La gran apuesta
6.8
36,538
Drama. Comedia
Tres años antes de la crisis mundial del 2008 originada por las hipotecas subprime que hundió prácticamente el sistema financiero global, cuatro tipos fuera del sistema fueron los únicos que vislumbraron que todo el mercado hipotecario iba a quebrar. Decidieron entonces hacer algo insólito: apostar contra el mercado de la vivienda a la baja, en contra de cualquier criterio lógico en aquella época... Adaptación del libro “La gran ... [+]
23 de enero de 2016
23 de enero de 2016
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Solemos decir que en este país todo el mundo sabe de política y de fútbol. Somos así de chistosos, pero no cabe duda de que no es ni remotamente así puesto que, de serlo, por lo menos en lo tocante a política, no la habríamos pifiado una y otra vez a lo largo de estos años. Sin duda es una manera chocante de empezar una crítica de una película, pero tengo la seguridad de que todo el que salga del cine de ver "La gran apuesta" (2016) tendrá como tema de conversación la crisis, las políticas económicas y el mundo de la inmobiliaria. Bueno, quizás alguno hable después de fútbol.
"La gran apuesta", basada en el libro de Michael Lewis, se ha presentado como un drama, en fin, dada la situación actual debería decir EL DRAMA por excelencia, en el que tres grupos de personas diferentes, dentro de Wall Street, se dan cuenta en 2005 de que algo va a ir muy mal en el negocio inmobiliario a partir del 2007. ¿Qué hacer? bueno, puede que algunos de ellos tengan su corazoncito, pero en general todos ven ahí la oportunidad de llenarse los bolsillos.
Y es ahora (sí, directamente al principio de la película) cuando te das cuenta de que ojalá todos supiésemos de política. "La gran apuesta" cae en ese detalle que siempre digo que es bueno que tengan las películas y que hacen que tanto asco me dé el cine hollywoodiense, y es que siempre intentan ser para todos los públicos. Pues bien, "La gran apuesta" NO es para todos los públicos, y bien que lo siento, porque es una película complicada de entender, con diálogos llenos de tecnicismos y que debería ser visionada por todos los seres humanos de este planeta a fin de que no volvamos a caer en los mismos errores.
Pero es una película difícil. Si la hubiera visto en casa, le habría dado a pause constantemente para asegurarme de que lo entendía todo, pero en el cine eso no es posible así que, pese a que creo que desinformada del tema no estoy del todo (¿cómo va a ser eso posible? ¡si soy española!) me costó mucho seguir la película. Primera recomendación: antes de ir a verla, poneros al día con los conceptos de economía avanzada. (créditos basura, hipotecas basura, CDO, swaps, etc).
Y el director Adam McKay decidió que hacer una película con super estrellas era más interesante que hacer un documental (y lo es, vaya) así qué que no os quepa la menor duda de que vais a ver grandes actuaciones en pantalla. Por un lado tenemos a un sencillamente soberbio Christian Bale haciendo de Michael Burry, analista asocial y cuyos grandes poderes dentro de su compañía le otorgan una gran responsabilidad. Es notable cómo su papel parece inspirado en El Batería de la novela gráfica "Planetary" (1990) lo cual es un aliciente deliciosamente friki.
[...]
Fragmento extraído de www.generacionfriki.es
"La gran apuesta", basada en el libro de Michael Lewis, se ha presentado como un drama, en fin, dada la situación actual debería decir EL DRAMA por excelencia, en el que tres grupos de personas diferentes, dentro de Wall Street, se dan cuenta en 2005 de que algo va a ir muy mal en el negocio inmobiliario a partir del 2007. ¿Qué hacer? bueno, puede que algunos de ellos tengan su corazoncito, pero en general todos ven ahí la oportunidad de llenarse los bolsillos.
