquí una de las mas sobrevaloradas películas que me ha tocado en ver, donde el prestigio y fama de su director, parecieran suficientes para motivar en forma instantánea las mas altas calificaciones, todas a mi entender sin fundamento alguno. Sobrevaloración que no solo le alcanza al film propiamente dicho, sino a su partitura, de mi muy admirado Sergei Prokofiev, la que me parece absolutamente fuera de tono de la película en su totalidad.
Digo todo esto fundamentalmente porque si bien la película arranca contando una buena historia, y lo que podría haber sido un film épico de proporciones propagandísticas notables, y atendiendo a la capacidad de su director para llevar a la postre un resultado fructífero, termina arruinándose sin más por situaciones que rozan la hilaridad.
Las actuaciones son extremadamente malas, los personajes están construidos como si fueran sacados de dibujos animados, y las escenas de batalla, además de ser extremadamente aburridas, parecen coreografiadas en forma improvisada en un club barrial cercano. Solo parecería quedar ese tono amenazador dirigido ya a la Alemania nazi que amenazaba en esa época con invadir la URSS, pero absolutamente nada más. Para el olvido más absoluto. Envejeció y muy mal.
8
31 de marzo de 2025 Sé el primero en valorar esta crítica
Esta es una película bastante convencional. Ya no hay un protagonista indefinido, la masa o el pueblo, sino un héroe real, cinematográfico, reconocible a través del metraje, que evoluciona, siente y padece.
Campos abiertos, y tomas medias sustituyen a esa infinita sucesión de planos a ritmo vertiginoso que caracterizaba sus primeras películas. Si mantiene, a veces, escenas con muchísimos extras, decenas de personas en el mismo plano.
Tremendísima fuerza visual, potencia en blanco y negro. Ésta sí me parece una película genial. Las otras también, pero en diferente grado.
Por momentos parece que estas viendo una cinta de Orson Welles. A mi juicio es mucho mejor película que cualquier de las suyas que he visto. El acorazado tiene un montaje brillantísimo, que seguramente influyó muchísimo en posteriores directores, un lenguaje visual espectacular, una novedad en su tiempo. Pero que sea una cinta que influyó mucho no significa que me agrade. El Ulises influyó en la dinámica narrativa durante décadas, o El busca del tiempo perdido, y, sin embargo, no he sido capaz de acabarlas. ¿Influyentes e importantes? Por supuesto. ¿Qué me hayan gustado? No, en absoluto.
Pues lo mismo con esta serie que estoy haciendo de Eisenstein. El acorazado Potemkin o Octubre son más influyentes que ésta que estoy viendo. Y, sin embargo, me gusta ésta mucho más.
El mito de la Sagrada tierra Rusa.
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