El gabinete del Dr. Caligari
Terror
Sentado en un banco de un parque, Francis anima a su compañero Alan para que vayan a Holstenwall, una ciudad del norte de Alemania, a ver el espectáculo ambulante del doctor Caligari. Un empleado municipal que le niega al doctor el permiso para actuar, aparece asesinado al día siguiente. Francis y Alan acuden a ver al doctor Caligari y a Cesare, su ayudante sonámbulo, que le anuncia a Alan su porvenir: vivirá hasta el amanecer. (FILMAFFINITY) [+]
19 de mayo de 2010
19 de mayo de 2010
38 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Enigmática película cuyos temas están basado en experiencias personales de los dos guionistas: Hans Janowitz y Car Mayer.
El checo Hans Janowitz paseaba por un parque de Reeperbahn buscando una joven que le había llamado la atención, cuando de repente en un parque vislmubró una figura imprecisa en la oscuridad que hizo que la joven desapareciera. Al dia siguiente los periódicos informaron de un crimen sexual en un parque. Hans decidió ir al funeral y en él sentía constantemente la presencia amenazadora del asesino.
El otro tema no adquiere visos tan dramáticos pero sí inquietantes. Tiene como protagonista el coguionista Carl Mayer y sus experiencias con un psiquiatra durante la I Guerra Mundial.
Ante tales precedentes los dos guionistas deciden unificar sus historias y después de elegir el nombre del protagonista, Caligari (de la obra “Las cartas desconocidas” de Stendhal) presentan su historia al director, Robert Wiene, el cual hace una extraordinaria simbiosis de los temas y decide contar la historia a través de la fantasía de un loco. El resultado es excelente desde todos los condicionamientos cinematográficos.
Esta trama, en la que se ha querido ver una premonición del nazismo desde la perspectiva de Alemania surgida de la guerra (Caligari sería el Estado y Cesare, el sonámbulo, el asesino del pueblo bajo órdenes estatales) podría entenderse como una película antiautoritaria, aunque claro, eso ya es según la vista de cada uno.
Si la película tuvo un gran impacto y reputación en su época (y porqué no, actualmente aún puede gustar, es un film imperecedero) fue en GRAN parte gracias a esos decorados expresionistas que surgieron de la mano del diseñador Alfred Kublin y a la claustrofóbica música que la acompaña.
Los decorados están pintados en dos dimensiones claramente cubistas y góticos, tienen a su vez un estilo muy teatral; con muros inclinados, chimeneas oblicuas, pasadizos, puertas barridas por el viento, todo para darnos esa sensación de mal rollo, esa sugerencia de angustia y locura que emana de por todos lados.
La versión original fue coloreada con verdes, marrones, azules para darle un aspecto aún más dramático.
Obviamente, hoy en día, El gabinete... se contempla con dificultad, no sólo por su silencio (cine mudo) sino por su teatralidad y guión un poco confuso, junto con las exageraciones típicas de los actores de esta época.
El checo Hans Janowitz paseaba por un parque de Reeperbahn buscando una joven que le había llamado la atención, cuando de repente en un parque vislmubró una figura imprecisa en la oscuridad que hizo que la joven desapareciera. Al dia siguiente los periódicos informaron de un crimen sexual en un parque. Hans decidió ir al funeral y en él sentía constantemente la presencia amenazadora del asesino.
El otro tema no adquiere visos tan dramáticos pero sí inquietantes. Tiene como protagonista el coguionista Carl Mayer y sus experiencias con un psiquiatra durante la I Guerra Mundial.
Ante tales precedentes los dos guionistas deciden unificar sus historias y después de elegir el nombre del protagonista, Caligari (de la obra “Las cartas desconocidas” de Stendhal) presentan su historia al director, Robert Wiene, el cual hace una extraordinaria simbiosis de los temas y decide contar la historia a través de la fantasía de un loco. El resultado es excelente desde todos los condicionamientos cinematográficos.
Esta trama, en la que se ha querido ver una premonición del nazismo desde la perspectiva de Alemania surgida de la guerra (Caligari sería el Estado y Cesare, el sonámbulo, el asesino del pueblo bajo órdenes estatales) podría entenderse como una película antiautoritaria, aunque claro, eso ya es según la vista de cada uno.
Si la película tuvo un gran impacto y reputación en su época (y porqué no, actualmente aún puede gustar, es un film imperecedero) fue en GRAN parte gracias a esos decorados expresionistas que surgieron de la mano del diseñador Alfred Kublin y a la claustrofóbica música que la acompaña.
