You must be a loged user to know your affinity with Juan Solo
colaborador
Críticas ordenadas por utilidad
Movie added to list
Movie removed from list
An error occurred

6.9
17,488
5
4 de noviembre de 2024
4 de noviembre de 2024
307 de 378 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace unos días estuve viendo en una plataforma de streaming “Sin malos rollos”, una comedieta romántica dirigida por Gene Stupinsky y protagonizada por Jennifer Lawrence. Me la puse un domingo por la tarde sin muchas expectativas de que aquello me fuera a emocionar demasiado; supongo que me imaginaba una comedia adolescente bobalicona más, de esas que se olvidan a los diez minutos de haber aparecido los créditos. Pero no, lo cierto, es que, sin ser tampoco nada del otro jueves, la película se dejaba ver, era simpática, la Jenny estaba graciosa y se llevaba la función, y eso para salvar una tarde de domingo tonta era más que suficiente.
Hace unas semanas pude ver en pantalla grande “Anora”. Las expectativas estaban por las nubes. Sean Baker, su director, un tipo que había demostrado ya su talento en títulos como “Tangerine”, “The Florida Project” o “Red Rocket”, acababa de ganar con ella la Palma de Oro de Cannes y la crítica se había deshecho en elogios hacia la película, calificándola de obra maestra y de clásico instantáneo. Eso sin olvidar que, desde que se estrenase en el festival francés allá por mayo, “Anora” se había convertido en la principal favorita a ganarlo todo de cara a la temporada anual de premios cinematográficos.
Imagino que si hubiese visto “Sin malos rollos” con las mismas expectativas con las que me dispuse a ver “Anora” andaría yo ahora despotricando de la Lawrence y de toda su prole en lugar de estar aquí justificándome sobre el por qué me ha gustado más bien poquito la última del señor Baker. Y es que “Anora” es de esas películas que le dejan a uno con cara de tonto, ves a todo el mundo alrededor reírse y estar encantado de la vida con ella, pero tú no le ves maldita la gracia.
Se podría decir para empezar (y casi para acabar porque de ahí sospecho que deriva todo lo demás) que “Anora” adolece de uno de los grandes males endémicos del cine contemporáneo, y ese mal no es otro que el de una duración excesiva. Ciento cuarenta minutos para contar algo que se puede contar en bastante menos, y que además en este caso sí que se corresponden con un auténtico director´s cut, pues, como suele ser habitual en su cine, Sean Baker se responsabiliza una vez más de la edición del film. Se ve que el director tenía muy claro lo que quería contar porque si no, no se explica. A mí, ciento cuarenta minutos se me antojan demasiados, porque suponen la inclusión de escenas que se alargan sin necesidad, gags que se estiran hasta perder la gracia, o que se repiten produciendo ese mismo efecto de “deja vu”. Todo ello redunda además en cierta caricaturización de la mayoría de las situaciones y los personajes (si bien la protagonista Mickey Madison está fantástica y supone todo un descubrimiento).
Baker, que suele acertar con el retrato de seres marginales y underground que van más allá incluso del tópico de la América profunda, no hila aquí en mi opinión tan fino al apostar por ese estilo tan exageradamente hiperbólico, que incluso emparenta su película con la comedia más de brocha gorda. Se ha llegado a decir que es una comedia llena de sensibilidad, pero sólo porque haya un plano final realmente conmovedor, no cambio la parte por el todo. No sé si con un menor metraje la película me hubiese llegado más, pero, en cualquier caso, creo que seguiría siendo escéptico ante la entusiasta valoración general del film por parte de casi todo el mundo.
Hace unas semanas pude ver en pantalla grande “Anora”. Las expectativas estaban por las nubes. Sean Baker, su director, un tipo que había demostrado ya su talento en títulos como “Tangerine”, “The Florida Project” o “Red Rocket”, acababa de ganar con ella la Palma de Oro de Cannes y la crítica se había deshecho en elogios hacia la película, calificándola de obra maestra y de clásico instantáneo. Eso sin olvidar que, desde que se estrenase en el festival francés allá por mayo, “Anora” se había convertido en la principal favorita a ganarlo todo de cara a la temporada anual de premios cinematográficos.
