La gran belleza
2013 

7.4
38,894
Comedia. Drama
En Roma, durante el verano, nobles decadentes, arribistas, políticos, criminales de altos vuelos, periodistas, actores, prelados, artistas e intelectuales tejen una trama de relaciones inconsistentes que se desarrollan en fastuosos palacios y villas. El centro de todas las reuniones es Jep Gambardella (Toni Servillo), un escritor de 65 años que escribió un solo libro y practica el periodismo. Dominado por la indolencia y el hastío, ... [+]
1 de enero de 2014
1 de enero de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Poco hay que añadir a las críticas entusiastas sobre "La grande bellezza", a la que yo agradezco las dosis de idem, a raudales, para sobrellevar el fondo de tristeza y de drama que contemplamos a lo largo del film.
Se reconocen la tristeza y el sinsentido de los divertidos y banales dioses romanos, semejantes a los de los ancianos y crepusculares ciudadanos de cualquier ciudad y vecindad. Tanta belleza como es capaz de crear el ser humano y cuánta dificultad para dotar de verdadero sentido a su existencia. ¿O no?
En la cima del mundo, los dioses se divierten, se corrompen, se aíslan y se precipitan al abismo. Lo tienen todo. Lo pierden todo, hora tras hora.
Italia, tierra de genios, nos regala a Paolo Sorrentino. ¿Qué han hecho los italianos para merecer tamaño talento?
Se reconocen la tristeza y el sinsentido de los divertidos y banales dioses romanos, semejantes a los de los ancianos y crepusculares ciudadanos de cualquier ciudad y vecindad. Tanta belleza como es capaz de crear el ser humano y cuánta dificultad para dotar de verdadero sentido a su existencia. ¿O no?
En la cima del mundo, los dioses se divierten, se corrompen, se aíslan y se precipitan al abismo. Lo tienen todo. Lo pierden todo, hora tras hora.
Italia, tierra de genios, nos regala a Paolo Sorrentino. ¿Qué han hecho los italianos para merecer tamaño talento?
12 de enero de 2014
12 de enero de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tengo que reconocer que, al igual que algún prestigioso crítico de este pais, he necesitado ver la película dos veces para caer rendido a sus pies. Y es que cuando la vi en el cine, la experiencia fue bastante rara. Llegué con la película ya empezada, cosa que odio, la calidad de la proyección no era especialmente buena, el cine estaba repleto de almas ruidosas que tosían y pelaban caramelos constantemente, y mi compañera de butaca no paraba de dejar constancia del aburrimiento que tenía en el cuerpo. Además la película estaba doblada. No eran las mejores condiciones para disfrutar de una película, y menos de esta. Una película que te transporta a un lugar hipnótico, donde la melancolía, la belleza y la emoción se funden en un relato, que más que un relato es un estado de ánimo. Y esto no hay mejor forma de disfrutarlo que en la más absoluta soledad, en silencio y dejándose llevar por la magia provocadora de una ciudad eterna y un personaje inolvidable. Y todo ello, por supuesto, en el italiano original.
La gran belleza se presento por primera vez en el último Festival de Cannes donde cosechó muchos elogios y también sonoros rechazos por parte de la crítica especializada, y es que esta película, al igual que el cine anterior de su director, Paolo Sorrentino, genera unas corrientes de opinión a su alrededor absolutamente contrapuestas. Yo hasta el momento solo había visto una de sus películas, Il Divo, personalísima biografía sobre el político Giulio Andreotti, y la experiencia no pudo ser mejor. Tras esta película, La gran belleza viene a confirmar a Paolo Sorrentino como uno de los directores más a tener en cuenta dentro del cine, no ya italiano, sino europeo.
La historia de La gran belleza se centra en dos personajes. Por un lado Jep Gambardella (grandísimo Toni Servillo), periodista que acaba de cumplir 65 años y que lleva casi cuarenta años viviendo Roma, más que viviendo en Roma. Por otro lado la propia ciudad de Roma, algo más que un escenario deslumbrante y decadente de esta historia. Roma es la propia historia.