Los decorados están pintados en dos dimensiones claramente cubistas y góticos, tienen a su vez un estilo muy teatral; con muros inclinados, chimeneas oblicuas, pasadizos, puertas barridas por el viento, todo para darnos esa sensación de mal rollo, esa sugerencia de angustia y locura que emana de por todos lados.
La versión original fue coloreada con verdes, marrones, azules para darle un aspecto aún más dramático.
Obviamente, hoy en día, El gabinete... se contempla con dificultad, no sólo por su silencio (cine mudo) sino por su teatralidad y guión un poco confuso, junto con las exageraciones típicas de los actores de esta época.
17 de septiembre de 2017
17 de septiembre de 2017
35 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
La recepción de esta película desde finales de los años cuarenta ha estado decisivamente condicionada por la interpretación de Sigfried Kracauer en su famoso libro «De Caligari a Hitler», cuya influencia ha sido decisiva a la hora de interpretar el film. Según la visión sociologista de Kracauer, la película era, en principio, una denuncia de las estructuras políticas que habían generado la guerra recién terminada y una visionaria premonición de lo que iba a ocurrir en Alemania en las décadas siguientes.
Kracauer se basaba en las dudosas declaraciones de uno de los guionistas, Hans Janowitz, sobre su «intención subconsciente» (?) al elaborar el guión y sobre la supuesta tergiversación de su sentido inicial, mediante la adición de un prólogo y un epílogo que habrían invertido su significado original, convirtiendo la crítica al poder en la visión de un loco, y haciendo así de un guión «revolucionario» una historia conformista para mentes bienpensantes. Ahora bien, la posterior aparición del guión, que se creía perdido, puso en entredicho las palabras de Janowitz. Por otra parte, las confusas declaraciones de Fritz Lang (con una decisiva responsabilidad en esa tergiversación) no contribuyeron precisamente a aclarar el asunto.
Así pues, se impone, yo creo, una re-visión de «Caligari», dejando a un lado intenciones subconscientes, opiniones cuestionables y declaraciones sospechosas, ateniéndonos estrictamente a lo que la película ofrece. Y una de las primeras cosas que vemos en ella es la difícil asimilación del doctor Caligari con las estructuras del poder político. Precisamente en sentido contrario, la película lo muestra enfrentado al poder municipal, única expresión del poder político que aparece en la pantalla, lo que ya debería inducirnos a andar con cautela con respecto a las opiniones asentadas.
El cine alemán de principios del siglo XX, se siente especialmente atraído por lo fantástico, por lo misterioso y lo siniestro, tendencia que lleva a la recuperación del cuento gótico, de claras influencias románticas, y que se manifestaba ya antes de «Caligari» en películas como «El otro» (1913), «El estudiante de Praga» (1913), «El Golem» (1916), «Homunculus» (1916), entre otras. En «Caligari» veo la confluencia de dos temáticas distintas que estaban siendo tratadas ya por el cine de su tiempo; por un lado, la escisión de la personalidad y el tema del doble: no solo Caligari presenta una singular dualidad —a la vez científico y feriante—, sino que Cesare puede perfectamente ser interpretado como lo reprimido de Caligari, e incluso el propio Cesare tiene su doble en el muñeco que lo sustituye en sus salidas nocturnas: multiplicación de la dualidad que se sugiere potencialmente ilimitada; en definitiva, una visión de la personalidad abiertamente contraria a la preconizada por la mentalidad ilustrada, tan diáfana como plana. Por otro lado, el recelo, cuando menos, con respecto a la ciencia (Caligari es en definitiva un científico) cuyo poder infunde ya serios temores. El «accidente» en la realización de algún experimento, con consecuencias catastróficas, o los desmanes de un científico trastornado han estado muy presentes en todo el cine del siglo XX (hay ya una versión de Frankestein de 1910), que lo había tomado de la literatura del siglo anterior y, en última instancia, de la rebelión romántica contra la razón científico-tecnológica. Es, pues, la perspectiva racionalista de la conciencia y su objetivación en la lógica científica, y no unas subterráneas miras políticas, lo que de forma patente me parece ver cuestionado en la trama de «Caligari». La interpretación política es sencillamente un reduccionista intento de racionalizar por vía de concreción en circunstancias inmediatas y particulares —y por tanto, fácilmente «manejables»—, el horror difuso y universal, potencialmente contenido en la historia.
