Plan diabólico
7.1
3,863
Ciencia ficción. Intriga. Drama
El banquero Arthur Hamilton (John Randolph) lleva una vida monótona y sin sentido junto a su esposa. Un día recibe una llamada de un amigo a quien creía muerto, que le anima a que visite La Compañía. Allí le ofrecerán algo aparentemente imposible: empezar su vida de cero. (FILMAFFINITY)
23 de enero de 2018
23 de enero de 2018
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En mi opinión es algo a punto de ser una obra maestra, incomprendida en su época. Adelantada, casi de vanguardia. No sólo por los encuadres y el uso de lentes que distorsionan la realidad para mostrar su lado más oscuro. Sino por las posibilidades que convergen en la idea del argumento.
Qué harías si te llama un amigo muerto por teléfono con una voz que no le reconoces, te diera datos sobre la amistad que sólo tú y él pueden saber y te dijera que está vivo con otra identidad gracias a una operación quirúrgica que lo metió en otro cuerpo que le permite ser joven de nuevo. Y todo gracias a una organización llamada “La Compañía”.
Ese es el planteo que Charlie le hace a Arthur Hamilton, un banquero que le cree (cosa extraña, un banquero tan confiado), y que como no soporta más su vida, acepta y se convierte en Tony Wilson, un pintor de cuadros joven y apuesto encarnado por Rock Hudson.
Los créditos de Saúl Bass y la música de Jerry Goldsmith serán un prodigio pero son dignos de un réquiem. Así que muchos mirarán otra cosa y los depresivos se abstendrán. Es un comienzo demasiado tétrico para mi gusto. Y el pesimismo continúa. De ahí que Cannes y Hollywood la acogieran fríamente.
Pero da lugar a temas tan filosos como el verdadero significado de la vida, la identidad, la libertad, nuestros sueños equivocados, las normas impuestas por la sociedad, la soledad, los afectos, el amor. Y por otro lado, la codicia insaciable del capitalismo en connivencia con la ciencia para esclavizar y matar.
No es un film comercial. Frankenheimer tenía dos opciones: suspenso o sorpresa. Empieza con un suspenso alucinante, interesantísimo, pero luego prefiere no mostrar nada perturbador porque quiere caer con la sorpresa de manera inesperada.
Qué harías si te llama un amigo muerto por teléfono con una voz que no le reconoces, te diera datos sobre la amistad que sólo tú y él pueden saber y te dijera que está vivo con otra identidad gracias a una operación quirúrgica que lo metió en otro cuerpo que le permite ser joven de nuevo. Y todo gracias a una organización llamada “La Compañía”.
Ese es el planteo que Charlie le hace a Arthur Hamilton, un banquero que le cree (cosa extraña, un banquero tan confiado), y que como no soporta más su vida, acepta y se convierte en Tony Wilson, un pintor de cuadros joven y apuesto encarnado por Rock Hudson.
Los créditos de Saúl Bass y la música de Jerry Goldsmith serán un prodigio pero son dignos de un réquiem. Así que muchos mirarán otra cosa y los depresivos se abstendrán. Es un comienzo demasiado tétrico para mi gusto. Y el pesimismo continúa. De ahí que Cannes y Hollywood la acogieran fríamente.
Pero da lugar a temas tan filosos como el verdadero significado de la vida, la identidad, la libertad, nuestros sueños equivocados, las normas impuestas por la sociedad, la soledad, los afectos, el amor. Y por otro lado, la codicia insaciable del capitalismo en connivencia con la ciencia para esclavizar y matar.
No es un film comercial. Frankenheimer tenía dos opciones: suspenso o sorpresa. Empieza con un suspenso alucinante, interesantísimo, pero luego prefiere no mostrar nada perturbador porque quiere caer con la sorpresa de manera inesperada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La desilusión de la mitad de la película, cuando Wilson comienza su nueva vida, se debe a que el espectador guardaba otras expectativas. Entonces se nos muestra a un Hudson aburrido que se siente vacío. Está irreconocible y hace una interpretación memorable. Así que del suspenso se pasa al drama de la nada, como esos “tiempos muertos” propios de Antonioni. Inaceptable para los amantes del suspenso. La influencia europea es evidente.
