El increíble hombre menguante
1957 

7.6
15,002
Ciencia ficción. Fantástico
Scott Carey (Grant Williams) navega con su mujer en una lancha motora y, mientras ella va a buscar una cerveza, se ve envuelto en una extraña nube. Unos meses después, empieza a notar extraños cambios en su cuerpo: poco a poco va perdiendo peso y altura hasta hacerse casi invisible. A partir de entonces, su vida será una pesadilla, una lucha constante por la supervivencia, en la que lo cotidiano (un gato, una araña) representa para él ... [+]
12 de julio de 2011
12 de julio de 2011
28 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Inolvidable e imprescindible obra maestra del cine fantástico del irregular Jack Arnold, que se
apoya en el guión del gran Richard Matheson, de su propia novela homónima, con el que
logra esta joya de la serie B, que entre otras cosas presume de sencillos pero geniales
efectos especiales para la época. Fascinante pesadilla, denuncia contaminante y lucha
por la supervivencia con bastante ingenio por parte del protagonista, que nos narra
en voz en off, esta agónica y apasionante historia, amenizada con una inquietante
música por parte de Joseph Gersgenson acompañada por solos de trompeta a
cargo del trompetista Ray Anthony. Original y modesta propuesta de cine
fantástico y de ficción, abismal tanto en lo grande como en lo pequeño,
en sus iconicas imágenes cinéfilas de película de culto en su género.
Desde que comienza este clásico lo que menos hace es menguar,
si no todo lo contrario, aumenta en emoción e incertidumbre
hasta terminar con un reflexivo y memorable discurso final.
Gigante y espléndido Jack Arnold en lo que sin lugar a
dudas fue su mejor trabajo para la gran pantalla.
Encantadora y entretenida "miniatura" de la
Universal Pictures, un ejercicio de
ingenio digno de ver.
Muy buena.
Fin
apoya en el guión del gran Richard Matheson, de su propia novela homónima, con el que
logra esta joya de la serie B, que entre otras cosas presume de sencillos pero geniales
efectos especiales para la época. Fascinante pesadilla, denuncia contaminante y lucha
por la supervivencia con bastante ingenio por parte del protagonista, que nos narra
en voz en off, esta agónica y apasionante historia, amenizada con una inquietante
música por parte de Joseph Gersgenson acompañada por solos de trompeta a
cargo del trompetista Ray Anthony. Original y modesta propuesta de cine
fantástico y de ficción, abismal tanto en lo grande como en lo pequeño,
en sus iconicas imágenes cinéfilas de película de culto en su género.
Desde que comienza este clásico lo que menos hace es menguar,
si no todo lo contrario, aumenta en emoción e incertidumbre
hasta terminar con un reflexivo y memorable discurso final.
Gigante y espléndido Jack Arnold en lo que sin lugar a
dudas fue su mejor trabajo para la gran pantalla.
Encantadora y entretenida "miniatura" de la
Universal Pictures, un ejercicio de
ingenio digno de ver.
Muy buena.
Fin
21 de septiembre de 2007
21 de septiembre de 2007
26 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es la segunda vez que la he visto y la verdad que uno no se cansa e incluso descubre cosas nuevas. Es imaginativa, bien realizada, muy buenos efectos para la época (y mira que les podía haber quedado todo muy cutre por aquellos años pero les ha salido bastante bien). Cosas cotidianas como subir o bajar unas escaleras, coger un objeto de una mesa, alimentarse... se ven dificultadas si uno mide 0.30 centímetros o menos. Relativiza mucho como es la existencia, cosa por otra parte impensable en muchos títulos de ciencia-ficción y tiene un final que casi casi parece budista.
Algunas escenas como la de la araña quedarán grabadas para siempre en nuestra retina. O la indefensión que causa el simple torrente de agua que en estatura normal no nos llegaría a mucho más del tobillo del zapato...
