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La gran belleza

Comedia. Drama En Roma, durante el verano, nobles decadentes, arribistas, políticos, criminales de altos vuelos, periodistas, actores, prelados, artistas e intelectuales tejen una trama de relaciones inconsistentes que se desarrollan en fastuosos palacios y villas. El centro de todas las reuniones es Jep Gambardella (Toni Servillo), un escritor de 65 años que escribió un solo libro y practica el periodismo. Dominado por la indolencia y el hastío, ... [+]
Críticas 302
Críticas ordenadas por utilidad
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9
19 de enero de 2014 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La gran belleza no es una película de un solo visionado, o al menos, de una sola vuelta de tuerca ante aquello que ofrece, pues su complejidad, desde el discurso a la forma, nunca evidencia de manera expresa los temas que trata en su guión, ni desde esos planos aberrantes del principio, estilizados hasta lo surreal, con movimientos de cámara y una edición inquietas, que pasan ante nuestros ojos de la misma forma equívoca y multilateral que pasa el resto de la película, hasta llegar a ese réquiem final, de hermosos significados y lecturas poéticas.

La gran belleza podría definirse como una cinta que explora en el complejo del hedonismo empirista, en la descreída historia de un país que va cuesta abajo, que pese a su monumental gran belleza, esconde tristes y sádicas gárgolas en sus esplendorosos palacios, en la luminosidad de su historia.

Y por ahí se mueve Jep Gambardella (un sobrenatural Toni Servillo, por una composición minimalista y constante, que hace del gesto casi invisible una oda de la profundidad, de la media sonrisa un arraigo de sarcasmo, y de las palabras arrastradas, tanto un llanto como una derrota). Un escritor que escribió su única novela hace ya años, y que desde entonces se ha entregado a la dolce vita, a un desfile de fiestas, encuentros, eventos y conversaciones elevadas con los que se suponen son los artistas del momento, algunos verdaderos creadores, otros, pequeñas sanguijuelas; unos íntegros, otros hipócritas hasta decir basta.

Y es a este protagonista al que sigue un inquisitivo Paolo Sorrentino, conductor onanista por esta orgía del exceso, satirizador de una sociedad en declive, de una burguesía gris y decadente, y visualizador con sorna de ese escéptico hedonista que busca un por qué en la belleza (siempre no sólo como concepto estético, sino filosófico, trascendental), una explicación a ese breve destello de verdadera belleza, un único momento en que la belleza haga significar una vida. O el intento, siempre infructuoso, de desaparecer, de detrás de la creación propia, o de la máscara social de nuestros triunfos; intentos siempre destinados al fracaso, pues la búsqueda de lo verdadero, condena por necesidad lo falso...

Sin descubrir nunca la verdadera tesis, o las escalofriantes conclusiones de la película, ésta se va abriendo ante nuestros ojos como una gran flor, con pétalos muertos y otros rebosantes de vida. Hay secuencias con más poder que muchas películas en su totalidad (esa épica fiesta inicial, la conversación en el club nocturno, la performance que envuelve a una niña cuyos padres obligan a pintar un lienzo, el paseo por los palacios cerrados, sus últimos e inolvidables minutos…), y finalmente queda en la retina y en la memoria una de las películas más complejas y hermosas que ha regalado el cine europeo de nuestro tiempo, un adalid sobre la creación artística, la búsqueda de un sentido a las cosas, a la materia y al alma, y una de las comedias más negras que puedo recordar. Pero ante todo, La gran belleza no sólo hace honor a su título, sino que se convierte en un filme destinado, desde ya, a ser un clásico.
9
21 de enero de 2014 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es casualidad que "La grande bellezza" se haya convertido en la película europea del 2013, aupando a Paolo Sorrentino y a Toni Servillo como una de las mejores parejas que ha dado el cine italiano en los últimos tiempos. En efecto, se trata de una película interesante y sorprendetemente entretenida a pesar de que, en realidad, nos cuenta poco más que la cotidianeidad decadente y frívola de un puñado de romanos acaudalados.

La marca Sorrentino, tan identificable, inunda la película entera: el falso elogio a la nocturnidad, los diálogos aparentemente vacíos, el retrato más o menos realista de cierta clase alta italiana... Un conjunto que se despliega de forma espectacular e hipnótica con la siempre bella Roma como decorado de excepción.

Grandes fiestas al ritmo de la gran Raffaella, diálogos sublimes y escenarios irrepetibles para dar forma a una de las mejores películas del año.
23 de enero de 2014 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces, demasiadas veces, ocurre que, en el cine actual, se aprecia un desfase entre la forma y el fondo, entre la imagen y la narración. Gracias a los medios técnicos con que cuenta la producción audiovisual, la imagen es perfecta, en ocasiones incluso arrebatadora, o fascinante; pero, sin embargo, la narración, el relato, o el asunto a tratar, no están a la altura. No ocurre esto, afortunadamente, en un film como "La gran belleza", una obra exuberante y ambiciosa que demuestra una gran altura tanto en la imagen, o en la forma, como en el contenido, o en la historia. Y es una obra exuberante, densa, pese a la apariencia de ligereza, o de intrascendencia, o de fugacidad, que a veces expone ante el espectador. A partir de la idea del paisaje con figura, Sorrentino elabora dos retratos relacionados de manera íntima: el retrato de una ciudad, Roma, y el retrato de un hombre que vive en esa ciudad, Jep Gambardella (Toni Servillo).

