Paraíso: Amor
Drama
"Paradies" narra tres historias sobre tres mujeres, tres vacaciones y tres amores. La primera mujer viaja a Kenya en busca de turismo sexual. Fuera del amor de Jesús, la segunda mujer trata de devolver el catolicismo al pueblo austríaco. Y la tercera, la mujer más joven, pierde su inocencia en un vasto campamento de pérdida de peso. Primera parte de una trilogía de Seidl sobre el "Amor", la "Fe" y la "Esperanza". (FILMAFFINITY)
9 de marzo de 2013
9 de marzo de 2013
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
En las maravillosas y salvajes playas de arena que bañan la costa de Kenia, jóvenes y atléticos negros esperan pacientemente, detrás de una una cuerda, a las orondas turistas tumbadas en las hamacas y dispuestas a refrescarse después de tomar el sol. Pero una vez franqueada la separación impuesta para salvar del acecho de los jóvene a las “sugar mamas”, se abre el mercado y todo se vende y se compra…
El “turismo sexual de abuelas” prolifera en las playas keniatas, una de cada cinco mujeres de países ricos que acuden allí lo hacen en busca de sexo. El pirómano Ulrichs Seidl se aleja de los lugares comunes de esta práctica de ocio perversa y retrata con su habitual mirada turbadora, libre y punzante una realidad que pretende ser mostrada sin rigideces. La pobreza, el interés, la soledad, la necesidad de sentimientos vitales como el amor, la felicidad, el cariño, se muestran con crudeza y tristeza. Ulrich rueda amalgamando cine de ficción y documental, con potentes imágenes de una realidad dura y nos hace reflexionar sobre dualidades que se difuminan hasta hacerse una sola, rico-pobre, amor-sexo, explotado-explotador, juventud-madurez, alegría-tristeza, risa-llanto. Pero siempre sin dogmatismos
El “turismo sexual de abuelas” prolifera en las playas keniatas, una de cada cinco mujeres de países ricos que acuden allí lo hacen en busca de sexo. El pirómano Ulrichs Seidl se aleja de los lugares comunes de esta práctica de ocio perversa y retrata con su habitual mirada turbadora, libre y punzante una realidad que pretende ser mostrada sin rigideces. La pobreza, el interés, la soledad, la necesidad de sentimientos vitales como el amor, la felicidad, el cariño, se muestran con crudeza y tristeza. Ulrich rueda amalgamando cine de ficción y documental, con potentes imágenes de una realidad dura y nos hace reflexionar sobre dualidades que se difuminan hasta hacerse una sola, rico-pobre, amor-sexo, explotado-explotador, juventud-madurez, alegría-tristeza, risa-llanto. Pero siempre sin dogmatismos
18 de agosto de 2013
18 de agosto de 2013
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Normalmente, en cualquier orden de la vida, las expectativas suelen ser mayores que los resultados. Este sería el caso de Teresa, la protagonista de “Paraíso: amor” cuya estancia vacacional en Kenia no resulta lo gratificante que a priori prometía. La película de Ulrich Seidl que aborda sin tapujos las relaciones que establecen maduras mujeres europeas con jóvenes kenianos a cambio de dinero muestra de un modo seco y directo la cara más sórdida y oculta de un modo de prostitución diferente al que estamos acostumbrados a ver. Lo hace de una manera extremadamente natural, filtreando con el documental, lo que nos acerca todavía más al que sin duda es en realidad el tema de fondo del film: la soledad. En concreto la que sufre Teresa, necesitada del amor y el cariño que no obtiene de una hija demasiado distante y que intenta encontrar en los brazos de diferentes amantes fortuitos de los que apenas obtiene una satisfacción sexual pagada a precio de oro. Es esa frustración que acaba derivando de todo ello, retratada perfectamente por Seidl, el martillo que golpea la consciencia del espectador obligándole a reflexionar sobre la suerte de alguien que confunde términos siempre tan cercanos el uno del otro como el amor y el sexo. En suma, estamos ante una película nada convencional, atípicamente atractiva en su malsana y dolorosa transparencia que nos vomita encima conceptos como el deterioro emocional en las relaciones humanas, los casi insalvables choques culturales y la irremediable decadencia física que comporta el paso del tiempo.
Lo mejor: la valentía de la propuesta.
Lo peor: su esquema un tanto repetitivo.
Lo mejor: la valentía de la propuesta.
