Habitación en Roma
Drama. Romance
Verano de 2008. Se inspira en el film 'En la cama', del chileno Matías Bize. En un hotel del centro de Roma se conocen una rusa y una española. Al día siguiente, Alba volverá a España y Natasha a Rusia. En la habitación del hotel se respira una atmósfera cargada de erotismo y sensualidad. Entre ellas nace un sentimiento nuevo que ambas aceptan. Durante doce horas, las dos mujeres se confían sus vidas, hablan de sus compromisos y del ... [+]
24 de abril de 2012
24 de abril de 2012
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Me cuesta entender aún por qué este film cuenta con tanta reprobación.
Estamos de acuerdo, no es el mejor trabajo de Julio Medem, pero no creo ni por asomo que tenga demasiados atributos reprobables.
Todo sucede en un día, dentro de una habitación de un hotel romano. Dos mujeres que se encuentran en Roma por diferentes motivos y que se han cruzado por casualidad, sienten la necesidad de perpetuar un día de sus vidas. Ambas tienes sus vidas armadas (o desarmadas) pero deciden tomarse unas vacaciones de 24 horas dentro de cuatro paredes.
El mérito del director es el de siempre: la capacidad ilimitada de reproducir relaciones humanas y metaforizarlas hasta que parezcan tan reales que aterren. Medem desnuda, tanto literal como metaforicamente, a ambas actrices que se debaten en un duelo actoral maravilloso.
Increíble actuación de Elena Anaya, digna de premios, y muy bien acompañada por Natasha Yarovenko.
Aún cuando el universo de la película se mide en metros cuadrados, Medem nos invita a volar hasta que la habitación es tan inmensa que pierde todo tipo de límites.
En resumen, habiendo llegado a Habitación en Roma con bajas expectativas, me he encontrado con un buen producto, excelentemente ideado por un soberbio director, que además nos regala dos personajes geniales.
Estamos de acuerdo, no es el mejor trabajo de Julio Medem, pero no creo ni por asomo que tenga demasiados atributos reprobables.
Todo sucede en un día, dentro de una habitación de un hotel romano. Dos mujeres que se encuentran en Roma por diferentes motivos y que se han cruzado por casualidad, sienten la necesidad de perpetuar un día de sus vidas. Ambas tienes sus vidas armadas (o desarmadas) pero deciden tomarse unas vacaciones de 24 horas dentro de cuatro paredes.
El mérito del director es el de siempre: la capacidad ilimitada de reproducir relaciones humanas y metaforizarlas hasta que parezcan tan reales que aterren. Medem desnuda, tanto literal como metaforicamente, a ambas actrices que se debaten en un duelo actoral maravilloso.
Increíble actuación de Elena Anaya, digna de premios, y muy bien acompañada por Natasha Yarovenko.
Aún cuando el universo de la película se mide en metros cuadrados, Medem nos invita a volar hasta que la habitación es tan inmensa que pierde todo tipo de límites.
En resumen, habiendo llegado a Habitación en Roma con bajas expectativas, me he encontrado con un buen producto, excelentemente ideado por un soberbio director, que además nos regala dos personajes geniales.
21 de mayo de 2014
21 de mayo de 2014
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Julio Medem nos muestra en esta ocasión la historia de amor que surge tras el encuentro inesperado de dos jóvenes mujeres, Alba y Natasha, española y rusa, en un bar de Roma.
Al despedirse, estas dos mujeres, para irse a descansar, cada una a su hotel, Alba convencerá a Natasha para que suba a su habitación.
Tras una primera relación apasionada, Alba se quedará dormida, lo que aprovechará Natasha para irse. Sin embargo tendrá que volver casi de inmediato al comprobar que se ha dejado su teléfono móvil en la habitación de Alba.
