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El club

Drama Cuatro sacerdotes conviven en una retirada casa de un pueblo costero, bajo la mirada de Mónica, una monja cuidadora. Los curas están ahí para purgar sus pecados y hacer penitencia. La rutina y tranquilidad del lugar se rompe cuando llega un atormentado quinto sacerdote, y los huéspedes reviven el pasado que creían haber dejado atrás. (FILMAFFINITY)
Críticas 105
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6
28 de octubre de 2015
26 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace tres años llegaba a las pantallas españolas, casi de tapadillo, la película “No”, del director chileno Pablo Larraín. Una nostálgica cinta resuelta con absoluta eficacia, que venía a contar un suceso histórico clave de los últimos años de la dictadura de su país.
Con la misma fuerza y sencillez nos llega ahora su nueva propuesta. Un relato que bien se puede enmarcar dentro de los límites del drama intimista y de autor, y que viene a mostrar con mucha dureza, diferentes aspectos mentales del ser humano.
En ocasiones no es necesario enseñar la violencia filmando escenas escabrosas. El discurso cinematográfico tiene la capacidad de recrearla desde diferentes puntos de vista y, en este caso, se decanta por una actitud reprimida que pende de un hilo durante todo el metraje.
Los paisajes de una playa desolada y perdida, y el ambiente de la casa de acogida donde vive un pequeño grupo de religiosos, son las piezas de un juego peligroso, en el que los diferentes personajes se ven obligados a convivir.
Sacerdotes acusados por toda clase de actos impúdicos, difíciles de entender y clasificar, pero que a su vez dentro de su mente, resultan ser fruto de su trabajo y de sus buenas intenciones.
Larraín utiliza largas conversaciones y primeros planos para mostrar dicha violencia. Momentos realmente escalofriantes, de un grupo de personas que creen actuar correctamente, bajo una institución que los coarta y los reprime.
Nunca una película ha mostrado el tema de la represión sexual del celibato de una manera tan clara. Hombres y mujeres condenados por su fe, que terminan cruzando la línea en más de una ocasión, y que no dejaran que nada ni nadie se salga con la suya en su pequeño microcosmos.
Lástima que sea una cinta resuelta de una manera excesivamente parca, ya que con una fórmula técnica más estándar, hubiera llegado a más gente. Es un tipo de cine que no sale de las salas minoritarias y de los festivales.
7
8 de noviembre de 2015
26 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Original manera de abordar un tema tan duro y difícil de tratar. Los actores, todos, hacen un magnífico papel. Una pena el sonido de la película, que, supongo pretende darle mayor verosimilitud y crudeza a la historia, pero tiene tanto "ruido" que dificulta entender muchas de las conversaciones, Ayer se estrenó en Cineuropa de Santiago de Compostela y mucha gente se quejó de ello e influyó en las votaciones. En el caso de los tres jóvenes no conseguimos entender nada de lo que decían en ninguna de sus apariciones. Si se quiere dejar el "sonido original" deberían añadirse subtítulos.
9
23 de septiembre de 2015
29 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Afrontar de cara un asunto tan peliagudo como los abusos sexuales a menores en el seno de la Iglesia, sin pasar de puntillas pero tampoco recreándose en el morbo, es una decisión muy valiente. Es la que ha tomado el director chileno Pablo Larraín y que tanto le ha agradecido el público. Hay aberraciones que no permiten ambages, que ya están suficientemente silenciadas por una organización que quizá no mantenga el poder de antaño pero que sigue ejerciendo su presión en la sombra.

Ponerle el foco, darle nombre y apellidos al problema es lo que hace con maestría El club, un lugar de acogida, en un inhóspito y sórdido pueblo costero, para religiosos tarados, apartados en silencio de sus congregaciones precisamente para no enfrentarse a la justicia ni dar voz a la opinión pública. El club es esa enorme comunidad en la que viejas y nuevas corrientes (dardo también para la impoluta imagen del Papa Francisco) se tapan las peores vergüenzas. Con mayor o menor sentimiento de culpa, pero con el objetivo común de no perder fieles.