Y es ahora (sí, directamente al principio de la película) cuando te das cuenta de que ojalá todos supiésemos de política. "La gran apuesta" cae en ese detalle que siempre digo que es bueno que tengan las películas y que hacen que tanto asco me dé el cine hollywoodiense, y es que siempre intentan ser para todos los públicos. Pues bien, "La gran apuesta" NO es para todos los públicos, y bien que lo siento, porque es una película complicada de entender, con diálogos llenos de tecnicismos y que debería ser visionada por todos los seres humanos de este planeta a fin de que no volvamos a caer en los mismos errores.
Pero es una película difícil. Si la hubiera visto en casa, le habría dado a pause constantemente para asegurarme de que lo entendía todo, pero en el cine eso no es posible así que, pese a que creo que desinformada del tema no estoy del todo (¿cómo va a ser eso posible? ¡si soy española!) me costó mucho seguir la película. Primera recomendación: antes de ir a verla, poneros al día con los conceptos de economía avanzada. (créditos basura, hipotecas basura, CDO, swaps, etc).
Y el director Adam McKay decidió que hacer una película con super estrellas era más interesante que hacer un documental (y lo es, vaya) así qué que no os quepa la menor duda de que vais a ver grandes actuaciones en pantalla. Por un lado tenemos a un sencillamente soberbio Christian Bale haciendo de Michael Burry, analista asocial y cuyos grandes poderes dentro de su compañía le otorgan una gran responsabilidad. Es notable cómo su papel parece inspirado en El Batería de la novela gráfica "Planetary" (1990) lo cual es un aliciente deliciosamente friki.
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Fragmento extraído de www.generacionfriki.es
23 de enero de 2016
23 de enero de 2016
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The big short es de esas películas que cuando termina te deja noqueado en la butaca. Sabemos que el desplome financiero fue una catástrofe, pero la forma en la que Adam McKay narra los hechos es escalofriante.
McKay propone un estilo muy arriesgado. Panea la cámara de un lado a otro, hace zooms bruscos a los personajes, trastea con el foco y sus personajes miran a cámara en varias ocasiones. Todo ello le imprime a la película un estilo de falso documental (recuerden Modern Family) que al principio descoloca un poco, pero que acaba atrapándote porque encaja a la perfección con el trasfondo de la historia.
El ritmo del montaje en ocasiones es frenético, hay muchos tecnicismos (brillante la idea de utilizar a personajes famosos para explicarlos) pero el grueso de la historia queda claro (por desgracia). Uno de los grandes aciertos es contar la historia desde los diferentes puntos de vistas de los personajes y su montaje en paralelo. Otro acierto es introducir algunos gags en la historia. Es un tema serio, muy serio, pero la ironía en algunos momentos resulta irresistible.
Aunque sin duda, lo mejor del film es la contundencia de los hechos. Ya de por sí es una historial cruel e imposible de creer (la conferencia en la que caen las acciones de Bear es el mejor ejemplo), pero conocer los detalles y poner rostro a quienes se aprovechaban de esto y a quienes lo sufrían, y sobre todo, ver como unos pocos “chiflados” apostaban contra la economía nacional, te hace replantearte en qué clase de mundo vivimos.
El reparto es muy conocido y da credibilidad a la historia. Brad Pitt se reserva un papel hecho a su medida (por algo es uno de los productores), Christian Bale (una vez más) es el excéntrico del relato y la chispa de Ryan Gosling es perfecta para el rol de chico joven sediento de dinero. Pero el que hipnotiza es Steve Carell. Un actor acostumbrado a papeles cómicos pero que vuelve a sorprender con otro personaje tan distinto. No me entra en la cabeza que no esté entre los nominados a mejor actor de reparto. La conversación sobre los CDO con el personaje de rasgos orientales habla por sí sola.
Conclusión: The big short es darse de bruces con la realidad. McKay construye un minucioso y aterrador relato del hundimiento de un sistema en el que los perdedores y los culpables son los de siempre. Y lo hace mirándote a la cara.