Lo peor: su esquema un tanto repetitivo.
18 de agosto de 2013
18 de agosto de 2013
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Podría trazarse una radiografía de la condición humana en el siglo XXI a través del cine de Ulrich Seidl. Partir de unas simples, anodinas vacaciones de una mujer de mediana edad para tejer todo un microcosmos de relaciones interpersonales, millares de anhelos y pasiones que se entrecruzan a través del caos cotidiano.
Pero no se trata de un caos que domine la puesta en escena y convierta el relato en una alucinada travesía adolescente. Seidl filma el mundo de manera contenida, como si presenciara un instante de realidad. Busca la vocación documental de sus imágenes porque tal vez, sólo tal vez, si su cine respira un aire mundano y se aleja de toda solemnidad estética pueda llegar hasta nosotros a través de una particular e inusual cercanía. El turismo sexual visto como algo peligrosamente cercano, a través de una ingenuidad que desdibuja los límites morales de ese descenso a los infiernos disfrazado de inofensiva experiencia turística.
El uso de la steadycam y el gran angular a través de tomas largas que se desplazan junto con el sujeto protagonista remiten a la actitud contemplativa del Malick de El árbol de la vida, aunque aquí pueden percibirse intenciones totalmente contrarias. Si el realizador americano usaba ese concepto de cámara flotante como visión omnisciente para manifestar la belleza del mundo que rodea a sus personajes, el director austriaco se sirve de esa misma gramática para componer un marco en el que poder estudiar las relaciones entre sus personajes. Casi podría decirse que el plano se convierte en una celda para ratones, incluso cuando la historia nos lleve a una inabarcable playa en las cosas de Kenia. El plano convertido en improvisado marco de estudio para presenciar cómo la insatisfacción se vuelve desesperanza.
Hay tanta ironía como tragedia en cualquier secuencia de Seidl. El humor no está presente para convertir en simple sátira la representación de lo real, sino más bien para endulzar la crudeza de las situaciones que plantea a partir de una inquietante naturalidad. El filme comienza junto al puesto de trabajo de la mujer, que ocupa no sin cierta desidia, para continuar siguiendo al personaje a través de unas vacaciones en las que estallan sus frustraciones y anhelos, todas sus llamadas de auxilio. Trabajar en oficios no deseados para realizar un viaje anual en el que desembocar todas nuestras frustraciones. Vivir sin amor en un mecanismo de producción para poder viajar a un lugar en el que el amor también se pueda comprar con dinero. En esa desesperanzada descripción de la sociedad del presente radica la auténtica crudeza de Seidl, no tanto en sus imágenes como en la filosofía de sus descarnados planteamientos.
Conviene poner en situación una película que nace de una filmación mucho más compleja y que ha sido transformada en una obra independiente. Afirma el realizador que su intención no era otra que la de conjuntar tres historias diferentes a partir de tres mujeres relacionadas entre sí. La dura labor de montaje ha convertido el material filmado en una trilogía y, como tal, es importante entender Paraíso: Amor como la primera pieza de un conjunto mayor. Una necesaria toma de perspectiva para poder advertir las conquistas de este ambicioso tapiz artístico. En él, Seidl observa a sus criaturas sin juzgarlas. Son los actos los que hablan. La disposición del autor por comprender a sus personajes parece eximirles de todo pecado. Aún inmersa en una dolorosa intimidad ajena, la cámara de Paraíso: Amor parece mirar hacia otra parte. Como si estuviera buscando respuestas.
Pero no se trata de un caos que domine la puesta en escena y convierta el relato en una alucinada travesía adolescente. Seidl filma el mundo de manera contenida, como si presenciara un instante de realidad. Busca la vocación documental de sus imágenes porque tal vez, sólo tal vez, si su cine respira un aire mundano y se aleja de toda solemnidad estética pueda llegar hasta nosotros a través de una particular e inusual cercanía. El turismo sexual visto como algo peligrosamente cercano, a través de una ingenuidad que desdibuja los límites morales de ese descenso a los infiernos disfrazado de inofensiva experiencia turística.