Escritor, dandi, observador, Gambardella es sobre todo un hombre rico que hace vida de rico. Asiste a fiestas y cenas, conoce a todo el mundo, observa a todo el mundo. Analiza, de forma incisiva y penetrante, a veces cínica y desencantada, a todo el mundo que le rodea. Gambardella es la conciencia crítica de un mundo lujoso y hedonista del que pese a todo no puede, o no sabe, prescindir. Cansado, el protagonista se refugia en sueños (el sueño de volver a escribir una novela, por lo que anda buscando “la gran belleza” a la que alude el título del film) y en recuerdos (el recuerdo insistente de su primer amor, cuando era joven), mientras se puede permitir el lujo de ser un artista diletante, y de pasear por una ciudad convertida en un laberinto majestuoso de decepciones propias y ajenas. Un laberinto que no conduce a ningún sitio, más que al espejo en el que se refleja un mundo poderoso y a la vez vacuo. En suma, un mundo de apariencias.

Se ha reiterado ya la relación de este largometraje de Sorrentino con "La dolce vita" (1959), de Federico Fellini, y el propio Sorrentino ha confesado y explicado esta influencia en alguna entrevista. En cierto modo, el film de Sorrentino es una actualización del de Fellini, no tanto por una decidida voluntad de imitación, como por el hecho de que Roma ha cambiado y no ha cambiado. Ciertamente, en "La gran belleza" late una misma intención de radiografiar la vida brillante, frívola y lujosa de las clases altas romanas, contra las que el guión ejerce una implacable crítica. Es cierto también que el protagonista interpretado por Servillo es un observador que no sólo presenta o introduce al espectador en los escenarios que vemos en la pantalla, sino que, además, cumple la función de alter ego del director del film. Estos dos factores se daban también en el film de Fellini, donde el protagonista, Marcello Mastroianni, nos lleva de la mano por Roma, en un viaje en el que, como en el propuesto por Sorrentino, la intelectualidad constata su decepción por un determinado entorno cotidiano. Y un viaje que es tanto exterior como interior, subjetivo.

Pero esa amarga decepción hacia el entorno cotidiano se extiende también, al menos en el film de Sorrentino, hacia el que siente la decepción, es decir, hacia el protagonista, esto es, hacia el intelectual, hacia el artista: hacia su incapacidad como creador, como pensador, para hacer evolucionar a la sociedad, para aportar algo nuevo y diferente a la civilización en la que vive. La película de Sorrentino no se detiene en la crítica social y de las instituciones (la Iglesia, la política, la propia cultura como institución en sí) sino que realiza una valiente y decidida crítica del arte contemporáneo, de los artistas contemporáneos, a través de la artista que se lanza contra un muro en una performance, y a la que luego entrevista Gambardella, o a través de la niña artista que se embadurna de pintura en una fiesta.

Sorrentino busca de manera desencantada, como su protagonista, el sentido de los signos de la civilización actual, a través de un arte y una cultura de los cuales sólo se aprecian la farsa, el carnaval, el sinsentido, la pura apariencia, la máscara, como el mascarón romano de piedra que capta algún plano. Riéndose -sin atreverse del todo a un enfoque satírico- del arte y la cultura actuales, Sorrentino se plantea el papel del artista, del creador, y del intelectual; en fin, de todos los que hablan y actúan, o así lo creen, en nombre de la cultura. ¿Desde dónde hablar, sino desde la decepción y el cinismo, o desde la impostura, si la creación, la verdadera creación, es imposible? ¿Hablar, más bien, desde la cómoda postura del observador lúcido, que, incapaz de otra cosa, espera tiempos mejores? ¿Dónde estará esa gran belleza soñada por el protagonista? ¿Es, acaso, la que hace desplomarse al turista japonés del comienzo del film?

Si algo se le puede achacar a esta gran película no es la profundidad de su historia, o la riqueza de las lecturas que pueden verse en aquella. Si algo falla aquí esel insistente empeño en hacer de cada plano y cada secuencia una imagen maravillosa, increíble, fascinante. Así pues, que Jep Gambardella, y Paolo Sorrentino, dejen de buscar la “gran belleza” en los flamencos que invaden, por unos instantes, la maravillosa terraza con vistas al Coliseo de Roma. Porque, a fuerza de artificios, las imágenes de este film podrían caer en la misma ceremonia de la nada que, al mismo tiempo, critican con tanta brillantez.
9
29 de enero de 2014 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay ciudades que transcienden a sus límites y entran en el evanescente territorio del mito. Son solo un puñado: Roma, Atenas,París,Venecia,Sevilla...Entre todas , es esta Roma, la del ático al Coliseo Flavio, la de las bugambillas y celosías, los palacios y los conventos...la que actua como algo más que un escenario de atrezzo para envolver de fantasmal presencia a esta cinta, hundiendo sus raíces en la Roma del Trastevere y del Tívoli. Es Jeb, el escritor de un solo libro y el observador testimonial del final de una era, y de una forma de vivir que agoniza (impagable Toni Servilio) el que nos pone delante de su espejo, nuestro espejo...y nos envuelve en un halo de nostalgia que en el fondo no es más que la gozoza experiencia de lo vivido...Solo somos lo que arrastramos y experimentamos...y en la cabalística ecuación final, restamos amigos, amores y desencantos...y sumamos solo una cosa: la eterna búsqueda de la Gran Belleza...
9
3 de febrero de 2014 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué decir de una película que, como esta, invade la imaginación del espectador, permanece en ella y la sigue ocupando pasados los días?

¿Qué decir de sus exquisitas imágenes, de sus armoniosas secuencias, de la equilibrada composición de todo el conjunto? ¿De su sutil y positivo mensaje, engastado en la tradición completa de la cultura occidental, desde hasta los Odescalchi hasta Fellini pasando por Proust?

¿Qué decir del rostro de Toni Servillo?

Pues no tengo palabras...

Amigo filmffinitista, ve a verla.
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