Es entendible porque Wilson es en verdad un viejo depresivo y apático, alienado y no sabe cómo transformarse. Da un giro hacia un posible romance con la trillada secuencia idílica junto al mar, con la aparición de Nora, que recurre al truco más eficaz: la seducción comprensiva y luego, despertar su lujuria.
Ese es el sentido de la escandalosa bacanal con vino, símbolo de la alegría y los placeres de la vida, influenciada por el movimiento hippie de los 60. Así que del suspenso inicial no queda nada.
La fiesta en la casa se puede leer bien entre líneas cuando uno ya vio la película una vez, y lo que hizo Nora también. Es un circo de apariencias con hombres antipáticos y hostiles. Como no sabemos que es un círculo de brujas y traidores, parece una fiesta tonta y sinsentido. Sólo el alcoholismo de Wilson (que introduce el placer engañoso de los excesos), provoca alguna inquietud, que se encuentra perdido porque no puede dejar de ser quien es. La fiesta es el punto más flojo.
Cuando llega la sorpresa de que es toda una conspiración, cuando lo recuestan en la cama y lo cercan, vuelve el suspenso. La cinta pasa al clima del principio y retoma su impulso. Wilson se ve perseguido y escapa.
Es indudable que esa mitad tranquila perjudicó al film porque si no sería un clásico de la ciencia ficción. Es muy innovador pasar del suspenso a la quietud, pero se disipa el conflicto, y con ello el interés. Es muy arriesgado. Esa mitad frágil nos dice muchas cosas pero no las entendemos en el momento porque no sabemos la verdad.
Al volver, Wilson se reencuentra con su esposa para comprender los errores de su pasado, pero al ir a la Compañía de nuevo para reclamarles otra operación, no advierte el mecanismo perverso en que se ha involucrado. Sigue creyendo en que hay buenas intenciones. Peca de una ingenuidad increíble.
El que lo confundió por el verdadero Wilson al llegar al aeropuerto en California, ¿no probaba que como precisan de cadáveres jóvenes, lo más probable era que lo hubieran asesinado aprovechando que no tenía familia? ¿Y cuándo se encuentra con Charlie que espera también? ¿Charlie no se da cuenta de que lo van a matar? De que justo lo operan cuando Wilson fracasó.
Nadie se preocupará por buscarles deseos genuinos porque es una empresa asesina que no aborda complicaciones ni ya podría confiar en ellos. Es una burocracia perversa abocada a una carnicería como la que disimula el lugar donde está y tienen que mantenerlos prisioneros.
Pero otro problema del film es su falta de esperanza. Hay partes geniales como el gesto cínico que hace el jefe “científico loco” cuando le hace firmar el testamento, o cuando el ejecutivo Ruby disfruta del pollo que Hamilton no quiere comer porque ya fue drogado con un té. O su pesadilla de que viola a una chica. Y también la idea de que las víctimas tengan que promover a otra para que les den otra oportunidad.
Un hallazgo es el uso de objetos recurrentes como el trofeo de tenis, símbolo de dos seres que cayeron en la misma trampa, el vino, la taza de té para manipular con sustancias o supuestas visiones, las drogas, el reflejo de Hudson en los espejos, los retratos, las pinturas de seres deformes de Wilson, el teléfono, y como contrapartida el océano que es lo puro e inconmensurable.
El final es impecable, aúna suspenso, sorpresa y terror. Es la ejecución de un condenado a muerte. ¿Hubiese sido posible si en la mitad seguía figurando lo inquietante? Un final tan magistral se cobró su precio: aburrir en una parte de la película.
Es entendible porque Wilson es en verdad un viejo depresivo y apático, alienado y no sabe cómo transformarse. Da un giro hacia un posible romance con la trillada secuencia idílica junto al mar, con la aparición de Nora, que recurre al truco más eficaz: la seducción comprensiva y luego, despertar su lujuria.
Ese es el sentido de la escandalosa bacanal con vino, símbolo de la alegría y los placeres de la vida, influenciada por el movimiento hippie de los 60. Así que del suspenso inicial no queda nada.