Imagino que si hubiese visto “Sin malos rollos” con las mismas expectativas con las que me dispuse a ver “Anora” andaría yo ahora despotricando de la Lawrence y de toda su prole en lugar de estar aquí justificándome sobre el por qué me ha gustado más bien poquito la última del señor Baker. Y es que “Anora” es de esas películas que le dejan a uno con cara de tonto, ves a todo el mundo alrededor reírse y estar encantado de la vida con ella, pero tú no le ves maldita la gracia.
Se podría decir para empezar (y casi para acabar porque de ahí sospecho que deriva todo lo demás) que “Anora” adolece de uno de los grandes males endémicos del cine contemporáneo, y ese mal no es otro que el de una duración excesiva. Ciento cuarenta minutos para contar algo que se puede contar en bastante menos, y que además en este caso sí que se corresponden con un auténtico director´s cut, pues, como suele ser habitual en su cine, Sean Baker se responsabiliza una vez más de la edición del film. Se ve que el director tenía muy claro lo que quería contar porque si no, no se explica. A mí, ciento cuarenta minutos se me antojan demasiados, porque suponen la inclusión de escenas que se alargan sin necesidad, gags que se estiran hasta perder la gracia, o que se repiten produciendo ese mismo efecto de “deja vu”. Todo ello redunda además en cierta caricaturización de la mayoría de las situaciones y los personajes (si bien la protagonista Mickey Madison está fantástica y supone todo un descubrimiento).
Baker, que suele acertar con el retrato de seres marginales y underground que van más allá incluso del tópico de la América profunda, no hila aquí en mi opinión tan fino al apostar por ese estilo tan exageradamente hiperbólico, que incluso emparenta su película con la comedia más de brocha gorda. Se ha llegado a decir que es una comedia llena de sensibilidad, pero sólo porque haya un plano final realmente conmovedor, no cambio la parte por el todo. No sé si con un menor metraje la película me hubiese llegado más, pero, en cualquier caso, creo que seguiría siendo escéptico ante la entusiasta valoración general del film por parte de casi todo el mundo.

6.8
40,496
8
5 de diciembre de 2015
5 de diciembre de 2015
119 de 156 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde hace ya varias décadas, qué duda cabe, Steven Spielberg ocupa un lugar destacado en el Olimpo de los grandes de la Historia del Cine. Lo ocupa no solo por sus grandes películas y sus obras maestras, sino también por el papel que viene desempeñando en la industria desde casi los comienzos de su carrera, y la repercusión de la “marca Spielberg” a nivel popular. Asociado ya para los restos al epíteto de Rey Midas de Hollywood, un título del que habrá que ir pensando en desposeerle un día de estos (desde hace cuánto hace que no tiene un pelotazo en la taquilla; ni siquiera Tintín lo fue), Spielberg es un cineasta a redescubrir a partir de sus títulos más olvidados o menos reconocidos. Y sospecho que “El puente de los espías” lleva camino de convertirse en uno de ellos de aquí a nada.
Y es que una cosa hay que dejar clara: nadie rueda en el cine actual con la elegancia y la sobriedad con la que rueda Steven Spielberg sus películas. Luego ya podemos hablar de si son películas mejores o peores, podemos entrar a debatir sobre si es un tipo convencional, ñoño, patriotero o manipulador. Son pequeños matices que se quedan en nada cuando vemos esa elegancia y esa sobriedad con la que están enfocadas la gran mayoría de sus trabajos. Eso que en parte le convierte en un director transgresor que, frente a muchos gurús del cine moderno, antepone la narración al artificio, la elegancia y sobriedad en unos tiempos en los que la elegancia y sobriedad son valores que cotizan claramente a la baja. “El puente de los espías” es una película sobre los años cincuenta que parece haber sido rodada en los años cincuenta; lo que acabo de decir no tiene un pelo de peyorativo, no hay más que ver la película para comprobarlo.
Spielberg nos coloca aquí ante la historia de un hombre normal – y quién mejor que Tom Hanks para encarnarlo- en medio de un conflicto que le supera y del que sólo quiere desembarazarse cuanto antes. Coger su abrigo y tomar la puerta porque echa de menos su hogar y su cama. No le quedará otra que apelar a sus propios principios e ideales, a su sentido individual de la justicia. Sus valores, los de la sociedad americana de la época, así que no me vengan con lo de que la peli tiene un tono conservador porque lo tiene como no puede ser de otra forma. El nuevo trabajo de Spielberg entronca muy bien con el anterior, “Lincoln”, en el que también se recalcaba esta idea. La historia frente a la Historia, el hombre frente a la Humanidad. No hay buenos ni malos en un mundo en el que somos simples peones en el gran tablero universal. En el fondo, importa poco sacrificar un peón por un alfil, valen casi lo mismo. Es lo que hay, ante esto no cabe manipulación alguna – en este sentido, el guión viene avalado por unos tipos tan poco sospechosos de manipuladores como los Coen-, a Spielberg sólo le interesa lo que tiene en la cabeza el personaje de Hanks, y con él toda una sociedad dominada por la histeria colectiva, lo que podamos interpretar nosotros a posteriori cincuenta años después se la trae al fresco.
