Alemania, año cero
12 de mayo de 2011
12 de mayo de 2011
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Neo-rrealismo tenía que expresarlo/retratarlo/testimoniralo de alguna manera. Se abría una nueva forma de ver el cine con Rossellini a la cabeza porque se abría una nueva forma de ver la realidad de acuerdo al lente respectivo con que se la mirara. Alemania...es casi un espejo de época, hecha con pocos recursos y aún así poseedora de una noción estético/devastadora realmente demoledora. Y vale la rima final.
El lugar siniestro y vacío que se le depara a la nueva juventud, ese parece ser el mensaje de esta peli vista, reflexionada y sentida desde la mirada de un jóven de 12 años. Al principio el muchacho se pasea por el país devastado y sus ojos son las cámaras de la desolación, al mismo tiempo que una lupa directamente focalizada sobre la época en plena guerra. Luego ese niño se vuelve parte activa del desastre y dejamos de observarlo como una víctima para empezar a entenderlo como victimario y como parte ambigua de una realidad con más de dos caras(resulta interesantísimo como le cambian las facciones, con una mirada mas sombría y fantasmal). "Sobrevivir como sea, los fuertes quedarán y los débiles morirán", ese es el lema que finalmente queda.
Consciente de lo que filmaba, Rossellini establece desde una cámara ágil un dispositivo a través del cual se filtra una porción de vida. Esa que a veces no queremos ver.
El lugar siniestro y vacío que se le depara a la nueva juventud, ese parece ser el mensaje de esta peli vista, reflexionada y sentida desde la mirada de un jóven de 12 años. Al principio el muchacho se pasea por el país devastado y sus ojos son las cámaras de la desolación, al mismo tiempo que una lupa directamente focalizada sobre la época en plena guerra. Luego ese niño se vuelve parte activa del desastre y dejamos de observarlo como una víctima para empezar a entenderlo como victimario y como parte ambigua de una realidad con más de dos caras(resulta interesantísimo como le cambian las facciones, con una mirada mas sombría y fantasmal). "Sobrevivir como sea, los fuertes quedarán y los débiles morirán", ese es el lema que finalmente queda.
Consciente de lo que filmaba, Rossellini establece desde una cámara ágil un dispositivo a través del cual se filtra una porción de vida. Esa que a veces no queremos ver.
3 de marzo de 2014
3 de marzo de 2014
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rossellini vuelve a ser consciente de la época en la que vive, del momento histórico que atraviesa Europa y la necesidad de alguien para retratarlo.
Más que un héroe, es un retratista de paisajes, de sentimientos. Tras la destrucción de toda Europa tras la II Guerra Mundial y la división del mundo en dos bloques dando origen a la Guerra Fría, ¿quién se acordaría de las personas, de los desfavorecidos, de todos aquellos que, lejos de ideologías políticas lo están pasando mal? Al inicio de 'Alemania, año cero', el maestro Rossellini hace una declaración de intenciones que debería darnos mucho que pensar: ''No pretendo culpar a los alemanes, tampoco perdonarlos. Simplemente contar la realidad, lo que está ocurriendo y que nadie está mostrando al mundo''.
Y así fue. El hambre, las enfermedades y la miseria barrieron Europa durante casi una década incluso después de la llegada del Plan Marshall y a mediados de 1960 Europa pudo empezar a levantar cabeza. Los primeros años de ocupación Aliada y la división de Alemania en cuatro zonas de influencia conllevaron un traumático desenlace del que no todo se ha contado siquiera 60 años después. La historiografía occidental -que ha sido la principal en tratar estos temas- ha olvidado dedicar unas míseas líneas a los aspectos sociales que marcaron el final de la guerra, fueran del bando que fueran. En las últimas décadas y tras la Reunificación Alemana en 1990, se está empezando a poner de relieve y de forma taimada la otra versión, aquella que habla de familias destrozadas, de ciudades convertidas a escombros, donde la maniquea visión 'buenos y malos' empieza a difuminarse y sólo vemos a personas desnudas ante un futuro difícil de encarar.
Roberto Rossellini nos ha regalado una obra maestra, un testimonio impagable de una época para olvidar, pero también para tener siempre en mente.
Más que un héroe, es un retratista de paisajes, de sentimientos. Tras la destrucción de toda Europa tras la II Guerra Mundial y la división del mundo en dos bloques dando origen a la Guerra Fría, ¿quién se acordaría de las personas, de los desfavorecidos, de todos aquellos que, lejos de ideologías políticas lo están pasando mal? Al inicio de 'Alemania, año cero', el maestro Rossellini hace una declaración de intenciones que debería darnos mucho que pensar: ''No pretendo culpar a los alemanes, tampoco perdonarlos. Simplemente contar la realidad, lo que está ocurriendo y que nadie está mostrando al mundo''.