Jep Gambardella hace balance, rodeado de toda una variopinta galería de personajes, de su vida, y de como la ciudad, mágica y tenebrosa, profunda y frívola, ha sido decisiva en su evolución como persona(je).
No hay en La gran belleza un relato tradicional salpicado por acontecimientos que hacen avanzar una narración. La gran belleza es una reflexión, un estado del alma, es algo que está por encima de lo mundano, aunque se revuelque en ello, es, sencillamente, la esencia de un lugar con milenios de historia a sus espaldas. Cosas, todas ellas, practicamente imposibles de reflejar en una pantalla, y que Paolo Sorrentino no solo consigue hacerlo, sino que además consigue lo más difícil, emocionar al espectador con ello.
Así desde la más colorista vulgaridad a la más exquisita sensibilidad, La gran belleza es un mosaico de reflexiones, no siempre evidentes, no siempre fáciles, que te provocan sensaciones encontradas, de un magnetismo fascinante, y ante las que finalmente es imposible no caer rendido.
Es fácil reconocer en La gran belleza algunos de los mejores momentos disfrutados en una pantalla a lo largo del 2013 (las fiestas, la conversación en la terraza, Ramona, los flamencos) pero me voy a quedar con la sensación que a uno le queda ante los créditos finales. El río Tiber, la música, la magia, la EMOCIÓN.
8.5
La gran belleza se presento por primera vez en el último Festival de Cannes donde cosechó muchos elogios y también sonoros rechazos por parte de la crítica especializada, y es que esta película, al igual que el cine anterior de su director, Paolo Sorrentino, genera unas corrientes de opinión a su alrededor absolutamente contrapuestas. Yo hasta el momento solo había visto una de sus películas, Il Divo, personalísima biografía sobre el político Giulio Andreotti, y la experiencia no pudo ser mejor. Tras esta película, La gran belleza viene a confirmar a Paolo Sorrentino como uno de los directores más a tener en cuenta dentro del cine, no ya italiano, sino europeo.
La historia de La gran belleza se centra en dos personajes. Por un lado Jep Gambardella (grandísimo Toni Servillo), periodista que acaba de cumplir 65 años y que lleva casi cuarenta años viviendo Roma, más que viviendo en Roma. Por otro lado la propia ciudad de Roma, algo más que un escenario deslumbrante y decadente de esta historia. Roma es la propia historia.
Jep Gambardella hace balance, rodeado de toda una variopinta galería de personajes, de su vida, y de como la ciudad, mágica y tenebrosa, profunda y frívola, ha sido decisiva en su evolución como persona(je).
No hay en La gran belleza un relato tradicional salpicado por acontecimientos que hacen avanzar una narración. La gran belleza es una reflexión, un estado del alma, es algo que está por encima de lo mundano, aunque se revuelque en ello, es, sencillamente, la esencia de un lugar con milenios de historia a sus espaldas. Cosas, todas ellas, practicamente imposibles de reflejar en una pantalla, y que Paolo Sorrentino no solo consigue hacerlo, sino que además consigue lo más difícil, emocionar al espectador con ello.
Así desde la más colorista vulgaridad a la más exquisita sensibilidad, La gran belleza es un mosaico de reflexiones, no siempre evidentes, no siempre fáciles, que te provocan sensaciones encontradas, de un magnetismo fascinante, y ante las que finalmente es imposible no caer rendido.
Es fácil reconocer en La gran belleza algunos de los mejores momentos disfrutados en una pantalla a lo largo del 2013 (las fiestas, la conversación en la terraza, Ramona, los flamencos) pero me voy a quedar con la sensación que a uno le queda ante los créditos finales. El río Tiber, la música, la magia, la EMOCIÓN.
8.5
12 de enero de 2014
12 de enero de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sublime.
Un espectáculo visual que, destilando un humor amargo y desencantado, pretende transmitirnos un mensaje profundo y sutil, que la búsqueda de la perfección...la persecución del sentido de la vida, puede apartarnos definitivamente de él.
La dirección es obra de un genio irreverente: tramas entrecortadas de estética surrealista, relatividad moral, personajes de extrema sensibilidad ahogada en el hedonismo y las normas de una sociedad elitista y decrépita.