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@elcinesellevo
McKay propone un estilo muy arriesgado. Panea la cámara de un lado a otro, hace zooms bruscos a los personajes, trastea con el foco y sus personajes miran a cámara en varias ocasiones. Todo ello le imprime a la película un estilo de falso documental (recuerden Modern Family) que al principio descoloca un poco, pero que acaba atrapándote porque encaja a la perfección con el trasfondo de la historia.
El ritmo del montaje en ocasiones es frenético, hay muchos tecnicismos (brillante la idea de utilizar a personajes famosos para explicarlos) pero el grueso de la historia queda claro (por desgracia). Uno de los grandes aciertos es contar la historia desde los diferentes puntos de vistas de los personajes y su montaje en paralelo. Otro acierto es introducir algunos gags en la historia. Es un tema serio, muy serio, pero la ironía en algunos momentos resulta irresistible.
Aunque sin duda, lo mejor del film es la contundencia de los hechos. Ya de por sí es una historial cruel e imposible de creer (la conferencia en la que caen las acciones de Bear es el mejor ejemplo), pero conocer los detalles y poner rostro a quienes se aprovechaban de esto y a quienes lo sufrían, y sobre todo, ver como unos pocos “chiflados” apostaban contra la economía nacional, te hace replantearte en qué clase de mundo vivimos.
El reparto es muy conocido y da credibilidad a la historia. Brad Pitt se reserva un papel hecho a su medida (por algo es uno de los productores), Christian Bale (una vez más) es el excéntrico del relato y la chispa de Ryan Gosling es perfecta para el rol de chico joven sediento de dinero. Pero el que hipnotiza es Steve Carell. Un actor acostumbrado a papeles cómicos pero que vuelve a sorprender con otro personaje tan distinto. No me entra en la cabeza que no esté entre los nominados a mejor actor de reparto. La conversación sobre los CDO con el personaje de rasgos orientales habla por sí sola.
Conclusión: The big short es darse de bruces con la realidad. McKay construye un minucioso y aterrador relato del hundimiento de un sistema en el que los perdedores y los culpables son los de siempre. Y lo hace mirándote a la cara.
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24 de enero de 2016
24 de enero de 2016
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Mientras los actores son todos bastante convincentes, y te intentas enterar del lenguaje enrevesado económico sin quedar como un ignorante, se salva que el director haya elegido un toque visual ameno y dinámico. Aderezada con toques de comedia, es la película ideal para los (viejos) señores de la academia. Sino la vez tampoco te pierdes mucho.
24 de enero de 2016
24 de enero de 2016
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Os traigo mi crítica a esta película, nominada en cinco categorías a los Óscar a Mejor Director o Mejor película, con un Adam McKay que por fin se toma en serio lo de dirigir (aunque la de 'Los otros dos' estuvo simpática). Trata sobre la crisis de 2008 que azotó en Estados Unidos debido al sistema fraudulento en el que estaba basada la economía en el momento. Aun así, empieza tres años antes de todos estos acontecimientos.
Es una película muy entretenida, con un ritmo propio de una comedia y con unos puntos de humor rozando el humor negro que son geniales. Las interpretaciones son excelentes (con Ryan Gosling, Steve Carell y Christian Bale en estado de gracia) y con unos cameos geniales.
El problema de la película radica en el guion, y es que es una película hecha para gente de economía. Hay demasiados conceptos y términos que te mencionan que es que es imposible (a pesar de que la película te los intenta explicar) asimilar tanta definición y tanta palabra en dos horas. La trama se vuelve enrevesada, así como los personajes, que aunque tienen carisma, no logras distinguir dónde se encuentran. Es una película que es pura charla y diálogo, y muy buenos, pero con la deficiencia de que es para un público curtido en el mundo de la economía.
Aun con todo esto y durando 2 horas y 3 minutos, me ha gustado.
Un 6.
Es una película muy entretenida, con un ritmo propio de una comedia y con unos puntos de humor rozando el humor negro que son geniales. Las interpretaciones son excelentes (con Ryan Gosling, Steve Carell y Christian Bale en estado de gracia) y con unos cameos geniales.