Y así fue. El hambre, las enfermedades y la miseria barrieron Europa durante casi una década incluso después de la llegada del Plan Marshall y a mediados de 1960 Europa pudo empezar a levantar cabeza. Los primeros años de ocupación Aliada y la división de Alemania en cuatro zonas de influencia conllevaron un traumático desenlace del que no todo se ha contado siquiera 60 años después. La historiografía occidental -que ha sido la principal en tratar estos temas- ha olvidado dedicar unas míseas líneas a los aspectos sociales que marcaron el final de la guerra, fueran del bando que fueran. En las últimas décadas y tras la Reunificación Alemana en 1990, se está empezando a poner de relieve y de forma taimada la otra versión, aquella que habla de familias destrozadas, de ciudades convertidas a escombros, donde la maniquea visión 'buenos y malos' empieza a difuminarse y sólo vemos a personas desnudas ante un futuro difícil de encarar.
Roberto Rossellini nos ha regalado una obra maestra, un testimonio impagable de una época para olvidar, pero también para tener siempre en mente.
18 de mayo de 2006
18 de mayo de 2006
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una de las películas con mayar dosis de realismo filmadas por Rossellini. De eso no hay duda. Alemania año Cero se constituye como un verdadero documento histórico de la posguerra alemana, constatando a todas luces la invalidez del orden establecido y las crudas consecuencias de un conflicto armado eterno. El compromiso vivo e inmortal de la cámara del director italiano no nos despega ni un instante de la tragedia colectiva de un país hecho pedazos y que quedaría marcado de por vida por los dolorosos estragos de la guerra.
Los escenarios reales son auténticamente dantescos. Es un infierno hirviente con mayúsculas. Los travellings de las ruinas requemadas de grandes edificios berlineses y las antaño preciosas avenidas de la ciudad ahora repletas de cráteres y montones de escombros te ponen los pelos de punta. Todo ello como telón de fondo de la miseria y la pobreza extrema de sus habitantes, que son ejemplos claros de los límites físicos y psíquicos del ser humano.
Edmund nos hace partícipes de lo irremediable con bofetadas de realidad. Un final inolvidable y durísimo que arranca lágrimas de las de verdad.
Los escenarios reales son auténticamente dantescos. Es un infierno hirviente con mayúsculas. Los travellings de las ruinas requemadas de grandes edificios berlineses y las antaño preciosas avenidas de la ciudad ahora repletas de cráteres y montones de escombros te ponen los pelos de punta. Todo ello como telón de fondo de la miseria y la pobreza extrema de sus habitantes, que son ejemplos claros de los límites físicos y psíquicos del ser humano.
Edmund nos hace partícipes de lo irremediable con bofetadas de realidad. Un final inolvidable y durísimo que arranca lágrimas de las de verdad.
14 de enero de 2016
14 de enero de 2016
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
(...)
Han pasado casi diez años desde que vi Alemania, año cero por primera vez y el impacto de la fase final de la historia se ha mantenido, o incluso se ha elevado. Porque hasta los quince últimos minutos, la película de Rossellini es buena. Pero el final es el que marca la diferencia.
Rodada en el verano de 1947, el director italiano ya había filmado la posguerra italiana en la inmensa Roma, ciudad abierta. Sabía de lo que hablaba.
La posguerra suele ser menos interesante para los aficionados a la historia. Se acaba la guerra, y se firma la paz. Ya está, cerramos el libro. Pero no. La posguerra puede desquiciar más que la contienda por el efecto psicológico que conlleva. Se ha terminado el horror, pero no se ha terminado. Las bombas han dejado de caer, pero la muerte sigue presente. Celebramos la entrada del ejército de los aliados que nos liberan de la tiranía de un loco. Pero no hay peor euforia que la que sigue al terror y antecede a la depresión. Esa es la posguerra.
Alemania, año cero nos sitúa en el Berlín de 1947, una ciudad en la que cuatro potencias (dos en realidad) toman posiciones para repartirse el territorio y el poder mundial.
Durante varios años, Berlín fue el centro de las tensiones entre dos bloques antagónicos, con tanques apuntándose a ambos lados del Checkpoint Charlie y el mundo conteniendo el aliento. Al final, la construcción del muro fue un terrible drama para los berlineses, pero un ‘mal menor’ para el resto del planeta como llegó a decir Kennedy en petit comité.
