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Regreso a Ítaca

Drama Una terraza sobre La Habana, la vista panorámica de la puesta de sol. Cinco amigos se reúnen para celebrar el regreso de Amadeo después de dieciséis años de exilio. Desde el crepúsculo hasta el amanecer, recuerdan sus tiempos de juventud, el grupo que formaban, la fe que tenían en el futuro, y también su desencanto. (FILMAFFINITY)
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7
11 de noviembre de 2015
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director francés Laurent Cantet viajó a Cuba hace unos años para participar junto a otros seis cineastas más en una película de “sketchs” – “7 días en La Habana”- cuyo guión corrió a cargo del prestigioso novelista local Leonardo Padura. Durante el rodaje nació una amistad entre Padura y Cantet que tiempo después cristalizó en la realización de esta película, que de nuevo volvió a escribir el primero y a dirigir el segundo, esta vez en solitario.

Así pues, Cantet no es un recién llegado, sabe de qué va la guerra y los sentimientos encontrados que siempre ha generado una realidad como la cubana. Esa realidad se asoma a la terraza escenario de “Regreso a a Itaca”, film cuyo título remite al desterrado literario por excelencia. Allí encontramos también a estos cinco amigos que se reúnen para celebrar la vuelta a la isla de uno de ellos tras casi veinte años de exilio en España.

Ayudado por un magnífico grupo de actores que dan vida a sus respectivos personajes de manera magistral, Cantet no renuncia en su película al retrato generacional, catálogo de vidas robadas e ideales frustrados. El reencuentro entre los amigos se inicia de forma tímida; ellos ríen, bailan, beben, hablan de cosas intrascendentes, van tanteando el terreno después de tanto tiempo sin verse. Una especie de “Gran Hermano” del Malecón. Con algún pequeño atisbo de incendio que se sofoca casi de inmediato. Cae la noche, territorio abonado a las confidencias, y se rompe definitivamente el hielo. Unido a la agradable sensación que supone saberse en casa, el alcohol desata las lenguas dando pie a los primeros reproches y a las confesiones, exorcizando al miedo tanto tiempo reprimido ahí adentro. La revolución en segundo plano. Porque si algo viene a demostrar un título como éste es que la verdadera patria de uno son sus amigos.
8
11 de diciembre de 2016 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay que reconocer que el señor Cantet es un gran director de actores, como en su película " la clase " parece que los actores no interpretan, si no, que son simplemente ellos mismos, vamos una naturalidad desnuda de artificio digna de elogio, un azotea, mucho ron y buena comida y un grupo de amigos que se conocen de toda la vida celebrando la vuelta de uno de ellos de un largo exilio en España.Con esos ingredientes se hace unas muy interesantes reflexiones sobre cada uno de ellos y la sociedad cubana, de la utopias de los 60 hasta la época actual, con algunos ajustes de cuentas personales entre ellos, como en todas las largas amistades siempre hay luces y sombras, se repasa un amplio abanico de personajes tipicos de la sociedad cubana, el revolucionario creyente pese a todo, el arribista que se arrima al poder, la idealista desencantada, el artista amargado por la presión del poder, etc etc, en resumen una gran película digna de ver mas de una vez.Con cada visionado gana en matices y detalles.
6
14 de abril de 2015 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Laurent Cantet es aquel director francés que debutó en el largometraje con «Recursos humanos», el relato del aterrizaje en el mundo profesional de una generación sobradamente preparada para la gestión, y formada por los hijos de operarios de producción que ahora se enfrentaban a su despido laboral.

Continuó su fantástica carrera dentro del cine social con ese otro argumento acerca de la presión que soportamos por el éxito profesional, en su segundo film «El empleo del tiempo». O con el relato de la explotación que supone el turismo sexual, en «Vers le sud», el tercero.

Su cuarta película «La clase» se introdujo en las barriadas de Paris habitadas por inmigrantes de distintas procedencias, centrándose en el ambiente en que se halla un centro de enseñanza secundaria allí localizado.

Después, abandonó su Francia natal y refirió una bellísima cinta histórica, rodada en inglés y en Estados Unidos, acerca de las raíces del idealismo revolucionario. «Foxfire», su quinta película.

Ya entonces, una trama secundaria apuntaba a Cuba como objetivo. Y, ahora, en su sexta película, Laurent, rodando ya en castellano, nos sumerge en una conversación entre amigos que tiene lugar en una terraza del malecón de La Habana, no muy lejos del emblemático faro de la ciudad, a mitad de camino entre el barrio de El Vedado y el paseo del Prado, donde se halla el Capitolio.

Cinco amigos de siempre se reencuentran, como aquellos de Peter, rondando estos ya la sesentena. Y recordando idealizaciones políticas juveniles, deseos de juventud, amistades y traiciones pasadas. Para formar un cuadro sumamente nostálgico, que trasciende la evidente orientación política acerca de un régimen que subsiste desde hace décadas ante la impresión exterior de su inminente desaparición. Y lo supera por su identificación con la madurez alcanzada por los protagonistas, quienes miran por un momento hacia atrás en su vida y encuentran un espacio menos corto que hacia delante.