El uso de la steadycam y el gran angular a través de tomas largas que se desplazan junto con el sujeto protagonista remiten a la actitud contemplativa del Malick de El árbol de la vida, aunque aquí pueden percibirse intenciones totalmente contrarias. Si el realizador americano usaba ese concepto de cámara flotante como visión omnisciente para manifestar la belleza del mundo que rodea a sus personajes, el director austriaco se sirve de esa misma gramática para componer un marco en el que poder estudiar las relaciones entre sus personajes. Casi podría decirse que el plano se convierte en una celda para ratones, incluso cuando la historia nos lleve a una inabarcable playa en las cosas de Kenia. El plano convertido en improvisado marco de estudio para presenciar cómo la insatisfacción se vuelve desesperanza.
Hay tanta ironía como tragedia en cualquier secuencia de Seidl. El humor no está presente para convertir en simple sátira la representación de lo real, sino más bien para endulzar la crudeza de las situaciones que plantea a partir de una inquietante naturalidad. El filme comienza junto al puesto de trabajo de la mujer, que ocupa no sin cierta desidia, para continuar siguiendo al personaje a través de unas vacaciones en las que estallan sus frustraciones y anhelos, todas sus llamadas de auxilio. Trabajar en oficios no deseados para realizar un viaje anual en el que desembocar todas nuestras frustraciones. Vivir sin amor en un mecanismo de producción para poder viajar a un lugar en el que el amor también se pueda comprar con dinero. En esa desesperanzada descripción de la sociedad del presente radica la auténtica crudeza de Seidl, no tanto en sus imágenes como en la filosofía de sus descarnados planteamientos.
Conviene poner en situación una película que nace de una filmación mucho más compleja y que ha sido transformada en una obra independiente. Afirma el realizador que su intención no era otra que la de conjuntar tres historias diferentes a partir de tres mujeres relacionadas entre sí. La dura labor de montaje ha convertido el material filmado en una trilogía y, como tal, es importante entender Paraíso: Amor como la primera pieza de un conjunto mayor. Una necesaria toma de perspectiva para poder advertir las conquistas de este ambicioso tapiz artístico. En él, Seidl observa a sus criaturas sin juzgarlas. Son los actos los que hablan. La disposición del autor por comprender a sus personajes parece eximirles de todo pecado. Aún inmersa en una dolorosa intimidad ajena, la cámara de Paraíso: Amor parece mirar hacia otra parte. Como si estuviera buscando respuestas.
7 de abril de 2014
7 de abril de 2014
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me sorprende bastante la forma con la que la crítica especializada, al menos la española, acogió en su día el estreno de esta película del austríaco Ulrich Seidi, primera parte de su trilogía “Paradise”. Como se puede comprobar en los extractos de prensa que acompañan la ficha del film en esta web, los Boyero, Marchante y compañía salieron por patas y escandalizados tras la premiere mundial de la cinta en la edición 2012 del Festival de Cannes. Esta desproporcionada reacción ha hecho quizá que prejuzgemos la propuesta de Seidi como un ejercicio más radical y transgresor de lo que es en realidad. Porque, sinceramente, no es para tanto.
Espero que el rechazo furibundo de los señores críticos no se deba a que en la película, que en líneas generales nos cuenta las andanzas de un grupo de cincuentonas y sesentonas austriacas de turismo sexual por Kenia, se invierten los papeles tradicionales. Es decir que sean maduritas quienes gozan de los favores sexuales de jóvenes efebos y no al revés como suele ocurrir. Cada vez estamos más habituados a ver cómo se introducen escenas de sexo explícito en el cine convencional, especialmente en el europeo ( ahí están los casos recientes de “La vida de Adele” o “El desconocido del lago”) así que a estas alturas no nos deberíamos llevar las manos a la cabeza si vemos una teta flácida y caída donde otrora era costumbre ver un bello y juvenil seno.
Y es que cuando uno de acaba de ver “Paraíso: Amor” la palabra que antes acude a su mente es naturalidad. La película comienza como un relato casi costumbrista en el que cualquiera puede verse identificado para después ir alternando lo cómico y lo trágico y dar como resultado lo patético. Hay naturalidad en la protagonista Marguarete Tiesel al encarar el papel principal, o en esas mujeres charlando al sol sin tapujos sobre el sexo y la vejez. Naturalidad también al desnudarse no solo física sino también emocionalmente ya a solas enfrentándose a su vacío y a su vergüenza.
Y hay que reconocerlo. A no ser que uno sea una Irina o un Cristiano Ronaldo, todos estamos muy ridículos en bañador y más llegando a ciertas edades. La película no se detiene ahí y se para en otras vergüenzas encerrando una crítica al turismo sexual como la forma más literal con la que el Primer Mundo jode al Tercero. Y eso, por desgracia, también continúa siendo muy natural y muy corriente.
