El último tango en París
1972 

6.8
17,536
Drama. Romance
Una mañana de invierno un maduro norteamericano y una joven muchacha parisina se encuentran casualmente mientras visitan un piso de alquiler en París. La pasión se apodera de ellos y mantienen relaciones sexuales en el piso vacío. Cuando abandonan el edificio, ambos se ponen de acuerdo para volver a encontrarse allí, en soledad, sin preguntarse ni siquiera sus nombres. (FILMAFFINITY)
26 de marzo de 2010
26 de marzo de 2010
16 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Supongo que en su época sorprendió. Lamentablemente, a mi modo de ver, es sólo una muestra más de la vacuidad de un determinado cine que se popularizó en los 70. La película es un tostón inaguantable. Vacía, fría, engolada y dando lecciones de existencialismo a las masas, y que, por cierto, poco pueden sufragarse la vida bohemia que plantea la película.
Por suerte, después de este bodrio y de otros similares, la revolución en el cine llegó en los 80, cuando el cine estaba en una de sus crisis más profundas. Y quienes lo levantaron tienen nombre: Spielberg, Brian de Palma, George Lucas y Francis Ford Coppola. Devolvieron al cine lo que este tipo de chorradas le quitaron: la emoción auténtica de ver una película
Por suerte, después de este bodrio y de otros similares, la revolución en el cine llegó en los 80, cuando el cine estaba en una de sus crisis más profundas. Y quienes lo levantaron tienen nombre: Spielberg, Brian de Palma, George Lucas y Francis Ford Coppola. Devolvieron al cine lo que este tipo de chorradas le quitaron: la emoción auténtica de ver una película
20 de diciembre de 2008
20 de diciembre de 2008
15 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera ausencia se encuentra en la dirección de Bertolucci: a diferencia de sus compatriotas, en ella no hay atisbo del "giallo" que abarrotó las pantallas durante la década. Y aun tratándose de thriller, los recursos correspondientes al género quedan ocultos en pos de una narración mas férrea, sin tramposos y delirantes efectismos. Con independencia del guión, del que hablaré mas tarde, el cineasta italiano prefiere diseccionar los entresijos de la personalidad, de la derrota espiritual, y rehuir del recurso de tópicos (o llamémosle pautas establecidas de carácter académico). Mas que como realizador, con cámara y focos, practica su actividad con pluma sobre papel. Dibuja personajes desdibujados (valga la redundancia), frustrados, moralmente arruinados, pero bajo una envoltura un tanto intrascendente, como el escritor que poco a poco disecciona las marcadas características, y sabiendo que el lector aun no se ha sentido identificado con su fluida imaginación, tiraniza la narración para ensalzar la concesión. Y aun así es válido. Digo con esto que el resultado que apreciamos, tiene claras referencias al pasado poético de Bertolucci. Con todo, dotar de aire histriónico y libertino a la obra se agradece.
La segunda ausencia se encuentra en el guión: concretamente en su lejanía mundana, en su necesidad de condescendencia con el público. Los diálogos (y los monólogos sobre todo) están escritos con reflexión, con lucidez y sobriedad, pero con resultado tambaleante. Salta a la vista que la escritura está claramente encarada para el lucimiento de Brando (que conjuga su memoria con su ágil improvisación), pero el guión hace que el ritmo narrativo dé tumbos y obtengamos varios actos en el tiempo; el peligro que ello conlleva es que de largos momentos de vacío desembocan instantes poderosos y altos, de penitencia, de repercusión en el continuado trayecto de los hechos, pero el contraste de ritmo merma (es decir, los minutos trascurren hasta que algo perturbe la aparente tranquilidad, pero desde que termina una escena elevada hasta la otra, la función se hace vacía).
Durante ese tempo intrincado y algo confuso, Bertolucci se ausenta de la acción y satiriza, a modo de símbolo representado por Léaud, al expresionismo expansionista francés por jóvenes ilusos y soñadores, y los castillos en el aire creados por éstos.
La obra deja un sabor agridulce, al haber podido ser mas esquilmada que el resultado servido. Aun así, no es justificación para darse su ausencia en tu memoria.
La segunda ausencia se encuentra en el guión: concretamente en su lejanía mundana, en su necesidad de condescendencia con el público. Los diálogos (y los monólogos sobre todo) están escritos con reflexión, con lucidez y sobriedad, pero con resultado tambaleante. Salta a la vista que la escritura está claramente encarada para el lucimiento de Brando (que conjuga su memoria con su ágil improvisación), pero el guión hace que el ritmo narrativo dé tumbos y obtengamos varios actos en el tiempo; el peligro que ello conlleva es que de largos momentos de vacío desembocan instantes poderosos y altos, de penitencia, de repercusión en el continuado trayecto de los hechos, pero el contraste de ritmo merma (es decir, los minutos trascurren hasta que algo perturbe la aparente tranquilidad, pero desde que termina una escena elevada hasta la otra, la función se hace vacía).