De todos modos: ya se trate de una crítica política o de un cuestionamiento de la razón ilustrada, ¿contradice la adición de prólogo y epílogo la idea inicial? No lo creo. No hay ninguna obligación de creer en la sinceridad de Caligari ni en la demencia de Francis, lo que deja un final inquietantemente abierto que debemos agradecer a la inteligencia de Wiene frente a las cortas miras de Lang.
La interpretación limitadamente política que se acostumbra a dar de la película afecta decisivamente a la función del estilo expresionista e incluso a su naturaleza. Subyace en buena parte de las críticas la idea de que el expresionismo sería la adecuada traducción de la fantasía de un loco en términos pictóricos, llegando incluso a identificar el expresionismo con una visión distorsionada de la realidad. Se ha insistido hasta la saciedad en un supuesto carácter pesadillesco, angustioso y opresivo de los decorados. En absoluto puedo estar de acuerdo con tal apreciación si pretende extenderse —como es habitual— a la totalidad del film. Los decorados configuran un mundo fantástico, paralelo al de los cuentos de hadas, pero, como él, abierto tanto a lo siniestro y opresivo como a lo amable y acogedor. No hay nada de siniestro, por ejemplo, en el escenario de la feria de Holstenwall, con el giro incesante de sus alegres tiovivos; ni en las calles en que Francis y Alan se encuentran con Jane, que, por el contrario, transmiten la idea de una ciudad perfectamente «habitable»; ni tampoco en los interiores de sus viviendas que, con toda su rectilínea irregularidad, son tan acogedoras como el curvilíneo habitáculo de un hobbit. Justo lo contrario de las inhumanas visiones de la arquitectura y el urbanismo contemporáneo, ordenado y regular, que algunos identifican, de forma a mi entender escalofriante, como «bellas». Cuando el decorado se hace más perturbador no está expresando la supuesta demencia de Francis, sino la naturaleza de la realidad a la que Francis se enfrenta. [Acabo en el spoiler].
Kracauer se basaba en las dudosas declaraciones de uno de los guionistas, Hans Janowitz, sobre su «intención subconsciente» (?) al elaborar el guión y sobre la supuesta tergiversación de su sentido inicial, mediante la adición de un prólogo y un epílogo que habrían invertido su significado original, convirtiendo la crítica al poder en la visión de un loco, y haciendo así de un guión «revolucionario» una historia conformista para mentes bienpensantes. Ahora bien, la posterior aparición del guión, que se creía perdido, puso en entredicho las palabras de Janowitz. Por otra parte, las confusas declaraciones de Fritz Lang (con una decisiva responsabilidad en esa tergiversación) no contribuyeron precisamente a aclarar el asunto.
Así pues, se impone, yo creo, una re-visión de «Caligari», dejando a un lado intenciones subconscientes, opiniones cuestionables y declaraciones sospechosas, ateniéndonos estrictamente a lo que la película ofrece. Y una de las primeras cosas que vemos en ella es la difícil asimilación del doctor Caligari con las estructuras del poder político. Precisamente en sentido contrario, la película lo muestra enfrentado al poder municipal, única expresión del poder político que aparece en la pantalla, lo que ya debería inducirnos a andar con cautela con respecto a las opiniones asentadas.
El cine alemán de principios del siglo XX, se siente especialmente atraído por lo fantástico, por lo misterioso y lo siniestro, tendencia que lleva a la recuperación del cuento gótico, de claras influencias románticas, y que se manifestaba ya antes de «Caligari» en películas como «El otro» (1913), «El estudiante de Praga» (1913), «El Golem» (1916), «Homunculus» (1916), entre otras. En «Caligari» veo la confluencia de dos temáticas distintas que estaban siendo tratadas ya por el cine de su tiempo; por un lado, la escisión de la personalidad y el tema del doble: no solo Caligari presenta una singular dualidad —a la vez científico y feriante—, sino que Cesare puede perfectamente ser interpretado como lo reprimido de Caligari, e incluso el propio Cesare tiene su doble en el muñeco que lo sustituye en sus salidas nocturnas: multiplicación de la dualidad que se sugiere potencialmente ilimitada; en definitiva, una visión de la personalidad abiertamente contraria a la preconizada por la mentalidad ilustrada, tan diáfana como plana. Por otro lado, el recelo, cuando menos, con respecto a la ciencia (Caligari es en definitiva un científico) cuyo poder infunde ya serios temores. El «accidente» en la realización de algún experimento, con consecuencias catastróficas, o los desmanes de un científico trastornado han estado muy presentes en todo el cine del siglo XX (hay ya una versión de Frankestein de 1910), que lo había tomado de la literatura del siglo anterior y, en última instancia, de la rebelión romántica contra la razón científico-tecnológica. Es, pues, la perspectiva racionalista de la conciencia y su objetivación en la lógica científica, y no unas subterráneas miras políticas, lo que de forma patente me parece ver cuestionado en la trama de «Caligari». La interpretación política es sencillamente un reduccionista intento de racionalizar por vía de concreción en circunstancias inmediatas y particulares —y por tanto, fácilmente «manejables»—, el horror difuso y universal, potencialmente contenido en la historia.
