Harakiri
1962 

8.5
14,954
7 de marzo de 2024
7 de marzo de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La combinación de un guion perfecto, con una dirección y una fotografía inmejorables, inolvidables, es un hecho difícil de encontrar. Si a ello se le añade la profundidad psicológica, la enorme capacidad de analizar y criticar una sociedad, un mundo, de mostrar todas sus costuras, sus mentiras, da lugar a una obra maestra, imperecedera, que vive muy por encima del mito, de ninguna lista, incluso del tema que a algunos atraerá.
Harakiri de Kobayashi es de una perfección fascinante. Ese cine que se desea volver a ver, esta vez sin sonido, solo para deleitarse de la fotografía, del movimiento de la cámara, pero sobre todo del uso del espacio, principalmente de la arquitectura japonesa, algo que ya Mizoguchi había utilizado de manera extraordinaria.
El guion es excelso por su consistencia, sin flecos, es compacto, es redondo. En ningún momento es complicado por sí mismo, la profundidad estriba en el tema que trata de manera profunda, que se puede resumir en el honor, pero que es mucho más complejo que eso, habla de las ideas que son solo fachada, de la valentía y el sacrificio, de la importancia y el sentido de la vida, de la familia.
Kobayashi muestra la cara más amarga, la verdadera, del mundo de los samuráis y su bushido. Y muestra que bajo y por encima de todas las normas e imposiciones, bajo toda la moral, son personas, hombres. Que comen, que sangran, que lloran y que aman.
Hay films que al acabar uno agradece su existencia, son pequeños milagros, que el arte y el tiempo trae a nuestros pies. Milagros de hombres que hablan sobre los hombres, y que se celebraran, conmocionado por su fuerza.
Harakiri de Kobayashi es de una perfección fascinante. Ese cine que se desea volver a ver, esta vez sin sonido, solo para deleitarse de la fotografía, del movimiento de la cámara, pero sobre todo del uso del espacio, principalmente de la arquitectura japonesa, algo que ya Mizoguchi había utilizado de manera extraordinaria.
El guion es excelso por su consistencia, sin flecos, es compacto, es redondo. En ningún momento es complicado por sí mismo, la profundidad estriba en el tema que trata de manera profunda, que se puede resumir en el honor, pero que es mucho más complejo que eso, habla de las ideas que son solo fachada, de la valentía y el sacrificio, de la importancia y el sentido de la vida, de la familia.
Kobayashi muestra la cara más amarga, la verdadera, del mundo de los samuráis y su bushido. Y muestra que bajo y por encima de todas las normas e imposiciones, bajo toda la moral, son personas, hombres. Que comen, que sangran, que lloran y que aman.
Hay films que al acabar uno agradece su existencia, son pequeños milagros, que el arte y el tiempo trae a nuestros pies. Milagros de hombres que hablan sobre los hombres, y que se celebraran, conmocionado por su fuerza.
3 de mayo de 2025
3 de mayo de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bajo la estricta paz del régimen militar, Hanshirō, el ronin, emerge en una sala de tatami y pilares simétricos, simbolizando un orden que ha dejado a miles de samuráis sin causa ni señor. El ritual del Seppuku (Harakiri) se transmuta en un grito de rebeldía: lo que debería ser un acto de honor se convierte en una feroz denuncia contra un código que encarcela al individuo. Esta fusión de historia y protesta convierte a Harakiri en un alegato universal sobre la dignidad y la opresión.
El guion deshila con precisión el mito samurái mediante flashbacks contrapuestos que exponen la hipocresía del bushido (el camino del guerrero). Cada versión del pasado revela una grieta moral: Hanshirō proclama que el "verdadero samurái" no es más que una máscara de vanidad. En este combate dialéctico entre el deber impuesto y la justicia personal, Harakiri eleva el melodrama a un ensayo ético, donde venganza y sacrificio discurren en paralelo.
