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7.1
3,862
8
23 de enero de 2018
23 de enero de 2018
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En mi opinión es algo a punto de ser una obra maestra, incomprendida en su época. Adelantada, casi de vanguardia. No sólo por los encuadres y el uso de lentes que distorsionan la realidad para mostrar su lado más oscuro. Sino por las posibilidades que convergen en la idea del argumento.
Qué harías si te llama un amigo muerto por teléfono con una voz que no le reconoces, te diera datos sobre la amistad que sólo tú y él pueden saber y te dijera que está vivo con otra identidad gracias a una operación quirúrgica que lo metió en otro cuerpo que le permite ser joven de nuevo. Y todo gracias a una organización llamada “La Compañía”.
Ese es el planteo que Charlie le hace a Arthur Hamilton, un banquero que le cree (cosa extraña, un banquero tan confiado), y que como no soporta más su vida, acepta y se convierte en Tony Wilson, un pintor de cuadros joven y apuesto encarnado por Rock Hudson.
Los créditos de Saúl Bass y la música de Jerry Goldsmith serán un prodigio pero son dignos de un réquiem. Así que muchos mirarán otra cosa y los depresivos se abstendrán. Es un comienzo demasiado tétrico para mi gusto. Y el pesimismo continúa. De ahí que Cannes y Hollywood la acogieran fríamente.
Pero da lugar a temas tan filosos como el verdadero significado de la vida, la identidad, la libertad, nuestros sueños equivocados, las normas impuestas por la sociedad, la soledad, los afectos, el amor. Y por otro lado, la codicia insaciable del capitalismo en connivencia con la ciencia para esclavizar y matar.
No es un film comercial. Frankenheimer tenía dos opciones: suspenso o sorpresa. Empieza con un suspenso alucinante, interesantísimo, pero luego prefiere no mostrar nada perturbador porque quiere caer con la sorpresa de manera inesperada.
Qué harías si te llama un amigo muerto por teléfono con una voz que no le reconoces, te diera datos sobre la amistad que sólo tú y él pueden saber y te dijera que está vivo con otra identidad gracias a una operación quirúrgica que lo metió en otro cuerpo que le permite ser joven de nuevo. Y todo gracias a una organización llamada “La Compañía”.
Ese es el planteo que Charlie le hace a Arthur Hamilton, un banquero que le cree (cosa extraña, un banquero tan confiado), y que como no soporta más su vida, acepta y se convierte en Tony Wilson, un pintor de cuadros joven y apuesto encarnado por Rock Hudson.
Los créditos de Saúl Bass y la música de Jerry Goldsmith serán un prodigio pero son dignos de un réquiem. Así que muchos mirarán otra cosa y los depresivos se abstendrán. Es un comienzo demasiado tétrico para mi gusto. Y el pesimismo continúa. De ahí que Cannes y Hollywood la acogieran fríamente.
Pero da lugar a temas tan filosos como el verdadero significado de la vida, la identidad, la libertad, nuestros sueños equivocados, las normas impuestas por la sociedad, la soledad, los afectos, el amor. Y por otro lado, la codicia insaciable del capitalismo en connivencia con la ciencia para esclavizar y matar.
No es un film comercial. Frankenheimer tenía dos opciones: suspenso o sorpresa. Empieza con un suspenso alucinante, interesantísimo, pero luego prefiere no mostrar nada perturbador porque quiere caer con la sorpresa de manera inesperada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La desilusión de la mitad de la película, cuando Wilson comienza su nueva vida, se debe a que el espectador guardaba otras expectativas. Entonces se nos muestra a un Hudson aburrido que se siente vacío. Está irreconocible y hace una interpretación memorable. Así que del suspenso se pasa al drama de la nada, como esos “tiempos muertos” propios de Antonioni. Inaceptable para los amantes del suspenso. La influencia europea es evidente.
Es entendible porque Wilson es en verdad un viejo depresivo y apático, alienado y no sabe cómo transformarse. Da un giro hacia un posible romance con la trillada secuencia idílica junto al mar, con la aparición de Nora, que recurre al truco más eficaz: la seducción comprensiva y luego, despertar su lujuria.
Ese es el sentido de la escandalosa bacanal con vino, símbolo de la alegría y los placeres de la vida, influenciada por el movimiento hippie de los 60. Así que del suspenso inicial no queda nada.
La fiesta en la casa se puede leer bien entre líneas cuando uno ya vio la película una vez, y lo que hizo Nora también. Es un circo de apariencias con hombres antipáticos y hostiles. Como no sabemos que es un círculo de brujas y traidores, parece una fiesta tonta y sinsentido. Sólo el alcoholismo de Wilson (que introduce el placer engañoso de los excesos), provoca alguna inquietud, que se encuentra perdido porque no puede dejar de ser quien es. La fiesta es el punto más flojo.
Cuando llega la sorpresa de que es toda una conspiración, cuando lo recuestan en la cama y lo cercan, vuelve el suspenso. La cinta pasa al clima del principio y retoma su impulso. Wilson se ve perseguido y escapa.
Es indudable que esa mitad tranquila perjudicó al film porque si no sería un clásico de la ciencia ficción. Es muy innovador pasar del suspenso a la quietud, pero se disipa el conflicto, y con ello el interés. Es muy arriesgado. Esa mitad frágil nos dice muchas cosas pero no las entendemos en el momento porque no sabemos la verdad.