Si os gusta esta película os recomiendo que leáis la historia completa en formato libro de Richard Matheson "el hombre menguante". Tiene muchas más escenas y diálogos. Incluso algunas no salieron por el puritano gobierno EE.UU. Es indiscutiblemente un clásico, pero los que la vean han de tener en mente que se rodó en blanco y negro y es antigua, que no se esperen grandes efectos, tan solo los justos para la época. En su tiempo fue muy innovadora y original. Hoy en día esta misma idea ya ha sido trillada y manida hasta la saciedad...
Algunas escenas como la de la araña quedarán grabadas para siempre en nuestra retina. O la indefensión que causa el simple torrente de agua que en estatura normal no nos llegaría a mucho más del tobillo del zapato...
Si os gusta esta película os recomiendo que leáis la historia completa en formato libro de Richard Matheson "el hombre menguante". Tiene muchas más escenas y diálogos. Incluso algunas no salieron por el puritano gobierno EE.UU. Es indiscutiblemente un clásico, pero los que la vean han de tener en mente que se rodó en blanco y negro y es antigua, que no se esperen grandes efectos, tan solo los justos para la época. En su tiempo fue muy innovadora y original. Hoy en día esta misma idea ya ha sido trillada y manida hasta la saciedad...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No tiene el típico final (que sería que el hombre recuperara su tamaño por los avatares del destino, pero tampoco tiene un final malo), de hecho queda inconcluso y abierto, al igual que la novela. Evidentemente se saltaron cosas pero aún así la película tiene muchísima calidad y es un clásico de la ciencia-ficción. Tiene una atmósfera opresiva, por la banda sonora y sobre todo cuando el tío queda encerrado en el sotano e incomunicado por culpa del gato y gusta mucho la imaginación que tuvo que echar el protagonista para poder alimentarse, beber agua... Otras cosas como presentar a la araña primero como un monstruo y luego el mismo hombre se da cuenta de que la araña hace lo mismo que él, luchar por sobrevivir. Es una película que te da mucho que pensar.
5 de marzo de 2011
5 de marzo de 2011
21 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de que el despliegue de efectos visuales generados por ordenador se cargase parte de la creatividad del cineasta medio, mucho antes, la artesanía nos brindó obras maestras como ésta. Todo un despliegue de técnica e imaginación en los años 50.
La movida es que un hombretón de aspecto pinturero se expone por accidente a una extraña niebla y, a partir de ese momento empieza a hacerse chiquitín, hasta convertirse en un click de famobil. Llegado ese punto, tendrá que desarrollar todo su talento y capacidades, tanto mentales como físicas, para evitar todo tipo de accidentes domésticos, tales como que se le zampe el gato. Por cierto, el minino en cuestión es un magnífico actor, obediente como pocos.
La serie B siempre se ha caracterizado por su afán de engendrar monstruos, normalmente absurdos, como Godzilla, y otras cosas por el estilo. Pero lo cierto es que la realidad, como bien se dice por ahí, supera la ficción. Para qué meterte en dibujos si la madre naturaleza ya nos ha regalado a los humanos el monstruo más aterrador y horripilante que uno se pueda imaginar. El gran acierto de la peli es que, a diferencia de otras como “La humanidad en peligro”, en la que salían unas hormigas de peluche muy majas que medían 2 metros 10, aquí se retrata una tarantela verdadera. El director le regala a la bicha unos primeros planos como los que le hace Woody Allen a Scarlett Johansson, un primor. El metraje de la monstrua resulta ser lo más espeluznante que he visto yo en mi vida entera.
Con todo mi cariño quisiera yo recomendarle esta peli a todo aquel que no la haya visto. Es una maravilla de la técnica, la física y la metafísica.
La movida es que un hombretón de aspecto pinturero se expone por accidente a una extraña niebla y, a partir de ese momento empieza a hacerse chiquitín, hasta convertirse en un click de famobil. Llegado ese punto, tendrá que desarrollar todo su talento y capacidades, tanto mentales como físicas, para evitar todo tipo de accidentes domésticos, tales como que se le zampe el gato. Por cierto, el minino en cuestión es un magnífico actor, obediente como pocos.
