Dublineses (Los muertos)
7.3
8,641
Drama
El día de la Epifanía de 1904 está a punto de empezar una de las fiestas más concurridas de Dublín, la de las señoritas Morkan. Entre los invitados se encuentra Gabriel Conroy, sobrino de las anfitrionas y marido de la hermosa Gretta. Esa noche, los invitados disfrutan de una magnífica velada. Gabriel, muy enamorado de su esposa, observa su emoción cuando suena una antigua canción de amor. De vuelta a casa, Gretta le confiesa un secreto. (FILMAFFINITY) [+]
13 de abril de 2008
13 de abril de 2008
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
John Huston dirige a su hija desde una silla de ruedas.
John Huston, tan dado al cine de aventuras y a los dramas intensos, con perdedores dispuestos a dar la última dentellada, está postrado, se sabe definitivamente caído, ya tiene 81 años y es un milagro que las compañías de seguros le hayan dejado hacer las últimas tres películas, completamente diferentes entre sí y todas con una producción muy compleja: Annie (1982,ya con 76) —su único musical—, Bajo el volcán (1984) —densa autodestrucción de un alcohólico en tórridos parajes de México—, y una de las más originales historias de asesinos a sueldo, El honor de los Prizzi (1985).
Para despedirse del mundo y del cine, su extraña pasión donde muy a menudo batallaron el amor y el odio, elige un relato breve del genial James Joyce, uno de sus cuentos más sutiles, donde todo un mundo de vivencias y, sobre todo, de terribles frustraciones se exhiben con poética contención dramática hasta estallar, también delicadamente, en el sorprendente final.
Pero todo está contado, en voz baja, de forma sencilla y a la vez profunda, en la más atípica de sus películas, sin duda también la más breve, que acaba como un manto, una penumbra, para que dejemos morir al amado maestro al que hemos admirado tantas veces.
Dublineses, el último Huston, lo mejor es entrar en ella como se entra en un templo: nada de hablar durante el metraje ni de palomitar ni de hacer ruidos con el envoltorio de las golosinas; todo a media luz y si os sorprendéis llorando es que ha contactado con algunas de vuestras más secretas frustraciones. Pero si os sorprende sonriendo, es que acabáis de dar el último beso en la frente del hombre que pudo reinar y que ya nunca más volverá a visitaros.
John Huston, tan dado al cine de aventuras y a los dramas intensos, con perdedores dispuestos a dar la última dentellada, está postrado, se sabe definitivamente caído, ya tiene 81 años y es un milagro que las compañías de seguros le hayan dejado hacer las últimas tres películas, completamente diferentes entre sí y todas con una producción muy compleja: Annie (1982,ya con 76) —su único musical—, Bajo el volcán (1984) —densa autodestrucción de un alcohólico en tórridos parajes de México—, y una de las más originales historias de asesinos a sueldo, El honor de los Prizzi (1985).
Para despedirse del mundo y del cine, su extraña pasión donde muy a menudo batallaron el amor y el odio, elige un relato breve del genial James Joyce, uno de sus cuentos más sutiles, donde todo un mundo de vivencias y, sobre todo, de terribles frustraciones se exhiben con poética contención dramática hasta estallar, también delicadamente, en el sorprendente final.
Pero todo está contado, en voz baja, de forma sencilla y a la vez profunda, en la más atípica de sus películas, sin duda también la más breve, que acaba como un manto, una penumbra, para que dejemos morir al amado maestro al que hemos admirado tantas veces.
Dublineses, el último Huston, lo mejor es entrar en ella como se entra en un templo: nada de hablar durante el metraje ni de palomitar ni de hacer ruidos con el envoltorio de las golosinas; todo a media luz y si os sorprendéis llorando es que ha contactado con algunas de vuestras más secretas frustraciones. Pero si os sorprende sonriendo, es que acabáis de dar el último beso en la frente del hombre que pudo reinar y que ya nunca más volverá a visitaros.
28 de noviembre de 2005
28 de noviembre de 2005
13 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magnífico testamento de John Huston. Perfecta recreación del relato corto “los muertos” del irlandés James Joyce. Película sutil y de aparente sencillez, traspasa lo que podría ser una simple estampa o postal costumbrista para convertirse en una disertación sobre la vida, la muerte, la familia y ese gran desconocido que es siempre el otro, aunque ese otro, sea tu pareja.
En la última escena de la película, en la que Gabriel diserta sobre la muerte, Huston nos regala alguno de los planos más bellos de la historia del cine.