Masaki Kobayashi compone la acción con rigor litúrgico: los movimientos de cámara, los contraluces severos y los planos cenitales transforman cada estancia en un escenario de juicio. Tatsuya Nakadai encarna a Hanshirō con una gravedad que impone silencio: su mirada, apenas un gesto, convierte la espera en una tensión palpable. La puesta en escena se convierte en un ritual visual que subraya la solemnidad de cada gesto.
La fotografía en claroscuro talla un espacio de sombras profundas donde el acero reluce con crueldad. El montaje, medido y sin concesiones, alterna pausa y sorpresa, mientras una partitura austera, con rasgueos de biwa y largos silencios, se cuela como un eco discreto, reforzando el peso del vacío. Cada recurso técnico refuerza la austeridad monumental de un relato donde la forma y la función convergen en un solo golpe.
Presentada en Cannes en 1963 y consagrada como arquetipo del cine anti-samurái, Harakiri permanece como una sentencia moral que trasciende épocas y fronteras. Su crítica implacable a la autoridad feudal y su estética de hierro y sombra han inspirado a generaciones de cineastas. Hoy, más que un clásico, es un espejo que desafía nuestra noción de honor y autoridad, y una lección sobre la fuerza de la verdad frente al ritual.
El guion deshila con precisión el mito samurái mediante flashbacks contrapuestos que exponen la hipocresía del bushido (el camino del guerrero). Cada versión del pasado revela una grieta moral: Hanshirō proclama que el "verdadero samurái" no es más que una máscara de vanidad. En este combate dialéctico entre el deber impuesto y la justicia personal, Harakiri eleva el melodrama a un ensayo ético, donde venganza y sacrificio discurren en paralelo.
Masaki Kobayashi compone la acción con rigor litúrgico: los movimientos de cámara, los contraluces severos y los planos cenitales transforman cada estancia en un escenario de juicio. Tatsuya Nakadai encarna a Hanshirō con una gravedad que impone silencio: su mirada, apenas un gesto, convierte la espera en una tensión palpable. La puesta en escena se convierte en un ritual visual que subraya la solemnidad de cada gesto.
La fotografía en claroscuro talla un espacio de sombras profundas donde el acero reluce con crueldad. El montaje, medido y sin concesiones, alterna pausa y sorpresa, mientras una partitura austera, con rasgueos de biwa y largos silencios, se cuela como un eco discreto, reforzando el peso del vacío. Cada recurso técnico refuerza la austeridad monumental de un relato donde la forma y la función convergen en un solo golpe.
Presentada en Cannes en 1963 y consagrada como arquetipo del cine anti-samurái, Harakiri permanece como una sentencia moral que trasciende épocas y fronteras. Su crítica implacable a la autoridad feudal y su estética de hierro y sombra han inspirado a generaciones de cineastas. Hoy, más que un clásico, es un espejo que desafía nuestra noción de honor y autoridad, y una lección sobre la fuerza de la verdad frente al ritual.
8 de junio de 2010
8 de junio de 2010
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre ha sido complicado definir la palabra honor. Si nos vamos al diccionario de la Real Academia de la lengua vemos que el honor es "Cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo". Y no es moco de pavo para los japoneses, para los que el honor vale mucho más que la propia vida.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce, y no todos son tan "honorables" como aparentan ser. Precisamente Masaki Kobayashi, el director de la cinta, decide hablar sobre ese tema y muchos otros en esta magnífica pelicula.
La historia se desarrolla en el Sg. XVII, y en ella nos encontrama con Tsugumo, un samurai que, tras finalizar la guerra y encontrarse sin nadie que le contrate, ha de iniciar una vida de miseria y de penurias durante años hasta que, agotado por la situación, decide practicarse el harakiri en la casa de Iyi, frente al señor de la casa y sus subditos. Pero antes se permite el lujo de narrarles la historia de su vida...
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce, y no todos son tan "honorables" como aparentan ser. Precisamente Masaki Kobayashi, el director de la cinta, decide hablar sobre ese tema y muchos otros en esta magnífica pelicula.