Larraín no se contenta sólo con dar voz a las víctimas, construyendo un personaje como el de Sandokan, que vomita con pelos y señales las atrocidades que le hipotecaron de por vida. También reviste de un impecable estilo visual este angustiante relato, en el que lo apacible se va descubriendo e intensificando poco a poco como algo aterrador. La denuncia envuelta en una atmósfera nebulosa y asfixiante. Doble mérito para una de las mejores películas que ha pisado esta edición del Festival de San Sebastián.
8
22 de octubre de 2015
25 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película chilena dirigida por Pablo Larraín se inicia con una cita del Génesis en la que se dice que Dios separó la luz de las tinieblas. Como una especie de extensión de ese argumento, Larraín filma la mayor parte de la película de noche, o en atardeceres, o en interiores en penumbra. Entre esta fotografía de claroscuros y las imágenes sucias, de enfoques imperfectos, Larraín crea una atmósfera sombría y áspera, como esas grabaciones de algunos grupos de rock garagero cuya producción poco cuidada forma parte del producto.

“El club” es claramente un grito contra una de las peores miserias de la Iglesia católica: la pederastia ejercida por sus miembros. Por los miembros de sus miembros. Un tema tan feo y siniestro como el envoltorio de esta película. Un tema proclive a ser tratado de un modo explícito y espectacular, y que sin embargo Larraín trata de una manera diferente. Elude la crítica fácil, con pobres niños inocentes sometidos a los deseos de demonios con sotana. Va por un camino distinto, todo está implícito, sugerido, es mucho más lo que escuchas y lo que imaginas que aquello que realmente ves.

Este modo de narrar es más arriesgado pero al mismo tiempo provoca mucho más desasosiego en el espectador, puesto que la imaginación siempre es más potente que cualquier plano visual. Larraín te ahoga con sus tenebrosas imágenes, con las palabras sucias e inmisericordes, te asfixia con esa historia tan buñuelesca y despiadada. Pero no hay sotanas, no hay iglesias, no hay apenas símbolos religiosos, nada es explícito, no sabemos casi nada de esas personas que purgan sus pecados en esa casa solitaria y que pasan las horas rezando y adiestrando a un perro de carreras. No sabemos los antecedentes de cada uno, ni sus porqués, pero (o precisamente por eso) nos sobrecoge lo que se nos muestra.

Y esa mujer, la que los cuida, los vigila y los controla. La que los manipula y los mantiene a salvo del mundo exterior a través de rutinas y horarios, más propios de la vida castrense que de la civil. Enigmática, con esa voz y esa sonrisa que te hiela el alma… Al final es el personaje que más miedo da (excelente la interpretación de Antonia Zegers).

Punto y aparte merece el personaje de “Sandokan” (Roberto Farías). Un alma huérfana que la Iglesia acogió para destruirlo para siempre, que vaga por el pueblo borracho y que de vez en cuando grita contra quienes le destruyeron, no tanto por pedir justicia ni por sacar la rabia de dentro sino seguramente porque lo único que le queda es no olvidar nunca aquello que le llevó a convertirse en lo que es. Este espléndido personaje (maravillosamente interpretado por Roberto Farías, rebosante de talento) está fuera de la casa pero de algún modo marca la pauta de lo que sucede dentro de ella.

Larraín es increíblemente duro con sus personajes y nada complaciente con el espectador. Utiliza la música para reforzar la intensidad dramática y un humor negro que aparece con cuentagotas que no llega a servir de respiro sino que más bien refuerza aún más el drama. Consigue que algo te haga gracia y que te sientas mal por ello.

“El club” destaca también por su ritmo narrativo, su tensión latente (tiene toques de película detectivesca y de thriller psicológico) y su magnífico guión. Un guión repleto de virtudes, con grandes dosis de provocación, y las justas de humor negro, ironía, buenos diálogos y toques de efecto sorprendentes que dejan al espectador boquiabierto y/o sobrecogido.

