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Ordet (La palabra)

Drama Hacia 1930, en un pequeño pueblo de Jutlandia occidental, vive el viejo granjero Morten Borgen. Tiene tres hijos: Mikkel, Johannes y Anders. El primero está casado con Inger, tiene dos hijas pequeñas y espera el nacimiento de su tercer hijo. Johannnes es un antiguo estudiante de Teología que, por haberse imbuido de las ideas de Kierkegaard e identificarse con la figura de Jesucristo, es considerado por todos como un loco. El tercero, ... [+]
Críticas 139
Críticas ordenadas por utilidad
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10
4 de agosto de 2008
59 de 70 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como Bach, Dreyer fue artista de vivos sentimientos religiosos, que impregnan a fondo su obra. Para disfrutarla no es necesario compartirlos, aunque comprender su raíz enriquece la emoción estética.
Dreyer trabajó toda su vida un guión sobre Jesucristo. Nunca lo filmó, pero algo traspasó a “Ordet”, que toca misterios cristianos: la resurrección, la fe, el poder de la palabra verdadera, el milagro que el fervor de un loco y la inocencia infantil pueden obrar frente a la rutina sacerdotal…

En una zona rural de Dinamarca vive un acomodado granjero viudo con sus tres hijos. Uno de ellos va a ser padre por segunda vez; otro está a punto de comprometerse. Un tercero, Johannes, estudiaba Teología pero leyendo a Kierkegaard se trastornó.

Al final de su vida, Kierkegaard se enfrentó a sus compatriotas daneses. Les achacaba vivir un cristianismo filisteo e inauténtico, enredados en riñas sectarias, más pendientes de la letra evangélica que de su espíritu.

Identificado con Cristo, en las dunas de Jutlandia Johannes reprocha lo mismo a una multitud invisible. Suele permanecer en su cuarto excepto cuando, para consternación de la familia, sale a decir cosas incomprensibles. Todos son devotos de una u otra facción eclesiástica, pero Johannes vive la religión a su propia manera, radical y total. Se mueve en una realidad aparte, un mundo paralelo donde siente fenómenos espirituales que los demás no sienten.
Desaparecido en días cruciales, deja una nota de Juan 13,33: “Me marcho y tendréis que buscarme, pero allá donde voy no podréis entrar”.

La maravillosa interpretación de P. Lerdoff, que logra uno de los personajes más impresionantes del cine europeo, se basa en el estudio directo de un frágil místico recluido en un asilo mental, de quien copió su habla autista, ahogada y remota*, y su moverse lento y escorado, fija la mirada en otra dimensión.

También la cámara se mueve despacio. Todo en el film sucede con mucha parsimonia. Lo más dinámico es el aleteo de prendas blancas en el tendedero, contra el cielo gris.
De la pieza teatral del párroco Munk, estudioso de Kierkegaard, Dreyer depuró muchos diálogos, llenando el argumento de silencios para dar voz a recursos cinematográficos: elocuentes primeros planos, estudiados encuadres, una asombrosa iluminación que parece buscar el aura y contribuye a la atmósfera sobrenatural de una escena de intensidad indefinible: la parturienta en trance de muerte.

La madre de Dreyer murió al darle a luz (para agravar la desgracia, el matrimonio que le adoptó era así: desde niño le anunciaban que tendría que ganar dinero cuanto antes para devolverles lo gastado en criarle).

Una fuerza invisible protagoniza y tensa la obra. “Ordet” la trata como algo real, un hálito que manda en los cielos poblados de nubes brillantes, en las dunas despeinadas por rachas que soplan de donde quieren.