De todos modos: ya se trate de una crítica política o de un cuestionamiento de la razón ilustrada, ¿contradice la adición de prólogo y epílogo la idea inicial? No lo creo. No hay ninguna obligación de creer en la sinceridad de Caligari ni en la demencia de Francis, lo que deja un final inquietantemente abierto que debemos agradecer a la inteligencia de Wiene frente a las cortas miras de Lang.
La interpretación limitadamente política que se acostumbra a dar de la película afecta decisivamente a la función del estilo expresionista e incluso a su naturaleza. Subyace en buena parte de las críticas la idea de que el expresionismo sería la adecuada traducción de la fantasía de un loco en términos pictóricos, llegando incluso a identificar el expresionismo con una visión distorsionada de la realidad. Se ha insistido hasta la saciedad en un supuesto carácter pesadillesco, angustioso y opresivo de los decorados. En absoluto puedo estar de acuerdo con tal apreciación si pretende extenderse —como es habitual— a la totalidad del film. Los decorados configuran un mundo fantástico, paralelo al de los cuentos de hadas, pero, como él, abierto tanto a lo siniestro y opresivo como a lo amable y acogedor. No hay nada de siniestro, por ejemplo, en el escenario de la feria de Holstenwall, con el giro incesante de sus alegres tiovivos; ni en las calles en que Francis y Alan se encuentran con Jane, que, por el contrario, transmiten la idea de una ciudad perfectamente «habitable»; ni tampoco en los interiores de sus viviendas que, con toda su rectilínea irregularidad, son tan acogedoras como el curvilíneo habitáculo de un hobbit. Justo lo contrario de las inhumanas visiones de la arquitectura y el urbanismo contemporáneo, ordenado y regular, que algunos identifican, de forma a mi entender escalofriante, como «bellas». Cuando el decorado se hace más perturbador no está expresando la supuesta demencia de Francis, sino la naturaleza de la realidad a la que Francis se enfrenta. [Acabo en el spoiler].
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El expresionismo no supone una mirada demente sobre la realidad; más bien configura un mundo imaginal susceptible de acoger realidades opuestas, un mundo caracterizado no necesariamente por lo tenebroso o pesadillesco, sino por lo vital, donde todo, incluidos los objetos, parece adquirir vida. Por ejemplo, esas farolas, irregulares e inclinadas, situadas en el puente que cruzarán en su huida primero Cesare y después Caligari, y que son difícilmente discernibles de unos árboles que surgen de la propia materia constructiva, supuestamente inerte. Los mismos personajes parecen a veces fundirse con el decorado, como cuando Cesare, que se dirige a casa de Jane para matarla, avanza despacio restregándose contra el muro, como si saliera literalmente de él en una hibridación de lo orgánico y lo inorgánico, de lo vivo y lo inerte. El propio Cesare, como muerto-vivo, es una manifestación más de esas realidades intermedias que la película prodiga. Ahora bien, entender esto como una visión demencial de la realidad no pasa de ser una opción ideológica basada en la supuestamente axiomática «normalidad» del punto de vista racionalista.
Que los decorados tienen vida por sí mismos, e incluso hablan, tiene una espléndida expresión en la escena en que el protagonista, vagando por las calles, recibe la revelación «¡Tú debes ser Caligari!», frase que podemos leer de forma reiterada en la pantalla, irregularmente repartida sobre la imagen. Se podrá decir que se trata de una muestra de las limitaciones del cine mudo frente a lo que, con el desarrollo de la técnica, se aprenderá a expresar de modos más convincentes. Pero ninguna forma mejor adaptada que esa a la pictorialidad en que se basa la película para expresar la animación de lo inorgánico. Las palabras se integran, físicamente, en el decorado porque el propio decorado está vivo y habla.
