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Uno, dos, tres

Comedia Época de la Guerra Fría. C.R. MacNamara, representante de una multinacional de refrescos en Berlín Occidental, hace tiempo que proyecta introducir su marca en la URSS. Sin embargo, en contra de sus deseos, lo que su jefe le encarga es cuidar de su hija Scarlett, que está a punto de llegar a Berlín. Se trata de una díscola y alocada joven de dieciocho años, que ya ha estado prometida cuatro veces. Pero lo peor es que, eludiendo la ... [+]
Críticas 126
Críticas ordenadas por utilidad
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7
15 de junio de 2008
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es difícil escribir una crítica que se lea con más facilidad con la que se ve esta película. No pierdas el tiempo leyendo chorradas, hay que verla. Nunca desciende su ritmo, nunca dejas de reír, no envejece con el tiempo, es un clásico compuesto sólo de momentos memorables, de personajes disparatados pero veraces, no hay moralinas maniqueas, no queda títere con cabeza. Catarsis para el género humano que, de capitalistas y comunistas se reduce a un elenco de gentes ridículas perdidas en el frenético girar del rollo de Un, Dos, Tres.
9
30 de agosto de 2009
16 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
El genial Wilder libera en esta comedia toda las virtudes que era capaz de desarrollar con un título que, a mi juicio, y con lo visto hasta el momento, es sencillamente lo mejor que he visto. Es del todo cierto que no debe ser únicamente culpa suya, ¿podría hablarse igual sin esas geniales interpretaciones? Opino que el trabajo de actor tiene su razón de ser cuando ante papeles como el de James Cagney la película sale beneficiada. Todo ello sin restarle importancia al resto de actores.

La clave es sin duda el ritmo. Coincido al pensar que no existe una comedia, al menos ninguna que haya visto yo hasta el momento, con ese ritmo acelerado y vertiginoso que apenas da descanso. No se trata de que los personajes gritan sino que hablan deprisa (eso sí que es cierto), ofreciendo una verdadera avalancha de ideas. Así pues, la calma no existe en "Uno, dos, tres", no hay un segundo de sosiego, apenas puedes pensar en qué está sucediendo, si será posible la inverosimilitud de lo sucedido, cuando una vuelta de tuerca más ofrece una salida más imposible aún. La lista de personajes secundarios extraordinarios va de la mano de situaciones inimaginables en las que es muy difícil no acabar riendo. El objeto de toda comedia alcanza aquí un resultado más que convincente: entretener a toda costa.

No opino como otros que haya una crítica al comunismo únicamente; ¿acaso no se ve ridiculizado igual, o incluso más, el sistema capitalista? Creo Wilder lo que hace es reírse de todo y todos sin excepción.
9
5 de junio de 2006
25 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comparto todos los comentarios anteriores, así que tan sólo añadiré una pequeña nota sobre lo que siempre me ha fascinado más de este peliculón:
¡Que grandioso era el señor Cagney, y que impresionante su demostración de como se memorizan y se recitan textos larguísimos a una velocidad frenética!
Sin lugar a dudas, de lo mejorcito de Wilder. Que no es poco decir.
6
22 de abril de 2013
16 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué rara me he sentido al puntuar con un 6 esta película. Porque mis almas gemelas le han puesto un 9, porque todo el mundo habla maravillas de ella: que si obra maestra, desternillante... Así que me dispuse a visionarla con la mejor de las disposiciones y con ganas de morirme de la risa.
Así que me sentía cada vez más rara cuando, no es que no me hiciera ninguna gracia, sino que (y esto lo dijo bajito) me aburría... Tanto es así que ni acabé de verla. Pero sí acabé con jaqueca, porque la película es un griterío continuo: sí, sí, los actores hablan a voz en grito todo el rato, es insufrible. Y las actuaciones muy histriónicas, algunas ridículas. Por no hablar del descarado tamiz en contra del comunismo, realizando del mismo una burda caricatura, simplista, y, ¡si aún fuera graciosa! pero ¡puf!
Bueno, mi madre, que fue la que encarecidamente me la recomendó, todavía me odia por decirle lo poco que me ha gustado, y me ha quedado muy claro que su sentido del humor y el mío se encuentran en galaxias diferentes.
8
19 de octubre de 2010
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
La fórmula para una comedia irrepetible es como la de la Coca-Cola; según afirman, nunca ha podido hacerse una copia exacta. Y, hablando del refresco más popular y vendido, viene al dedillo para la demoledora crítica que Wilder, inspirado en una obra de teatro, arrojó contra la paranoia mundial cuando la Guerra fría alcanzaba un paroxismo desorbitado. El mismo año en que se erigió el Muro de Berlín, Wilder contribuyó a derribar simbólicamente, desde el plano de la ficción cinematográfica, tanto desatino.
Tengo entendido, o eso ha extendido la eficaz estrategia de márketing, que la fórmula del refresco más consumido del planeta la conocen muy pocas personas en todo el mundo, y que ninguna otra empresa ha sido capaz de imitarla, y precisamente ese secreto tan bien guardado o tan bien convertido en leyenda debe de ser el principal detonante de su arrollador éxito. La Coca-Cola es estandarte del capitalismo, de Occidente, del mercado libre, de la gran empresa voraz y competitiva. Nada más y nada menos que un representante de las lacras que el bloque opuesto, el de las naciones comunistas, atribuían a sus enemigos.
Así que fue una brillante idea escoger la marca más difundida en todos los continentes como núcleo de esta comedia altamente satírica e imparable, y colocarla justo en zona fronteriza, en Berlín Oeste, con el sabueso MacNamara al frente. En una zona delicada, a las puertas de dos dimensiones enemistadas, la de la democracia por un lado y la del comunismo por otro, sin faltar el humor a costa de la reciente etapa fascista de Alemania, Wilder nos troncha de risa con unos diálogos delirantes, personajes totalmente caricaturescos, y escenas surrealistas que bombardean a mensajes mordaces y que no conceden ni un momento de aburrimiento. Son tantos los gags y tantas las frases memorables que al terminar uno se queda como si hubiera pasado un tren a toda velocidad, nos hubiera metido dentro en plena marcha y no hubiese parado de provocarnos carcajadas con todo su circo de variedades absurdas.
Y no venía nada mal un poco de distensión y algo de perspectiva irónica a principios de una década en la que el temor a una guerra mundial definitiva y una hecatombe nuclear flotaba pesadamente en una atmósfera viciada.
Nada mejor que la pausa que refresca, y echar pelillos a la mar tomándose con la delegación soviética una Coca-Cola fresquita y unos vodkas con caviar en un restaurante de postín, mientras la rubia secretaria capitalista baila sobre la mesa y Stalin queda olvidado en un retrato que nadie mira, porque con la buena vida se va al diablo todo lo que no sea darle gusto al cuerpo serrano.
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