En la última escena de la película, en la que Gabriel diserta sobre la muerte, Huston nos regala alguno de los planos más bellos de la historia del cine.
17 de marzo de 2010
17 de marzo de 2010
11 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jamás pensé que se pudiera trascender tanto en una película. Creo que es la mejor película de la historia. Desde el principio te sientes en casa, acogida a la fiesta como uno más, sientes verdadera afinidad con los personajes, tanto con los de hoy como con los de ayer. Te dejas llevar por la poesía, por la música, por los recuerdos... Y al final acabas viendo como todo lo que te rodea va a desaparecer algún día y en sus actos está desapareciendo aunque siga plenamente vivo. Amamos la vida y por eso tenemos tan presente la muerte. Gracias por recordar a todos los muertos que he conocido, pero también a los que nunca conocí o no conoceré, ellos tuvieron su parte de cielo; ellos, como yo, pensaron estas cosas... y volvieron al primer amor (o al único) tras una velada de encuentros verdaderos que toda superficialidad y toda niebla disipa.
24 de junio de 2012
24 de junio de 2012
10 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé que se le cruzó por la cabeza a John Huston al realizar este film. Está bien, es una adaptación de la novela "Dublineses" de James Joyce, pero eso no quita que esta realización sea sosa, aburrida y carente de cualquier clase de gracia; una hora y quince minutos de pleno aburrimiento, en una historia insostenible. Los últimos diez minutos es lo que más vale la pena, pero a esa altura de las circunstancias era mejor sacar el dvd e irse a dormir lo más temprano posible.
19 de marzo de 2010
19 de marzo de 2010
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
He visto que un amigo de Filmaffinity incluye en la crítica de esta película el párrafo final del cuento de James Joyce The dead en el que está basada. Yo voy a hacer lo mismo porque creo que en ése párrafo se encierra lo más emocionante y crucial del film. La traducción es diferente, la suya es de Cabrera Infante, la mía de García Tortosa, el español que más sabe de Joyce. Se admiten comparaciones y apuestas entre las dos.
La película llega al alma, está llena de nostalgia, de tristeza, de añoranzas... No sólo Huston se moría mientras la rodaba, todos los personajes están ya muy cerca del cementerio solitario donde yacía Michel Fury. Todos se consumen lentamente, tan silenciosamente como la nieve que cae. ¡Vaya testamento que nos dejó el maestro Huston! ¡Qué maravilla! Casi tan impresionante como el cuento de Joyce. Por favor, leed ese final:
Comenzó a nevar otra vez. Miró soñoliento los copos, plateados y obscuros, caer de lado contra la farola. Le había llegado el tiempo de emprender el viaje hacia el oeste. Sí, tenían razón los periódicos: habría nieve en todo Irlanda. Caía por toda la obscura llanura central, por las colinas sin árboles, caía suave sobre el pantanal de Allen y, más hacia el oeste, caía suave en las obscuras, rompientes y turbulentas aguas del Shannon. Caía también en el camposanto solitario de la colina donde yacía Michael Furey. La nieve yacía espesa amontonada en las cruces retorcidas y en las lápidas, en las lanzas de la pequeña cancela, en los yermos espinos. Su alma se consumía lentamente mientras oía caer la nieve plácida a través del universo y plácida caía, como el descenso de su último fin, sobre todos los vivos y los muertos.
La película llega al alma, está llena de nostalgia, de tristeza, de añoranzas... No sólo Huston se moría mientras la rodaba, todos los personajes están ya muy cerca del cementerio solitario donde yacía Michel Fury. Todos se consumen lentamente, tan silenciosamente como la nieve que cae. ¡Vaya testamento que nos dejó el maestro Huston! ¡Qué maravilla! Casi tan impresionante como el cuento de Joyce. Por favor, leed ese final:
Comenzó a nevar otra vez. Miró soñoliento los copos, plateados y obscuros, caer de lado contra la farola. Le había llegado el tiempo de emprender el viaje hacia el oeste. Sí, tenían razón los periódicos: habría nieve en todo Irlanda. Caía por toda la obscura llanura central, por las colinas sin árboles, caía suave sobre el pantanal de Allen y, más hacia el oeste, caía suave en las obscuras, rompientes y turbulentas aguas del Shannon. Caía también en el camposanto solitario de la colina donde yacía Michael Furey. La nieve yacía espesa amontonada en las cruces retorcidas y en las lápidas, en las lanzas de la pequeña cancela, en los yermos espinos. Su alma se consumía lentamente mientras oía caer la nieve plácida a través del universo y plácida caía, como el descenso de su último fin, sobre todos los vivos y los muertos.
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