El problema de la película radica en el guion, y es que es una película hecha para gente de economía. Hay demasiados conceptos y términos que te mencionan que es que es imposible (a pesar de que la película te los intenta explicar) asimilar tanta definición y tanta palabra en dos horas. La trama se vuelve enrevesada, así como los personajes, que aunque tienen carisma, no logras distinguir dónde se encuentran. Es una película que es pura charla y diálogo, y muy buenos, pero con la deficiencia de que es para un público curtido en el mundo de la economía.
Aun con todo esto y durando 2 horas y 3 minutos, me ha gustado.
Un 6.
24 de enero de 2016
24 de enero de 2016
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Esta es la historia de un hombre que sube hasta lo más alto de un edificio y, una vez allí, se arroja al vacío. Las razones de este acto aparentemente suicida no quedan claras o, al menos, no se desvelan hasta bien llegado el tramo final. Allá nos dirigimos, y para ello nos centramos, como no podía ser de otra manera, en la caída. Mientras ésta dura, tanto al señor como a nosotros nos sobra el tiempo para llegar a varias conclusiones. La primera es que la distancia (en el caso que ahora nos concierne, 400 metros) no sólo se rige por aquello que dictamina el Sistema Internacional, sino que también puede medirse por segundos (los 30 que transcurrirán antes de que el protagonista se convierta en puré) o por pisos (tres cuartos de lo mismo, pero con 102). La segunda, y seguramente la más importante, es que los momentos que preceden a la más que probable muerte pueden alargarse hasta convertirse en una especie de limbo infinito en el que a la mente le dé hasta para auto-engañarse... Hasta llegar al mantra de Kassovitz: ''Hasta ahora, todo va bien... Hasta ahora todo va bien...'' Hasta que... eso mismo.
Para seguir explotando la historia, y antes de llegar a la moraleja, tracemos una simple analogía. El señor que escala para librarse a su atracción hacia el vacío es el sistema financiero (de Estados Unidos, de occidente, del mundo...), y por muy mal que pueda llegar a caernos (perdón), sabemos que su muerte va a ser una auténtica catástrofe. Porque va a dejar la calzada hecha un pringue, cierto, pero también porque va a aterrizar sobre un montón de peatones inocentes. Con todo esto en mente, rebobinemos de nuevo esa centena de pisos y miremos alrededor. Ralentizando la acción, nos damos cuenta de que esta escena de terror vertiginoso en estado puro la están presenciando, con total atención e impasibilidad, un centenar de ojos. Éstos corresponden a los de los agentes de policía, a los bomberos, a los representantes de los servicios sanitarios... a todos aquellos, en resumen, que en primer lugar deberían haber evitado que el tipo se tirara. ¿Y dónde estaban cuando esto sucedió? Ya se ha dicho, estaban justo ahí. Mirando. Entonces, ¿se puede saber por qué diablos no hicieron nada al respecto? Bueno, pues...
Porque al principio quizás pensaron que se trataba todo de una broma. A ver, el hombre gozaba de un estado de salud (física y mental) envidiable, y jamás había dado ni manifestado ningún tipo de problema. ¿Por qué iba a romper ahora la dinámica? Porque vaya, a la hora de la verdad no iba hacer nada... ¿no? Vale, pues nada. Inmediatamente después tocó auto-convencerse de que alguna buena razón debía haber detrás de aquella locura... Porque en el fondo, muy en el fondo, los cien ojos creían que al final algún tipo de intervención divina iba a evitar la desgracia. Como dijo el genio, ''Lo que nos mete en problemas no es lo que sabemos, es lo que sabemos con seguridad pero que no es así.'' Y así fue. En la última milésima de segundo, sólo hubo tiempo para empezar a gritar… y para recordar que tiempo ha, cuando el puré humanoide ni siquiera se había subido al ascensor, un puñado de imbéciles lo apostaron todo a que el individuo acabaría como, efectivamente, acabó. Qué risas aquellas, cuando se oyó por primera vez dicha predicción… qué fácil fue, en aquel entonces, subirse al carro de la ludopatía… Y qué cara de tontos se nos quedó a todos después.