Alba es lesbiana, Natasha no. Alba, tras contar por medio de un relato muy poco creíble su pasado principal a Natasha, narra por fin su tormentosa realidad (vive con una mujer divorciada, con dos hijos, si bien el pequeño de ellos acaba de morir como consecuencia de un accidente doméstico del que Alba se siente culpable). Natasha por su parte le expone a Alba un presente en el que mezcla a dos personas o a dos personalidades, dice tener una hermana gemela, tenista de élite, quien la ha llevado a Roma como regalo de su próxima boda, a celebrar en Moscú, con un mafioso, según le sonsaca Alba. De su pasado rescata la figura de su padre, abusador de su hermana, el cual le generó un sentimiento un tanto ambiguo. No se sabe muy bien si ella es la experta en arte italiano del Renacimiento que se va a casar, que dice ser, o la tenista famosa, que dice que es su hermana. A Alba le encantan sus piernas y quisiera, cuanto antes, verlas correr.
En el transcurso de la noche más corta del año, al día siguiente comienza el verano, entre la ardiente pasión aprovechada al máximo por las dos, Alba no solo siente placer excelso, sino lo que dice ser el mayor amor que ha sentido en su vida. Natasha no lo tiene tan claro, jamás había mantenido relaciones sexuales con otra mujer y afirma querer mucho a su novio.
Amanece, se acerca el momento de la separación, y Alba trata de no darse por vencida en su intento de retener a Natasha, o Dasha (el nombre que ella misma ha dado a su supuesta hermana gemela).
El final llega, para Alba con el convencimiento de que ha vivido las mejores horas de su vida. Natasha no tanto, pero con una experiencia y sentimientos que será incapaz de olvidar ni lo querrá. Natasha se siente atada por la incertidumbre del futuro que se le abriría si decidiese permanecer con Alba, cuando se ve que es una persona a la que le gusta planear todo y tenerlo bajo su control, incluso sus emociones más primarias.
Se separarán esa mañana, ¿seguro?
Película con unos aspectos técnicos y artísticos buenos, pero sin poder ser destacados. La dirección de Medem, y la composición escénica que hace crear, resultan algo frías, entre tanto ardor, por su estudiada y buscada estética que se manifiesta rebuscada.
Al despedirse, estas dos mujeres, para irse a descansar, cada una a su hotel, Alba convencerá a Natasha para que suba a su habitación.
Tras una primera relación apasionada, Alba se quedará dormida, lo que aprovechará Natasha para irse. Sin embargo tendrá que volver casi de inmediato al comprobar que se ha dejado su teléfono móvil en la habitación de Alba.
Alba es lesbiana, Natasha no. Alba, tras contar por medio de un relato muy poco creíble su pasado principal a Natasha, narra por fin su tormentosa realidad (vive con una mujer divorciada, con dos hijos, si bien el pequeño de ellos acaba de morir como consecuencia de un accidente doméstico del que Alba se siente culpable). Natasha por su parte le expone a Alba un presente en el que mezcla a dos personas o a dos personalidades, dice tener una hermana gemela, tenista de élite, quien la ha llevado a Roma como regalo de su próxima boda, a celebrar en Moscú, con un mafioso, según le sonsaca Alba. De su pasado rescata la figura de su padre, abusador de su hermana, el cual le generó un sentimiento un tanto ambiguo. No se sabe muy bien si ella es la experta en arte italiano del Renacimiento que se va a casar, que dice ser, o la tenista famosa, que dice que es su hermana. A Alba le encantan sus piernas y quisiera, cuanto antes, verlas correr.
En el transcurso de la noche más corta del año, al día siguiente comienza el verano, entre la ardiente pasión aprovechada al máximo por las dos, Alba no solo siente placer excelso, sino lo que dice ser el mayor amor que ha sentido en su vida. Natasha no lo tiene tan claro, jamás había mantenido relaciones sexuales con otra mujer y afirma querer mucho a su novio.
Amanece, se acerca el momento de la separación, y Alba trata de no darse por vencida en su intento de retener a Natasha, o Dasha (el nombre que ella misma ha dado a su supuesta hermana gemela).