La serie B siempre se ha caracterizado por su afán de engendrar monstruos, normalmente absurdos, como Godzilla, y otras cosas por el estilo. Pero lo cierto es que la realidad, como bien se dice por ahí, supera la ficción. Para qué meterte en dibujos si la madre naturaleza ya nos ha regalado a los humanos el monstruo más aterrador y horripilante que uno se pueda imaginar. El gran acierto de la peli es que, a diferencia de otras como “La humanidad en peligro”, en la que salían unas hormigas de peluche muy majas que medían 2 metros 10, aquí se retrata una tarantela verdadera. El director le regala a la bicha unos primeros planos como los que le hace Woody Allen a Scarlett Johansson, un primor. El metraje de la monstrua resulta ser lo más espeluznante que he visto yo en mi vida entera.
Con todo mi cariño quisiera yo recomendarle esta peli a todo aquel que no la haya visto. Es una maravilla de la técnica, la física y la metafísica.
11 de abril de 2011
11 de abril de 2011
19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
A parte de si filósofos tenían razón o no (no me interesa), personalmente creo que la pregunta por el sentido de la vida tiene razón de ser cuando se tiene delante a la misma muerte. Si vamos a morir, entonces nos preguntamos por qué o para qué vivimos.
Scott (Grant Williams) parece sufrirlo mejor que nadie. Sólo que él no muere… empequeñece. Y su disminución es tan inexplicable, imponente, angustiosa y fatal como la muerte. Lo arranca poco a poco de la vida que lleva. De su trabajo, de su mujer, de su supuesto dominio del mundo, de sí mismo.
Su lucha contra la muerte (perdón: contra su merma) se traduce en demostrarse a sí mismo que sigue siendo capaz de dominar su mundo. Porque esa es la imagen que tenía Scott de sí mismo antes de su funesto encuentro con la niebla. Orgulloso hombre de “su” yate, de “su” mujer, de su éxito. “American Dream” de los años 50. Aunque tampoco ha llovido mucho desde entonces. De hecho, parece ser el camino por excelencia de autoafirmación humana desde los inicios de la hominización. Somos “homo faber”.
Ergo, tanto antes como ahora, ahora ante la muerte, Scott sólo es capaz de confirmar su identidad como “hombre”, dominando. Domina su angustia escribiendo. Domina a su mujer desde su casa de muñecas (una simbólica metáfora sobre la impotencia y la tiranía doméstica). Domina el sótano con los instrumentos que fundaron la civilización y disputa con las bestias la supremacía de su humanidad. Porque ante todo se trata de no menguar más, de no morir.
Cuanto más dominio, más humano; cuanto más humano, más soledad. La desquiciante huida hacia delante no le brinda la paz. El espíritu de dominio le impide ver verdaderos valores. El amor de su mujer. El calor de la amistad. “El cielo es igual de azul para los enanos”. Desde el sótano, contempla con anhelo, a través de una rejilla (otra brillante metáfora sobre los estrechos parámetros de la mentalidad humana), un pájaro en libertad, en medio de la naturaleza. Pájaro y hombre. Naturaleza y dominio. Libertad inalcanzable y esclavitud paradójica. Como humano, es capaz de soñar la paz y la libertad pero no de alcanzarlas.
Sólo cuando acepta lo inevitable, cuando se acepta a sí mismo, cuando es capaz de renunciar a su dominio y a la falsa imagen que se desprende de éste, Scott es capaz de vencer la prisión que se ha autoimpuesto. Y reconciliarse, así, con la vida y el mundo.
“El increíble hombre menguante” es una película maravillosa, una de mis favoritas… y del que “La mosca” (David Cronenberg, 1986) es su oscuro reverso.
Scott (Grant Williams) parece sufrirlo mejor que nadie. Sólo que él no muere… empequeñece. Y su disminución es tan inexplicable, imponente, angustiosa y fatal como la muerte. Lo arranca poco a poco de la vida que lleva. De su trabajo, de su mujer, de su supuesto dominio del mundo, de sí mismo.