Ahora sí, las moralejas. La primera de ellas la reciclamos del documental más imprescindible del año 2010, 'Inside Job': perdámosle, de una vez por todas, el miedo a los logaritmos, a las fluctuaciones de divisas y a los índices de las borsas. La economía es mucho más sencilla de lo que quiere aparentar. Tanto que el funcionamiento de sus mecanismos supuestamente más complejos podría comprenderse hasta siendo explicados por Margot Robbie... mientras se baña en un jacuzzi (en serio, qué risas... y qué incomodidad). ¿Que no? ¿Doblamos la apuesta y confiamos ahora en las aptitudes pedagógicas de Selena Gomez... jugando al blackjack? Hagámoslo. Juguemos. Al fin y al cabo, y por muy surrealista que haya podido sonar, la historia del principio se ha entendido a la perfección, ¿no? Pues entonces no habrá ningún problema en seguir a Adam McKay (y por consiguiente, ya no deberían quedar dudas existenciales concerniendo al maldito estallido de la burbuja de las hipotecas subprime) en 'La gran apuesta', que dígase ya, es una de las mejores comedias del año pasado. ¿La mejor? A saber. ¿La más importante? Sin duda.
No sólo por el tema tratado (insistamos, ni más ni menos que radiografiar las bases de la crisis en la que hará ya casi diez años que estamos sumidos) sino sobre todo por la forma de abordarlo. Se impone, ante todo, la conciencia de causa, y claro, con esta actitud, manda la más clarividente de las locuras. ¿Que el montaje está demasiado acelerado? Claro, faltaría más, pero llámese todo por su nombre; hablemos, por ejemplo, de narración frenética, que transforma la desesperación del agotamiento en pura genialidad. La manera de contar historias que se merecían, en definitiva, los tiempos del neoliberalismo más desenfrenado, aquellos que confirmaron al billón de dólares como unidad de tiempo universal; aquellos que convirtieron la dogmatizada avaricia de Gordon Gekko en un chiste más; aquellos que tuvieron su zenit en aquella famosa coña: ''¿Cuál es la diferencia entre Las Vegas y Wall Street? Que en Nevada a los perdedores no se les devuelve el dinero''. No en vano, la acción de 'La gran apuesta', presentada casi como si de una heist movie se tratara, bascula entre ambos escenarios; entre ambos vacíos espirituales (la puta crisis, no lo olviden, es sobre todo moral). El alma la pone, quién iba a decirlo, un Hollywood en el que, de repente, puede volverse a depositar la fe. Y todo esto sin que nadie tenga que renunciar del todo a la comercialidad; sin que lo didáctico esté reñido con el entretenimiento. La jugada es prácticamente perfecta.
Para seguir explotando la historia, y antes de llegar a la moraleja, tracemos una simple analogía. El señor que escala para librarse a su atracción hacia el vacío es el sistema financiero (de Estados Unidos, de occidente, del mundo...), y por muy mal que pueda llegar a caernos (perdón), sabemos que su muerte va a ser una auténtica catástrofe. Porque va a dejar la calzada hecha un pringue, cierto, pero también porque va a aterrizar sobre un montón de peatones inocentes. Con todo esto en mente, rebobinemos de nuevo esa centena de pisos y miremos alrededor. Ralentizando la acción, nos damos cuenta de que esta escena de terror vertiginoso en estado puro la están presenciando, con total atención e impasibilidad, un centenar de ojos. Éstos corresponden a los de los agentes de policía, a los bomberos, a los representantes de los servicios sanitarios... a todos aquellos, en resumen, que en primer lugar deberían haber evitado que el tipo se tirara. ¿Y dónde estaban cuando esto sucedió? Ya se ha dicho, estaban justo ahí. Mirando. Entonces, ¿se puede saber por qué diablos no hicieron nada al respecto? Bueno, pues...
