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El club

Drama Cuatro sacerdotes conviven en una retirada casa de un pueblo costero, bajo la mirada de Mónica, una monja cuidadora. Los curas están ahí para purgar sus pecados y hacer penitencia. La rutina y tranquilidad del lugar se rompe cuando llega un atormentado quinto sacerdote, y los huéspedes reviven el pasado que creían haber dejado atrás. (FILMAFFINITY)
Críticas 106
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7
12 de noviembre de 2015 2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La fotografía y el ambiente nos preparan para una historia poco complaciente, muy dura, como Larraín lo ha sido con sus personajes, demasiado reales a nuestro pesar. El problema que nos presenta rompe los limites de las fronteras chilenas para extenderse al resto del mundo. A los lugares en los que la religión dirige la existencia de las personas y, por extensión de los animales que conviven con ellas. Es una película importante, magníficamente interpretada, escrita y dirigida
9
10 de marzo de 2016 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Y vio Dios que la luz era buena, y separó a la luz de las tinieblas”. Génesis 1:
Con ésta frase del Antiguo Testamento sobreimpresa en un negro tan profundo como amenazante, comienza una de las películas más duras y perturbadoras que nos ha dejado el año 2015. Aunque uno tiene la primera impresión de que esa casa, es una metáfora representativa del purgatorio, lo que el cineasta chileno Pablo Larraín nos propone es visitar las neblinosas y azufradas estancias del infierno. Puesto que en la actitud de los curas no existe el mínimo atisbo de arrepentimiento, de expiación, ni siquiera reconocimiento de culpa, la redención y la purificación final de los pecadores se muestra como un propósito tan estéril como inalcanzable.

Reseña completa en:
http://elcinepormontera.com/el-club-chile-pablo-larrain/
9
14 de mayo de 2016 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hasta El Club, no había visto ninguna película del cineasta chileno Pablo Larraín, ni siquiera el celebrado drama periodístico sobre la dictadura militar de Pinochet, No. Tras haber visto y sufrido El Club, me he prometido solventar esta falta. Porque detrás de las incómodas imágenes de esta película, hay un director de una valentía y un arrojo estético (a pesar de que pueda parecer todo lo contrario), que viendo la reverencia general que se ha hecho hacia el film que me ocupa, es uno de los grandes directores con los que cuenta el cine latinoamericano de hoy en día.

Porque El Club es cine social, pero también cine moral. Es un thriller incómodo y un retrato de costumbres enraizadas, en un país con una semilla católica tan enraizada como Chile. El Club es denuncia racional y también grito desgarrador. Muchos han evocado a Haneke, probablemente por lo incómodo de la imagen y la violencia explícita e implícita del metraje, así mismo, a mí también me vino a la cabeza Pasolini, por su feroz crítica a la institución eclesiástica, pero también por la ambigüedad de su planteamiento: hay momentos durante la cinta, en los que, sin quererlo, sientes compasión por sus protagonistas, e inmediatamente después te lo reprochas a ti mismo, estableciéndose un diálogo espectador-pantalla que resulta especialmente doloroso por el componente moral, inmoral y amoral de todo lo que El Club plantea, y es mucho.

En un remoto, aislado, frío y nubloso pueblo de la costa Chilena, existe una humilde casa donde varios sacerdotes sobrellevan humildemente su existencia. La llegada de un nuevo inquilino quiebra la –aparente– calma con la que estos religiosos viven, a la vez que revela y nos revela las verdaderas razones de ese aislamiento, unas razones que siempre están teñidas por la hipocresía de la iglesia. En esta casa encontramos antiguos abusadores de menores, sacerdotes que robaron niños a madres jóvenes, posibles chivos expiatorios del triste pasado político de Chile, hombres atormentados por una condición sexual que siempre pesa como un yugo, o simplemente, desmemoriados incapaces de recordar el horror que causaron, seguro, en el nombre de Dios… Pero ninguno de ellos es inocente, y aunque ninguno de ellos sea capaz de olvidar, todos han aprendido convenientemente a maquillar la verdad, su verdad, y disfrazar el odio de sus almas con devoción y penitencia.

