Sorprendente película de escaso metraje del aclamado Steven Soderbergh, de escaso presupuesto y un puñado de actores desconocidos. Anodina historia centrada en un trío de personas más anodinas todavía, que tienen como nexo de unión el trabajo en una fábrica de muñecas producidas en serie, como en serie se fabrican los días rutinarios de las vidas de estas personas.

Todo es tan rutinario como la muerte después de la vida, y como tal se lo toman todos los figurantes que en ningún momento salen de su tono monótono, a excepción de dos fogonazos de Soderbergh para sacarnos del sueño o del aburrimiento de la historia.

Sin duda, interesante, por venir de quien viene. Mi nota, un 6.

Está muy bien eso del dogma y lo de hacer las películas con tres duros, hasta me parece bien que algún joven director se ponga posmoderno y haga películas sin mensajes claros, "abiertas", en las que tu como espectador tienes que buscar el sentido.
Pero lo de simplificar la trama hasta llegar a A+B=C es un timo. En Bubble no hay ni rastro de estructura dramática y eso me parece una tomadura de pelo. Lo más importante es la historia y si es una chorrada, como en este caso, es mejor no ir al cine a tirar 6 euros.

Y Bubble es excepcionalmente corta y depurada; un refinado pastiche indie de apenas setenta minutos y una destilación de cine que causa asombramiento. Steven Soderbergh se hizo famoso en Sundance hablando de pollas, existencialismo y yuppies. Sexo, mentiras y cintas de video pasa por ser la película más emblemática del mismo festival que fue creado por Robert Redford para que no se hablase de esas cochinadas y como una alternativa al cine de hollywood, un espacio de libertad donde poder abordar cualquier temática, aún las mas incómodas y santurronas, y en el que las nuevas generaciones de creadores que todos los domingos acudían a las salas de arte y ensayo, y que odiaban las palabrotas, pudiesen hablar de la América profunda, la gente sin esperanza y los Tramperos de Connecticut. Los temas consagrados por el festival de Sundance, y de los que se sirve Steven Soderbergh en Bubble para mostrarnos la negra belleza que se esconde tras los lugares comunes del cine indie. Martha, Kyle y Rose viven en el Medio oeste y trabajan en una fábrica por un salario de mierda. Pero a pesar de representar estos arquetípos del cine independiente no venden metanfetaminas ni se hacen amigos de un inmigrante. Se van a limitar a traspasar la línea de sombra que enfrenta a las personas normales con su ordinaria locura.

Martha (Debbie Doebereiner) y Kyle (Dustin James Ashley) trabajan en una fábrica de muñecas, han logrado consolidar una bonita amistad a pesar de que Martha es un poco mayor que Kyle, ella cuida a su padre anciano, él vive con su madre.

El trabajo es sumamente monótono, sus vidas son monótonas, en un pueblo que parece abandonado por el destino, que parece muerto, un pueblo donde sus lugareños tienen pocas esperanzas de superarse económicamente.

Una visión bastante degradada de los Estados Unidos es la que nos muestra Soderbergh en este film, donde los protagonistas deben tener más de un trabajo para intentar salir adelante, una perspectiva tan real como atípica.

La vida de estos personajes cambia cuando aparece Rose (Misty Wilkins), una chica que comienza a trabajar en la fábrica de muñecas, pronto todo cambiará en la relación que los tres van llevando con el avanzar del metraje.

Cambia también la dirección en que el film se va llevando, pasando de un drama a un thriller sin olvidar claro está, el primer aspecto que continúa presente y que tiene obvia importancia a lo largo de la película.

Bubble nació de una forma bastante peculiar, sin guión (realizado conforme avanzaban los días de grabación), sin actores profesionales (se nota) de las localidades vecinas (Ohio), incluso la música fue de igual forma de un músico del lugar.

El presupuesto ínfimo para un director como Steven Soderbergh, que sin embargo demuestra con esto su gran versatilidad y su talento para trabajar, con una obra pequeña pero muy honesta y que no deja de interesar.

Un film minimalista donde Soderbergh fiel a su costumbre, funge como director, director de fotografía y editor, una película sumamente realista gracias en parte a la forma en como está realizada y al trabajo del grupo actoral.

Lo bueno: Sus silencios, sus sorpresas atemperadas, sus metáforas aquí y allá, sin pretenciones, más bien asentadas en imágenes bien construidas y, por momentos, hipnóticas.

Lo malo: ninguno de los personajes tiene el peso suficiente para hacer que los otros dos graviten a su alrededor. Si bien la apuesta es por un equilibrio perfecto, este termina siendo demasiado dócil, demasiado distendido.