El personaje: fantástico. Recuerda a la alegoría del payaso que hace reír mientras su corazón sólo puede llorar. Un hipócrita sincero, el rey de una alta sociedad que perdió de vista el camino y que, en su lucidez, descubre que lo mejor de su vida pasó hace mucho tiempo y fue simple, inocente y puro.
Llevo meses visitando y leyendo esta página. Sólo hoy, de la mano de Sorrentino, he sentido el impulso irrefrenable de escribir.
Un espectáculo visual que, destilando un humor amargo y desencantado, pretende transmitirnos un mensaje profundo y sutil, que la búsqueda de la perfección...la persecución del sentido de la vida, puede apartarnos definitivamente de él.
La dirección es obra de un genio irreverente: tramas entrecortadas de estética surrealista, relatividad moral, personajes de extrema sensibilidad ahogada en el hedonismo y las normas de una sociedad elitista y decrépita.
El personaje: fantástico. Recuerda a la alegoría del payaso que hace reír mientras su corazón sólo puede llorar. Un hipócrita sincero, el rey de una alta sociedad que perdió de vista el camino y que, en su lucidez, descubre que lo mejor de su vida pasó hace mucho tiempo y fue simple, inocente y puro.
Llevo meses visitando y leyendo esta página. Sólo hoy, de la mano de Sorrentino, he sentido el impulso irrefrenable de escribir.
13 de enero de 2014
13 de enero de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paolo Sorrentino es una rara avis en el cine actual: en un mundo cada día más conservador (en todos los sentidos), él apuesta por el barroquismo y la fanfarria, los movimientos de cámara envolventes, la locura de Fellini, la distinción de Visconti. Incluso cuando lo hace rematadamente mal (Un lugar donde quedarse), aún queda alguna imagen entre los restos del naufragio. Y encima, tiene un actor fetiche, un mutante llamado Paolo Servillo que tanto se metamorfosea en Giulio Andreotti como en el patético asesino enamorado de Las consecuencias del amor. Aquí nos depara una interpretación de campanillas, esta especie de novelista/periodista frustrado que vive del cuento con la elegancia del nadador que surca las olas sin despeinarse, el guía de la dolce vita en decadencia 50 años después. Hay en esta película varias, y es cierto que conviene revisarla para ir deshilvanando la madeja. Porque hay un brusco cambio, creo percibir, a partir del momento en que entra escena la Santa, y entonces la película empieza a perder el interés que me había clavado en la butaca hasta aquel momento. Agudo retrato de un personaje, una clase, un ambiente, y la ciudad que los ha forjado, La gran belleza se impone no obstante a sus defectos y se erige en un enorme monumento cinematográfico que nos redime de tanta mediocridad como emborrona nuestras pantallas. Prometo darle otro tiento.
19 de enero de 2014
19 de enero de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La gran belleza no es una película de un solo visionado, o al menos, de una sola vuelta de tuerca ante aquello que ofrece, pues su complejidad, desde el discurso a la forma, nunca evidencia de manera expresa los temas que trata en su guión, ni desde esos planos aberrantes del principio, estilizados hasta lo surreal, con movimientos de cámara y una edición inquietas, que pasan ante nuestros ojos de la misma forma equívoca y multilateral que pasa el resto de la película, hasta llegar a ese réquiem final, de hermosos significados y lecturas poéticas.
La gran belleza podría definirse como una cinta que explora en el complejo del hedonismo empirista, en la descreída historia de un país que va cuesta abajo, que pese a su monumental gran belleza, esconde tristes y sádicas gárgolas en sus esplendorosos palacios, en la luminosidad de su historia.
Y por ahí se mueve Jep Gambardella (un sobrenatural Toni Servillo, por una composición minimalista y constante, que hace del gesto casi invisible una oda de la profundidad, de la media sonrisa un arraigo de sarcasmo, y de las palabras arrastradas, tanto un llanto como una derrota). Un escritor que escribió su única novela hace ya años, y que desde entonces se ha entregado a la dolce vita, a un desfile de fiestas, encuentros, eventos y conversaciones elevadas con los que se suponen son los artistas del momento, algunos verdaderos creadores, otros, pequeñas sanguijuelas; unos íntegros, otros hipócritas hasta decir basta.
