La secretaria

De Maggie G. ya no me sorprendo, hace rato que desde lo bajito viene haciendo ruido como una actríz que siempre logra destacarse. Lo cierto es que el papel que le demandaba esta peli era para hacer temblar a más de una, y lo abordó con una eficiencia inquietante. James Spader está, quizás, unos pasitos más abajo, pero no se le puede achacar nada. Y Shainberg...

Con un pulso sorprendente, con un montaje medido y estudiado, Steven da a luz una obra que facilmente puede ser catalogada como cine de autor. Resultan tan particulares los giros del guión: algo de humor irónico que va mutando hacia un drama plagado de tintes psicológicos hasta desembocar de una manera increíble en una relación sadomaso...
Pero lo increíble no es tanto hacia donde gira o se decanta el argumento, sino la mirada que recae sobre la pareja en sí: su enfoque desenfadado. El tono de la obra invita a la aceptación y a la apertura mental de una forma de relación humana que en cualquier otra peli similar pero con otro director sería acusada y con el siempre demagógico mensaje de denuncia.

Al abordar un tema tan delicado con semejante amplitud se ganará, sin lugar a dudas, el aprecio de muchos. Aunque también puede sufrir la incomprensión del público más conservador, es el riesgo lógico.

Otro detalle a resaltar: la obra se prestaba para venderse con carteles de neón multicolores y bajo tonos burlones y acartonados. Y aún así mantiene un nivel de respeto y seriedad hacia sí misma que, dudo, logre ver de nuevo.

Si tratásemos de cruzar a Todd Solonz con nuestro Pedro Almodóvar añadiendo A.D.N. de David Lynch y los hermanos Cohen muy probablemente obtendríamos un tipo capaz de hacer una película de este estilo.

El director Steven Shainberg, hasta la fecha todo un desconocido para mi, se adentra en el mundo del sadomasoquismo utilizando un lenguaje cómico y delirante quizá para captar a aquellos espectadores poco aventureros no dispuestos a tragarse una sesión de Lynch. La propuesta a mi me sedujo y es que, no es díficil meterte en una película tan bien interpretada, podría tratarse de cine mudo y el resultado sería el mismo, un diez para la pareja protagonista, que bien podría haber tomado parte en la gran Happiness de Solonz.

Nuestros protagonistas encuentran en ellos mismos tanto la horma de su zapato como su media naranja después de llevar una vida reprimida y oscura en la que no les era fácil asomarse a la realidad hasta ser descubiertos el uno por el otro, momento que se produce tras varias semanas de estudio y observación en el lugar de trabajo, una oficina con aires de baño turco, al más puro estilo Almodóvar, donde el ácido humor de los Cohen se sucede.

Comedia romántica sin parentesco alguno con los típicos enredos pastelosos norteamericanos que tantas veces nos hemos tragado y donde apenas cambian los actores (los argumentos siempre parecen los mismos).

De originalidad innegable, logra imbuir al espectador en una atmósfera probablemente bastante desconocida para el mismo, que sin embargo atrapa y hace disfrutar al máximo.

Las interpretaciones de los actores principales -James Spader y Maggie Gyllenhaal- además de exquisitas, resultan clave. Dudo mucho que ésta cinta hubiera resultado creíble con el Gere y la Roberts.

Y lo más inaudito es que pese a que algunos de los pilares fundamentales de la relación entre los protagonistas no solo son ajenas a la mayoría de los espectadores, sino también denostadas por muchos (autolesión, sadomasoquismo...), es imposible emitir juicio alguno contra ésta fantástica historia de amor.

Touché, Sr. Shainberg.

¿Quién dijo que el amor era sólo regalar ramos de flores, comprar bombones de chocolate, salir escopeteado en un taxi hacia el aeropuerto para evitar que el amor de tu vida coja ese avión final o declarar tu amor en público, pidiendo en matrimonio a esa chica dulce en medio de la multitud para que todos acaben aplaudiendo en el momento del beso?

Estos son los tópicos a los que Hollywood nos tiene acostumbrados y parece que sin escena final de aeropuerto no hay película de romance. Pero Secretary nos puede hacer emocionar de una forma totalmente distinta e intensa.

Se trata de una película masoca, si, pero no es gore, no es de mal gusto, no es explícita, no es violenta. Es una muestra de una diferente forma de amar, de una complicidad diferente entre dos seres humanos, el amor visto desde otro prisma que no hace daño a nadie ni siquiera a ellos mismos, aunque los prejuicios sociales nos hagan ver el tema como un gran tabú, como algo malo.

Maggie Gyllenhaal hace una interpretación brillante, con un personaje que tiene una evolución evidente, pero gradual, logrando el efecto de un rico plato que se cuece a fuego lento. Empieza la película con una joven introvertida con tendencia a la minusvalía mental y acaba con esa misma joven, convertida en una mujer fuerte que se conoce a si misma y se acepta tal y como es, sabiendo que no es el modelo “normal” de la sociedad, pero sintiéndose preciosa precisamente por eso, por su peculiaridad. No puedo imaginar a otro actor en el papel del abogado que a James Spader, esa mirada intensa y profunda, la impotencia de reprimir sus deseos más básicos, esa coraza que se pone de cara al mundo, no es si no, otra interpretación de aplauso que hace de esta película una obra de arte.

Los ambientes, el despacho, ese pasillo misterioso que lleva a la oficina de él, esa atmósfera lluviosa, clandestina, hacen que esta película tenga un ambiente de confidencia, en una historia de amor que se acaba sabiendo por todos.

Con "Secretary", la única y por el momento definitiva comedia romántica para almas y cuerpos sadomasoquistas, se juguetea con las convenciones de un género que ya creía haberlo visto todo, ofreciendo exactamente lo mismo que podría ofrecer una película ñoña de Julita Roberts, sólo que en el supuesto de que a la Roberts le fuesen las fustas, los azotes en el trasero y las automutilaciones recreativas. Claro que como Roberts jamás aceptaría una cosa así, la labor recae en Maggie Gyllenhaal, que se arrastra (figurada, que no literalmente...nunca sabemos del todo quién es el que de verdad lleva las riendas de esta peculiar relación) por los favores del morbosillo James Spader. Y como el amor tiene esas cosas y no importa debajo de qué forma se presenta, porque al final siempre es lo mismo, el toma y daca sexual es lo de menos: si hacemos el sano ejercicio de abstraernos de los detalles y centrarnos en el cuerpo de la historia, olvidando incluso el sutil humor negro que la acompaña y engrandece, es una peli de amor como todas las demás y funciona exactamente igual que una de la Roberts. Pero con fusta, claro.