La rueda de la maravilla
6.2
10,209
Drama
En la Coney Island de la década de los 50, el joven Mickey Rubin (Timberlake), un apuesto salvavidas del parque de atracciones que quiere ser escritor, cuenta la historia de Humpty (Jim Belushi), operador del carrusel del parque, y de su esposa Ginny (Winslet), una actriz con un carácter sumamente volátil que trabaja como camarera. Ginny y Humpty pasan por una crisis porque además él tiene un problema con el alcohol, y por si fuera poco ... [+]
5 de enero de 2018
5 de enero de 2018
43 de 70 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se suele hablar en sus películas de la fuerza del destino, del azar, de la casualidad, de un negro designio que tuerce y destruye la vida de sus débiles criaturas, afanadas en inútiles deseos y vanas esperanzas.
Un fatalismo trágico con aire de cine negro, repleto de heroínas dislocadas y excesivas.
Y eso está bien.
Pero no se suele comentar, en cambio, otro rasgo de su cine, la deriva de sus relatos, el, para mí, gran problema, me refiero a la grosera, infame intervención del autor, de cómo mete sus torpes zarpas en las vidas vulnerables de sus personajes y conduce burda, gruesa, zafiamente sus devaneos y reacciones para tratar de llevarles a callejones sin salida previsibles, obvios y lastimosos.
Como si este creador fuera incapaz de hacerse a un lado y dejar vivir con cierta libertad (verdad) a esos seres que ha pergeñado, como si desconfiara de ellos, o de él, o del público al que va dirigida la trama.
El caso es que de esa tosca, horrorosa manera suele desbaratar buenas ideas, interesantes y queridos entes de ficción, convertir jugosas narraciones en chapuceras y obsesivas muestras de su miedo, huellas del delito de un contador infantil, repetitivo, controlador y barullero.
Este es el hecho, su descripción, su horrible cara. Todo lo cual no es lo peor. El modo se lleva la palma. Los métodos que utiliza para dirigir los relatos hacia el carril que le interesa, cómo llena esas aventuras dramáticas de casualidades imposibles, de encontronazos inverosímiles, de explicaciones abominables e interminables, de cambios de actitud increíbles, de comportamientos aberrantes... Tanto desafuero para tener el control y poder cerrar historias del modo más consabido, convencional y esperado (según lo planteado).
Una pena. Porque el material suele ser estupendo.
En este caso perfuma a la Blanche DuBois de "Un tranvía llamado deseo" con los efluvios más turbulentos y vidriosos del cine negro. La baña de "Perdición" de Billy Wilder, por ejemplo. O si nos ponemos más finos, mezcla "Antígona" con "El cartero siempre llama dos veces" y "Hedda Gabler".
Película de un personaje, de una actriz, de una mujer. Pensada para su lucimiento, exhibición portentosa de Kate Winslet, gran actriz, indudablemente.
Aunque hay muchos más: el socorrista narrador, la mujer marcada, Humpty (¿Dumpty?, ¿un huevo andante?), el pirómano infantil o los mafiosos fantasmales.
Años cincuenta, Coney Island, insatisfacción, fracaso, evasión, crimen, sexo, traición, calor. Seres prisioneros, acogotados, hundidos, cocinados a fuego lento. Consumidos por pasiones que les exceden, por un tiempo que en su caso ya pasó, hasta para los más jóvenes, como si estuviesen todos atrapados en un agujero negro, en un bucle espacio temporal que lo devora todo. Universo paralelo. Realidad alucinada y pesadillesca.
Lo que nos lleva a otro factor fundamental, bello, extraordinario. A otro personaje más. A esa fotografía de Storaro que tiene la fuerza y el peso de un ser vivo o un atributo iracundo de la naturaleza. Parece fuego, llamaradas, lava que quema todo lo que toca, que enciende y destroza a todos los humanos que allí perecen, como si estuvieran viviendo en el infierno, entre estelas rojas y calcinadoras.
Increíble, maravilloso trabajo con el que se logra de forma asombrosa la creación de una realidad nueva, pura metáfora, abstracta, irreal, poética, apabullante, barroca, fabulosa.
Teatro, tragedia, mujeres, derrota, destino cruel y humana esencia. Quemados por el sol y el neón. Encerrados en un parque de pesadilla expresionista y turbulenta. Atrapados en el tiempo.
Y es, obviamente, el retrato de un monstruoso egoísmo, de una mujer que arrasa por donde pasa, que confunde el amor con su ombligo, que solo ve y observa sus deseos, que nunca reflexiona ni se conforma, que solo es feliz (tortuosamente) cuando asola lo que le rodea y ahoga, que nunca se esfuerza en observar/comprender los intereses o deseos de los demás.