Además de los ya citados Roberto Farías y Antonia Zegers, el resto de actores que componen el elenco de esta película rayan también a muy alto nivel. Están Alfredo Castro, Jaime Vadell, Alejandro, Goic y Alejandro Steveking. Todos brillan a gran altura en una película de las que no se olvidan, que va creciendo en intensidad y que se termina por desbordar en una parte final que pone los pelos de punta.

Es una película que te sorprende, aunque esperes que lo haga. Con una propuesta formal muy sencilla en su concepto, ambientación y puesta en escena, pero con una contundencia tremenda y una intensidad ideológica notable. Para mí, no es solamente una desgarrada crítica contra la Iglesia, sino contra el ser humano y su naturaleza, contra las miserias que anidan en el interior de los hombres.

“El club” es demoledora. Por eso, no es apta para todos los públicos. Se pasa mal. Quien no quiera pasarlo mal en el cine, que no vaya. No es una película para ver comiendo palomitas porque terminarías vomitándolas o atragantado. Es incómoda, dura, nada amable. Es estremecedora. Es una maravilla descubrir que aún hay directores capaces de que su narrativa transite por caminos prácticamente inexplorados.

https://keizzine.wordpress.com/
9
9 de octubre de 2015
25 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay que perderse el próximo estreno del director chileno Pablo Larraín, que ya se perfila como uno de los directores más prometedores del momento. El filme, que ya ha cosechado excelentes críticas y ha arrasado en Berlín haciéndose con el Oso de plata, es un magistral drama, un trabajo sobresaliente que consigue unas atmósferas sublimes y unos personajes muy oscuros.

El filme es magistral en casi todo: el reparto no podría estar mejor elegido y la habilísima dirección de actores da como resultado unas actuaciones memorables. La fotografía es una de las grandes joyas de la cinta, que regala imágenes y atmósferas sobrecogedoras que sirven para construir la narracción. Como el propio director admite, en la película hay antes que nada un intento de recrear visual y sensorialmente una realidad, y el guión se articula en función de ésta, no al revés. De hecho Larraín confiesa que el guión fue escrito a medida que se rodaba.

Hay una clara intencionalidad de denuncia social en “El club”. Es arte en toda regla, ya que la finalidad recreativa es secundaria respecto al ansia de contar la verdad. Una verdad en cierta forma inédita, desde luego compleja, arriesgada, muy difícil de plasmar en toda su profundidad. Es probablemente lo que se le ha reconocido al director chileno entregándole el Oso de plata: el haber hecho un trabajo que es, no solo bello e increíblemente interesante, sino valioso, revelador. “El club” no solo dirige la mirada a la iglesia representada en el filme, sino a aquella que está fuera de éste, y formula de forma implícita pero incisiva una serie de preguntas incómodas. Golpea con dureza y sin piedad, mancha la poderosa institución como nunca antes se había visto. La retrata como un ente que utiliza, de forma totalmente maquiavélica, todos los medios para mantener su poder, aplastando al individuo y la verdad si es necesario.

Pablo Larraín, y todo el equipo de “El club” han vuelto ha demostrar una vez más no solo que el cine chileno está vivo y listo para dar de qué hablar, sino que ser ambicioso y arriesgado puede llegar a merecer la pena. Para no perdérsela.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El guión habla sobre un grupo de curas que viven en una casa en la playa. Y no están precisamente de vacaciones, pues la casa es una especie de retiro espiritual para aquellos que cometieron actos horribles en el pasado. En concreto actos de pedofilia, que deben ser ocultados y purgados silenciosamente para no manchar la imagen de la iglesia. Estas almas atormentadas, que buscan la paz en la oración y las pequeñas distracciones de la vida ordinaria, se ven de pronto perturbadas por la llegada de un nuevo individuo, que trae con él su pasado, un pasado que termina por provocar su suicidio. Pero la iglesia debe mantener la casa y todas las historias terribles que retiene, así que envía a alguien de su estructura para hacer las veces de detective, aclarar los hechos y que vuelvan a reinar el orden y la paz.
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