El audaz
8.2
31,973
Drama
Eddie Felson (Newman) es un joven arrogante y amoral que frecuenta con éxito las salas de billar. Decidido a ser proclamado el mejor, busca al Gordo de Minnesota (Gleason), un legendario campeón de billar. Cuando, por fin, consigue enfrentarse con él, su falta de seguridad le hace fracasar. El amor de una solitaria mujer (Laurie) podría ayudarlo a abandonar esa clase de vida, pero Eddie no descansará hasta vencer al campeón sin ... [+]
21 de septiembre de 2008
21 de septiembre de 2008
77 de 87 usuarios han encontrado esta crítica útil
... en las manos de Eddie, el Relámpago de California.
Newman, un desecho, es acusado por George C. Scott, corredor de apuestas, por beber whisky como pretexto para perder en la mesa de billar. Y sin embargo eso no es lo trágico.
El trago más amargo que ahoga a Newman es el pretexto fatal que encuentra para ganar: Sarah.
La película es lúgubre y oscura. Algunos podrán pensar que Scott entra en escena como un faro para iluminar esa penumbra; esa "impenetrable oscuridad que nos rodea" a la que se refiere Sarah y que se recoge en cada fotograma durante dos horas.
También inquietan los silencios, sólo rotos por el clack-clock de las bolas y el golpe seco de los vasos contra la barra del bar donde Scott le pone las pilas a Newman: "uno de los mayores deportes que existe, es sentir compasión de uno mismo, un deporte que gusta a todos. Especialmente a los fracasados".
Para mí el fracasado mayor en esta historia es ese gangster reconvertido en caja registradora, el que pone el dinero, los dedos rotos, la sodomización y la muerte por el medio. El que se queda sólo, al fin y al cabo: Scott.
Eddie al menos podrá recomponerse a pedazos. Pedazos rotos porque su historia de amor con Sarah es la de un contrato de mutua tristeza. Él le dice: "¡Inventa algo más alegre!" y ella responde clavándole la mirada y esperando: di, "te quiero".
Eddie no lo dice. Al menos a tiempo. Sí se lo dice al gordo de Minessota: "jugaste como un maestro", por representar el fair play, la honestidad (virtudes de las que Newman carece) pero sobre todo por reencarnar la razón por la que al menos, sea un poco menos doloroso haber empujado a alguien al borde del precipicio.
Scott, en el espejo:
- Pervertido (en la vida y en la cama)
- Retorcido (en la vida y en la cama)
- Lisiado (en la vida y en la cama).
¿Y eras tú el que acusaba a Eddie de no tener temperamento en el cuerpo? Siempre lo tuvo: al menos podía sentir los nervios de un taco, de un pedazo de madera.
- En fin, Newman en un papel atípico para él por el contraste de los sucios planos, el humo y el whisky contra su apolínea imagen.
- Scott, en un personaje que reta en duelo a Newman durante toda la película y compartiendo escenas (compartiendo barra con él... ayyy), mientras debaten sobre la filosofía de la superación individual. "¿Pero quién te crees que eres, la General Motors?, le dice Paul.
- Y Piper Laurie, la voz de la razón aún estando coja, alcohólica y enamorada.
Newman, un desecho, es acusado por George C. Scott, corredor de apuestas, por beber whisky como pretexto para perder en la mesa de billar. Y sin embargo eso no es lo trágico.
El trago más amargo que ahoga a Newman es el pretexto fatal que encuentra para ganar: Sarah.
La película es lúgubre y oscura. Algunos podrán pensar que Scott entra en escena como un faro para iluminar esa penumbra; esa "impenetrable oscuridad que nos rodea" a la que se refiere Sarah y que se recoge en cada fotograma durante dos horas.
También inquietan los silencios, sólo rotos por el clack-clock de las bolas y el golpe seco de los vasos contra la barra del bar donde Scott le pone las pilas a Newman: "uno de los mayores deportes que existe, es sentir compasión de uno mismo, un deporte que gusta a todos. Especialmente a los fracasados".
Para mí el fracasado mayor en esta historia es ese gangster reconvertido en caja registradora, el que pone el dinero, los dedos rotos, la sodomización y la muerte por el medio. El que se queda sólo, al fin y al cabo: Scott.
Eddie al menos podrá recomponerse a pedazos. Pedazos rotos porque su historia de amor con Sarah es la de un contrato de mutua tristeza. Él le dice: "¡Inventa algo más alegre!" y ella responde clavándole la mirada y esperando: di, "te quiero".
Eddie no lo dice. Al menos a tiempo. Sí se lo dice al gordo de Minessota: "jugaste como un maestro", por representar el fair play, la honestidad (virtudes de las que Newman carece) pero sobre todo por reencarnar la razón por la que al menos, sea un poco menos doloroso haber empujado a alguien al borde del precipicio.
Scott, en el espejo:
- Pervertido (en la vida y en la cama)
- Retorcido (en la vida y en la cama)
- Lisiado (en la vida y en la cama).