Sería una sátira sobre el romanticismo, entendido este como la exaltación del yo más ciego, feroz y necio, aquel que solo se ve a sí mismo, que se emborracha de solipsismo y destrucción, que niega la razón y convierte el sentimiento (el suyo) en el único Dios, en un vicio sórdido, histérico y voraz, muy bruto y obtuso.
O de cómo la vida no tiene solución: si la aceptas tal como es, resulta prácticamente insoportable en su monotonía, ordinariez y desilusión (la distancia sideral entre lo que anhelamos y lo que tenemos); si la niegas, te evades, mientes y huyes de la verdad, te transformas en un imán de desgracias, en un pozo de dolor, en un ser repulsivo, peligroso, enfermo y traicionero.
Quizás el término medio sea el único modo, una mezcla leve de autoengaño (para ir tirando y no lanzarse por el barranco) y un poco de realismo (para no atropellar a los demás y a ti mismo). Lo cual, la mediocridad, como es bien sabido, es otra forma, la más común y fría y aburrida, de infierno y fracaso.
O tal vez el arte sea el remedio. Contarlo. Vivir para contarla. O al revés, contarlo para vivir. Huir de la necia acción y el estúpido voluntarismo, ser un mero vehículo de sensaciones; ojos que miran, mente que piensa, cuerpo que experimenta, manos que escriben. Lo cual es muerte.
Ya lo decíamos, no hay solución.
(Zona spoiler)
Me suele pasar con muchas de sus películas (cuando se las toma en serio), que llegados a un punto no me las creo y todo me resulta grotesco, cada minuto que pasa peor, más irritante y ridículo.
En este caso la cosa iba bien, para mí (estaba gozando, pleno de atención y regocijo), hasta que decide liar a Timberlake con Temple (¡horror!, de un esperado, fácil y previsible que no me lo podía creer. ¿Por qué, Woody?, ¿no había millones de chicas guapas en esa playa para que fuera justo a liarse con ella, no era demasiado burdo, rudo, primitivo, primario narrativamente que se conocieran, gustaran y juntaran, no estaba ya claro que querías forzar la tragedia cogiendo el atajo más zarrapastroso?).
Un fatalismo trágico con aire de cine negro, repleto de heroínas dislocadas y excesivas.
Y eso está bien.
Pero no se suele comentar, en cambio, otro rasgo de su cine, la deriva de sus relatos, el, para mí, gran problema, me refiero a la grosera, infame intervención del autor, de cómo mete sus torpes zarpas en las vidas vulnerables de sus personajes y conduce burda, gruesa, zafiamente sus devaneos y reacciones para tratar de llevarles a callejones sin salida previsibles, obvios y lastimosos.
Como si este creador fuera incapaz de hacerse a un lado y dejar vivir con cierta libertad (verdad) a esos seres que ha pergeñado, como si desconfiara de ellos, o de él, o del público al que va dirigida la trama.
El caso es que de esa tosca, horrorosa manera suele desbaratar buenas ideas, interesantes y queridos entes de ficción, convertir jugosas narraciones en chapuceras y obsesivas muestras de su miedo, huellas del delito de un contador infantil, repetitivo, controlador y barullero.
Este es el hecho, su descripción, su horrible cara. Todo lo cual no es lo peor. El modo se lleva la palma. Los métodos que utiliza para dirigir los relatos hacia el carril que le interesa, cómo llena esas aventuras dramáticas de casualidades imposibles, de encontronazos inverosímiles, de explicaciones abominables e interminables, de cambios de actitud increíbles, de comportamientos aberrantes... Tanto desafuero para tener el control y poder cerrar historias del modo más consabido, convencional y esperado (según lo planteado).
Una pena. Porque el material suele ser estupendo.
En este caso perfuma a la Blanche DuBois de "Un tranvía llamado deseo" con los efluvios más turbulentos y vidriosos del cine negro. La baña de "Perdición" de Billy Wilder, por ejemplo. O si nos ponemos más finos, mezcla "Antígona" con "El cartero siempre llama dos veces" y "Hedda Gabler".
Película de un personaje, de una actriz, de una mujer. Pensada para su lucimiento, exhibición portentosa de Kate Winslet, gran actriz, indudablemente.
Aunque hay muchos más: el socorrista narrador, la mujer marcada, Humpty (¿Dumpty?, ¿un huevo andante?), el pirómano infantil o los mafiosos fantasmales.