Se ha dicho también que “El puente de los espías” es una película desapasionada, pero francamente, no concibo que se hable de desapasionamiento cuando Spielberg dibuja a sus personajes con tanto cariño. Rodeado de la mayoría de sus habituales y con la acertada incorporación de Thomas Newman sustituyendo al eterno John Williams al frente de la banda sonora,, Spielberg vuelve, digan lo que digan, a dar muestras de su clase, se reafirma como el gran clásico de nuestro tiempo, y nos regala un trabajo incontestable. Otro más.
Y es que una cosa hay que dejar clara: nadie rueda en el cine actual con la elegancia y la sobriedad con la que rueda Steven Spielberg sus películas. Luego ya podemos hablar de si son películas mejores o peores, podemos entrar a debatir sobre si es un tipo convencional, ñoño, patriotero o manipulador. Son pequeños matices que se quedan en nada cuando vemos esa elegancia y esa sobriedad con la que están enfocadas la gran mayoría de sus trabajos. Eso que en parte le convierte en un director transgresor que, frente a muchos gurús del cine moderno, antepone la narración al artificio, la elegancia y sobriedad en unos tiempos en los que la elegancia y sobriedad son valores que cotizan claramente a la baja. “El puente de los espías” es una película sobre los años cincuenta que parece haber sido rodada en los años cincuenta; lo que acabo de decir no tiene un pelo de peyorativo, no hay más que ver la película para comprobarlo.
Spielberg nos coloca aquí ante la historia de un hombre normal – y quién mejor que Tom Hanks para encarnarlo- en medio de un conflicto que le supera y del que sólo quiere desembarazarse cuanto antes. Coger su abrigo y tomar la puerta porque echa de menos su hogar y su cama. No le quedará otra que apelar a sus propios principios e ideales, a su sentido individual de la justicia. Sus valores, los de la sociedad americana de la época, así que no me vengan con lo de que la peli tiene un tono conservador porque lo tiene como no puede ser de otra forma. El nuevo trabajo de Spielberg entronca muy bien con el anterior, “Lincoln”, en el que también se recalcaba esta idea. La historia frente a la Historia, el hombre frente a la Humanidad. No hay buenos ni malos en un mundo en el que somos simples peones en el gran tablero universal. En el fondo, importa poco sacrificar un peón por un alfil, valen casi lo mismo. Es lo que hay, ante esto no cabe manipulación alguna – en este sentido, el guión viene avalado por unos tipos tan poco sospechosos de manipuladores como los Coen-, a Spielberg sólo le interesa lo que tiene en la cabeza el personaje de Hanks, y con él toda una sociedad dominada por la histeria colectiva, lo que podamos interpretar nosotros a posteriori cincuenta años después se la trae al fresco.
Se ha dicho también que “El puente de los espías” es una película desapasionada, pero francamente, no concibo que se hable de desapasionamiento cuando Spielberg dibuja a sus personajes con tanto cariño. Rodeado de la mayoría de sus habituales y con la acertada incorporación de Thomas Newman sustituyendo al eterno John Williams al frente de la banda sonora,, Spielberg vuelve, digan lo que digan, a dar muestras de su clase, se reafirma como el gran clásico de nuestro tiempo, y nos regala un trabajo incontestable. Otro más.

7.6
105,942
8
23 de enero de 2014
23 de enero de 2014
91 de 104 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El lobo de Wall Street” supone un nuevo golpe al sueño americano a la manera de Martin Scorsese. Tal vez, el definitivo. Nadie, ni siquiera Orson Welles lo supo, conoce el momento preciso en el que ese famoso sueño americano deja de serlo para convertirse en pesadilla, en una espiral perversa y diabólica que te acaba devorando las entrañas. Un hombre decide de repente que sus ambiciones están por encima del bien común. Entonces sus ambiciones se convierten en codicia, pero como resulta que es más listo que los demás se vale de la codicia de los otros para avanzar en el casillero. Dinero llama a dinero y el vil metal termina siendo la droga más dura, con un poder más letal que el de todas las pastillas del mundo juntas que provoca que te olvides de lo que un día fueron tus principios.