Porque al principio quizás pensaron que se trataba todo de una broma. A ver, el hombre gozaba de un estado de salud (física y mental) envidiable, y jamás había dado ni manifestado ningún tipo de problema. ¿Por qué iba a romper ahora la dinámica? Porque vaya, a la hora de la verdad no iba hacer nada... ¿no? Vale, pues nada. Inmediatamente después tocó auto-convencerse de que alguna buena razón debía haber detrás de aquella locura... Porque en el fondo, muy en el fondo, los cien ojos creían que al final algún tipo de intervención divina iba a evitar la desgracia. Como dijo el genio, ''Lo que nos mete en problemas no es lo que sabemos, es lo que sabemos con seguridad pero que no es así.'' Y así fue. En la última milésima de segundo, sólo hubo tiempo para empezar a gritar… y para recordar que tiempo ha, cuando el puré humanoide ni siquiera se había subido al ascensor, un puñado de imbéciles lo apostaron todo a que el individuo acabaría como, efectivamente, acabó. Qué risas aquellas, cuando se oyó por primera vez dicha predicción… qué fácil fue, en aquel entonces, subirse al carro de la ludopatía… Y qué cara de tontos se nos quedó a todos después.
Ahora sí, las moralejas. La primera de ellas la reciclamos del documental más imprescindible del año 2010, 'Inside Job': perdámosle, de una vez por todas, el miedo a los logaritmos, a las fluctuaciones de divisas y a los índices de las borsas. La economía es mucho más sencilla de lo que quiere aparentar. Tanto que el funcionamiento de sus mecanismos supuestamente más complejos podría comprenderse hasta siendo explicados por Margot Robbie... mientras se baña en un jacuzzi (en serio, qué risas... y qué incomodidad). ¿Que no? ¿Doblamos la apuesta y confiamos ahora en las aptitudes pedagógicas de Selena Gomez... jugando al blackjack? Hagámoslo. Juguemos. Al fin y al cabo, y por muy surrealista que haya podido sonar, la historia del principio se ha entendido a la perfección, ¿no? Pues entonces no habrá ningún problema en seguir a Adam McKay (y por consiguiente, ya no deberían quedar dudas existenciales concerniendo al maldito estallido de la burbuja de las hipotecas subprime) en 'La gran apuesta', que dígase ya, es una de las mejores comedias del año pasado. ¿La mejor? A saber. ¿La más importante? Sin duda.
No sólo por el tema tratado (insistamos, ni más ni menos que radiografiar las bases de la crisis en la que hará ya casi diez años que estamos sumidos) sino sobre todo por la forma de abordarlo. Se impone, ante todo, la conciencia de causa, y claro, con esta actitud, manda la más clarividente de las locuras. ¿Que el montaje está demasiado acelerado? Claro, faltaría más, pero llámese todo por su nombre; hablemos, por ejemplo, de narración frenética, que transforma la desesperación del agotamiento en pura genialidad. La manera de contar historias que se merecían, en definitiva, los tiempos del neoliberalismo más desenfrenado, aquellos que confirmaron al billón de dólares como unidad de tiempo universal; aquellos que convirtieron la dogmatizada avaricia de Gordon Gekko en un chiste más; aquellos que tuvieron su zenit en aquella famosa coña: ''¿Cuál es la diferencia entre Las Vegas y Wall Street? Que en Nevada a los perdedores no se les devuelve el dinero''. No en vano, la acción de 'La gran apuesta', presentada casi como si de una heist movie se tratara, bascula entre ambos escenarios; entre ambos vacíos espirituales (la puta crisis, no lo olviden, es sobre todo moral). El alma la pone, quién iba a decirlo, un Hollywood en el que, de repente, puede volverse a depositar la fe. Y todo esto sin que nadie tenga que renunciar del todo a la comercialidad; sin que lo didáctico esté reñido con el entretenimiento. La jugada es prácticamente perfecta.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Ryan Gosling, Christian Bale, Steve Carell y Brad Pitt (entre otras muchas caras por las que suspirar) ponen el nombre (y el dinero) en un cartel que lejos de verse desbordado por el talento que maneja, crea entre sus muchos inputs un círculo virtuoso, suerte de simbiosis en la que cada pieza se beneficia del rendimiento de las demás. Justo como debería funcionar cualquier economía no-especulativa. Así, a cada intérprete le sobra tiempo para ofrecernos algunos de los (pequeños/grandes) momentos más inspirados de su carrera, mientras el innegable talento cómico de McKay no para de revalorizarse. Hasta entrar en una nueva dimensión. 'La gran apuesta', especie de combinación entre la lucidez indignada del documental de Charles Ferguson, antes citado, y la acidez (igualmente inteligente) del Armando Ianucci de 'In the Loop', es rematadamente divertida, sí, y sus bromas funcionan como un reloj suizo, también... pero básicamente porque son conscientes de la broma colosal en la que residen. En otras palabras, es más cómica (y estremecedora) cuando más se acerca a una realidad la cual, echando la vista atrás, resulta más y más irreal.