El final llega, para Alba con el convencimiento de que ha vivido las mejores horas de su vida. Natasha no tanto, pero con una experiencia y sentimientos que será incapaz de olvidar ni lo querrá. Natasha se siente atada por la incertidumbre del futuro que se le abriría si decidiese permanecer con Alba, cuando se ve que es una persona a la que le gusta planear todo y tenerlo bajo su control, incluso sus emociones más primarias.
Se separarán esa mañana, ¿seguro?
Película con unos aspectos técnicos y artísticos buenos, pero sin poder ser destacados. La dirección de Medem, y la composición escénica que hace crear, resultan algo frías, entre tanto ardor, por su estudiada y buscada estética que se manifiesta rebuscada.
22 de octubre de 2014
22 de octubre de 2014
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Cámara, en su acepción de habitación, que desea ser preñada por la luz. Ojo-mundo, cúpula, suelo de adoquín de una placita en Roma, google earth. Verse visto por sí mismo desde arriba, deseando la gravedad y la gravidad. Mástil sin bandera, sin territorio. Eje que divide en dos la imagen delimitando el espacio de las dos mujeres como en un espejo; una, sólo imagen, deseo, promesa de territorio, bandera, la otra cuerpo.
Alba (Elena Anaya) hace un doble relato: ella es preñada por un árabe, de una niña a la que aborta y que pensaba llamar Alba. Más adelante desvela que era su madre la preñada por un árabe y es así como nace ella en Grecia. Pero al cruzar los dos relatos Alba, ella, no nace. En paralelo aparece el relato del hijo que su compañera pierde. Muere en un accidente doméstico mientras Alba lo cuidaba.
Alba no es, es de noche y está por venir.
Hablando sobre la película Elena Anaya cuenta como entrevistaba a las mujeres rusas que se presentaban al casting, por petición de Medem. Ese chico-chica, recorriendo el mundo (las entrevistas se hacían en Rusia) en busca de una mujer grande donde caber, igual que ese velociclo que diseña Alba en la peli y que es como un cuerpo (con un culo clarísimo) que acoge a una mujer. Alba se lo promete como regalo de boda a Natasha y esta le dice, “pero lo quiero contigo dentro”. No puede ser más literal. Además, bien se preocupa de buscar una mujer a punto de casarse.
El mástil está presente toda la peli haciendo un eje que atraviesa la habitación con esa figura de hombre-maestro (padre) en el cuadro del fondo de la habitación en un extremo, y en el exterior con la cúpula (madre) en el otro extremo.
Y claro, se trata de excitar lo femenino para que la piel-película adquiera la sensibilidad suficiente para impresionar una imagen, que en el cine está siempre en el deseo de encarnar, por eso el ojo desea tocar, el angular, la cúpula presente todo el film. Al final el sol penetra en esa habitación-cámara describiendo la escritura de la luz sobre esa pintura que representa también un espacio en perspectiva que da continuidad a la habitación, con el maestro al fondo. Preciosa analogía del pasmo del hombre ante el milagro de la fijación de la imagen, como tan bien contaba Jean Renoir, encarnando a uno de los hermanos Lumiere, en un episodio televisivo del primer Eric Rhomer. ¿Habrá emoción más grande que la de la primera luz, la de ver y ser visto? Y en ese ser visto, reconocido y nombrado como hijo (tarea del padre) de un territorio (la madre) señalado con una bandera, pantalla, imagen.
Alba (Elena Anaya) hace un doble relato: ella es preñada por un árabe, de una niña a la que aborta y que pensaba llamar Alba. Más adelante desvela que era su madre la preñada por un árabe y es así como nace ella en Grecia. Pero al cruzar los dos relatos Alba, ella, no nace. En paralelo aparece el relato del hijo que su compañera pierde. Muere en un accidente doméstico mientras Alba lo cuidaba.