Así, sobre la base de la codicia, la propia y la ajena, se han generado todas las crisis que ha habido desde que el mundo es mundo. Martin Scorsese explora en las causas y los efectos de ésta que nos toca sufrir en la actualidad. Ojo sin moralina ni juicios paralelos. Esa tarea corresponde al espectador finalmente. Jordan Belfort es un arquetipo demasiado reconocible, uno de tantos fulanos que han provocado la quiebra del sistema. Marty nos presenta su historia con el envoltorio de una gran farsa y una sátira (cualquier otro envoltorio hubiese resultado equivocado). Durante la película lo pasamos bien y nos reímos pero no se sabe muy bien de qué. Nos reímos con las mismas cosas que nos indignan cuando las leemos en los periódicos o las vemos en televisión. Scorsese, viejo zorro, se las apaña para hacernos creer que la cosa no va con nosotros. Y sí que va, y muy en serio además.
Es un juego demasiado perverso. Los gansters scorsesianos de antaño son más reales, porque somos nosotros las víctimas directas de sus chantajes. Es triste también pensar que todo este desaguisado tuviese su origen en una oficina perdida en medio de la nada poblada de semianalfabetos que no tenían ni idea de números ni de contabilidad. Toda una declaración de principios. La sensación incómoda que te queda después de ver la película se resume muy bien en esa escena que casi cierra el film con un pensativo Kyle Chandler volviendo a su casa en metro y que retrotrae a su vez a esa otra secuencia magnífica que se ha desarrollado minutos antes en el yate del personaje de DiCaprio.
Es un trabajo el de Scorsese al que se le pueden poner pocos peros. La película dura tres horas y no se te hace larga, porque si alguien sabe de ritmo en el cine actual esos no son otros que Marty y Thelma Schoonmaker. Aquí lo vuelven a marcar con esos tics ya marca de la casa como esa voz en off tan característica en las películas del director acompañando las elipsis. El exceso tiene su razón de ser en una película que busca dejarte al borde de la extenuación.
Finalmente sería injusto pasar por alto el capítulo interpretativo. Sorprende Jonah Hill apropiándose de registros de su época con Apatow para seguir madurando como actor. Pero ante quien realmente hay que descubrirse es ante Leonardo DiCaprio con un trabajo superlativo en el que se vacía física y emocionalmente. Genial la escena que empieza en un porche con unas escaleras y acaba en una cocina. Da mucha risa. Toda la película da mucha risa. Pero no tiene ni puta gracia.
Así, sobre la base de la codicia, la propia y la ajena, se han generado todas las crisis que ha habido desde que el mundo es mundo. Martin Scorsese explora en las causas y los efectos de ésta que nos toca sufrir en la actualidad. Ojo sin moralina ni juicios paralelos. Esa tarea corresponde al espectador finalmente. Jordan Belfort es un arquetipo demasiado reconocible, uno de tantos fulanos que han provocado la quiebra del sistema. Marty nos presenta su historia con el envoltorio de una gran farsa y una sátira (cualquier otro envoltorio hubiese resultado equivocado). Durante la película lo pasamos bien y nos reímos pero no se sabe muy bien de qué. Nos reímos con las mismas cosas que nos indignan cuando las leemos en los periódicos o las vemos en televisión. Scorsese, viejo zorro, se las apaña para hacernos creer que la cosa no va con nosotros. Y sí que va, y muy en serio además.
Es un juego demasiado perverso. Los gansters scorsesianos de antaño son más reales, porque somos nosotros las víctimas directas de sus chantajes. Es triste también pensar que todo este desaguisado tuviese su origen en una oficina perdida en medio de la nada poblada de semianalfabetos que no tenían ni idea de números ni de contabilidad. Toda una declaración de principios. La sensación incómoda que te queda después de ver la película se resume muy bien en esa escena que casi cierra el film con un pensativo Kyle Chandler volviendo a su casa en metro y que retrotrae a su vez a esa otra secuencia magnífica que se ha desarrollado minutos antes en el yate del personaje de DiCaprio.