Asistimos así a un encuentro entre lo espiritual y lo material del que resulta una intensificación del espacio, que se abre a realidades opuestas. La naturaleza, pese a su escasa presencia explícita, todo lo invade, pero es naturaleza daimonizada, animada, dotada de ánima, de alma, tal como la percibían los románticos. «Los espíritus están por todas partes», dice el acompañante de Francis al comienzo. Más que un mundo terrorífico, la película de Wiene nos presenta un mundo en un difícil equilibrio que en cualquier momento puede venirse abajo.
La confluencia entre lo luminoso y lo tenebroso tiene una plasmación especialmente hermosa en ese plano fascinante en que Cesare, al fondo —un fondo presidido por formas puntiagudas y agresivas— se introduce en la habitación de Jane, dotada de una insólita profundidad, que duerme plácidamente en un entorno virginal de formas suaves, blancas y onduladas. En un mundo donde conviven la inquietud y la calma, la claridad y las tinieblas, la iluminación se añade a los decorados como contribución decisiva a la atmósfera. Luces y sombras, generalmente violentas, abruptas y con escasos matices, marcan claramente la división entre los dos principios enfrentados.
Se ha criticado a la película el ponerlo todo en función del decorado, descuidando otros elementos que se suponen más característicamente cinematográficos como el manejo de la cámara o el montaje. No puedo estar de acuerdo con esa concepción apriorística de lo que se supone que debe ser el cine. La película está concebida como una sucesión de planos herméticos —y, desde luego, rigurosamente trabajados—, relativamente aislados unos de otros pues cada uno contiene todo lo que en ese momento importa. Dicho de otro modo, la obra no se apoya en la construcción narrativa, sino en una depurada arquitectura escénica. Que eso no se ajuste a lo que los partidarios de la narración convencional consideran condición sine qua non para hablar de buen cine no demuestra el fracaso de «Caligari», sino la estrechez mental de quienes pretenden elevar su criterio particular a condición de norma universal.
Que los decorados tienen vida por sí mismos, e incluso hablan, tiene una espléndida expresión en la escena en que el protagonista, vagando por las calles, recibe la revelación «¡Tú debes ser Caligari!», frase que podemos leer de forma reiterada en la pantalla, irregularmente repartida sobre la imagen. Se podrá decir que se trata de una muestra de las limitaciones del cine mudo frente a lo que, con el desarrollo de la técnica, se aprenderá a expresar de modos más convincentes. Pero ninguna forma mejor adaptada que esa a la pictorialidad en que se basa la película para expresar la animación de lo inorgánico. Las palabras se integran, físicamente, en el decorado porque el propio decorado está vivo y habla.
Asistimos así a un encuentro entre lo espiritual y lo material del que resulta una intensificación del espacio, que se abre a realidades opuestas. La naturaleza, pese a su escasa presencia explícita, todo lo invade, pero es naturaleza daimonizada, animada, dotada de ánima, de alma, tal como la percibían los románticos. «Los espíritus están por todas partes», dice el acompañante de Francis al comienzo. Más que un mundo terrorífico, la película de Wiene nos presenta un mundo en un difícil equilibrio que en cualquier momento puede venirse abajo.
La confluencia entre lo luminoso y lo tenebroso tiene una plasmación especialmente hermosa en ese plano fascinante en que Cesare, al fondo —un fondo presidido por formas puntiagudas y agresivas— se introduce en la habitación de Jane, dotada de una insólita profundidad, que duerme plácidamente en un entorno virginal de formas suaves, blancas y onduladas. En un mundo donde conviven la inquietud y la calma, la claridad y las tinieblas, la iluminación se añade a los decorados como contribución decisiva a la atmósfera. Luces y sombras, generalmente violentas, abruptas y con escasos matices, marcan claramente la división entre los dos principios enfrentados.