___
(*) El doblaje español le pone voz de galán, la que suele tener Steve McQueen. Imprescindible la VOS.
9
25 de diciembre de 2008
52 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Ordet, Dreyer contrapone la religión a los nuevos tiempos, no configurando las creencias místicas como el núcleo amenazante que aparecía en el contexto de Dies Irae (siglo VII) o Juana de Arco (siglo XV), sino como un enfrentamiento "creencia-raciocinio" propio de ese principio del siglo XX en que se acomoda esta película. Esa intolerancia ya señalada en Juana... y Dies Irae permanece punteada en los fotogramas de Ordet, fijémonos si no en las texturas variopintas y fanáticas de los diferentes personajes, con lo que podría decirse que el enfoque del danés a la hora de tratar esta tercera parte de su trilogía religiosa no difiere tanto en última instancia de lo ofrecido en las dos primeras entregas. Por mucho que, a priori, creamos estar ante una defensa furibunda del dogma de fe por encima de otros condicionantes.

De nuevo el amor, por tanto, y la comprensión aparecen como solaz de la condición humana, consuelo al menos. Evidentemente, ese amor tiene una configuración fuertemente religiosa, pero creo que la cinta apunta más allá. La película postula el amor como ente abstracto, que viene espoleado por un recio sentimiento religioso pero que no termina ahí, un sentimiento simplemente de confianza y generosidad enfrentado al fundamentalismo y la intransigencia (que aparece aquí con menos ímpetu que en el proceso de Juana de Arco o la amenaza de hoguera en Dies Irae, pero que también se dibuja en el enfrentamiento de las familias Petersen y Borgen. Enfrentamiento en que las posiciones contrarias, ambas, son señaladas con recelo).

Es entonces cuando aparece la discusión "milagro sí-milagro no". Y es un recurso arriesgado, no cabe duda, pero Dreyer consigue ahí, y ya saliendo de lo puramente narrado, elevándonos por encima del universo diegético palpable y certero, un momento de eflorescencia espiritual que trasciende interpretaciones incidiendo en ese resultado místico que en Dreyer tienen la luz y el aire trazados casi en dos dimensiones con tiralíneas; una armonía abriéndose, ancha, hacia los lados, que se observa en la desnudez de la imagen (armonía de paredes, muebles, ausencia de maquillaje, reducción de diálogos), en la geometría del plano secuencia y el plano medio, y la separación de los personajes (ni se miran)... El clima estático que galvaniza el metraje confluye en el calor lechoso de la resolución, estallando en carnalidad pura y lágrimas abrasivas sobre el rostro de Inger. El discurso de Dreyer termina con ese alegato contra la intolerancia y, quizás, la incredulidad. Yo, una vez revisada, me quedo con el canto a la vida, con la búsqueda de la plenitud en "el otro" ("soy vasto, contengo multitudes", que decía aquel), a través del amor y un sentimiento que trascienda dogmas e intereses. Me quedo con eso por encima del armazón "milagrero" y religioso porque creo que, finalmente, no es más que eso; armazón.
2
25 de enero de 2009
110 de 180 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta complicado asomarse a la ventana de un film como Ordet. Ya no sólo por la complejidad de tomar una cierta perspectiva temporal con respecto a la obra de Dreyer, sino también, por la distancia que uno puede tomar con sus aspectos argumentales, y más cuando la visión ofrecida no sólo es lejana, sino contrapuesta a la que ofrece el director.

A diferencia de Bergman, cuyas obras planteaban un debate sobre la religiosidad, Dreyer ofrece un mensaje claro y directo que en ningún momento disimula o camufla. En este sentido se podría alabar su sentido de la honestidad, pero la cuestión que se plantea es si la manipulación sentimental es sincera o se trata directamente de un acto de propaganda fundamentalista religiosa.

No se puede negar la habilidad cinematográfica del cineasta en cuanto al manejo de la situación. Expone de forma meridiana y con concreción envidiable el desarrollo de la trama y las motivaciones psicológicas de los personajes. Sin embargo el relato peca de exceso de transparencia, o dicho de otra manera el alegato pro cristiano es de una intensidad que derrumba los muros de la sutileza para convertirlo en un acrítico monumento a la existencia de dios.

Es por este motivo que por momentos los diálogos, de presunta trascendencia espiritual acaban convertidos en una suerte de screwball comedy religiosa delirante, rayando el absurdo y que, junto a alguna interpretación absolutamente esperpéntica, resta toda seriedad al conjunto.