Es un trabajo el de Scorsese al que se le pueden poner pocos peros. La película dura tres horas y no se te hace larga, porque si alguien sabe de ritmo en el cine actual esos no son otros que Marty y Thelma Schoonmaker. Aquí lo vuelven a marcar con esos tics ya marca de la casa como esa voz en off tan característica en las películas del director acompañando las elipsis. El exceso tiene su razón de ser en una película que busca dejarte al borde de la extenuación.
Finalmente sería injusto pasar por alto el capítulo interpretativo. Sorprende Jonah Hill apropiándose de registros de su época con Apatow para seguir madurando como actor. Pero ante quien realmente hay que descubrirse es ante Leonardo DiCaprio con un trabajo superlativo en el que se vacía física y emocionalmente. Genial la escena que empieza en un porche con unas escaleras y acaba en una cocina. Da mucha risa. Toda la película da mucha risa. Pero no tiene ni puta gracia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Lo más triste es que al final todos quieren ser Jordan Belfort como demuestra esa escena final con ese auditorio asistiendo embobado a la charla del protagonista. Lo más triste es el cameo del Belfort real presentando al Belfort ficticio en esa última escena. Es como decir “os hemos ganado, paletos”. Yo quiero pensar que siempre habrá gente como Kyle Chandler que preferirá hacer bien su trabajo, volver a su casa en metro, y no caer en la droga del dinero. Por mucho que la tentación y el “que hubiese pasado si” nunca te abandonen del todo. Al fin y al cabo, todos tenemos un precio... ¿O no?

7.1
11,144
10
13 de junio de 2005
13 de junio de 2005
61 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película vendría a cerrar una trilogía sobre el conflicto terrorista en Irlanda del Norte que el tándem compuesto por el guionista Terry George y el realizador Jim Sheridan comenzaran unos años antes con " En el nombre del padre" y continuaran posteriormente con "Some mother´s son" - traducida en España de un modo absurdo y oportunista como "En el nombre del hijo".
A pesar de seguir abordando el conflicto norirlandés, " The boxer " se desmarca de sus dos predecesoras al ofrecer una lectura mucho más universal. Sheridan no renuncia como es lógico al transfondo político de la historia -abre y cierra el film con sendas panorámicas aéreas, subrayando el carácter religioso del conflicto- pero en esta ocasión se centra más en el dilema moral del protagonista. Siguiendo los pasos de su compatriota y maestro John Ford, el director nos cuenta la historia de redención de ese hombre que intenta hacer frente a su pasado tras 14 años en presidio. A diferencia de las películas que abrían la trilogía, mucho más politizadas y en las que se asumían todos los puntos de vista de las diferentes partes en litigio, esta película adopta una postura abiertamente pacifista representada en el personaje que decide reiniciar su vida al lado de la mujer que ama. La imagen del boxeo como un tipo de lucha sometida a unas reglas frente a la irracionalidad de la violencia armada contribuye a remarcar el carácter pacifista del film. Daniel Day Lewis, estupendo en el mejor papel de su carrera. Obra maestra.
A pesar de seguir abordando el conflicto norirlandés, " The boxer " se desmarca de sus dos predecesoras al ofrecer una lectura mucho más universal. Sheridan no renuncia como es lógico al transfondo político de la historia -abre y cierra el film con sendas panorámicas aéreas, subrayando el carácter religioso del conflicto- pero en esta ocasión se centra más en el dilema moral del protagonista. Siguiendo los pasos de su compatriota y maestro John Ford, el director nos cuenta la historia de redención de ese hombre que intenta hacer frente a su pasado tras 14 años en presidio. A diferencia de las películas que abrían la trilogía, mucho más politizadas y en las que se asumían todos los puntos de vista de las diferentes partes en litigio, esta película adopta una postura abiertamente pacifista representada en el personaje que decide reiniciar su vida al lado de la mujer que ama. La imagen del boxeo como un tipo de lucha sometida a unas reglas frente a la irracionalidad de la violencia armada contribuye a remarcar el carácter pacifista del film. Daniel Day Lewis, estupendo en el mejor papel de su carrera. Obra maestra.
Documental

6.6
4,015
9
15 de octubre de 2015
15 de octubre de 2015
58 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya le he oído a más de uno decir que el Oso de Oro conseguido por “Taxi Teherán” en la última edición de la Berlinale fue un premio político. Negando la mayor, añadiré que en el fondo qué premio no lo es. Hay quienes, no obstante, insinúan o declaran abiertamente que los críticos y jurados de los festivales observan con cierta condescendencia los últimos films del realizador iraní condicionados por la lamentable situación que atraviesa este en la actualidad. Hace ya un lustro que las autoridades persas arrestaron al director de “El círculo” y le condenaron a pasarse las siguientes dos décadas de su vida sin poder ejercer su oficio, además de no poder salir del país en todo ese tiempo ni poder conceder entrevistas a los medios extranjeros.