Años cincuenta, Coney Island, insatisfacción, fracaso, evasión, crimen, sexo, traición, calor. Seres prisioneros, acogotados, hundidos, cocinados a fuego lento. Consumidos por pasiones que les exceden, por un tiempo que en su caso ya pasó, hasta para los más jóvenes, como si estuviesen todos atrapados en un agujero negro, en un bucle espacio temporal que lo devora todo. Universo paralelo. Realidad alucinada y pesadillesca.
Lo que nos lleva a otro factor fundamental, bello, extraordinario. A otro personaje más. A esa fotografía de Storaro que tiene la fuerza y el peso de un ser vivo o un atributo iracundo de la naturaleza. Parece fuego, llamaradas, lava que quema todo lo que toca, que enciende y destroza a todos los humanos que allí perecen, como si estuvieran viviendo en el infierno, entre estelas rojas y calcinadoras.
Increíble, maravilloso trabajo con el que se logra de forma asombrosa la creación de una realidad nueva, pura metáfora, abstracta, irreal, poética, apabullante, barroca, fabulosa.
Teatro, tragedia, mujeres, derrota, destino cruel y humana esencia. Quemados por el sol y el neón. Encerrados en un parque de pesadilla expresionista y turbulenta. Atrapados en el tiempo.
Y es, obviamente, el retrato de un monstruoso egoísmo, de una mujer que arrasa por donde pasa, que confunde el amor con su ombligo, que solo ve y observa sus deseos, que nunca reflexiona ni se conforma, que solo es feliz (tortuosamente) cuando asola lo que le rodea y ahoga, que nunca se esfuerza en observar/comprender los intereses o deseos de los demás.
Sería una sátira sobre el romanticismo, entendido este como la exaltación del yo más ciego, feroz y necio, aquel que solo se ve a sí mismo, que se emborracha de solipsismo y destrucción, que niega la razón y convierte el sentimiento (el suyo) en el único Dios, en un vicio sórdido, histérico y voraz, muy bruto y obtuso.
O de cómo la vida no tiene solución: si la aceptas tal como es, resulta prácticamente insoportable en su monotonía, ordinariez y desilusión (la distancia sideral entre lo que anhelamos y lo que tenemos); si la niegas, te evades, mientes y huyes de la verdad, te transformas en un imán de desgracias, en un pozo de dolor, en un ser repulsivo, peligroso, enfermo y traicionero.
Quizás el término medio sea el único modo, una mezcla leve de autoengaño (para ir tirando y no lanzarse por el barranco) y un poco de realismo (para no atropellar a los demás y a ti mismo). Lo cual, la mediocridad, como es bien sabido, es otra forma, la más común y fría y aburrida, de infierno y fracaso.
O tal vez el arte sea el remedio. Contarlo. Vivir para contarla. O al revés, contarlo para vivir. Huir de la necia acción y el estúpido voluntarismo, ser un mero vehículo de sensaciones; ojos que miran, mente que piensa, cuerpo que experimenta, manos que escriben. Lo cual es muerte.
Ya lo decíamos, no hay solución.
(Zona spoiler)
Me suele pasar con muchas de sus películas (cuando se las toma en serio), que llegados a un punto no me las creo y todo me resulta grotesco, cada minuto que pasa peor, más irritante y ridículo.
En este caso la cosa iba bien, para mí (estaba gozando, pleno de atención y regocijo), hasta que decide liar a Timberlake con Temple (¡horror!, de un esperado, fácil y previsible que no me lo podía creer. ¿Por qué, Woody?, ¿no había millones de chicas guapas en esa playa para que fuera justo a liarse con ella, no era demasiado burdo, rudo, primitivo, primario narrativamente que se conocieran, gustaran y juntaran, no estaba ya claro que querías forzar la tragedia cogiendo el atajo más zarrapastroso?).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
A partir de aquí, todo es vergüenza y estropicio. Podría hacer una lista de horrores:
- Winslet, cada vez que la Temple le nombra al pimpollo rubio, pierde el control, se le salen los ojos de la órbitas, se enfada como si le hubieran quitado un riñón sin anestesia, hace preguntas impertinentes, se muestra desagradable, se sube por las paredes, echa espuma por la boca, se queja, lamenta, impreca, sulfura, aturde, pierde el oremus, la chaveta... (¿No había manera de disimular un poco y ser algo más sutil?).
- Bien. Pues la Temple no nota nada raro ni extraño en su comportamiento (claro, lo normal... ). No sospecha (para qué). A pesar del grosero cambio de actitud de Winslet con ella. La critica a todas horas por cualquier excusa sin que antes hubiera habido ningún problema. La acosa, humilla, desprecia, insulta, quiere echar de casa, todo de repente, sin evolución ni gradación ninguna. Y ella no se enfada ni mosquea. Es un poco lerda (¿por qué tan tonta, si así no nos la habíais presentado...?). ¡Que esa niña tan inocente y buena se liara con un terrible gánster! (anda ya... ).
