Cielo amarillo
7.4
2,582
16 de noviembre de 2005
16 de noviembre de 2005
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un desierto es un espacio y un espacio se cruza le dice Gregory Peck a un grupo de atracadores en unas de las primeras escenas de Cielo Amarillo, modélico western de William A. Wellman. Con ribetes de cine negro (su guionista W.R. Burnett fue responsable de peliculas como High Sierra o La jungla de asfalto), y con escenas de fuerza telúrica, el director de The Ox-Bow Iccident construye una historia dura marcada por la aspereza del territorio, la concisión de sus diálogos y una tensión sexual muy apartada de las convenciones del cine de la época.
Personajes fronterizos que se traicionan en la búsqueda del botín definitivo, un paisaje mineral impregnado de una sensación de sequedad y agobio dan a la película un aire extraño y fantasmal que redunda en convertir a Ciello Amarillo en un western notable, en donde a pesar de desarrollarse en llamativos exteriores (montañas, llanuras y desiertos) sus imagenes desprenden una sensación de obscuridad y tiniebla.
Personajes fronterizos que se traicionan en la búsqueda del botín definitivo, un paisaje mineral impregnado de una sensación de sequedad y agobio dan a la película un aire extraño y fantasmal que redunda en convertir a Ciello Amarillo en un western notable, en donde a pesar de desarrollarse en llamativos exteriores (montañas, llanuras y desiertos) sus imagenes desprenden una sensación de obscuridad y tiniebla.
23 de enero de 2013
23 de enero de 2013
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magnífica cinta del director de "Incidente en Ox-Bow"; Wellman acaba de demostrarme que no sólo el gran John Ford sabía rodar un western de altos quilates. El film es de una factura impecable en muchos aspectos. Uno de ellos es la espléndida fotografía en blanco y negro; ese desierto de sal que es el Owens Lake alberga unos planos extraordinarios, al igual que el poblado fantasma que da nombre a la película: "Yellow Sky". Pero si a ello añadimos un gran guión y unos actores como Gregory Peck, Richard Widmark y Anne Baxter, el resultado no puede ser mediocre. Tanto el comienzo de la historia como el desenlace son fabulosos, no así la parte central, que en mi opinión decae un poco. Creo que es un film a reivindicar por todos a los que nos gusta el western porque está muy por encima de algún título más conocido. Notable.
21 de octubre de 2009
21 de octubre de 2009
36 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya pueden disfrazarla de marimacho, que seguirá siendo siempre hermosa (tan hermosa que es clavadita clavadita al hijo cabezón de Al Bundy en su etapa de adolescente)
A partir de aquí, pudiera parecer poco creíble todo el jaleo que se monta por SU culpa. Pero no es así, porque es mujer, aunque físicamente no lo aparente, y por tanto, es la responsable de que el filme pase de excelente a interesante, pues ya se sabe que todo lo que vuela, a la cazuela, más aún si te has cruzado un desierto a pata, como bien todos sabemos, porque malas rachas, las hemos pasado todos.
La escena del manantial ha sido la prueba determinante para condenar a la señorita Anne Baxter.
A partir de aquí, pudiera parecer poco creíble todo el jaleo que se monta por SU culpa. Pero no es así, porque es mujer, aunque físicamente no lo aparente, y por tanto, es la responsable de que el filme pase de excelente a interesante, pues ya se sabe que todo lo que vuela, a la cazuela, más aún si te has cruzado un desierto a pata, como bien todos sabemos, porque malas rachas, las hemos pasado todos.
La escena del manantial ha sido la prueba determinante para condenar a la señorita Anne Baxter.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Se acerca la muchacha con un cubo al manantial para llenarlo de agua. Se contonea y pone ojitos a los vaqueros, que en la orilla reposan. Uno la zancadillea e intenta besarla otro sale en su ayuda, se pelean y Gregory Peck, que es un hombre bueno, arregla el embolao. Vale. la chica se vuelve a casa. Pero ojo, porque se vuelve con el cubo vacío. ¿A QUÉ FUE ENTONCES?
Pues está muy claro: a enredar, a provocar, a malmeter, a engatusar, a calentar. Por favor, no me digan que no se habían dado cuenta.
Pues está muy claro: a enredar, a provocar, a malmeter, a engatusar, a calentar. Por favor, no me digan que no se habían dado cuenta.