¿Y eras tú el que acusaba a Eddie de no tener temperamento en el cuerpo? Siempre lo tuvo: al menos podía sentir los nervios de un taco, de un pedazo de madera.
- En fin, Newman en un papel atípico para él por el contraste de los sucios planos, el humo y el whisky contra su apolínea imagen.
- Scott, en un personaje que reta en duelo a Newman durante toda la película y compartiendo escenas (compartiendo barra con él... ayyy), mientras debaten sobre la filosofía de la superación individual. "¿Pero quién te crees que eres, la General Motors?, le dice Paul.
- Y Piper Laurie, la voz de la razón aún estando coja, alcohólica y enamorada.
22 de enero de 2011
22 de enero de 2011
60 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Hustler es la historia de una sonrisa, la sonrisa de Eddie.
Eddie Felson sonríe cuando juega, cuando bebe, cuando ama.
Eddie, algunas veces, no dice la verdad, pero no miente al sonreír.
A lo largo de la cinta (o de la vida) Eddie Felson aprende a ser un ganador.
===
Esta es la historia de un muchacho apuesto, vital y casi ingenuo, que pierde la sonrisa.
Eddie Felson sonríe cuando juega, cuando bebe, cuando ama.
Eddie, algunas veces, no dice la verdad, pero no miente al sonreír.
A lo largo de la cinta (o de la vida) Eddie Felson aprende a ser un ganador.
===
Esta es la historia de un muchacho apuesto, vital y casi ingenuo, que pierde la sonrisa.
3 de marzo de 2008
3 de marzo de 2008
56 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fast Eddie apura el vaso en un trago rápido. Se inclina sobre la mesa empuñando el taco. Lo más difícil ya está hecho, ha echado el cebo y con ciega vehemencia han picado. Mucho trabajo para tan pocos dólares. Él, que juega para ser el mejor, está ya cansado de estas estafas de medio pelo. Se concentra un momento antes de golpear, superando fácilmente el aturdimiento del alcohol. Sonríe. Ni tan siquiera vemos el destino de las bolas.
Son casi las ocho y, como todas las noches, Minnesota Fats sube las escaleras que llevan a la sala de billar. Piensa en lo que encontrará en las páginas del periódico vespertino, anticipa el olor del cigarro. Juega de vez en cuando para dar sentido a todas las horas que pasa y ha pasado en ese local, aunque él ya no lo busque. Es el mejor. Por eso le espera una silla y una copa de aguardiente tras esa puerta. Menos esta noche. Tras su primer golpe, el sonido de las bolas al chocar entre sí -la música repetida y amortecida de su vida- hoy le hace bailar.
La silla empieza a torturarle. Son ya muchas las horas que lleva sentado en ella, pero sabe que hay que tener paciencia. Juega porque gana, eso es sólo la consecuencia. Lo suyo es establecer el sentido de esa relación y dejar bien claro que el reverso de la moneda, la fortuna esquiva, no tiene nada que ver con ella. Tantea el ánimo de los jugadores, oye madurar la fruta. No sonríe, pero sus anteojos negros ocultan la satisfacción del ave de rapiña.
La tragedia consiste en que de la confluencia de estos tres hombres el más perjudicado de todos no sea ninguno de ellos.
Son casi las ocho y, como todas las noches, Minnesota Fats sube las escaleras que llevan a la sala de billar. Piensa en lo que encontrará en las páginas del periódico vespertino, anticipa el olor del cigarro. Juega de vez en cuando para dar sentido a todas las horas que pasa y ha pasado en ese local, aunque él ya no lo busque. Es el mejor. Por eso le espera una silla y una copa de aguardiente tras esa puerta. Menos esta noche. Tras su primer golpe, el sonido de las bolas al chocar entre sí -la música repetida y amortecida de su vida- hoy le hace bailar.
La silla empieza a torturarle. Son ya muchas las horas que lleva sentado en ella, pero sabe que hay que tener paciencia. Juega porque gana, eso es sólo la consecuencia. Lo suyo es establecer el sentido de esa relación y dejar bien claro que el reverso de la moneda, la fortuna esquiva, no tiene nada que ver con ella. Tantea el ánimo de los jugadores, oye madurar la fruta. No sonríe, pero sus anteojos negros ocultan la satisfacción del ave de rapiña.
La tragedia consiste en que de la confluencia de estos tres hombres el más perjudicado de todos no sea ninguno de ellos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Me sorprende que casi todas las críticas describan al protagonista como un perdedor cuando el resultado de la partida final es evidente. Es más, a medida que se acerca el final, el espectador no sólo sabe que Eddie volverá a esa sala de billar sino que, además, una vez confirmada su sospecha, ganará.