La fiesta en la casa se puede leer bien entre líneas cuando uno ya vio la película una vez, y lo que hizo Nora también. Es un circo de apariencias con hombres antipáticos y hostiles. Como no sabemos que es un círculo de brujas y traidores, parece una fiesta tonta y sinsentido. Sólo el alcoholismo de Wilson (que introduce el placer engañoso de los excesos), provoca alguna inquietud, que se encuentra perdido porque no puede dejar de ser quien es. La fiesta es el punto más flojo.
Cuando llega la sorpresa de que es toda una conspiración, cuando lo recuestan en la cama y lo cercan, vuelve el suspenso. La cinta pasa al clima del principio y retoma su impulso. Wilson se ve perseguido y escapa.
Es indudable que esa mitad tranquila perjudicó al film porque si no sería un clásico de la ciencia ficción. Es muy innovador pasar del suspenso a la quietud, pero se disipa el conflicto, y con ello el interés. Es muy arriesgado. Esa mitad frágil nos dice muchas cosas pero no las entendemos en el momento porque no sabemos la verdad.
Al volver, Wilson se reencuentra con su esposa para comprender los errores de su pasado, pero al ir a la Compañía de nuevo para reclamarles otra operación, no advierte el mecanismo perverso en que se ha involucrado. Sigue creyendo en que hay buenas intenciones. Peca de una ingenuidad increíble.
El que lo confundió por el verdadero Wilson al llegar al aeropuerto en California, ¿no probaba que como precisan de cadáveres jóvenes, lo más probable era que lo hubieran asesinado aprovechando que no tenía familia? ¿Y cuándo se encuentra con Charlie que espera también? ¿Charlie no se da cuenta de que lo van a matar? De que justo lo operan cuando Wilson fracasó.
Nadie se preocupará por buscarles deseos genuinos porque es una empresa asesina que no aborda complicaciones ni ya podría confiar en ellos. Es una burocracia perversa abocada a una carnicería como la que disimula el lugar donde está y tienen que mantenerlos prisioneros.
Pero otro problema del film es su falta de esperanza. Hay partes geniales como el gesto cínico que hace el jefe “científico loco” cuando le hace firmar el testamento, o cuando el ejecutivo Ruby disfruta del pollo que Hamilton no quiere comer porque ya fue drogado con un té. O su pesadilla de que viola a una chica. Y también la idea de que las víctimas tengan que promover a otra para que les den otra oportunidad.
Un hallazgo es el uso de objetos recurrentes como el trofeo de tenis, símbolo de dos seres que cayeron en la misma trampa, el vino, la taza de té para manipular con sustancias o supuestas visiones, las drogas, el reflejo de Hudson en los espejos, los retratos, las pinturas de seres deformes de Wilson, el teléfono, y como contrapartida el océano que es lo puro e inconmensurable.
El final es impecable, aúna suspenso, sorpresa y terror. Es la ejecución de un condenado a muerte. ¿Hubiese sido posible si en la mitad seguía figurando lo inquietante? Un final tan magistral se cobró su precio: aburrir en una parte de la película.
6 de junio de 2010
6 de junio de 2010
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Plan diabólico es un curioso thriller que plantea interesantes cuestiones, pero cuyo mayor logro radica en su puesta en escena. La historia nos presenta a Arthur Hamilton (John Randolph), un aburrido banquero cansado de su monótona vida, vida que dará un giro radical cuando reciba la "oferta" de iniciar una nueva…
Sería una irresponsabilidad contar demasiado de la película de Frankenheimer, ya que, como buen thriller, la sorpresa es parte fundamental dentro de la trama. Si bien, lo cierto es que el guión, aunque francamente atractivo, cuenta con ciertas lagunas e incongruencias que hacen que no sea todo lo notable que debiera. Dichas carencias del guión son subsanadas (con creces, desde luego) por Frankenheimer, quien realiza un excelente trabajo verbigracia de sus planos imposibles (magnífica la introducción y la manera en la que el director sitúa la cámara en lugares insospechados), los cuales dotan a la historia de un ambiente malsano, paranoico y pesadillesco (véase la escena de la… ¿romería?) que le van de maravilla.