Dreyer no duda en usar un montaje de causa efecto para sus fines, basta con tomar el ejemplo del médico orgulloso de su ciencia y desacreditador de la espiritualidad para que en el siguiente plano todo el edificio científico quede destruido por un acto de dios que reduce a la nada las declaraciones racionalistas anteriormente expuestas.

Todo ello desemboca en un último acto donde la espiritualidad, por otro lado muy bien representada tanto a nivel simbólico por la inocencia de una niña como por el uso de luz, se funde con el melodrama más sensiblero. La puesta en escena, de sobriedad escénica, eso sí, nos presenta a un grupo de personajes entrando y saliendo de forma continua de forma un tanto teatral para que finalmente el cineasta no sepa muy bien que hacer con ellos y acabemos contemplando como personajes de presunta importancia acaban relegados a un segundo plano o directamente desaparecer fuera de campo. Todo ello desemboca en un clímax final de presunta redención por el amor y la fe, un desenlace telegrafiado desde el primer minuto del metraje pero que no deja de sorprender por su falta de escrúpulos y por su tosca ejecución. (sigue en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Se concluye pues que dar mensajes, de la índole que sea, o plasmar las preocupaciones espirituales no es necesariamente malo per se, pero sí cuando le falta la inteligencia necesaria para que no se convierta en un embudo por el que el espectador deba tragar. Dios puede existir o no, debate que nunca concluirá, pero dar certezas disfrazadas de reivindicación del amor es más propio de otros púlpitos más adecuados que el marco cinematográfico.
6
7 de febrero de 2006
122 de 206 usuarios han encontrado esta crítica útil
En fin... no quiero ponerla a caldo porque mala no es, pero buena tampoco. Es novedoso para mí observar que ninguno de los actores camine a más de 0,05 km/h. Nunca había contemplado en cine una parsimonia de tal calado. Los diálogos tienen su punto pero no es Pulp Fiction y sí, comparo porque me sale de los huevos. El personaje de Johannes es el más atractivo de todos, aunque se vea de lejos que su futura acción será vital para el desenlace de Ordet.

A partir de hoy, voy a colocar a todo el cine nórdico clásico bajo sospecha. Y le voy a dar la cera que merezca. Ya se me cayó el cerebro con vuestro adorado Bergman en El séptimo sello, y aunque Ordet es mucho mejor y no del sueco, tampoco es la gran obra de la que habláis. Destila bellos sentimientos y está bien filmada e interpretada. Necesito algo más. No sé... a Lucifer fornicando con una oveja en el patio... o algo así. Es broma.
8
12 de marzo de 2009
49 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
Extraña sensación la que te deja esta película.

Es como una bomba de relojería emocional. Durante todo el metraje estás conteniéndote más que los personaje para no saltar a la pantalla y espabilarlos a bofetadas. Todo es parsimonioso, aunque el film no es lento. Te dan ganas de meterles una guindilla en el trasero para que anden un poco más deprisa, porque tardan unos dos minutos en cruzar una habitación. La parsimonia también se refleja en las emociones, en los gestos, en el habla, en todo. No parecen personas, sino anguilas.

Pero ay, poco a poco esa emoción contenida va calando en el espectador de la misma forma que cuando te guardas algo que tarde o temprano has de expulsar. Estás todo el rato inspirando aire, con ligeras espiraciones cuando sale el presunto locatis mesiánico. Y alguna expiración.

Toda la parte del conflicto religioso no me ha calado mucho que digamos, quizás porque paradójicamente al ser creyente me la pela. No creo que sea lo importante de este film. Es algo más emocional que espiritual.

Es de esas películas que cuando acabas no sabes si ponerle un 5 o un 10. Le he puesto un 8, pero no me hagan mucho caso porque igual mañana la bajo a 6 y pasado la subo a 10. O sea, que debe ser una obra maestra, sí.

Una mecha emocional que avanza con una tremenda pachorra y contención, hasta que...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Tic... tac..., tic... tac..., tic... tac...
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