Durante ese tempo intrincado y algo confuso, Bertolucci se ausenta de la acción y satiriza, a modo de símbolo representado por Léaud, al expresionismo expansionista francés por jóvenes ilusos y soñadores, y los castillos en el aire creados por éstos.
La obra deja un sabor agridulce, al haber podido ser mas esquilmada que el resultado servido. Aun así, no es justificación para darse su ausencia en tu memoria.
13 de agosto de 2011
13 de agosto de 2011
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sórdidas y enfermizas obsesiones que recuerdan a un Polanski en su vena más perturbadora, y se trata nada menos que del versátil Bernardo Bertolucci. Ahora comprendo que provocara un revuelo tan grande en su época, y lo de menos es que se vean desnudos integrales de una debutante Maria Schneider que, por su osadía, fue recompensada con un encasillamiento en su carrera cinematográfica del que nunca se recuperó. Lo menos escandaloso sería su morboso cuerpo de veinte años, aunque sí que sería un reclamo poderoso para que la audiencia acudiera a los cines (había incluso quienes pasaban desde España a Francia sólo para ir a verla) como los niños que se cuelan en una función prohibida, temiendo ser pillados in fraganti y disfrutando precisamente por eso. Pero detrás del reclamo carnal, que hoy día no es para tanto ni muchísimo menos, lo que realmente debió de ser polémico, y que lo sigue siendo ahora (y precisamente por eso este psicodrama de Bertolucci dio en la fórmula de la atemporalidad, de una extraña cualidad imperecedera), tuvo que ser ese Brando deslenguado, neurótico, desequilibrado, asqueado, libidinoso, sadomasoquista, un renegado de Dios, de lo sagrado, vituperador de lo establecido, de la familia que a su personaje no le dio alegrías. Un despotricador de las instituciones que predican la felicidad universal, pero que dejan tras de sí la triste realidad de esos descarrilados maltratados que parecieron nacer por error, sin ser deseados, culpados desde su nacimiento como si ellos fueran los responsables de su propia llegada.
Paul, ciudadano mediocre, viudo de una mujer que se acaba de suicidar (no sé si es coincidencia, aunque no lo creo, que ya en dos películas de Bertolucci que he visto el comienzo parta de un suicidio), cansado de tanto desamor y de tanto asco, y de tanta hipocresía, da rienda suelta a sus instintos más salvajes en el anonimato de una especie de piso franco que alquilará exclusivamente para encuentros furtivos con una jovencita de la que quiere poseer todo excepto su nombre. A ella puede decirle todas las cosas sucias que no puede decirle a otra. Con ella puede jugar a juegos sexuales tachados como tabú. Con ella puede echar fuera la locura y el sinsentido. Y ella volverá. Sin acuerdos explícitos, sin horarios fijos, sin nombres, regresan por propia voluntad a ese piso destartalado, y él fantasea con someterla y humillarla, y a ella la fascina y la repugna, pero siempre vuelve. Pese a la reticencia inicial, él poco a poco se va dejando enroscar por su deseo de ella, y sus palabras duras y su manera de hundirse en su carne son su forma de decirle que la necesita, y su negación a escuchar su nombre es el modo de pedirle que lo envuelva por completo en sus misterios femeninos, que él nunca podrá alcanzar, como no pudo alcanzar los de su esposa muerta.
Paul, ciudadano mediocre, viudo de una mujer que se acaba de suicidar (no sé si es coincidencia, aunque no lo creo, que ya en dos películas de Bertolucci que he visto el comienzo parta de un suicidio), cansado de tanto desamor y de tanto asco, y de tanta hipocresía, da rienda suelta a sus instintos más salvajes en el anonimato de una especie de piso franco que alquilará exclusivamente para encuentros furtivos con una jovencita de la que quiere poseer todo excepto su nombre. A ella puede decirle todas las cosas sucias que no puede decirle a otra. Con ella puede jugar a juegos sexuales tachados como tabú. Con ella puede echar fuera la locura y el sinsentido. Y ella volverá. Sin acuerdos explícitos, sin horarios fijos, sin nombres, regresan por propia voluntad a ese piso destartalado, y él fantasea con someterla y humillarla, y a ella la fascina y la repugna, pero siempre vuelve. Pese a la reticencia inicial, él poco a poco se va dejando enroscar por su deseo de ella, y sus palabras duras y su manera de hundirse en su carne son su forma de decirle que la necesita, y su negación a escuchar su nombre es el modo de pedirle que lo envuelva por completo en sus misterios femeninos, que él nunca podrá alcanzar, como no pudo alcanzar los de su esposa muerta.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Jeanne se resbala por una doble vida errática que en cualquier momento puede reventar, por un lado su algo chiflado prometido apasionado del cine, por el otro su totalmente chiflado amante secreto que le saca la vena más turbia. Ella no podrá resistir mucho más…
Un seco latigazo a la moral de bombo y platillo, y una expresión de ese inframundo de las frustraciones, fobias, filias y parafilias, de los deseos culpables y de la desesperación por canalizar por alguna vía los impulsos sexuales, destructivos y caóticos.