Y gracias al sublime trabajo de dirección de Larraín, al prodigioso guión de Guillermo Calderón y Gabriel Villalobos, y a un reparto completo en estado de gracia, El Club se convierte prácticamente en una obra maestra, una de las películas más incómodas (y necesarias) que recuerdo en mucho tiempo. Es un prodigio la dinámica coral de sus actores: el patetismo traumático de Roberto Farías, los restos de humanismo (sólo los galgos que aparecen en la cinta merecen el perdón del que sus dueños tanto hablan) y del conflicto sexual de Alfredo Castro como el Padre Vidal; el alcoholismo y la crueldad disfrazada de lágrimas del Padre Ortega encarnado por Alejandro Goic, las seguras mentiras de Jaime Vadell como Padre Silva, el misterio inquietante detrás del silencio de Alejandro Sieveking, ese conveniente velo institucional e inquisidor (por contrarios que parezcan los conceptos) que representa Marcelo Alonso, y finalmente, la crueldad disfrazada de servilismo de la hermana Mónica, a la que da vida magistralmente Antonia Zegers; todos ellos constituyen el precario y repugnante universo hermético que compone El Club.

Finalmente, entre tanto dolor, pasado y presente, El Club deja poco lugar para la esperanza. La iglesia, como el negocio y empresa más antiguo que existe sobre esta tierra, sabe maquillar sus faltas y ocultar a sus culpables. La llegada del intruso como catalizador de la posible autodestrucción del club sólo se salda con un cerramiento más férreo y con el absoluto convencimiento de que Dios perdonará a estos pecadores. El espectador queda noqueado, ante lo poco que se puede hacer, ante tan poca luz y tanta oscuridad. Pero, al menos, existe gente valiente, como todos los implicados que han hecho posible esta película, que no se resignan a manchar el nombre de Dios con gente tan pueril como la que aquí hemos conocido.
4
25 de mayo de 2018 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fallido intento de crear la claustrofóbica y perturbadora atmósfera de Saló. Larraín no hace uso del poder de la imagen (posiblemente porque no sea tan bueno como dicen los jurados internacionales) y se limita a narrar anécdotas sucias (e introducidas con calzador) con las que pretende incomodarnos. Hay exceso de palabra y falta de cine.
10
11 de diciembre de 2020 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El club”, del chileno Pablo Larraín, es la película que mejor refleja el vomitivo asunto de la pederastia en el seno de la iglesia católica. Y lo es porque su propuesta es dura, descarnada, un puñetazo en mitad del estómago del espectador, fría, agreste, despiadada, gélida, implacable, que araña al espectador hasta causarle heridas, (maravillosamente) desagradable y todo ello, ese es su mayor mérito, sin caer en ningún momento en el morbo de mostrar una sola imagen al respecto. Todo ocurrió en el pasado, está fuera de campo, porque a Larraín solo le preocupan las consecuencias de semejantes aberrantes hechos, no los hechos en sí.

En su propuesta abigarrada e inmisericorde con el espectador, resulta muy superior a otros acercamientos al mismo tema más celebrados (pero más dulcificados y comerciales) como “Spotlight” de Thomas McCarthy o “Gracias a Dios” de Francois Ozon. Y con ciertos golpes salvajes de guión que lo acercan al dios Michael Haneke, un estilo cinematográfico ya en sí mismo.

Es una película que pretende y logra ser abiertamente perturbadora y desagradable desde un prisma distante y gélido. Una película que carece absolutamente del más mínimo rastro de amor o humor. Desasosegante en su alejamiento despiadado respecto de los personajes.

Con un estilo visual también agreste, una fotografía descolorida y feísta, unos movimientos de cámara sutiles, unos primeros planos demoledores, nos acerca al interior de una casa en la playa que es el retiro donde la iglesia católica tiene confinados a sacerdotes de oscuro pasado que tienen muchas culpas que expiar y mucho sobre lo que reflexionar, obviamente con la intención expresa de correr un tupido velo. Pero claro, todos se sienten inocentes. No tienen más compañía que una monja, igualmente de pasado escabroso, que desarrolla a la vez su papel de cuidadora y carcelera.

Cuentan también con un galgo, con el que ganan apuestas en carreras, a pesar de que tienen prohibido relacionarse con los habitantes del pueblo. La violencia de Larraín es psicológica, pero insoportable, especialmente cuando aparece gritando en la puerta de la casa un adulto que fue víctima de la agresión sexual de uno de los sacerdotes que allí habitan. La violencia estalla y la autoridad eclesiástica manda a un “solucionador de problemas” que tendrá que tomar las riendas de tan infecto lugar. Una película no apta para todos los paladares pero un testamento fílmico de primera magnitud.
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