Alba no es, es de noche y está por venir.
Hablando sobre la película Elena Anaya cuenta como entrevistaba a las mujeres rusas que se presentaban al casting, por petición de Medem. Ese chico-chica, recorriendo el mundo (las entrevistas se hacían en Rusia) en busca de una mujer grande donde caber, igual que ese velociclo que diseña Alba en la peli y que es como un cuerpo (con un culo clarísimo) que acoge a una mujer. Alba se lo promete como regalo de boda a Natasha y esta le dice, “pero lo quiero contigo dentro”. No puede ser más literal. Además, bien se preocupa de buscar una mujer a punto de casarse.
El mástil está presente toda la peli haciendo un eje que atraviesa la habitación con esa figura de hombre-maestro (padre) en el cuadro del fondo de la habitación en un extremo, y en el exterior con la cúpula (madre) en el otro extremo.
Y claro, se trata de excitar lo femenino para que la piel-película adquiera la sensibilidad suficiente para impresionar una imagen, que en el cine está siempre en el deseo de encarnar, por eso el ojo desea tocar, el angular, la cúpula presente todo el film. Al final el sol penetra en esa habitación-cámara describiendo la escritura de la luz sobre esa pintura que representa también un espacio en perspectiva que da continuidad a la habitación, con el maestro al fondo. Preciosa analogía del pasmo del hombre ante el milagro de la fijación de la imagen, como tan bien contaba Jean Renoir, encarnando a uno de los hermanos Lumiere, en un episodio televisivo del primer Eric Rhomer. ¿Habrá emoción más grande que la de la primera luz, la de ver y ser visto? Y en ese ser visto, reconocido y nombrado como hijo (tarea del padre) de un territorio (la madre) señalado con una bandera, pantalla, imagen.
11 de febrero de 2015
11 de febrero de 2015
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Médem, ese director capaz de trasladarte, de llevarte al extremo, de removerte por dentro, lo vuelve a hacer.
Si bien es cierto, que Habitación en Roma no tiene la profundidad teórica de otras películas, pero ¿y qué? Médem consigue en este caso, con la ayuda de una fotografía excelente y una BSO sobresaliente, evocar lo que pretendía, que todos fuéramos partícipes de un flechazo.
Años después de haber visto esta película me atrevo a escribir esta crítica, obligado. Tras haber tenido la inmensa suerte de vivir algo similar a lo que experimentan estas dos protagonistas.
Lo cursi deja de ser cursi cuando es real. VIVA EL AMOR, COÑO.
Si bien es cierto, que Habitación en Roma no tiene la profundidad teórica de otras películas, pero ¿y qué? Médem consigue en este caso, con la ayuda de una fotografía excelente y una BSO sobresaliente, evocar lo que pretendía, que todos fuéramos partícipes de un flechazo.
Años después de haber visto esta película me atrevo a escribir esta crítica, obligado. Tras haber tenido la inmensa suerte de vivir algo similar a lo que experimentan estas dos protagonistas.
Lo cursi deja de ser cursi cuando es real. VIVA EL AMOR, COÑO.
23 de diciembre de 2016
23 de diciembre de 2016
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Lo que comienza siendo un verdadero goce narrativo y estético rápidamente se va convirtiendo en una torpe película en la que no afloran todas las tensiones que desde el inicio se podían construir. Se quería retratar la intimidad femenina y todo se quedó en promesas, se quería insinuar un encuentro atravesado por la burla al hombre y a su falocentrismo y solo quedó una mueca. Ver ese despliegue era uno de los placeres más exquisitos que podían darse, tanto como la sexualidad y el goce que brindan las actrices Elena Anaya y Natasha Yarovenko, que son lo mejor que tiene el filme, lo único que tiene el filme. Ellas, solamente ellas, son la película. Lástima que la historia no tenga su mismo nivel actoral, profesional, estético.
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