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El último tango en París

Drama. Romance Una mañana de invierno un maduro norteamericano y una joven muchacha parisina se encuentran casualmente mientras visitan un piso de alquiler en París. La pasión se apodera de ellos y mantienen relaciones sexuales en el piso vacío. Cuando abandonan el edificio, ambos se ponen de acuerdo para volver a encontrarse allí, en soledad, sin preguntarse ni siquiera sus nombres. (FILMAFFINITY)
Críticas 124
Críticas ordenadas por utilidad
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9
14 de diciembre de 2008
17 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fue en su momento para muchos una especie de ventana abierta a una especie de libertad imposible. Ver a María Schneider en una habitación de apartamento decadente parisino hablar con las tetas al aire, como si tal cosa, representó para esos mismos una salida hacia las esencias mismas de la libertad, y para otros un billete hacia el precipicio. No digamos la conocida escena de la mantequilla, o aquella otra en que esta jovencita le introducía dos dedos en el culo al personaje que interpretaba Marlon Brando, mientras éste se despachaba a gusto opinando sobre la familia tradicional y la ideología burguesa.

Han pasado los años, y la película sigue ahí, sin duda desprovista de esa combatiente ferocidad del principio, porque la vida nos ha demostrado que es más feroz que cualquier película, pero llena de sugerencias, de programas vitales, de estímulos anti sistema.

La pareja Marlon Brando-María Schneider sigue ahí también, sensual, brillante y eficaz. Sorprende ver al mítico actor norteamericano, a sus cuarenta y ocho años, en plena madurez y en plena forma, siete años antes de engordar como una vaca y aparecer así en “Apocalypse Now”. Ambos son, siguen siendo, la representación del amor imposible, que durante el tiempo que es posible, es el mejor de los amores posibles. El cruce de trenes vitales y de generaciones que ambos representan durante ese tiempo, es una explosión llena de sugerencias, de incertidumbres, de esperanzas y de miedos. Pero de una plenitud inigualable y magnífica. Para ellos el tiempo se detiene, y en esa habitación, con muchos balcones pero sin demasiadas vistas, que comparten casualmente en el centro de París, no importa el pasado, ni el futuro: es el presente, el rabioso presente el que se manifiesta como un magnífico monarca situacionista que reina por encima de todos los otros reyes.

La película sigue siendo muy hermosa y nos muestra el talento como director y guionista de Bernardo Bertolucci. Sigue siendo hermoso el abrigo marrón de Brando, su pelo castaño, ensortijado y revuelto por el viento del Sena. Sigue siendo hermoso ese momento en que se baja los pantalones y les enseña el culo a los ortodoxos del tango, porque es lo que hay que hacer siempre ante cualquier fundamentalismo que se precie. Siguen siendo hermosos los rizos de María,y sus pechos prominentes, certezas incontestables de ese presente demoledor. Jean Pierre Léaud sigue actuando mal, rindiendo un eterno, y aquí explícito, homenaje a otro cine que él representa como nadie. Gato Barbieri sigue poniendo el contrapunto musical, con sus notas cálidas, pero estridentes. Y Francis Bacon inspira las formas, las aristas, las perspectivas, las luces y las sombras, con la misma contundencia visual de siempre.

Tal vez tiene ya algo de polvo, pero no es la rata muerta que acaricia Brando en otra de las memorables escenas. Sin embargo, para los que en 1972 esta película era ya una rata muerta, supongo que lo seguirá siendo.
9
17 de junio de 2011
15 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Reconozcamos que somos catetos. A babor y a estribor. Me pongo a leer críticas sobre esta película y prácticamente todas hablan de la escena de la mantequilla y de los míticos viajes a Perpignan. Se diría que todo el mundo esperaba con avidez ver la puta mantequilla en el culo para juzgar. Es increíble lo que una simple anécdota puede dar de sí y desvirtuar la realidad hasta convertir esta historia en un reclamo erótico, cuando estamos hablando de una de las cintas más impresionantes y desgarradoras sobre la soledad y el dolor.

Para mí es apasionante y brutal esta historia sin nombres, esa isla humana en la que los dos protagonistas se pierden, ajenos por completo a la vida de fuera. Esa clandestinidad, ese no saber nada del otro. Esas risas cómplices en la cama, esos juegos de palabras, ese mundo perdido, esa soledad inmensa. Y luego ese dolor profundo, turbio, que arrastra el personaje de Brando, que llena la pantalla, eclipsa por completo a Schneider y deja un nudo en la garganta de proporciones considerables.

Dice Brando en un momento: "Todo fuera de aquí es una mierda". Y es cierto que lo es. En realidad lo esencial de la película transcurre entre las cuatro paredes en las que se encuentran los dos desconocidos sin nombre, desnudos y sin máscaras. Lo demás es pura mierda.

Ah, y hay muchísimas escenas bastante más impactantes y sobrecogedoras, incluso más morbosas, que la de la mantequilla (tremenda Schneider penetrando a Brando con los dedos mientras él grita obscenidades). Y una música inolvidable. Y una fotografía oscura y decadente. Y ese tango final, y ese culo rebelde al aire...