También es de gran ayuda su fotografía, su banda sonora y la labor de sus interpretes, destacando Hudson, quien se aleja de su imagen de galán (típica de sus archifamosas comedias románticas) para realizar una interpretación compleja y acertada. No me extraña nada que Plan diabólico no fuese comprendida en su día (de ahí su gran fracaso comercial), ni tampoco que el tiempo la haya puesto en su lugar, tal vez no sea una película de culto, pero sí una película arriesgada a reivindicar.
Sería una irresponsabilidad contar demasiado de la película de Frankenheimer, ya que, como buen thriller, la sorpresa es parte fundamental dentro de la trama. Si bien, lo cierto es que el guión, aunque francamente atractivo, cuenta con ciertas lagunas e incongruencias que hacen que no sea todo lo notable que debiera. Dichas carencias del guión son subsanadas (con creces, desde luego) por Frankenheimer, quien realiza un excelente trabajo verbigracia de sus planos imposibles (magnífica la introducción y la manera en la que el director sitúa la cámara en lugares insospechados), los cuales dotan a la historia de un ambiente malsano, paranoico y pesadillesco (véase la escena de la… ¿romería?) que le van de maravilla.
También es de gran ayuda su fotografía, su banda sonora y la labor de sus interpretes, destacando Hudson, quien se aleja de su imagen de galán (típica de sus archifamosas comedias románticas) para realizar una interpretación compleja y acertada. No me extraña nada que Plan diabólico no fuese comprendida en su día (de ahí su gran fracaso comercial), ni tampoco que el tiempo la haya puesto en su lugar, tal vez no sea una película de culto, pero sí una película arriesgada a reivindicar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Poniendo una nota de humor diría que es todo un ejemplo de buena cirugía el cambiar el aspecto de Hamilton, un hombre de mediana edad, por el de un lozano… Rock Hudson.
26 de diciembre de 2012
26 de diciembre de 2012
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alejado de los papeles que hasta la fecha Rock Hudson solía estar encasillado, en este "Plan diabólico" se ve sumergido en la historia peculiar de un hombre que lleva a cristalizar la idea de alejarse de su vida original sin dejar rastro y al que luego le corroen las dudas. John Frankenheimer no realiza una exhibición con un planteamiento que me ha parecido que podría haber sido más provechoso, porque con una idea así de rara podría haber hecho una película más redonda y en mi opinión se queda algo lejos.
¿Quién no ha pensado en hacer algo parecido? Digo sólo pensarlo, otra cosa es tomar la decisión inamovible de dar el paso y cambiarlo todo, sin vuelta atrás. Especular sobre esa posibilidad da mucho juego, y en eso acierta John Frankenheimer, consigue enseñar al espectador el agobio que sufre el protagonista. Por ello la etiqueta de "thriller psicológico" encaja tan bien y entiendo que no sea del gusto de todos. A su favor siempre tendrá que mucho cine etiquetado de la misma manera y con posterioridad se ha visto influido por este primer "Plan diabólico".
¿Quién no ha pensado en hacer algo parecido? Digo sólo pensarlo, otra cosa es tomar la decisión inamovible de dar el paso y cambiarlo todo, sin vuelta atrás. Especular sobre esa posibilidad da mucho juego, y en eso acierta John Frankenheimer, consigue enseñar al espectador el agobio que sufre el protagonista. Por ello la etiqueta de "thriller psicológico" encaja tan bien y entiendo que no sea del gusto de todos. A su favor siempre tendrá que mucho cine etiquetado de la misma manera y con posterioridad se ha visto influido por este primer "Plan diabólico".
3 de junio de 2013
3 de junio de 2013
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
El excelente rodaje de esta película la hace ser aún más intrigante de lo que el argumento nos proporciona; las escenas a primer plano que te dan una sensación escalofriante, los contrastes bien definidos, los efectos especiales y muchos otros detalles cinematográficos hacen de la película una obra maestra del rodaje de los 60. Paralelamente, el innovador argumento hace que la película fracase como aburrida y sea lo bastante rebuscada para llegar a hacer reflexionar al espectador sobre las opciones que uno llega a tomar cuando las cosas van mal. En definitiva, sin pasarse de largo ni quedarse corto, esta película define lo estrafalario del cine antiguo.