- Vale. Winslet le dice por activa y por pasiva que huya de él como de la peste.
- Bien. La otra le responde que sí. Y a continuación vuelve a estar con él.
- De acuerdo. Pero ahí no queda la cosa. Coge y se lo cuenta todo. Para que la otra goce con cada detalle (sí, sí).
Sigamos.
- Habían aparecido unos matones (Vivan "Los Soprano") al principio y se habían ido tan contentos (lo normal en unos peligrosos mafiosos, insistentes sabuesos). Bueno, pues vuelven justo en el momento más oportuno, cuando es necesario cerrar la historia con la desaparición/asesinato de la Temple (lógicamente, no podía ser verdad lo que estaba viendo, es lo que había temido desde la mitad de la historia, ese golpe bajo de Woody, esa puñalada trapera, pues sí, la hubo). Aparecen los mafiosos por segunda vez, ella se entera y deja que vayan a por su rival de amores.
Por no hablar de detalles menores pero también de aúpa como:
- La conversación con el amigo intelectual en busca de consejo que no viene a cuento (¿de montaje fallo?).
- La insistencia en las referencias literarias de un forzado que tira de espaldas. No pega nada, un tipo así debe ser un buscavidas, no un universitario ridículo (esto qué coño es, Hammett y Chandler escribiendo sobre dramaturgos socorristas, ¿nos hemos vuelto locos?).
- La machaconería fogosa del chaval. Mil incendios para nada. Fuegos fatuos.
- El infinito tiempo (caído del cielo) que tiene Winslet para trabajar de camarera, sacar la casa adelante, atender al niño, aguantar al marido y echar mil polvos (sin que nadie se dé cuenta), así como escapadas diversas, modelitos mediante.
- La perspicacia insondable del marido, más espabilado y explota de tanto que observa, analiza, comprende y deduce.
- El delirante robo del dinero, el regalo rechazado y la reacción del saqueado cuando ella se justifica con el psiquiatra tan caro.
En fin. Todos esos diálogos sobreabundados y sobreexplicados. Tanta morralla para forzar sucesos innecesarios. Para Woody el famoso Deus ex machina es como poner comas o respirar
Y al final lo peor/mejor de todo. La investigación fulgurante del caso criminal que realiza Timberlake al respecto del último acto nefando. Cuando se da cuenta, entrevistas mediante, de todo lo que pasó (teléfono descolgado y llamada incluida) en esos momentos funestos previos a la pérdida de su amada (que esa es otra, pasa de ligue curioso al amor de su vida en un segundo, lo mismo que Winslet de tener un amante a volverse loca en un relámpago).
En definitiva, un desastre.
Exagerada, fallida y atorrante. Una pena porque tenía ideas, buena literatura, actores (todos están más o menos bien) y fascinante forma visual.
Para acabar con algo bueno: la muerte en off de Temple. Muy bien, una excepción a tanto subrayado y obviedad. Tampoco está mal el final tras la tragedia, se suaviza y remansa después de la tormenta. Ella pierde definitivamente la razón (¿o no?).
- Winslet, cada vez que la Temple le nombra al pimpollo rubio, pierde el control, se le salen los ojos de la órbitas, se enfada como si le hubieran quitado un riñón sin anestesia, hace preguntas impertinentes, se muestra desagradable, se sube por las paredes, echa espuma por la boca, se queja, lamenta, impreca, sulfura, aturde, pierde el oremus, la chaveta... (¿No había manera de disimular un poco y ser algo más sutil?).
- Bien. Pues la Temple no nota nada raro ni extraño en su comportamiento (claro, lo normal... ). No sospecha (para qué). A pesar del grosero cambio de actitud de Winslet con ella. La critica a todas horas por cualquier excusa sin que antes hubiera habido ningún problema. La acosa, humilla, desprecia, insulta, quiere echar de casa, todo de repente, sin evolución ni gradación ninguna. Y ella no se enfada ni mosquea. Es un poco lerda (¿por qué tan tonta, si así no nos la habíais presentado...?). ¡Que esa niña tan inocente y buena se liara con un terrible gánster! (anda ya... ).
- Vale. Winslet le dice por activa y por pasiva que huya de él como de la peste.
- Bien. La otra le responde que sí. Y a continuación vuelve a estar con él.
- De acuerdo. Pero ahí no queda la cosa. Coge y se lo cuenta todo. Para que la otra goce con cada detalle (sí, sí).
Sigamos.