Se ha criticado a la película el ponerlo todo en función del decorado, descuidando otros elementos que se suponen más característicamente cinematográficos como el manejo de la cámara o el montaje. No puedo estar de acuerdo con esa concepción apriorística de lo que se supone que debe ser el cine. La película está concebida como una sucesión de planos herméticos —y, desde luego, rigurosamente trabajados—, relativamente aislados unos de otros pues cada uno contiene todo lo que en ese momento importa. Dicho de otro modo, la obra no se apoya en la construcción narrativa, sino en una depurada arquitectura escénica. Que eso no se ajuste a lo que los partidarios de la narración convencional consideran condición sine qua non para hablar de buen cine no demuestra el fracaso de «Caligari», sino la estrechez mental de quienes pretenden elevar su criterio particular a condición de norma universal.
22 de diciembre de 2008
22 de diciembre de 2008
30 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Revisando nuevamente el filme tras mi viaje a Berlín, y después de la visita al Museum Für Film Und Fernsehen, he sido consciente de la importancia de El gabinete del Doctor Caligari para el género del terror si tenemos en cuenta que la cinta se rodó en el año 1920. No sólo es una de las primeras películas de horror de la historia del cine (por no decir la primera), además de transgresora por su adhesión al expresionismo alemán. Es ante todo y sobre todo una obra maestra que, en mi opinión, ha influido en realizadores de la talla de Tim Burton, donde Edward Scissorhands tiene un aire descarado a Cesare, el sonámbulo esclavo de la perversa mente del Doctor Caligari. Pocas escenas de posteriores películas de terror me han helado la sangre como así lo hiciera el despertar de Cesare en primer plano dentro de su caja de madera. Un abrir de ojos que parece no tener fin y que tuve la suerte de visualizar en una enorme pantalla en el museo de Potsdamer Platz.
Creo que los '80 fueron años prolíficos para el cine del terror, pero no debemos olvidarnos nunca de los padres del género, ya que, décadas después, de sus obras han emanado las ideas que han tenido como resultado los grandes clásicos del cine fantástico y de terror.
Creo que los '80 fueron años prolíficos para el cine del terror, pero no debemos olvidarnos nunca de los padres del género, ya que, décadas después, de sus obras han emanado las ideas que han tenido como resultado los grandes clásicos del cine fantástico y de terror.
13 de diciembre de 2008
13 de diciembre de 2008
29 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de empezar a analizar y enjuiciar a la película en cuestión, hay que recordar a los lectores que nos encontramos en una época en la que Alemania había salido de la I Guerra Mundial, y anteriormente, en el año 1916, ante las continuas proyecciones de cintas del enemigo (Francia, Inglaterra y EE.UU.) el gobierno alemán crea la UFA, este es un hecho que marcará el futuro del cine alemán en el período de posguerra y durante la II GM, ya que tras la primera gran guerra esta empresa tenía un control mixto por parte de las grandes compañías y del estado y una vez inmersos en la II GM pasó a ser de control total estatal para censurar las películas contrarias al régimen.
Nos encontramos ante la ópera prima del expresionismo alemán, Robert Wiene consiguió con esta película no solo poner las bases de lo que sería el Caligarismo, cuyas características analizaremos más adelante, sino dar a conocer a una gran cantidad de cineastas que partiendo de la base de Wiene crearían un estilo propio, tal es el caso de Fritz Lang o Murnau.
Mientras que en EE.UU. Griffith hacia su propia revolución expresiva, Caligari se convirtió junto a Charlot en el primer mito universal en el cine.
El guión principal fue escrito por Carl Mayer, gran guionista de la época y autor entre otras obras de títulos como Tartufo o Amanecer, ambas de Murnau y pertenecientes al expresionismo alemán, aunque tuvo que ser retocado y fue el propio director el que tuvo un papel más importante en la creación de la obra.
“El gabinete del doctor Caligari” cuenta la historia del Doctor Caligari y su paciente sonámbulo Cesare que es controlado por el viejo doctor para cometer crímenes, esta temática es muy propia del expresionismo alemán donde el terror y la fantasía se unían a menudo para retratar a vampiros, asesinos, gangsters...
Una característica común que aparece también en la obra de Wiene el la fatalidad de la historia y la muerte que está presente en la mayoría de obras de este estilo.
Esta película marcó un antes y un después, tanto es así que el movimiento expresionista pasó a llamarse Caligarismo y cuyas bases se fundamentan en este film.
Respecto a las características técnicas y artísticas hay que destacar la oblicuidad y la fantasía de los decorados. Artísticamente el Caligarismo se caracterizaba por estar muy influenciado por el movimiento barroco y cada autor daba su punto de vista.