Sin duda lo que hace que le atribuyamos el aura de perdedor es la muerte de la chica en el hotel de Louisville. Victoria con sabor de derrota nos parece. Y sin embargo pensar de esta manera es hacerlo igual que el pájaro de ‘Bird’ Gordon. “Ganar y perder –nos dice- son dos caras diferentes de la misma moneda”. Lo que esta película nos enseña es a responderle que serán dos caras distintas, pero es siempre la misma e inevitable moneda, el mismo destino.
El jugador de ajedrez que sacrifica su caballo en el enroque enemigo lo hace esperando que la combinación anticipada se cumpla; las fichas lanzadas al centro de la mesa por el jugador de póker son el signo de la fe en su juego. No hay épica en la derrota, sólo una vuelta cabizbaja a casa. No hay épica en la victoria, sólo botellas de ‘champagne’ y felicitaciones de gente desconocida. La épica viene de fuera.
“If you can meet with Triumph and Disaster, and treat those two impostors just the same” (“If”, Rudyard Kipling).
Sin duda lo que hace que le atribuyamos el aura de perdedor es la muerte de la chica en el hotel de Louisville. Victoria con sabor de derrota nos parece. Y sin embargo pensar de esta manera es hacerlo igual que el pájaro de ‘Bird’ Gordon. “Ganar y perder –nos dice- son dos caras diferentes de la misma moneda”. Lo que esta película nos enseña es a responderle que serán dos caras distintas, pero es siempre la misma e inevitable moneda, el mismo destino.
El jugador de ajedrez que sacrifica su caballo en el enroque enemigo lo hace esperando que la combinación anticipada se cumpla; las fichas lanzadas al centro de la mesa por el jugador de póker son el signo de la fe en su juego. No hay épica en la derrota, sólo una vuelta cabizbaja a casa. No hay épica en la victoria, sólo botellas de ‘champagne’ y felicitaciones de gente desconocida. La épica viene de fuera.
“If you can meet with Triumph and Disaster, and treat those two impostors just the same” (“If”, Rudyard Kipling).
20 de agosto de 2006
20 de agosto de 2006
43 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca pensé que un director tan desconocido para mi como Robert Rossen pudiera sorprenderme con una película tan digna como ésta. El drama se hace cada vez más denso en una cinta que bebe de lo mejor del cine de Elia Kazan (concretamente me recuerda mucho a "La ley del silencio" en su estética), quedando una de las mejores estampas del cine social de finales de los cincuenta y principios de los sesenta; en el que el cine americano descubrió (gracias a la sangría llamada McCarthy) que el sueño de su país distaba mucho de ser lo que aparentaba. Sin duda muchas figuras salieron mal paradas de aquellos fatídicos días, pero los guiones, la temática y la visión del cine comenzaron a cambiar.
En este contexto se encuadra esta película. Sin duda una dirección muy conseguida unida a una gran fotografía hacen de su visionado una sesión memorable. Pero lo más fascinante resulta ser la actuación de un impagable Paul Newman en un absoluto estado de gracia que llena la pantalla con una solvencia total, sin necesidad de apoyos. Además se ve acompañado por un Scott profesional y dignísimo como siempre (una gloria muy poco reclamada a mi gusto). Las escenas de billar son magistrales, con algunos golpes inauditos, al menos para un profano como yo, y están grabadas con un finura exquisita.
Así queda una película amarga pero perfectamente contada que rezuma emoción en cada plano. El fracaso de un sueño ahogado en la exigencia de una moral estúpida, la de la competencia a todo coste. El drama del juego servido con estilo y buena factura.
No sabrán si irse directamente a la sala de billar más próxima o no volver a pisar una.
En este contexto se encuadra esta película. Sin duda una dirección muy conseguida unida a una gran fotografía hacen de su visionado una sesión memorable. Pero lo más fascinante resulta ser la actuación de un impagable Paul Newman en un absoluto estado de gracia que llena la pantalla con una solvencia total, sin necesidad de apoyos. Además se ve acompañado por un Scott profesional y dignísimo como siempre (una gloria muy poco reclamada a mi gusto). Las escenas de billar son magistrales, con algunos golpes inauditos, al menos para un profano como yo, y están grabadas con un finura exquisita.
Así queda una película amarga pero perfectamente contada que rezuma emoción en cada plano. El fracaso de un sueño ahogado en la exigencia de una moral estúpida, la de la competencia a todo coste. El drama del juego servido con estilo y buena factura.
No sabrán si irse directamente a la sala de billar más próxima o no volver a pisar una.
18 de noviembre de 2008
18 de noviembre de 2008
54 de 74 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando una película es buena de verdad, no hace falta dar muchas exlicaciones. Hay cosas que saltan a la vista, y ésta, que sólo posee cualidades, no necesita de opiniones de expertos. Tampoco somos tan gilipollas.
Otras requieren un punto de vista, una polémica, una interpretación. En esta todo encaja y se hace bien sin necesidad de jugar al escondite. Pues ya está.
Otras requieren un punto de vista, una polémica, una interpretación. En esta todo encaja y se hace bien sin necesidad de jugar al escondite. Pues ya está.
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