- Habían aparecido unos matones (Vivan "Los Soprano") al principio y se habían ido tan contentos (lo normal en unos peligrosos mafiosos, insistentes sabuesos). Bueno, pues vuelven justo en el momento más oportuno, cuando es necesario cerrar la historia con la desaparición/asesinato de la Temple (lógicamente, no podía ser verdad lo que estaba viendo, es lo que había temido desde la mitad de la historia, ese golpe bajo de Woody, esa puñalada trapera, pues sí, la hubo). Aparecen los mafiosos por segunda vez, ella se entera y deja que vayan a por su rival de amores.
Por no hablar de detalles menores pero también de aúpa como:
- La conversación con el amigo intelectual en busca de consejo que no viene a cuento (¿de montaje fallo?).
- La insistencia en las referencias literarias de un forzado que tira de espaldas. No pega nada, un tipo así debe ser un buscavidas, no un universitario ridículo (esto qué coño es, Hammett y Chandler escribiendo sobre dramaturgos socorristas, ¿nos hemos vuelto locos?).
- La machaconería fogosa del chaval. Mil incendios para nada. Fuegos fatuos.
- El infinito tiempo (caído del cielo) que tiene Winslet para trabajar de camarera, sacar la casa adelante, atender al niño, aguantar al marido y echar mil polvos (sin que nadie se dé cuenta), así como escapadas diversas, modelitos mediante.
- La perspicacia insondable del marido, más espabilado y explota de tanto que observa, analiza, comprende y deduce.
- El delirante robo del dinero, el regalo rechazado y la reacción del saqueado cuando ella se justifica con el psiquiatra tan caro.
En fin. Todos esos diálogos sobreabundados y sobreexplicados. Tanta morralla para forzar sucesos innecesarios. Para Woody el famoso Deus ex machina es como poner comas o respirar
Y al final lo peor/mejor de todo. La investigación fulgurante del caso criminal que realiza Timberlake al respecto del último acto nefando. Cuando se da cuenta, entrevistas mediante, de todo lo que pasó (teléfono descolgado y llamada incluida) en esos momentos funestos previos a la pérdida de su amada (que esa es otra, pasa de ligue curioso al amor de su vida en un segundo, lo mismo que Winslet de tener un amante a volverse loca en un relámpago).
En definitiva, un desastre.
Exagerada, fallida y atorrante. Una pena porque tenía ideas, buena literatura, actores (todos están más o menos bien) y fascinante forma visual.
Para acabar con algo bueno: la muerte en off de Temple. Muy bien, una excepción a tanto subrayado y obviedad. Tampoco está mal el final tras la tragedia, se suaviza y remansa después de la tormenta. Ella pierde definitivamente la razón (¿o no?).
23 de diciembre de 2017
23 de diciembre de 2017
15 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Allen es difícil que sorprenda a estas alturas. Quizás lo más llamativo de sus películas serias es pecisamente eso: que son serias, cuando estamos acostumbrados a ver comedias más ligeras pero con ese poso de dejarte riendo de cosas más profundas.
Wonder Wheel no es de esas películas de Allen, entronca más con la última Café Society y con Match Point. Historia de perdedores y nostálgica, quiere evocar el New York de los 50 a través de un rincón mítico donde los neoyorquinos disfrutaban de su tiempo libre y que sin duda, marcó la infancia de Allen, como la de muchos otros. Este escenario es el que marca el devenir de una familia de retales, reconstruida sobre las cenizas de otras dos arruinadas.
La rutina, la lucha por salir adelante, las ilusiones gastadas, el orgullo perdido, y el amor, que surge y todo lo cambia, lo colorea, nubla lo negativo y sumerge a quien lo sufre en una realidad distinta, mejor, hace que la vida no sea sólo sobrevivir, resistir, luchar, sino reír, soñar.... Pero cuando éste se pierde surge de nuevo el monstruo, más fuerte que antes y te despierta. Por que la vida, al fin y al cabo, es sueño, pero los sueños, son sueños por los que merece la pena vivir.
En la tradición de muerte de un viajante, o un tranvía llamado deseo. Sin llegar al nivel de esas obras maestras, pero mostrando un poco de 'vida' a través de una historia como millones de las que pasaban cada verano por Connie Island a distraerse de sus obligaciones, de sus cargas.
Quizás Woody Allen no logre la obra maestra que le falta, como quizás le pasó a Hitchcock, pero no ha hecho ninguna película mala. Incluso la más simple tiene algo que contar. Aún siendo redundante en sus temas de siempre: el amor, los celos, la infidelidad, la muerte, el sexo etc.... logra una historia y logra transmitir lo pequeños y simples que somos, pero lo grandes que podemos, que pudimos o que somos cuando nos lo proponemos.