Pero de nada de esto es consciente el joven Edmund, que vaga por las ruinas berlinesas buscando cigarrillos, carbón y algo de comer. El bloque central de la película nos dibuja el drama de unas familias hacinadas en los bloques de viviendas que todavía se mantienen habitables, los inevitables choques entre ellas, el estraperlo, el sentimiento de culpa y la confusión de los ex soldados alemanes, los últimos estertores del nazismo y el embrutecimiento de la adolescencia.
Todo ello está muy bien y las escenas en exteriores son magníficas y únicas en la historia del cine, pero lo que realmente eleva la categoría de Alemania, año cero es el vagabundeo final de Edmund, sin palabras, jugando, llorando, creciendo. Y el colapso. Una larga secuencia que es puro cine.
david rubio - las mejores películas de la historia en bolsamania.com/cine
Han pasado casi diez años desde que vi Alemania, año cero por primera vez y el impacto de la fase final de la historia se ha mantenido, o incluso se ha elevado. Porque hasta los quince últimos minutos, la película de Rossellini es buena. Pero el final es el que marca la diferencia.
Rodada en el verano de 1947, el director italiano ya había filmado la posguerra italiana en la inmensa Roma, ciudad abierta. Sabía de lo que hablaba.
La posguerra suele ser menos interesante para los aficionados a la historia. Se acaba la guerra, y se firma la paz. Ya está, cerramos el libro. Pero no. La posguerra puede desquiciar más que la contienda por el efecto psicológico que conlleva. Se ha terminado el horror, pero no se ha terminado. Las bombas han dejado de caer, pero la muerte sigue presente. Celebramos la entrada del ejército de los aliados que nos liberan de la tiranía de un loco. Pero no hay peor euforia que la que sigue al terror y antecede a la depresión. Esa es la posguerra.
Alemania, año cero nos sitúa en el Berlín de 1947, una ciudad en la que cuatro potencias (dos en realidad) toman posiciones para repartirse el territorio y el poder mundial.
Durante varios años, Berlín fue el centro de las tensiones entre dos bloques antagónicos, con tanques apuntándose a ambos lados del Checkpoint Charlie y el mundo conteniendo el aliento. Al final, la construcción del muro fue un terrible drama para los berlineses, pero un ‘mal menor’ para el resto del planeta como llegó a decir Kennedy en petit comité.
Pero de nada de esto es consciente el joven Edmund, que vaga por las ruinas berlinesas buscando cigarrillos, carbón y algo de comer. El bloque central de la película nos dibuja el drama de unas familias hacinadas en los bloques de viviendas que todavía se mantienen habitables, los inevitables choques entre ellas, el estraperlo, el sentimiento de culpa y la confusión de los ex soldados alemanes, los últimos estertores del nazismo y el embrutecimiento de la adolescencia.
Todo ello está muy bien y las escenas en exteriores son magníficas y únicas en la historia del cine, pero lo que realmente eleva la categoría de Alemania, año cero es el vagabundeo final de Edmund, sin palabras, jugando, llorando, creciendo. Y el colapso. Una larga secuencia que es puro cine.
david rubio - las mejores películas de la historia en bolsamania.com/cine
18 de enero de 2009
18 de enero de 2009
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un paseo por las ruinas devastadas de Berlín mientras una voz en off comenta los propósitos y naturaleza de la película constituyen toda una declaración de intenciones del director. Por un lado tratar de mostrar de la forma más objetiva, o si se quiere naturalista, una situación concreta, y por otro una forma de expiación ideológica tendente a la no criminalización del pueblo alemán.
Aunque este tipo de película supone un impacto cinematográfico de alto calibre, no sólo por su proximidad temporal al trauma de la segunda guerra mundial sino por su modelo confrontado al del Hollywood clásico, no deja de ser una recuperación de una tradición que entronca directamente con los films de Flaherty. Tratar de retratar una realidad de forma casi documental, con un elenco no profesional que permita una mayor empatía e identificación entre la audiencia y los personajes e historias mostrados.
Sin embargo no se puede obviar que a pesar de todo intento de cierta frialdad en lo narrativo siempre se desliza un componente claramente ideológico, y Rossellini no es la excepción. En este caso la crítica al régimen nazi y sus consecuencias es evidente, pero no sólo conformándose con ello hay una muestra clara de cine de propaganda, en este caso pro comunista.