En los cinco años que han transcurrido desde su detención, Panahi ha tenido tiempo de añadir tres títulos más a su filmografía. Ni que decir tiene que ha tenido que hacer auténticos malabares no sólo para rodarlos sino también para distribuirlos – dicen que la copia de “Esto no es una película” llegó a Cannes 2011 en un pen drive camuflado en el interior de una tarta. Panahi sigue burlando a sus carceleros a base de ingenio y de talento. Los tres trabajos realizados durante su época de cautiverio son tres ejemplos de cine de resistencia en unos tiempos en los que uno creía que eso ya no se llevaba. Tres ejercicios de estilo que se revelan como una metáfora de la situación que vive en estos momentos su autor, pero que en ningún caso merecen una mirada condescendiente. Se podría hablar de condescendencia si estos trabajos fuesen un muermo total o tuviesen un nulo valor cinematográfico. Pero aquí no sucede ni una cosa ni otra.
En el caso de “Taxi Teherán”, la metáfora es más explícita que nunca. Un taxi, habitáculo cerrado y pequeño con el que además el discípulo rinde homenaje al maestro Kiarostami y a su película “Ten” (2002) que utilizaba el mismo recurso. Una cámara oculta en el salpicadero que no puede salir del vehículo subrayando la incapacidad del cineasta por seguir contando historias con libertad. Se diría que subrayando su necesidad. Las calles por las que pasa el taxi y pasa la vida. Los clientes, cada uno con su cada cual, hablando de lo divino y de lo humano. Y Panahi, al volante, escuchando a todos pacientemente, con esa medio sonrisilla permanente de tipo bonachón con el que te irías bien a gusto una noche de copas por Teherán. Su obsesión por contar parece no tener límites ni conocer cortapisas. Nadie como Panahi para explicarnos aquello de que el cine es una mentira que sirve para contar la verdad. Ya le han robado más de una vez la cámara, y siempre se las ha ingeniado para volver. Seguro que seguirá intentándolo. Resistir es rodar, rodar es resistir. No te rindas, compañero.
En los cinco años que han transcurrido desde su detención, Panahi ha tenido tiempo de añadir tres títulos más a su filmografía. Ni que decir tiene que ha tenido que hacer auténticos malabares no sólo para rodarlos sino también para distribuirlos – dicen que la copia de “Esto no es una película” llegó a Cannes 2011 en un pen drive camuflado en el interior de una tarta. Panahi sigue burlando a sus carceleros a base de ingenio y de talento. Los tres trabajos realizados durante su época de cautiverio son tres ejemplos de cine de resistencia en unos tiempos en los que uno creía que eso ya no se llevaba. Tres ejercicios de estilo que se revelan como una metáfora de la situación que vive en estos momentos su autor, pero que en ningún caso merecen una mirada condescendiente. Se podría hablar de condescendencia si estos trabajos fuesen un muermo total o tuviesen un nulo valor cinematográfico. Pero aquí no sucede ni una cosa ni otra.
En el caso de “Taxi Teherán”, la metáfora es más explícita que nunca. Un taxi, habitáculo cerrado y pequeño con el que además el discípulo rinde homenaje al maestro Kiarostami y a su película “Ten” (2002) que utilizaba el mismo recurso. Una cámara oculta en el salpicadero que no puede salir del vehículo subrayando la incapacidad del cineasta por seguir contando historias con libertad. Se diría que subrayando su necesidad. Las calles por las que pasa el taxi y pasa la vida. Los clientes, cada uno con su cada cual, hablando de lo divino y de lo humano. Y Panahi, al volante, escuchando a todos pacientemente, con esa medio sonrisilla permanente de tipo bonachón con el que te irías bien a gusto una noche de copas por Teherán. Su obsesión por contar parece no tener límites ni conocer cortapisas. Nadie como Panahi para explicarnos aquello de que el cine es una mentira que sirve para contar la verdad. Ya le han robado más de una vez la cámara, y siempre se las ha ingeniado para volver. Seguro que seguirá intentándolo. Resistir es rodar, rodar es resistir. No te rindas, compañero.
Más sobre Juan Solo
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here