16 de junio de 2015
16 de junio de 2015
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un mundo que predica el "tanto tienes, tanto vales" qué se puede esperar.
Gente afanándose por conseguir un éxito moral y financiero antes de que puedan comprender qué son ninguna de las dos cosas, rutinarias vidas de idas y venidas, decepciones, decepciones y decepciones. Toneladas de decepciones.
Primero con tu situación, después con quiénes te rodean y, más tarde, como la gran respuesta que siempre ha estado delante: decepción contigo mismo. Por no vivir feliz entre lo que se supone gente feliz en situaciones felices felizmente casadas.
'Plan Diabólico' se abre con unos incómodos créditos que derivan a una realidad blanco y negro, oscilante hacia el gris.
Con la vida de un hombre, Hamilton, que, como otros, vuelve del trabajo a casa, sin ningún tipo de alteración en su rutina. Para cuando una llamada misteriosa logra desequilibrar su frágil universo los planos cada vez más extrañamente encuadrados y aberrantes hacen aparición, como si fueran la duda que le está picando desde dentro. Una simple pregunta: ¿querría cambiar de vida?
Por todo lo que hemos visto, la respuesta es aún más simple.
En unas instalaciones cuidadas y rígidas, preguntan a Hamilton por el sentido de la vida, el fin último de su propia existencia, y descubre que no tiene. Es, de hecho, casi conmovedor contemplar a un hombre que ya ha dado lo mejor que tiene, y se da cuenta de que no se ha dejado nada para sí.
Tras operaciones, tanto físicas como clandestinas, a Hamilton se le da la vida de un apoderado artista, guapo, y con moderado éxito, viviendo en una casa de barrio rico. Es fascinante el subtexto que esconde esta transformación: de currito de trabajo a vividor que ha convertido su afición en negocio, alguien que de lo único que se tiene que preocupar es de no enfríarse demasiado cuando sale a la playa a las puertas de su casa.
De un extremo al otro, ambos solo separados por dinero, dejando claro que solo eso rige el mundo, pero también que lo que más nos gustaría en esta vida es generarlo tanto y de tal manera que podamos permitirnos ser dueños de nosotros mismos, no de otros.
Cuando conoce a una mujer que le inicia en los placeres que nunca conoció con su esposa, se desata otra parte que los poderosos pueden mostrar más a menudo: el febril y salvaje apetito que guía nuestros instintos más bajos, y por las que alguien como Hamilton ahora no tendrá ningún tipo de consecuencias.
Perderse a uno mismo, dicen, es encontrarse, aunque Hamilton solo encuentra repetición y puertas cerradas, de nuevo una cárcel que él pensaba que cambiaría con otros adornos. La conversación con su ex-mujer, una reliquia de otro hombre que ya apenas puede recordar, es casi desoladora: ella no tiene palabras hirientes para él, solo la más infinita piedad hacia un esposo que veía desvanecerse poco a poco entre obligaciones y responsabilidades, hasta que dejó de ser siquiera un ser humano.
Fracasada su "vida perfecta", es desoladora la mirada de Hamilton, un perfecto Rock Hudson, cuando comprende por fin que se rindió demasiado pronto, que su búsqueda de felicidad era una mentira contada a si mismo.
Probablemente, lo más escalofriante de esta historia, lo que realmente palpita en su interior, es lo más difícil de ver (o aceptar, si uno se reconoce): nada menos que la infructuosa huida de un hombre corriente que quiso ser extraordinario, sin darse cuenta de que nada externo podía concederle ese deseo.
Exige un acto de valentía, pero alguien solo consigue ser extraordinario, como bien recuerda el Doctor (no en vano, el creador de esa fábrica de vidas perfectas) cuando tiene un último centímetro dentro de sí que no ha cedido a las frustraciones o decepciones de la vida moderna. ¿El nombre de ese centímetro? Un sueño, o, si se quiere, una misión.