Al volver, Wilson se reencuentra con su esposa para comprender los errores de su pasado, pero al ir a la Compañía de nuevo para reclamarles otra operación, no advierte el mecanismo perverso en que se ha involucrado. Sigue creyendo en que hay buenas intenciones. Peca de una ingenuidad increíble.
El que lo confundió por el verdadero Wilson al llegar al aeropuerto en California, ¿no probaba que como precisan de cadáveres jóvenes, lo más probable era que lo hubieran asesinado aprovechando que no tenía familia? ¿Y cuándo se encuentra con Charlie que espera también? ¿Charlie no se da cuenta de que lo van a matar? De que justo lo operan cuando Wilson fracasó.
Nadie se preocupará por buscarles deseos genuinos porque es una empresa asesina que no aborda complicaciones ni ya podría confiar en ellos. Es una burocracia perversa abocada a una carnicería como la que disimula el lugar donde está y tienen que mantenerlos prisioneros.
Pero otro problema del film es su falta de esperanza. Hay partes geniales como el gesto cínico que hace el jefe “científico loco” cuando le hace firmar el testamento, o cuando el ejecutivo Ruby disfruta del pollo que Hamilton no quiere comer porque ya fue drogado con un té. O su pesadilla de que viola a una chica. Y también la idea de que las víctimas tengan que promover a otra para que les den otra oportunidad.
Un hallazgo es el uso de objetos recurrentes como el trofeo de tenis, símbolo de dos seres que cayeron en la misma trampa, el vino, la taza de té para manipular con sustancias o supuestas visiones, las drogas, el reflejo de Hudson en los espejos, los retratos, las pinturas de seres deformes de Wilson, el teléfono, y como contrapartida el océano que es lo puro e inconmensurable.
El final es impecable, aúna suspenso, sorpresa y terror. Es la ejecución de un condenado a muerte. ¿Hubiese sido posible si en la mitad seguía figurando lo inquietante? Un final tan magistral se cobró su precio: aburrir en una parte de la película.
Es entendible porque Wilson es en verdad un viejo depresivo y apático, alienado y no sabe cómo transformarse. Da un giro hacia un posible romance con la trillada secuencia idílica junto al mar, con la aparición de Nora, que recurre al truco más eficaz: la seducción comprensiva y luego, despertar su lujuria.
Ese es el sentido de la escandalosa bacanal con vino, símbolo de la alegría y los placeres de la vida, influenciada por el movimiento hippie de los 60. Así que del suspenso inicial no queda nada.
La fiesta en la casa se puede leer bien entre líneas cuando uno ya vio la película una vez, y lo que hizo Nora también. Es un circo de apariencias con hombres antipáticos y hostiles. Como no sabemos que es un círculo de brujas y traidores, parece una fiesta tonta y sinsentido. Sólo el alcoholismo de Wilson (que introduce el placer engañoso de los excesos), provoca alguna inquietud, que se encuentra perdido porque no puede dejar de ser quien es. La fiesta es el punto más flojo.
Cuando llega la sorpresa de que es toda una conspiración, cuando lo recuestan en la cama y lo cercan, vuelve el suspenso. La cinta pasa al clima del principio y retoma su impulso. Wilson se ve perseguido y escapa.
Es indudable que esa mitad tranquila perjudicó al film porque si no sería un clásico de la ciencia ficción. Es muy innovador pasar del suspenso a la quietud, pero se disipa el conflicto, y con ello el interés. Es muy arriesgado. Esa mitad frágil nos dice muchas cosas pero no las entendemos en el momento porque no sabemos la verdad.
Al volver, Wilson se reencuentra con su esposa para comprender los errores de su pasado, pero al ir a la Compañía de nuevo para reclamarles otra operación, no advierte el mecanismo perverso en que se ha involucrado. Sigue creyendo en que hay buenas intenciones. Peca de una ingenuidad increíble.
El que lo confundió por el verdadero Wilson al llegar al aeropuerto en California, ¿no probaba que como precisan de cadáveres jóvenes, lo más probable era que lo hubieran asesinado aprovechando que no tenía familia? ¿Y cuándo se encuentra con Charlie que espera también? ¿Charlie no se da cuenta de que lo van a matar? De que justo lo operan cuando Wilson fracasó.
Nadie se preocupará por buscarles deseos genuinos porque es una empresa asesina que no aborda complicaciones ni ya podría confiar en ellos. Es una burocracia perversa abocada a una carnicería como la que disimula el lugar donde está y tienen que mantenerlos prisioneros.
Pero otro problema del film es su falta de esperanza. Hay partes geniales como el gesto cínico que hace el jefe “científico loco” cuando le hace firmar el testamento, o cuando el ejecutivo Ruby disfruta del pollo que Hamilton no quiere comer porque ya fue drogado con un té. O su pesadilla de que viola a una chica. Y también la idea de que las víctimas tengan que promover a otra para que les den otra oportunidad.
Un hallazgo es el uso de objetos recurrentes como el trofeo de tenis, símbolo de dos seres que cayeron en la misma trampa, el vino, la taza de té para manipular con sustancias o supuestas visiones, las drogas, el reflejo de Hudson en los espejos, los retratos, las pinturas de seres deformes de Wilson, el teléfono, y como contrapartida el océano que es lo puro e inconmensurable.
El final es impecable, aúna suspenso, sorpresa y terror. Es la ejecución de un condenado a muerte. ¿Hubiese sido posible si en la mitad seguía figurando lo inquietante? Un final tan magistral se cobró su precio: aburrir en una parte de la película.
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