Wonder Wheel no es de esas películas de Allen, entronca más con la última Café Society y con Match Point. Historia de perdedores y nostálgica, quiere evocar el New York de los 50 a través de un rincón mítico donde los neoyorquinos disfrutaban de su tiempo libre y que sin duda, marcó la infancia de Allen, como la de muchos otros. Este escenario es el que marca el devenir de una familia de retales, reconstruida sobre las cenizas de otras dos arruinadas.
La rutina, la lucha por salir adelante, las ilusiones gastadas, el orgullo perdido, y el amor, que surge y todo lo cambia, lo colorea, nubla lo negativo y sumerge a quien lo sufre en una realidad distinta, mejor, hace que la vida no sea sólo sobrevivir, resistir, luchar, sino reír, soñar.... Pero cuando éste se pierde surge de nuevo el monstruo, más fuerte que antes y te despierta. Por que la vida, al fin y al cabo, es sueño, pero los sueños, son sueños por los que merece la pena vivir.
En la tradición de muerte de un viajante, o un tranvía llamado deseo. Sin llegar al nivel de esas obras maestras, pero mostrando un poco de 'vida' a través de una historia como millones de las que pasaban cada verano por Connie Island a distraerse de sus obligaciones, de sus cargas.
Quizás Woody Allen no logre la obra maestra que le falta, como quizás le pasó a Hitchcock, pero no ha hecho ninguna película mala. Incluso la más simple tiene algo que contar. Aún siendo redundante en sus temas de siempre: el amor, los celos, la infidelidad, la muerte, el sexo etc.... logra una historia y logra transmitir lo pequeños y simples que somos, pero lo grandes que podemos, que pudimos o que somos cuando nos lo proponemos.
9 de enero de 2018
9 de enero de 2018
18 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay mucho para ver este verano en el cine, entre la animada y la nueva de Woody Allen elegí esta última ya que algunas cosas de él me han gustado, y el elenco era atractivo para ver.
Voy a comenzar por decir lo que más me gustó de este film: la excelente actuación de Winslet, pasa por todas las emociones, una actuación colorida y que te dan ganas de ver más y más, de hecho verla a ella era lo único que, para mí, levantaba el ritmo de la película.
Listo, eso fue lo mejor. Una película lenta. Un guion vacío y nada original. Una banda sonora repetitiva, a lo mejor Allen buscaba destacar lo monótono que era vivir en Coney Island en esa época, pero no hacía más que cansar.
Cuando una película te hace cabecear más de una vez, dormitar más de una vez y mirar la hora más de una vez quiere decir que no es una buena película para la persona que está mirando. Y eso me pasó a mí. Me aburrí mucho durante el film. Diálogos vacíos que no llegaban a ningún lado. Levantaba muchísimo con los monólogos que hacía Winslet que parecían eternos pero llenos de gracia y una vorágine que te invita a subirte a ella y te dejas llevar como si ella fuese una ola y vos surfeas alegre en ella.
Eran interesantes las tomas en la cual la luz cambiaba sin previo aviso, pero marcando algo. Una luz brillante que se apagaba a casi un blanco y negro, como si fuese una obra de teatro en donde hay apagones entre algunas escenas. Y el teatro está muy presente en esta película ella es una actriz retirada, el joven Mickey que se jacta de dramaturgo y le da una obra a Caroline para que lea.
Las actuaciones de los otros tres personajes principales están bien, no sobre salen, son cuasi una sombre ante la gran performance de Winslet. Timberlake parece dar lo mejor de sí, pero no es un papel que le queda bien, suena a veces monótono, pero como dije antes da lo mejor y está bien.
Mi recomendación: Para los amantes de Allen y los que gustan de películas melancólicas.
Voy a comenzar por decir lo que más me gustó de este film: la excelente actuación de Winslet, pasa por todas las emociones, una actuación colorida y que te dan ganas de ver más y más, de hecho verla a ella era lo único que, para mí, levantaba el ritmo de la película.
Listo, eso fue lo mejor. Una película lenta. Un guion vacío y nada original. Una banda sonora repetitiva, a lo mejor Allen buscaba destacar lo monótono que era vivir en Coney Island en esa época, pero no hacía más que cansar.
Cuando una película te hace cabecear más de una vez, dormitar más de una vez y mirar la hora más de una vez quiere decir que no es una buena película para la persona que está mirando. Y eso me pasó a mí. Me aburrí mucho durante el film. Diálogos vacíos que no llegaban a ningún lado. Levantaba muchísimo con los monólogos que hacía Winslet que parecían eternos pero llenos de gracia y una vorágine que te invita a subirte a ella y te dejas llevar como si ella fuese una ola y vos surfeas alegre en ella.