Su lucha contra la muerte (perdón: contra su merma) se traduce en demostrarse a sí mismo que sigue siendo capaz de dominar su mundo. Porque esa es la imagen que tenía Scott de sí mismo antes de su funesto encuentro con la niebla. Orgulloso hombre de “su” yate, de “su” mujer, de su éxito. “American Dream” de los años 50. Aunque tampoco ha llovido mucho desde entonces. De hecho, parece ser el camino por excelencia de autoafirmación humana desde los inicios de la hominización. Somos “homo faber”.
Ergo, tanto antes como ahora, ahora ante la muerte, Scott sólo es capaz de confirmar su identidad como “hombre”, dominando. Domina su angustia escribiendo. Domina a su mujer desde su casa de muñecas (una simbólica metáfora sobre la impotencia y la tiranía doméstica). Domina el sótano con los instrumentos que fundaron la civilización y disputa con las bestias la supremacía de su humanidad. Porque ante todo se trata de no menguar más, de no morir.
Cuanto más dominio, más humano; cuanto más humano, más soledad. La desquiciante huida hacia delante no le brinda la paz. El espíritu de dominio le impide ver verdaderos valores. El amor de su mujer. El calor de la amistad. “El cielo es igual de azul para los enanos”. Desde el sótano, contempla con anhelo, a través de una rejilla (otra brillante metáfora sobre los estrechos parámetros de la mentalidad humana), un pájaro en libertad, en medio de la naturaleza. Pájaro y hombre. Naturaleza y dominio. Libertad inalcanzable y esclavitud paradójica. Como humano, es capaz de soñar la paz y la libertad pero no de alcanzarlas.
Sólo cuando acepta lo inevitable, cuando se acepta a sí mismo, cuando es capaz de renunciar a su dominio y a la falsa imagen que se desprende de éste, Scott es capaz de vencer la prisión que se ha autoimpuesto. Y reconciliarse, así, con la vida y el mundo.
“El increíble hombre menguante” es una película maravillosa, una de mis favoritas… y del que “La mosca” (David Cronenberg, 1986) es su oscuro reverso.
20 de diciembre de 2014
20 de diciembre de 2014
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las obras fundamentales del cine fantástico y de terror de los años cincuenta por su forma de plantear una nueva mirada sobre la angustia radioactiva (tan de moda entonces, por los experimentos atómicos), el orden cotidiano y el tema de la diferencia. Escrita por Richard Matheson y dirigida por Jack Arnold, el film supone una rareza en el contexto de su género, por lo que atañe al Hollywood de serie B. Es la película más lograda de Arnold, porque se apoya, plano a plano, secuencia a secuencia, en uno de los puntos esenciales que configuran el lenguaje cinematográfico: la mirada. Es también la obra más fantástica del cineasta porque está trabajada con algo más que buen oficio y con bastante ingenio, sobre uno de los factores que mejor personalizan el cine fantástico: la manipulación del punto de vista. Y la conjugación de mirada y punto de vista, el valor dramático de una y las alteraciones de otra, con la insólita odisea ideada por el escritor, se juntan para ofrecer al espectador uno de esos casos irrepetibles dentro del cine de ficción científica, en la que la originalidad de la idea de partida, la elegancia del tratamiento y la inventiva de la puesta en escena son suficientes para superar todos los obstáculos interpuestos entre la obra y su receptor: desde un presupuesto insuficiente hasta unos actores que quizá no fueran los más adecuados.