La historia se desarrolla en el Sg. XVII, y en ella nos encontrama con Tsugumo, un samurai que, tras finalizar la guerra y encontrarse sin nadie que le contrate, ha de iniciar una vida de miseria y de penurias durante años hasta que, agotado por la situación, decide practicarse el harakiri en la casa de Iyi, frente al señor de la casa y sus subditos. Pero antes se permite el lujo de narrarles la historia de su vida...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y en esa vida vemos a un hombre que, aún viviendo en la pobreza más absoluta, es bastante feliz junto a su guapísima hija Mijo, subsistiendo a base de montar parasoles de papel. Aquí tenemos a un hombre honorable en el más amplio sentido de la palabra. Incluso cuando le ofrecen "ceder" a su hija a una poderosa casa para mejorar considerablemente su situación económica, él rechaza de plano la idea sabiendo que convertirian a su hija en una concubina. Y le busca rápidamente marido: Hanshiro, un hombre también pobre como las ratas pero culto y honorable.
Hanshiro y Mijo tienen un hijo, Kingo, y todos forman una familia pobre pero unida y feliz. Hasta que la desgracia se ceba con ellos y tanto Kingo como Mijo enferman. Ante la situación desesperada de no poder pagar un médico que les examine y les cure, Hanshiro se encamina a la casa de Iyi amenazando con practicarse el harakiri (aunque en realidad no tiene intención real de practicárselo, sino que espera unas pocas monedas que le ayuden a salir del trance).
Y es aquí cuando se encuentra con el personaje mas repugnante de la película, el propio señor de la casa, que accede a que Hanshiro se suicide, y de paso, disfrutar del espectáculo. Incluso cuando Hanshiro intenta escapar de la casa, los samurais contratados por la casa de Iyi le "disuaden" de esa idea.
Enterado de la situación, su suegro, Tsugumo, acude a la casa con intención de practicarse el harakiri, pero a la vez con la intención de reprocharle al señor de la casa su actitud. Él es consciente de que lo que hizo su yerno no estuvo bien, pero es muy fácil hablar de honor cuando se tiene una hacienda, criados, dinero y la barriga llena. Pues el honor real consiste en saber comprender las miserias y los problemas del prójimo, y ser capaz de ayudarle cuando su situación se vuelve desesperada, y no mostrarse frío y amenazador, amén de implacable
Por último, vemos lo "honorable" que es el señor de la casa de Iyi, capaz de mentir y asesinar con tal de mantener el buen nombre de la casa. Ahí está la crítica mas dolorosa del film, pero hay muchas otras que debes descubrir cuando veas esta obra maestra.
Una película maravillosa e imprescindible que hay que ver con la mente abierta y la mirada limpia, pues como se dice en la peli: "El ojo desconfiado atrae el mal".
Hanshiro y Mijo tienen un hijo, Kingo, y todos forman una familia pobre pero unida y feliz. Hasta que la desgracia se ceba con ellos y tanto Kingo como Mijo enferman. Ante la situación desesperada de no poder pagar un médico que les examine y les cure, Hanshiro se encamina a la casa de Iyi amenazando con practicarse el harakiri (aunque en realidad no tiene intención real de practicárselo, sino que espera unas pocas monedas que le ayuden a salir del trance).
Y es aquí cuando se encuentra con el personaje mas repugnante de la película, el propio señor de la casa, que accede a que Hanshiro se suicide, y de paso, disfrutar del espectáculo. Incluso cuando Hanshiro intenta escapar de la casa, los samurais contratados por la casa de Iyi le "disuaden" de esa idea.
Enterado de la situación, su suegro, Tsugumo, acude a la casa con intención de practicarse el harakiri, pero a la vez con la intención de reprocharle al señor de la casa su actitud. Él es consciente de que lo que hizo su yerno no estuvo bien, pero es muy fácil hablar de honor cuando se tiene una hacienda, criados, dinero y la barriga llena. Pues el honor real consiste en saber comprender las miserias y los problemas del prójimo, y ser capaz de ayudarle cuando su situación se vuelve desesperada, y no mostrarse frío y amenazador, amén de implacable
Por último, vemos lo "honorable" que es el señor de la casa de Iyi, capaz de mentir y asesinar con tal de mantener el buen nombre de la casa. Ahí está la crítica mas dolorosa del film, pero hay muchas otras que debes descubrir cuando veas esta obra maestra.