Sólo una palabra: imprescindible.
10
16 de noviembre de 2011
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bastantes de los españolitos que viven, de aquellos que babeando, en el 1972, tomaron trenes y autobuses para San Juan de Luz, Biarritz y otras poblaciones francesas adyacentes, con la rijosa y oscura intención de ver a una Maria Schneider desnuda, rebelde y objeto de perversiones; se pondrán colorados cuando, si han madurado, revisen esta estupenda obra (entendiendo ahora los diálogos) sobre la cruel soledad, el hiriente frío del desafecto, la incapacidad de muchos mortales de amar y ser amados en la misma fracción de segundo, el insufrible dolor de la existencia estéril.....; y ya habrán concluido en que fueron víctimas de un espejismo lúbrico, hijo directo de la ignorancia y la represión; y convendrán conmigo en que la auténtica aventura hubiera sido ponerse en marcha para aplaudir a un joven y desinhibido italiano, llamado Bernardo Bertolucci, capaz con treinta años de profundizar tan hondo, intentando llegar al lugar exacto en el que brota la tristeza, esa que convierte a la vida en una hemorragia de imposible taponamiento y que desemboca en el inmenso océano del sueño eterno.

París, la ciudad de la luz y el amor, se convierte en una negra trampa para parejas nihilistas que reptan por sus calles, bailan en sus cloacas iluminadas, se encuentran en viejos pisos sin muebles y se anudan en una agónica fornicación, tan placentera como la tortura que nos despierta para que no olvidemos que seguimos vivos.
"Last tango en Paris", aquel irreverente y escandaloso grito existencialista flota aún tras cuarenta años, porque está hecho con el insumergible material de la poesía; aunque pertenezca a ese oscuro rincón de la lírica, en el que algunos nunca estarán dispuestos a pernoctar.

La fotografía, prolongación de la mirada de los peces que boquean fuera del estanque, es del gran Vittorio Storaro y la música de Gato Barbieri (última opción del director), el único, según dicen, que no dió calabazas a Bertolucci; que había pretendido la banda sonora del gran maestro Astor Piazzola, que enfadado por tan irrespetuosa propuesta a un ferviente católico como él, ni se dignó contestar.
10
17 de marzo de 2009
23 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jamás una película logro abrir, sacar y estudiar las relaciones humanas hasta lo más profundo. Como si fuese una cirugía mayor expone sin piedad el cuerpo y el alma de dos seres desesperados. Nunca el odio, el amor, la pasión, la locura y la muerte formaron un conjunto tan perfecto como en este film. Tenía que ser europeo por supuesto, para dejar volar con tanta libertad a los actores y lograr una maravilla que el tiempo no podrá olvidar. Marlon Brando en el papel de su vida, la actuación que lo llevó a la inmortalidad por encima de cualquier otra. Servirá de ejemplo para las futuras generaciones de lo que significa poner el alma actuando y cagarse en las formas y los modos. Maria Schneider acompaña en sus experimentos y locuras a Brando pero no llega nunca a brillar por que él lo abarca todo. Dos desconocidos que comienzan una relación puramente sexual, casi animal sin saber siquiera como se llaman. Dos adultos jugando como niños a lo que sea, sin prejuicios ni vergüenza, pudiendo ser de verdad sin máscaras ni posturas. Libres. Desenfrenados. Tanta intensidad no puede pasar por sus vidas sin dejar huellas imborrables y ninguno de los dos volverá a ser el mismo después de conocerse. El final es sólo anecdótico, lo que cuenta acá es el transcurrir de la historia. Película obligatoria que no deja indiferente a nadie. Maravilla del séptimo arte.
3
28 de agosto de 2010
17 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me andaré con rodeos. "El último tango en París" es una de esas sobrevaloradas películas, auspiciadas por el nombre de figuras -como Brando y Bertulocucci- y la polémica del momento que, en su pretenciosidad, trata de ocultar su evidente vacío.
Más allá de su tema musical y su fotografía (francamente interesante), el filme despliega un encadenado de sinsentidos. Ni su supuesta erótica me parece tal, ni su presumible profundidad de contenido. Aun más- digámoslo francamente- Brando y Schneider ofrecen una actuación sobreactuada, probablemente demasiado limitada a los compases coreográficos del director. (Vean simplemente como los movimientos de autómata de los actores preludian en un subrayando excesivo los movimientos de cámara una y otra vez). Así pues ni siquiera una gran interpretación actoral consigue levantar el vuelo de un filme sólo apto para gafapastas o credúlos con ínfulas y nariz tentetiesa.
Nota para curiosos: la escena de la mantequilla fue una idea original de Brando (conocido por su ambigüedad sexual en estos lares de Hollywood). La Schneider de poblada selva pélvica, nada sabía del particular y lloro con lágrimas reales tamaña y filosófica ocurrencia.
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