Por una vez al menos, el escritor (ingenioso fabulador) tuvo la suerte de que su historia fuera a parar a manos de un equipo que deseaba potenciar más la vertiente fantástica que la espectacularidad de los efectos especiales, sin desdeñarlos. El mayor atractivo del film radica – como sucede en la mayor parte de la obra literaria de Matheson – en el descubrimiento de lo monstruoso dentro de la esfera de lo cotidiano. Para el escritor, la anormalidad, lo inquietante, están anidados dentro de nuestro mundo; hay quienes lo detectan gracias a su hipersensibilidad (La leyenda de la mansión del infierno); otros lo descubren por una repentina e inexplicable alteración del orden cotidiano (El diablo sobre ruedas); y otros necesitan para ello un cambio de perspectiva (como una reducción de tamaño). Por eso, “El increíble hombre menguante”, se inicia con dos secuencias de aire cotidiano, en las que dos premoniciones no son entendidas como tales, una en el pequeño barco de vacaciones y otra en casa donde un gato doméstico bebe leche de un plato, todo es normal porque la perspectiva no ha sido alterada.
El mediocre americano medio Scott Carey (Grant Williams) a medida que va disminuyendo de tamaño, paradójicamente irá creciendo como ser humano, enfrentándose a un mundo monstruoso que lo rodea utilizando toda su fuerza y astucia. Scott pierde el mundo de juguete que le han construido, un mundo en que todo se mide con arreglo a otra escala, cajas de cerillas como refugio, ratoneras, arañas amenazadoras, alfileres como armas, goteras anegadoras. El film contiene innumerables lecturas, además de las apuntadas y que aparecen en la obra de Matheson, por ejemplo: la soledad del hombre frente a un entorno hostil y la relatividad de las concepciones humanas, nos habla de un mundo vertiginoso impulsado por la destrucción y la sinrazón, por el miedo sobrenatural, carente de un terreno sólido donde apoyar los pies, donde el hombre sólo puede sobrevivir con la única ayuda de una moral individual constantemente suspendida al borde del abismo. Este frágil heroísmo excavado en el espíritu, en la precariedad del existir, es la respuesta del escritor ante un universo inhóspito, nuestro universo, que bordea constantemente la catástrofe cósmica.
Por una vez al menos, el escritor (ingenioso fabulador) tuvo la suerte de que su historia fuera a parar a manos de un equipo que deseaba potenciar más la vertiente fantástica que la espectacularidad de los efectos especiales, sin desdeñarlos. El mayor atractivo del film radica – como sucede en la mayor parte de la obra literaria de Matheson – en el descubrimiento de lo monstruoso dentro de la esfera de lo cotidiano. Para el escritor, la anormalidad, lo inquietante, están anidados dentro de nuestro mundo; hay quienes lo detectan gracias a su hipersensibilidad (La leyenda de la mansión del infierno); otros lo descubren por una repentina e inexplicable alteración del orden cotidiano (El diablo sobre ruedas); y otros necesitan para ello un cambio de perspectiva (como una reducción de tamaño). Por eso, “El increíble hombre menguante”, se inicia con dos secuencias de aire cotidiano, en las que dos premoniciones no son entendidas como tales, una en el pequeño barco de vacaciones y otra en casa donde un gato doméstico bebe leche de un plato, todo es normal porque la perspectiva no ha sido alterada.
El mediocre americano medio Scott Carey (Grant Williams) a medida que va disminuyendo de tamaño, paradójicamente irá creciendo como ser humano, enfrentándose a un mundo monstruoso que lo rodea utilizando toda su fuerza y astucia. Scott pierde el mundo de juguete que le han construido, un mundo en que todo se mide con arreglo a otra escala, cajas de cerillas como refugio, ratoneras, arañas amenazadoras, alfileres como armas, goteras anegadoras. El film contiene innumerables lecturas, además de las apuntadas y que aparecen en la obra de Matheson, por ejemplo: la soledad del hombre frente a un entorno hostil y la relatividad de las concepciones humanas, nos habla de un mundo vertiginoso impulsado por la destrucción y la sinrazón, por el miedo sobrenatural, carente de un terreno sólido donde apoyar los pies, donde el hombre sólo puede sobrevivir con la única ayuda de una moral individual constantemente suspendida al borde del abismo. Este frágil heroísmo excavado en el espíritu, en la precariedad del existir, es la respuesta del escritor ante un universo inhóspito, nuestro universo, que bordea constantemente la catástrofe cósmica.
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