«Regreso a Itaca» funciona como el reverso de aquel «Goodbye Lenin», sobre el Berlin poscomunista, rodado en forma de comedia, desde su convicción de avance y mejora tras el cambio. Aquí, nos encontramos antes de ese supuesto evento, descreídos de que ello supusiera algo positivo. Angustiados ante las oportunidades vitales perdidas por las exigencias de todo régimen político que obliga a elegir entre adhesión o expulsión.

El periodismo actual pretende no informar ya sólo de alta política sino de efectos de esta sobre la población. Y así es como no sólo se informa de la caída del PIB en España, sino también que ello supone la expatriación de una parte importante de la población. De que los regímenes autoritarios sumen a sus pueblos en la autarquía y obligan al destierro o el silencio a los críticos.

«Regreso a Itaca» llega más lejos. Detalla qué supone la existencia de confidentes en la vida de una persona. Cómo vivir en el exilio o como inmigrante puede significar que uno se despida definitivamente de personas muy queridas. Y nunca deje de sentir culpabilidad por ello.

Hay un punto de emoción en este largometraje crepuscular. Un dolor vital que parece inevitablemente ligado ala proceso de envejecer. Más patente en estos personajes a los que el devenir sociopolítico se lo hace especialmente difícil. Aunque no se recrea, como podría haber hecho, en la decrepitud física de la ciudad donde está rodada, la idea es dolorosa. No podemos estar seguros de ir hacia mejor. Incluso quizá, ansiando lo contrario, hemos ido a peor.
8
11 de diciembre de 2015 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
De vez en cuando, el cine todavía logra conmoverme. No esperaba gran cosa de Regreso a Ítaca, de hecho temía que en cualquier momento aparecieran el Gran Timonel Artur Mas y unos cuantos iluminados, señalándome el camino a seguir (es broma), pero sí pensé, ¿qué sabrá un francés de lo que ocurre en Cuba? Sabía que Laurent Cantet es un buen director, y que ya había efectuado un primer acercamiento a Cuba con un sketch de 7 días en La Habana, pero no estaba preparado para una película tan emotiva y emocionante. Cabe decir que el guión es del propio Cantet y el excelente autor cubano Leonardo Padura, famoso por sus novelas policiales protagonizadas por el detective Mario Conde, quien sin duda conoce a fondo la materia. El argumento es sencillo: un hombre vuelve a Cuba tras 17 años de exilio en España y se reúne con unos cuantos amigos, en una noche de copas y confesiones. Cada uno representa de alguna manera las distintas opciones ante el castrismo, pero no interesa tanto la política como la evolución humana de nuestros personajes, desde los lejanos tiempos de idealismos esperanzados, hasta la triste realidad de un país dividido que, en breve plazo, sufrirá grandes cambios, tal vez no demasiado positivos. La cámara de Cantet sigue a sus criaturas mientras hablan, gritan, discuten, se echan en cara sus debilidades y traiciones, desnudan sus sentimientos, ponen a prueba su amistad. Y el milagro es que es cine, no teatro, con una cámara ágil y atenta, que recorre los escasos ambientes en que transcurre la cinta como si no estuviera presente, gracias sobre todo a la estremecedora interpretación de unos actores en estado de gracia, que no parecen en realidad actores, sino ciudadanos cubanos hablando de sus cosas un día cualquiera, entre cervezas y lágrimas. Es imposible destacar a alguno de ellos: si existiera eso llamado justicia, todos serían merecedores del Oscar a la mejor interpretación ex aequo. Una sorpresa sin paliativos, una película recomendada para quienes crean que todavía existen seres humanos de una pieza.
5
6 de febrero de 2016 3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puro teatro. No será nada fácil de digerir para aquellos que no les interese un cine que apenas necesita un escenario para desarrollar su historia. Hay mucho guión, muchas ideas (tantas como las vidas de los cubanos de hoy quizás) y sobre todo unos actores que lo bordan y que sobrevuelan por esa azotea de La Habana y más allá. La vida en el presente y en el pasado de cinco buenos amigos. Ya lo dice la madre del anfitrión en su breve aparición, seguramente la persona más sabia: ante todo les une una amistad.

Ya sabemos todo lo que hay que saber del régimen cubano, la revolución, el período especial, los comités y el reciente estado de renovación. Los cinco personajes se ven porque uno de ellos logró escapar de la isla, se exilió a España y vuelve a Ítaca 16 años después. No hay nada que no sea típico, no sorprende nada, hasta aparece el hijo de uno de ellos que no se dedica a nada y no se harta de decir que quiere largarse. Uno de ellos incluso estuvo en Angola y más o menos sigue creyendo en los ideales de la revolución. Es una lástima descubrir que todos han fracasado, que tienen motivos para sentirse unos infelices. Y claro, se tiran los trastos, los cuchillos vuelan, aunque sea el maldito régimen quien dinamitó sus sueños.

Me quedo pues con las interpretaciones, hay un momento en el que pinchan el 'California dreamin', ya un poco pasados, y a mí se me puso la piel de gallina. Lo mismo que a ellos, vaya, o eso me pareció a mí, que a ellos les sucedía eso mismo. Puro teatro, del bueno. Como película yo personalmente quiero más, su necesario encajonamiento me entristece, como tristes son sus vidas, aunque lleven sangre caribeña y beban ron. Yo quería más.
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