El uso del claroscuro es muy destacado en esta época con un claro predominio de los blancos y con mucho contraste. Las cámaras eran muy estáticas y mas que la planificación primaba la actuación de los actores que solía ser muy teatral.
Nada más hay que decir de Caligari, una obra de arte que marcó a toda una generación de estupendos cineastas.
Nos encontramos ante la ópera prima del expresionismo alemán, Robert Wiene consiguió con esta película no solo poner las bases de lo que sería el Caligarismo, cuyas características analizaremos más adelante, sino dar a conocer a una gran cantidad de cineastas que partiendo de la base de Wiene crearían un estilo propio, tal es el caso de Fritz Lang o Murnau.
Mientras que en EE.UU. Griffith hacia su propia revolución expresiva, Caligari se convirtió junto a Charlot en el primer mito universal en el cine.
El guión principal fue escrito por Carl Mayer, gran guionista de la época y autor entre otras obras de títulos como Tartufo o Amanecer, ambas de Murnau y pertenecientes al expresionismo alemán, aunque tuvo que ser retocado y fue el propio director el que tuvo un papel más importante en la creación de la obra.
“El gabinete del doctor Caligari” cuenta la historia del Doctor Caligari y su paciente sonámbulo Cesare que es controlado por el viejo doctor para cometer crímenes, esta temática es muy propia del expresionismo alemán donde el terror y la fantasía se unían a menudo para retratar a vampiros, asesinos, gangsters...
Una característica común que aparece también en la obra de Wiene el la fatalidad de la historia y la muerte que está presente en la mayoría de obras de este estilo.
Esta película marcó un antes y un después, tanto es así que el movimiento expresionista pasó a llamarse Caligarismo y cuyas bases se fundamentan en este film.
Respecto a las características técnicas y artísticas hay que destacar la oblicuidad y la fantasía de los decorados. Artísticamente el Caligarismo se caracterizaba por estar muy influenciado por el movimiento barroco y cada autor daba su punto de vista.
El uso del claroscuro es muy destacado en esta época con un claro predominio de los blancos y con mucho contraste. Las cámaras eran muy estáticas y mas que la planificación primaba la actuación de los actores que solía ser muy teatral.
Nada más hay que decir de Caligari, una obra de arte que marcó a toda una generación de estupendos cineastas.
25 de diciembre de 2017
25 de diciembre de 2017
23 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primera cinta expresionista de la historia y obra cumbre de esta forma de hacer cine. Fragmentada en seis actos, su misteriosa atmósfera y su ingenioso diseño vanguardista en el uso de ambientes teatrales, siguen causando asombro en la actualidad. Fue un trabajo revolucionario.
Algunos de los elementos propios de esta expresión artística quedan reflejados en la película gracias a la labor del jefe de diseño, Hermann Warm: formas puntiagudas, líneas curvas y oblicuas, estilo visual oscuro y retorcido, estructuras y ambientes que se inclinan y giran en ángulos inusuales, sombras pintadas en los sets.
La autoridad irracional –aludiendo al estado alemán de la época– es el tema principal de la obra; el doctor Caligari, símbolo de su gobierno militar, manipula a Cesare, la personificación de la gente común. El filme denuncia la situación del país tras su derrota en la Primera Guerra Mundial.
Un maravilloso reflejo distorsionado de la realidad donde se tratan otros temas como la exaltación del poder, la percepción subjetiva de la realidad, el desequilibrado contraste entre la sanidad y la demencia, y la dualidad de la naturaleza humana. El eco de Caligari, por cierto, se sigue oyendo en la actualidad.
Algunos de los elementos propios de esta expresión artística quedan reflejados en la película gracias a la labor del jefe de diseño, Hermann Warm: formas puntiagudas, líneas curvas y oblicuas, estilo visual oscuro y retorcido, estructuras y ambientes que se inclinan y giran en ángulos inusuales, sombras pintadas en los sets.
La autoridad irracional –aludiendo al estado alemán de la época– es el tema principal de la obra; el doctor Caligari, símbolo de su gobierno militar, manipula a Cesare, la personificación de la gente común. El filme denuncia la situación del país tras su derrota en la Primera Guerra Mundial.
Un maravilloso reflejo distorsionado de la realidad donde se tratan otros temas como la exaltación del poder, la percepción subjetiva de la realidad, el desequilibrado contraste entre la sanidad y la demencia, y la dualidad de la naturaleza humana. El eco de Caligari, por cierto, se sigue oyendo en la actualidad.
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