1 de septiembre de 2008
1 de septiembre de 2008
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los extensos territorios del Oeste americano eran como la tierra prometida. Un vergel salvaje y agreste, poco mancillado por la presencia del hombre, que ocultaba en sus entrañas riquezas y tesoros, y sueños de libertad.
El Oeste era la quimera de quienes querían probar fortuna, era la segunda oportunidad para quienes deseaban empezar de nuevo, era un galardón de bosques, montañas y desiertos de belleza incomparable, que muchos se lanzaron a conquistar.
Pero el Oeste no se dejó conquistar sin plantear un encarnizado desafío. Y muy poco consistió en aventura épica exaltada por los románticos. La realidad era otra. La realidad era el odio y las hostilidades entre los indios nativos y los colonos que llegaban expulsándolos y relegándolos a reservas. La realidad eran las duras condiciones de vida que solían encontrarse quienes se atrevían a abandonar los vestigios de la civilización y lanzarse a unas tierras exigentes que no solían regalar casi nada sin esfuerzo, sin sudor ni sangre. Era la ley del más fuerte, la ley del hambre, de la codicia, de la rapiña. La ley de la supervivencia.
Y quien tenía un revólver o un rifle, no entendía más ley que la del gatillo, el cañón y las balas.
Muchos incautos se arrojaron en pos de montañas de oro acerca de las cuales circulaban rumores cada vez más agigantados. Muchos buscaron un paraíso y se encontraron con que los paraísos rara vez son gratuitos. Se cobran su precio. Ya se trate ese precio de las incomodidades de una descarnada rudeza, de los peligros constantes, de la perpetua desprotección, de la ausencia de leyes institucionalizadas, de la cruenta lucha para salir adelante en un entorno que, pese a sus ricos recursos naturales, exige muchísimo trabajo, penalidades y el añadido de hordas de forajidos que cabalgan por todo el Oeste saqueando y matando. Por no hablar de la herida dignidad de los indios, que no se dejaron masacrar sin pelear.
En el Oeste la vida humana vale poco y tiene precio.
Bandas de ladrones proliferan y se desplazan como plagas de pueblo en pueblo dejando su marca de robos y muertes. Corre el año 1867, tras la Guerra de Secesión. La banda protagonista, liderada por un Gregory Peck curtido, recio, con dotes de mando y con ciertos principios, roba en los bancos que va hallando. Tras uno de sus robos, huyen de los policías del pueblo y tienen que adentrarse en un desierto de sal en el que sus perseguidores, sensatamente, no osan entrar. Tras un agotador periplo que está a punto de costarles la vida, los del grupo llegan a una ciudad muerta. Cielo Amarillo. Una ciudad que surgió a raíz de la fiebre del oro y que se disipó con la misma celeridad.
El Oeste era la quimera de quienes querían probar fortuna, era la segunda oportunidad para quienes deseaban empezar de nuevo, era un galardón de bosques, montañas y desiertos de belleza incomparable, que muchos se lanzaron a conquistar.
Pero el Oeste no se dejó conquistar sin plantear un encarnizado desafío. Y muy poco consistió en aventura épica exaltada por los románticos. La realidad era otra. La realidad era el odio y las hostilidades entre los indios nativos y los colonos que llegaban expulsándolos y relegándolos a reservas. La realidad eran las duras condiciones de vida que solían encontrarse quienes se atrevían a abandonar los vestigios de la civilización y lanzarse a unas tierras exigentes que no solían regalar casi nada sin esfuerzo, sin sudor ni sangre. Era la ley del más fuerte, la ley del hambre, de la codicia, de la rapiña. La ley de la supervivencia.
Y quien tenía un revólver o un rifle, no entendía más ley que la del gatillo, el cañón y las balas.
Muchos incautos se arrojaron en pos de montañas de oro acerca de las cuales circulaban rumores cada vez más agigantados. Muchos buscaron un paraíso y se encontraron con que los paraísos rara vez son gratuitos. Se cobran su precio. Ya se trate ese precio de las incomodidades de una descarnada rudeza, de los peligros constantes, de la perpetua desprotección, de la ausencia de leyes institucionalizadas, de la cruenta lucha para salir adelante en un entorno que, pese a sus ricos recursos naturales, exige muchísimo trabajo, penalidades y el añadido de hordas de forajidos que cabalgan por todo el Oeste saqueando y matando. Por no hablar de la herida dignidad de los indios, que no se dejaron masacrar sin pelear.
En el Oeste la vida humana vale poco y tiene precio.