Eran interesantes las tomas en la cual la luz cambiaba sin previo aviso, pero marcando algo. Una luz brillante que se apagaba a casi un blanco y negro, como si fuese una obra de teatro en donde hay apagones entre algunas escenas. Y el teatro está muy presente en esta película ella es una actriz retirada, el joven Mickey que se jacta de dramaturgo y le da una obra a Caroline para que lea.
Las actuaciones de los otros tres personajes principales están bien, no sobre salen, son cuasi una sombre ante la gran performance de Winslet. Timberlake parece dar lo mejor de sí, pero no es un papel que le queda bien, suena a veces monótono, pero como dije antes da lo mejor y está bien.
Mi recomendación: Para los amantes de Allen y los que gustan de películas melancólicas.
29 de enero de 2020
29 de enero de 2020
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me pareció una especie de obra de teatro, trasladada al cine. Woody Allen construye historias sencillas, en ocasiones incluso con ese regusto romántico de los personajes folletinescos del XIX, aunque sus protagonistas se encuentren anclados en cualquier lugar de su universo único.
El director cuenta lo mismo desde hace décadas... diálogos discursivos, actores con poco trazo para que la historia encaje sin esfuerzo...
En "Wonder Wheel", retrata la historia de dos triángulos amorosos, con vértices comunes. Fluye atravesada por una iluminación y fotografía maravillosa, que ayuda a evocar el instante que retrata.
Hacia la mitad, el parloteo barato de los protagonistas, fundamentalmente el de Kate Winslet, me puso nervioso, inquieto... Estaba deseando que terminara.
Conclusión: Lo mismo de siempre en distinto envase. Fallos y aciertos comunes a ese cine del reconocible director octogenario.
El director cuenta lo mismo desde hace décadas... diálogos discursivos, actores con poco trazo para que la historia encaje sin esfuerzo...
En "Wonder Wheel", retrata la historia de dos triángulos amorosos, con vértices comunes. Fluye atravesada por una iluminación y fotografía maravillosa, que ayuda a evocar el instante que retrata.
Hacia la mitad, el parloteo barato de los protagonistas, fundamentalmente el de Kate Winslet, me puso nervioso, inquieto... Estaba deseando que terminara.
Conclusión: Lo mismo de siempre en distinto envase. Fallos y aciertos comunes a ese cine del reconocible director octogenario.
10 de enero de 2018
10 de enero de 2018
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película entra en una casucha mal insonorizada de un parque de atracciones de Coney Island y me doy cuenta de que lo que Woody Allen pretendía en Wonder Wheel es hacer una película teatral: véase, esos guiños a Tennesee Williams, Tranvías llamados deseos… tienen lugar en su mayor parte en un cubículo familiar muy apto para desgracias humanas. En ese sitio de tres al cuarto donde Kate Winslet y Jim Belushi malviven al cuadrado por metro cuadrado. El centro de operaciones, el escenario principal. El drama (¡melodrama!) de los años 50. Es, pues, una aproximación al Woody Allen íntimo y circunspecto de September, Another woman. O Balas sobre Broadway, el Balas sobre Broadway comedia, aunque ahí no hablo del enfoque sino del tema: el amor. Y la mafia.
Kate Winslet tiene migrañas (me identifico contigo, querida Kate; malditas migrañas, nadie sabe lo que son hasta que se sufren) porque trabaja de camarera en mitad de un infierno de parque de atracciones (petardos, escopetas de feria y bullicio 24/7), porque tiene que intentar dormir entre pastilla y pastilla para la cabeza y porque su segundo marido se ha convertido en un tipo francamente difícil de tratar, un Jim Belushi reencontrado para la ocasión y algo pasado de kilos (¿o pesaban los años?).
La cosa va de huidas. Kate Winslet está casada con Belushi porque huye de un pasado (aspiraciones frustradas de actriz de teatro por un amor infiel) y acaba así, retraída (o castigada, maldición divina) del mundo con un mal (y amor) menor; y de un presente huye también Juno Temple, hija del primer matrimonio de Jim Belushi y que acude al hogar protector del padre porque la mafia me persigue. En éstas, Justin Timberlake, un vigilante de la playa guapete y seductor, quiere triunfar en el teatro y de paso flirtear con Kate y con Juno. Y si la Winslet tiene migrañas es porque algo le reconcome, algo va mal en su cabeza. Y conoce a Timberlake. Y éste a la Temple. Y ahí tiene usted condimentos para el conflicto. Señor Tennesse Williams, please…
No, señor Woody Allen.