Y es a este protagonista al que sigue un inquisitivo Paolo Sorrentino, conductor onanista por esta orgía del exceso, satirizador de una sociedad en declive, de una burguesía gris y decadente, y visualizador con sorna de ese escéptico hedonista que busca un por qué en la belleza (siempre no sólo como concepto estético, sino filosófico, trascendental), una explicación a ese breve destello de verdadera belleza, un único momento en que la belleza haga significar una vida. O el intento, siempre infructuoso, de desaparecer, de detrás de la creación propia, o de la máscara social de nuestros triunfos; intentos siempre destinados al fracaso, pues la búsqueda de lo verdadero, condena por necesidad lo falso...
Sin descubrir nunca la verdadera tesis, o las escalofriantes conclusiones de la película, ésta se va abriendo ante nuestros ojos como una gran flor, con pétalos muertos y otros rebosantes de vida. Hay secuencias con más poder que muchas películas en su totalidad (esa épica fiesta inicial, la conversación en el club nocturno, la performance que envuelve a una niña cuyos padres obligan a pintar un lienzo, el paseo por los palacios cerrados, sus últimos e inolvidables minutos…), y finalmente queda en la retina y en la memoria una de las películas más complejas y hermosas que ha regalado el cine europeo de nuestro tiempo, un adalid sobre la creación artística, la búsqueda de un sentido a las cosas, a la materia y al alma, y una de las comedias más negras que puedo recordar. Pero ante todo, La gran belleza no sólo hace honor a su título, sino que se convierte en un filme destinado, desde ya, a ser un clásico.
La gran belleza podría definirse como una cinta que explora en el complejo del hedonismo empirista, en la descreída historia de un país que va cuesta abajo, que pese a su monumental gran belleza, esconde tristes y sádicas gárgolas en sus esplendorosos palacios, en la luminosidad de su historia.
Y por ahí se mueve Jep Gambardella (un sobrenatural Toni Servillo, por una composición minimalista y constante, que hace del gesto casi invisible una oda de la profundidad, de la media sonrisa un arraigo de sarcasmo, y de las palabras arrastradas, tanto un llanto como una derrota). Un escritor que escribió su única novela hace ya años, y que desde entonces se ha entregado a la dolce vita, a un desfile de fiestas, encuentros, eventos y conversaciones elevadas con los que se suponen son los artistas del momento, algunos verdaderos creadores, otros, pequeñas sanguijuelas; unos íntegros, otros hipócritas hasta decir basta.
Y es a este protagonista al que sigue un inquisitivo Paolo Sorrentino, conductor onanista por esta orgía del exceso, satirizador de una sociedad en declive, de una burguesía gris y decadente, y visualizador con sorna de ese escéptico hedonista que busca un por qué en la belleza (siempre no sólo como concepto estético, sino filosófico, trascendental), una explicación a ese breve destello de verdadera belleza, un único momento en que la belleza haga significar una vida. O el intento, siempre infructuoso, de desaparecer, de detrás de la creación propia, o de la máscara social de nuestros triunfos; intentos siempre destinados al fracaso, pues la búsqueda de lo verdadero, condena por necesidad lo falso...
Sin descubrir nunca la verdadera tesis, o las escalofriantes conclusiones de la película, ésta se va abriendo ante nuestros ojos como una gran flor, con pétalos muertos y otros rebosantes de vida. Hay secuencias con más poder que muchas películas en su totalidad (esa épica fiesta inicial, la conversación en el club nocturno, la performance que envuelve a una niña cuyos padres obligan a pintar un lienzo, el paseo por los palacios cerrados, sus últimos e inolvidables minutos…), y finalmente queda en la retina y en la memoria una de las películas más complejas y hermosas que ha regalado el cine europeo de nuestro tiempo, un adalid sobre la creación artística, la búsqueda de un sentido a las cosas, a la materia y al alma, y una de las comedias más negras que puedo recordar. Pero ante todo, La gran belleza no sólo hace honor a su título, sino que se convierte en un filme destinado, desde ya, a ser un clásico.
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here