Bandas de ladrones proliferan y se desplazan como plagas de pueblo en pueblo dejando su marca de robos y muertes. Corre el año 1867, tras la Guerra de Secesión. La banda protagonista, liderada por un Gregory Peck curtido, recio, con dotes de mando y con ciertos principios, roba en los bancos que va hallando. Tras uno de sus robos, huyen de los policías del pueblo y tienen que adentrarse en un desierto de sal en el que sus perseguidores, sensatamente, no osan entrar. Tras un agotador periplo que está a punto de costarles la vida, los del grupo llegan a una ciudad muerta. Cielo Amarillo. Una ciudad que surgió a raíz de la fiebre del oro y que se disipó con la misma celeridad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Pero aún quedan dos personas en Cielo Amarillo. Un viejo buscador de oro y su joven nieta, que sobreviven en la más completa soledad. La llegada del grupo de ladrones va a alterarlo todo y provocará una tensión constante por la lujuria que la chica despierta en los rudos hombres, y por los planes de éstos para robar el oro al pacífico prospector y a su bella y temperamental nieta.
Vamos a aprender que todavía quedan valores como la integridad, la palabra dada, la compasión. Que hay personas envilecidas que aún son capaces de conservar un resto de decencia.
Con una narración áspera y sobria, sólo suavizada en escasos momentos, acentuada por la fotografía en consonancia con los paisajes abruptos y poco hospitalarios y haciendo uso de una iluminación a menudo tenue que resalta la oscuridad, Wellman se adentra en el western dramático en el que casi todo está en venta. La vida de cualquiera. La conciencia. El honor. La palabra.
Casi todo, excepto esas cosas que nunca se podrán comprar.
Vamos a aprender que todavía quedan valores como la integridad, la palabra dada, la compasión. Que hay personas envilecidas que aún son capaces de conservar un resto de decencia.
Con una narración áspera y sobria, sólo suavizada en escasos momentos, acentuada por la fotografía en consonancia con los paisajes abruptos y poco hospitalarios y haciendo uso de una iluminación a menudo tenue que resalta la oscuridad, Wellman se adentra en el western dramático en el que casi todo está en venta. La vida de cualquiera. La conciencia. El honor. La palabra.
Casi todo, excepto esas cosas que nunca se podrán comprar.
7 de julio de 2016
7 de julio de 2016
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Y lo es, porque "Yellow sky" es una bonita oportunidad de contemplar las buenas maneras de un director, la verdad, poco valorado como William A. Wellman, desarrollando una historia desoladora y cruda con brillantes imágenes en claros-oscuros que enmarcan el talento reunido en los distintos personajes que la componen. Además, retrata inteligentemente, que las circunstancias pueden direccionar el comportamiento del ser humano, sin que se tilde siempre, sobre todo en un western, de que los buenos son siempre angelicales, o los malos son demonios porque sí. Y creo que esa ambivalencia presente es lo que convierte a la cinta en una joya a valorar, ojalá por siempre, por cualquier estudioso del género o por espectadores del común que encuentren suficientes motivos para verla, dentro de los cuales se pude nombrar sin duda el ver al inmortal Gregory Peck, tan cómodo en su andar por los films de sombrero y caballo, aquí mostrando una dualidad de criminal con principios muy bien lograda; el fantástico Richard Widmark, actor de verdad gigante, sin el aura de otras estrellas como su compañero protagónico, pero con el talento inagotable hasta el fin de sus días, dando su impronta en un personaje frío, calculador y real de acuerdo a su entorno, con tintes de insubordinación; y la bella Anne Baxter, complemento perfecto de mujer dura y femenina en tierras hostiles y ambientes con exceso de testosterona. Avaricia, codicia, lealtad, amistad, añoranza..todos sentimientos que afloran por la fuerza que el oro, ese metal único, despertó en la mente de los que habitaron esas duras tierras en esos lejanos tiempos.Y claro..el amor. No del empalagoso y dulce, sino del recio y fuerte, acorde totalmente con lo que pedía la trama. No cuento más, porque siempre espero que cualquier curioso descubra y se deleite con las bondades de la historia. Y a fé que lo conseguirá, ya que los magníficos secundarios, más el trío de grandes con la dirección de Wellman,son suficiente garantía para ello. De mi parte, sé que la próxima vez que la vea, la disfrutaré como la primer vez porque la tengo dentro de mis inolvidables. Por algo será.
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