Un Woody Allen que trata el affaire amoroso de siempre pero con un trasfondo teatral que tira para atrás. En ocasiones demasiado hasta que la película incluso se resiente. De ahí tanto plano secuencia, en una intención clara a su vez de desnudar al actor: si eres bueno, lo vas a demostrar; aquí montaje, el justo, y cuando hay algún contraplano se nota, y hasta sobra. Y quién demuestra si eres bueno en tales condiciones, quién no tanto: la Winslet lo hace. Aunque sea a ratos. Si el teatro desnuda a los actores, alguno muestra, más que algunas carencias, sus vergüenzas.
Woody Allen, recuerdas a Bergman, lo que ya hiciste en September, por ejemplo, pero en 1987 te salió mejor. Justo treinta años pasaron. Y recuerdas el teatro filmado de Un tranvía llamado deseo, evidente. Esa Kate Winslet en el mejor momento de toda su actuación y de la película, en una escena casi final en la que recuerda sobremanera a Blanche DuBois. Podría haber sido una comedia perfectamente, por cierto. Pero el teatro tira más al drama. Y como en Another woman, el ramalazo es tragicómico.
Que será verano y tal en Coney Island, pero las nubes (buen Storaro en la fotografía de interior, también en la de exterior) y la lluvia (clave en la historia, buena elección ésa, vive Dios) lo cubren todo en pro del tono drama de la película. El sol sale menos esta vez con Woody Allen…
Kate Winslet tiene migrañas (me identifico contigo, querida Kate; malditas migrañas, nadie sabe lo que son hasta que se sufren) porque trabaja de camarera en mitad de un infierno de parque de atracciones (petardos, escopetas de feria y bullicio 24/7), porque tiene que intentar dormir entre pastilla y pastilla para la cabeza y porque su segundo marido se ha convertido en un tipo francamente difícil de tratar, un Jim Belushi reencontrado para la ocasión y algo pasado de kilos (¿o pesaban los años?).
La cosa va de huidas. Kate Winslet está casada con Belushi porque huye de un pasado (aspiraciones frustradas de actriz de teatro por un amor infiel) y acaba así, retraída (o castigada, maldición divina) del mundo con un mal (y amor) menor; y de un presente huye también Juno Temple, hija del primer matrimonio de Jim Belushi y que acude al hogar protector del padre porque la mafia me persigue. En éstas, Justin Timberlake, un vigilante de la playa guapete y seductor, quiere triunfar en el teatro y de paso flirtear con Kate y con Juno. Y si la Winslet tiene migrañas es porque algo le reconcome, algo va mal en su cabeza. Y conoce a Timberlake. Y éste a la Temple. Y ahí tiene usted condimentos para el conflicto. Señor Tennesse Williams, please…
No, señor Woody Allen.
Un Woody Allen que trata el affaire amoroso de siempre pero con un trasfondo teatral que tira para atrás. En ocasiones demasiado hasta que la película incluso se resiente. De ahí tanto plano secuencia, en una intención clara a su vez de desnudar al actor: si eres bueno, lo vas a demostrar; aquí montaje, el justo, y cuando hay algún contraplano se nota, y hasta sobra. Y quién demuestra si eres bueno en tales condiciones, quién no tanto: la Winslet lo hace. Aunque sea a ratos. Si el teatro desnuda a los actores, alguno muestra, más que algunas carencias, sus vergüenzas.
Woody Allen, recuerdas a Bergman, lo que ya hiciste en September, por ejemplo, pero en 1987 te salió mejor. Justo treinta años pasaron. Y recuerdas el teatro filmado de Un tranvía llamado deseo, evidente. Esa Kate Winslet en el mejor momento de toda su actuación y de la película, en una escena casi final en la que recuerda sobremanera a Blanche DuBois. Podría haber sido una comedia perfectamente, por cierto. Pero el teatro tira más al drama. Y como en Another woman, el ramalazo es tragicómico.
Que será verano y tal en Coney Island, pero las nubes (buen Storaro en la fotografía de interior, también en la de exterior) y la lluvia (clave en la historia, buena elección ésa, vive Dios) lo cubren todo en pro del tono drama de la película. El sol sale menos esta vez con Woody Allen…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No he nombrado al hijo pequeño de Kate Winslet en la película, un elemento de mucho cuidado: un pirómano en potencia (se insinúa en una escena que simpatizaría con la mafia) que resulta ser de lo poco cómico que pudiera hablarse como tal en Wonder Wheel. O todo lo contrario: el hecho de que a ese chaval le dé por quemar allá por donde va cualquier material inflamable con el que se topa, puede verse como un símbolo de que, lo que no le gusta de lo que le rodea, a la hoguera; de que quiere acabar entre las llamas con todo lo malo que ve del mundo para que se consuma y desaparezca. Una pira de los deseos.
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