Espero que el rechazo furibundo de los señores críticos no se deba a que en la película, que en líneas generales nos cuenta las andanzas de un grupo de cincuentonas y sesentonas austriacas de turismo sexual por Kenia, se invierten los papeles tradicionales. Es decir que sean maduritas quienes gozan de los favores sexuales de jóvenes efebos y no al revés como suele ocurrir. Cada vez estamos más habituados a ver cómo se introducen escenas de sexo explícito en el cine convencional, especialmente en el europeo ( ahí están los casos recientes de “La vida de Adele” o “El desconocido del lago”) así que a estas alturas no nos deberíamos llevar las manos a la cabeza si vemos una teta flácida y caída donde otrora era costumbre ver un bello y juvenil seno.
Y es que cuando uno de acaba de ver “Paraíso: Amor” la palabra que antes acude a su mente es naturalidad. La película comienza como un relato casi costumbrista en el que cualquiera puede verse identificado para después ir alternando lo cómico y lo trágico y dar como resultado lo patético. Hay naturalidad en la protagonista Marguarete Tiesel al encarar el papel principal, o en esas mujeres charlando al sol sin tapujos sobre el sexo y la vejez. Naturalidad también al desnudarse no solo física sino también emocionalmente ya a solas enfrentándose a su vacío y a su vergüenza.
Y hay que reconocerlo. A no ser que uno sea una Irina o un Cristiano Ronaldo, todos estamos muy ridículos en bañador y más llegando a ciertas edades. La película no se detiene ahí y se para en otras vergüenzas encerrando una crítica al turismo sexual como la forma más literal con la que el Primer Mundo jode al Tercero. Y eso, por desgracia, también continúa siendo muy natural y muy corriente.
9 de julio de 2013
9 de julio de 2013
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sorprende que Haneke y su compatriota Seidl, titulen sus películas con la palabra Amor, así en mayúsculas como algo demandable por publicidad fraudulenta, ya que tratan de todo menos del amor común y lo bueno que connota la palabra. La de Haneke es sádica y dolorosa, Paraíso: Amor, absolutamente demoledora y deprimente.
Haciendo gala de su cine diferente y comprometido ideológica y estéticamente, Seidl vuelve a ser polémico mostrando su cine invisible que merece ser visto, insoportable que merece ser soportado y sabiendo que al menos lo que ofrece tiene una calidad sublime y es uno de los cineastas más originales, perturbadores e incisivos del momento, formado en cortos y documentales hasta que en 2001 se pasa a la ficción con una auténtica ópera-maestra-prima, Dog days a la que sigue la tristísima Import export.
En esta primera parte de su trilogía, Teresa decide dejar Viena para pasar sus vacaciones al sol en la playa africana, donde entabla relación con otras compatriotas que le muestran lo que puede ser la vida loca a los cincuenta, encontrando el sexo casi olvidado como contraprestación. Vamos, que más que del amor, la peli trata del turismo sexual en la más perturbadora y triste, deprimente y chocante de sus acepciones.
Lo mejor: Su puesta en escena salvaje, sobria y traumatizante, de planos concisos y vertiginosos apuntando a un final devastador.
Lo peor: La sensación de angustia contínua.
Haciendo gala de su cine diferente y comprometido ideológica y estéticamente, Seidl vuelve a ser polémico mostrando su cine invisible que merece ser visto, insoportable que merece ser soportado y sabiendo que al menos lo que ofrece tiene una calidad sublime y es uno de los cineastas más originales, perturbadores e incisivos del momento, formado en cortos y documentales hasta que en 2001 se pasa a la ficción con una auténtica ópera-maestra-prima, Dog days a la que sigue la tristísima Import export.
En esta primera parte de su trilogía, Teresa decide dejar Viena para pasar sus vacaciones al sol en la playa africana, donde entabla relación con otras compatriotas que le muestran lo que puede ser la vida loca a los cincuenta, encontrando el sexo casi olvidado como contraprestación. Vamos, que más que del amor, la peli trata del turismo sexual en la más perturbadora y triste, deprimente y chocante de sus acepciones.
Lo mejor: Su puesta en escena salvaje, sobria y traumatizante, de planos concisos y vertiginosos apuntando a un final devastador.
Lo peor: La sensación de angustia contínua.
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here