Durante las más de dos horas de charlas, broncas y lecciones más o menos magistrales, la cuarta pared se destruye con la misma facilidad con la que se rescata a un banco, la veracidad del relato se derruye en honor a la bestia fraudulenta que es su objeto de estudio, la idiotez de mezcla con la maldad y todo lo que entra por el oído se solapa. Por encima del dibujo algo errático de los personajes, queda la altísima definición con la que se nos presenta el paisaje por el que pululan. Por encima del mundanal (e híper-grotesco) ruido, sobresale una voz que sea seguramente la de la conciencia. Al final, hasta nos quedará un poco de esperanza. Todo se fue a la mierda, de acuerdo, y el cabrón que se arrojó al vacío se recompuso del golpe, y los cien ojos volvieron a lo suyo, y los que se las dieron de héroes, se dieron cuenta de que estaban tan de mierda hasta el cuello como los cerdos a los que intentaron desplomar. Sí a todo... pero al menos pudimos, ahora sí (y no es premio menor), echarnos unas buenas risas a costa de todo esto. Con cara de tontos, faltaría más, pero a cambio sintiéndonos un poco más inteligentes. Gloria bendita. Estamos, por cierto, a pocos años (o billones de dólares) de que la amnesia colectiva nos impida distinguir el testigo histórico (que esto es lo que ha firmado aquí McKay) de la caricatura. Ya verán entonces qué gracia.
Durante las más de dos horas de charlas, broncas y lecciones más o menos magistrales, la cuarta pared se destruye con la misma facilidad con la que se rescata a un banco, la veracidad del relato se derruye en honor a la bestia fraudulenta que es su objeto de estudio, la idiotez de mezcla con la maldad y todo lo que entra por el oído se solapa. Por encima del dibujo algo errático de los personajes, queda la altísima definición con la que se nos presenta el paisaje por el que pululan. Por encima del mundanal (e híper-grotesco) ruido, sobresale una voz que sea seguramente la de la conciencia. Al final, hasta nos quedará un poco de esperanza. Todo se fue a la mierda, de acuerdo, y el cabrón que se arrojó al vacío se recompuso del golpe, y los cien ojos volvieron a lo suyo, y los que se las dieron de héroes, se dieron cuenta de que estaban tan de mierda hasta el cuello como los cerdos a los que intentaron desplomar. Sí a todo... pero al menos pudimos, ahora sí (y no es premio menor), echarnos unas buenas risas a costa de todo esto. Con cara de tontos, faltaría más, pero a cambio sintiéndonos un poco más inteligentes. Gloria bendita. Estamos, por cierto, a pocos años (o billones de dólares) de que la amnesia colectiva nos impida distinguir el testigo histórico (que esto es lo que ha firmado aquí McKay) de la caricatura. Ya verán entonces qué gracia.
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