Una película maravillosa e imprescindible que hay que ver con la mente abierta y la mirada limpia, pues como se dice en la peli: "El ojo desconfiado atrae el mal".
26 de diciembre de 2012
26 de diciembre de 2012
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que peliculón. Ideal para verla de madrugada, con las luces apagadas y por supuesto en versión original.
Me gusta mucho más que los 7 samurais, de hecho me gustó tanto esta pelicula que fue la que me animó a ver la del maestro Korosawa esperando ver otra película que me emocionara tanto como esta, pero quizá fue esto mismo lo que hizo que no disfrutara tanto al ver los 7 samurais... porque tenía en mente todavia esta espectacular película.
Me gusta mucho más que los 7 samurais, de hecho me gustó tanto esta pelicula que fue la que me animó a ver la del maestro Korosawa esperando ver otra película que me emocionara tanto como esta, pero quizá fue esto mismo lo que hizo que no disfrutara tanto al ver los 7 samurais... porque tenía en mente todavia esta espectacular película.
28 de abril de 2013
28 de abril de 2013
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin lugar a dudas una película de las mejores de la historia.
Todo está muy bien puesto, actores, puesta en escena, rodada para la época de manera impecable, con un apabullante dominio de la estética y el tiempo, los silencios, las pausas; pero lo más importante es que todo se pone al servicio de un guión magistral, que como Tsugumo, va presentando pacientemente las distintas piezas de la historia, moviéndonos sobre el tatami como un experto karateka que se aprovecha de nuestra impulsividad para enjuiciar y juzgar, para derribarnos en cada escena. Y es que cómo no, la película habla de la vida misma, de cómo unos y otros nos comportamos, cómo la soberbia y la falta de empatía nos lleva a juzgar a los demás con ligereza y a nosotros mismos con indulgencia.
Todas estas ideas se visten en la época feudal nipona, pero es algo tan actual, que es bastante alarmante que el reciente remake sea tan absolutamente ofensivo a esta obra maestra.
Es posible que a personas insensibles, incapaces de hacer el esfuerzo de masticar por sí mismas en vez de tomar una papilla facilona y rápida de cine de tiros o espadas, les parezca lenta, lo lamento por ellos porque sin duda se pierden una obra de arte legendaria.
Personajes bien definidos, llenos de matices, historias insinuadas, sugeridas, diálogos inteligentes y llenos de sustancia... simplemente una obra maestra.
Todo está muy bien puesto, actores, puesta en escena, rodada para la época de manera impecable, con un apabullante dominio de la estética y el tiempo, los silencios, las pausas; pero lo más importante es que todo se pone al servicio de un guión magistral, que como Tsugumo, va presentando pacientemente las distintas piezas de la historia, moviéndonos sobre el tatami como un experto karateka que se aprovecha de nuestra impulsividad para enjuiciar y juzgar, para derribarnos en cada escena. Y es que cómo no, la película habla de la vida misma, de cómo unos y otros nos comportamos, cómo la soberbia y la falta de empatía nos lleva a juzgar a los demás con ligereza y a nosotros mismos con indulgencia.
Todas estas ideas se visten en la época feudal nipona, pero es algo tan actual, que es bastante alarmante que el reciente remake sea tan absolutamente ofensivo a esta obra maestra.
Es posible que a personas insensibles, incapaces de hacer el esfuerzo de masticar por sí mismas en vez de tomar una papilla facilona y rápida de cine de tiros o espadas, les parezca lenta, lo lamento por ellos porque sin duda se pierden una obra de arte legendaria.
Personajes bien definidos, llenos de matices, historias insinuadas, sugeridas, diálogos inteligentes y llenos de sustancia... simplemente una obra maestra.
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