Tomando el concepto de la volkgemeinshaft (comunidad del pueblo) nazi, se nos sitúa en una casa donde, a través de un retrato exhaustivo y minimalista de sus vicisitudes, asistimos a la atomización de sus habitantes. Una crítica que funciona en dos vías, por un lado el fracaso del comunitarismo nazi, y por otro el fracaso del individualismo como respuesta a ello. Una clara andanada al modelo de democracia liberal que estaba pugnando por imponerse en Alemania. Es aquí donde Rossellini obvia su retrato objetivo y selecciona a sus personajes dotándolos de características positivas o negativos en función de su ideología, por ello resulta un tanto maniqueo la dualidad que conforman los arquetipos más nazificados, impregnados de características negativas tanto en palabras como incluso en aspecto físico, frente a la inocencia y desolación de sus protagonistas positivos. (sigue en spoiler)
Aunque este tipo de película supone un impacto cinematográfico de alto calibre, no sólo por su proximidad temporal al trauma de la segunda guerra mundial sino por su modelo confrontado al del Hollywood clásico, no deja de ser una recuperación de una tradición que entronca directamente con los films de Flaherty. Tratar de retratar una realidad de forma casi documental, con un elenco no profesional que permita una mayor empatía e identificación entre la audiencia y los personajes e historias mostrados.
Sin embargo no se puede obviar que a pesar de todo intento de cierta frialdad en lo narrativo siempre se desliza un componente claramente ideológico, y Rossellini no es la excepción. En este caso la crítica al régimen nazi y sus consecuencias es evidente, pero no sólo conformándose con ello hay una muestra clara de cine de propaganda, en este caso pro comunista.
Tomando el concepto de la volkgemeinshaft (comunidad del pueblo) nazi, se nos sitúa en una casa donde, a través de un retrato exhaustivo y minimalista de sus vicisitudes, asistimos a la atomización de sus habitantes. Una crítica que funciona en dos vías, por un lado el fracaso del comunitarismo nazi, y por otro el fracaso del individualismo como respuesta a ello. Una clara andanada al modelo de democracia liberal que estaba pugnando por imponerse en Alemania. Es aquí donde Rossellini obvia su retrato objetivo y selecciona a sus personajes dotándolos de características positivas o negativos en función de su ideología, por ello resulta un tanto maniqueo la dualidad que conforman los arquetipos más nazificados, impregnados de características negativas tanto en palabras como incluso en aspecto físico, frente a la inocencia y desolación de sus protagonistas positivos. (sigue en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Cinematográficamente asistimos a un manual de estilo prácticamente documental, sin grandes recursos formales, limitándose a una narración tradicional de corte clásico. Sin embargo llama la atención la naturalidad con la que la cámara se mueve, entroncando con la teoría de la cámara invisible, ofreciendo el punto de vista más cómodo para el espectador. Un ejemplo claro de ello es como se coordinan los personajes en espacios reducidos, renunciando al abigarramiento expresionista y dando una sensación continua de fluidez y naturalidad en los movimientos y en los espacios. Sólo en el desenlace se produce un cambio consistente en un mayor interés por profundizar en el estado anímico de su protagonista persiguiéndolo continuamente en sus acciones y con una mayor profusión de primeros planos destinados a captar su atormentado y decadente estado de ánimo. No en vano es en este tramo final donde las imágenes cobran más fuerza en detrimento de los diálogos, casi ausentes por completo.
Es en este momento donde se pasa de la objetividad a la alegoría y donde el cineasta italiano muestra su mayor crueldad sumergiendo a Edmund, su protagonista, en una espiral descendente de horror. Rossellini se convierte pues en una especie de demiurgo vengativo e inmisericorde que traza un plan destinado a que comprendamos todo la dimensión del horror de posguerra. Un desenlace que funciona como metáfora perfecta del hundimiento de todo un sistema de valores.
Si retomamos los objetivos planteados al principio del film no es seguro que sean conseguidos ya que ni la objetividad está totalmente presente ni la culpabilidad alemana queda absuelta, pero ello no es óbice para reconocer que el fresco histórico mostrado resulta aleccionador. Puede que la voz en off no lo explicitara, pero si alguien quiere conocer los horrores de una guerra no tiene más que visionar esta película para comprender hasta donde puede llegar la destrucción provocada por el ser humano.
Es en este momento donde se pasa de la objetividad a la alegoría y donde el cineasta italiano muestra su mayor crueldad sumergiendo a Edmund, su protagonista, en una espiral descendente de horror. Rossellini se convierte pues en una especie de demiurgo vengativo e inmisericorde que traza un plan destinado a que comprendamos todo la dimensión del horror de posguerra. Un desenlace que funciona como metáfora perfecta del hundimiento de todo un sistema de valores.
Si retomamos los objetivos planteados al principio del film no es seguro que sean conseguidos ya que ni la objetividad está totalmente presente ni la culpabilidad alemana queda absuelta, pero ello no es óbice para reconocer que el fresco histórico mostrado resulta aleccionador. Puede que la voz en off no lo explicitara, pero si alguien quiere conocer los horrores de una guerra no tiene más que visionar esta película para comprender hasta donde puede llegar la destrucción provocada por el ser humano.
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