Algo tan complejo como crear una empresa de la nada, algo tan simple como amar a quien busca alegrarnos el día. Tiene muchas formas, y sin embargo nunca sabemos cuál es hasta que uno mismo no lo construye.
Gente afanándose por conseguir un éxito moral y financiero antes de que puedan comprender qué son ninguna de las dos cosas, rutinarias vidas de idas y venidas, decepciones, decepciones y decepciones. Toneladas de decepciones.
Primero con tu situación, después con quiénes te rodean y, más tarde, como la gran respuesta que siempre ha estado delante: decepción contigo mismo. Por no vivir feliz entre lo que se supone gente feliz en situaciones felices felizmente casadas.
'Plan Diabólico' se abre con unos incómodos créditos que derivan a una realidad blanco y negro, oscilante hacia el gris.
Con la vida de un hombre, Hamilton, que, como otros, vuelve del trabajo a casa, sin ningún tipo de alteración en su rutina. Para cuando una llamada misteriosa logra desequilibrar su frágil universo los planos cada vez más extrañamente encuadrados y aberrantes hacen aparición, como si fueran la duda que le está picando desde dentro. Una simple pregunta: ¿querría cambiar de vida?
Por todo lo que hemos visto, la respuesta es aún más simple.
En unas instalaciones cuidadas y rígidas, preguntan a Hamilton por el sentido de la vida, el fin último de su propia existencia, y descubre que no tiene. Es, de hecho, casi conmovedor contemplar a un hombre que ya ha dado lo mejor que tiene, y se da cuenta de que no se ha dejado nada para sí.
Tras operaciones, tanto físicas como clandestinas, a Hamilton se le da la vida de un apoderado artista, guapo, y con moderado éxito, viviendo en una casa de barrio rico. Es fascinante el subtexto que esconde esta transformación: de currito de trabajo a vividor que ha convertido su afición en negocio, alguien que de lo único que se tiene que preocupar es de no enfríarse demasiado cuando sale a la playa a las puertas de su casa.
De un extremo al otro, ambos solo separados por dinero, dejando claro que solo eso rige el mundo, pero también que lo que más nos gustaría en esta vida es generarlo tanto y de tal manera que podamos permitirnos ser dueños de nosotros mismos, no de otros.
Cuando conoce a una mujer que le inicia en los placeres que nunca conoció con su esposa, se desata otra parte que los poderosos pueden mostrar más a menudo: el febril y salvaje apetito que guía nuestros instintos más bajos, y por las que alguien como Hamilton ahora no tendrá ningún tipo de consecuencias.
Perderse a uno mismo, dicen, es encontrarse, aunque Hamilton solo encuentra repetición y puertas cerradas, de nuevo una cárcel que él pensaba que cambiaría con otros adornos. La conversación con su ex-mujer, una reliquia de otro hombre que ya apenas puede recordar, es casi desoladora: ella no tiene palabras hirientes para él, solo la más infinita piedad hacia un esposo que veía desvanecerse poco a poco entre obligaciones y responsabilidades, hasta que dejó de ser siquiera un ser humano.
Fracasada su "vida perfecta", es desoladora la mirada de Hamilton, un perfecto Rock Hudson, cuando comprende por fin que se rindió demasiado pronto, que su búsqueda de felicidad era una mentira contada a si mismo.
Probablemente, lo más escalofriante de esta historia, lo que realmente palpita en su interior, es lo más difícil de ver (o aceptar, si uno se reconoce): nada menos que la infructuosa huida de un hombre corriente que quiso ser extraordinario, sin darse cuenta de que nada externo podía concederle ese deseo.
Exige un acto de valentía, pero alguien solo consigue ser extraordinario, como bien recuerda el Doctor (no en vano, el creador de esa fábrica de vidas perfectas) cuando tiene un último centímetro dentro de sí que no ha cedido a las frustraciones o decepciones de la vida moderna. ¿El nombre de ese centímetro? Un sueño, o, si se quiere, una misión.
Algo tan complejo como crear una empresa de la nada, algo tan simple como amar a quien busca alegrarnos el día. Tiene muchas formas, y sin embargo nunca sabemos cuál es hasta que uno mismo no lo construye.
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