Y encontrar algo a lo que poder llamar amor. O enfermedad.
Un seco latigazo a la moral de bombo y platillo, y una expresión de ese inframundo de las frustraciones, fobias, filias y parafilias, de los deseos culpables y de la desesperación por canalizar por alguna vía los impulsos sexuales, destructivos y caóticos.
Y encontrar algo a lo que poder llamar amor. O enfermedad.
28 de noviembre de 2016
28 de noviembre de 2016
48 de 87 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película puede ser icónica por muchos motivos, pero sobre todo debería serlo por haberse cometido contra la actriz protagonista un delito que quedó impune.
El propio director, Bertolucci, afirmó en una entrevista realizada en 2013 que acordó con Marlon Brando llevar a cabo la famosa escena de la mantequilla sin el consentimiento de Maria. A ambos hombres les pareció una idea genial engañar y abusar psicológica y físicamente de ella. Obviamente, este hecho traumatizó de por vida a la joven actriz. Fue repudiada, nadie creyó su versión de los hechos hasta que, tras su muerte -cuarenta años después de la grabación- el director confesó los perversos actos cometidos. Bertolucci confesó la violación de María Schneider y no hubo ninguna consescuencia.
A pesar de los años que tiene la entrevista, no ha tenido prácticamente ninguna repercusión en las redes sociales ni en los medios de comunicación. Tan sólo alguna mención en determinados artículos relacionados con películas de corte erótico. Sin embargo, en este caso en concreto es errónea esta clasificación, al menos en esta escena, pues no se puede considerar erotismo el abuso de poder, el engaño y el menosprecio hacia una mujer.
Me pregunto cómo es posible que un caso tan grave como este no haya llegado a la opinión pública ni haya sido denunciado. Lamentablemente, es un claro ejemplo más de la violencia de género a la que es sometida la mujer diariamente, sin que tenga ningún tipo de consecuencias.
El propio director, Bertolucci, afirmó en una entrevista realizada en 2013 que acordó con Marlon Brando llevar a cabo la famosa escena de la mantequilla sin el consentimiento de Maria. A ambos hombres les pareció una idea genial engañar y abusar psicológica y físicamente de ella. Obviamente, este hecho traumatizó de por vida a la joven actriz. Fue repudiada, nadie creyó su versión de los hechos hasta que, tras su muerte -cuarenta años después de la grabación- el director confesó los perversos actos cometidos. Bertolucci confesó la violación de María Schneider y no hubo ninguna consescuencia.
A pesar de los años que tiene la entrevista, no ha tenido prácticamente ninguna repercusión en las redes sociales ni en los medios de comunicación. Tan sólo alguna mención en determinados artículos relacionados con películas de corte erótico. Sin embargo, en este caso en concreto es errónea esta clasificación, al menos en esta escena, pues no se puede considerar erotismo el abuso de poder, el engaño y el menosprecio hacia una mujer.
Me pregunto cómo es posible que un caso tan grave como este no haya llegado a la opinión pública ni haya sido denunciado. Lamentablemente, es un claro ejemplo más de la violencia de género a la que es sometida la mujer diariamente, sin que tenga ningún tipo de consecuencias.
12 de junio de 2007
12 de junio de 2007
15 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vi esta película con grandes expectativas, pues sabia de su reputación y encima me la habían recomendado. Y la verdad es que después de terminar de verla (reconozco que es todo un reto) pienso que la idea de la película no esta mal, pero no me gusta nada la forma en la que Bertolucci ha decidido contárnosla, de una manera extraña y directa, haciendo que no entendamos del todo la motivación de los personajes.
Cierto que esta muy bien dirigida, tiene planos muy buenos, al igual que la fotografía, la música, bonita y pegadiza, pero es que se repetirse demasiado, y cuando no lo hace es mucho más aburrida.
A favor de la película diré que Brando esta sensacional, y que el final es lo mejor del film, pero aparte de eso, no hay mucho más, ni siquiera es tan provocadora ni erótica como se ha dicho.
Una película aburrida con destellos.
Cierto que esta muy bien dirigida, tiene planos muy buenos, al igual que la fotografía, la música, bonita y pegadiza, pero es que se repetirse demasiado, y cuando no lo hace es mucho más aburrida.
A favor de la película diré que Brando esta sensacional, y que el final es lo mejor del film, pero aparte de eso, no hay mucho más, ni siquiera es tan provocadora ni erótica como se ha dicho.
Una película aburrida con destellos.
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