Los cuatrocientos golpes
1959 

8.0
33,092
Drama
Con sólo catorce años, Antoine Doinel se ve obligado no sólo a ser testigo de los problemas conyugales de sus padres, sino también a soportar las exigencias de un severo profesor. Un día, asustado porque no ha cumplido un castigo impuesto por el maestro, decide hacer novillos con su amigo René. Inesperadamente, ve a su madre en compañía de otro hombre; la culpa y el miedo lo arrastran a una serie de mentiras que poco a poco van calando ... [+]
7 de enero de 2012
7 de enero de 2012
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El título más conocido de François Truffaut y uno de los ejemplos clave de la corriente “Nouvelle Vague” francesa que se dió a conocer al mundo rompiendo esquemas y a contracorriente de lo que sucedía en el por entonces cine de antaño. La sencilla historia de un chico, un simple niño, con aire de rebeldía, acosado por un sistema impuesto por los adultos, a cual más agresivo y autoritario (empezando por la escuela) o la despreocupación que percibe frente a elols (de sus cariñosos padres a él, por intereses, y empezando por los de la madre). Engaño, hipocresía y unas normas rígidas afrentan al personaje de Antoine Donel (alter ego de François Truffaut interpretado por Jean-Pierre Léaud) a “liberarse” y tomarse el día libre por su cuenta. Con su amigo René (Patrick Auffay) decide hacer novillos y se pasan las horas correteando por las calles de Paris y visitando el parque de atracciones. Pero el gran sueño de Antoine, chico de ciudad, es presenciar el mar.
La infancia siempre ha acompañado al realizador François Truffaut en mayor parte de sus películas. Junto con otra pequeña joya posterior, “La Piel Dura” (l´Argent de Poche, 1976), “Los Cuatrocientos Golpes” es una de sus obras más celebradas, así como autobiográfica (con ecso de su juventud retazados en el personaje de Antoine). Lo que justifica ese sexto sentido que poseía el director de “La Noche Americana” (La Nuit Americaine, 1973) hacia la sensibilidad del mundo infantil y su particular visión de ver un mundo adulto, austero como cruel.
La infancia siempre ha acompañado al realizador François Truffaut en mayor parte de sus películas. Junto con otra pequeña joya posterior, “La Piel Dura” (l´Argent de Poche, 1976), “Los Cuatrocientos Golpes” es una de sus obras más celebradas, así como autobiográfica (con ecso de su juventud retazados en el personaje de Antoine). Lo que justifica ese sexto sentido que poseía el director de “La Noche Americana” (La Nuit Americaine, 1973) hacia la sensibilidad del mundo infantil y su particular visión de ver un mundo adulto, austero como cruel.
14 de diciembre de 2012
14 de diciembre de 2012
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuenta la historia de uno de esos niños que acaban en un hogar de acogida por tener una familia desestructurada.
Si no fuera en blanco y negro podríamos creernos, por su guión, que se trata de una película contemporánea. Los personajes son poliédricos, así como la historia, lo que le da una gran verosimilitud.
Es impresionante lo bien que están todos los actores, especialmente los niños. Tendré que investigar cómo hizo Truffaut el casting.
Si no fuera en blanco y negro podríamos creernos, por su guión, que se trata de una película contemporánea. Los personajes son poliédricos, así como la historia, lo que le da una gran verosimilitud.
Es impresionante lo bien que están todos los actores, especialmente los niños. Tendré que investigar cómo hizo Truffaut el casting.
2 de septiembre de 2014
2 de septiembre de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Viendo esto está claro porque se tiene en tal renombre al señor TRUFFAUT.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Viendo esto está claro porque se tiene en tal renombre al señor TRUFFAUT.
Me ha gustado por el mensaje de hostilidad de la sociedad que transmite, del inconformismo de un niño y de su incomprensión, ya que hay veces que hasta yo me siento así. Está claro que esta película en color no hubiera sido posible ya que el blanco y negro le va al dedillo. Y bueno, el final es magistral, como termina en la playa después de ese travelling corriendo. Un final merecedor de galardones.
Los planos de los niños pequeños en el teatro son increíbles y me transmiten la felicidad y la ilusión que uno tiene al ser pequeño por cualquier cosa.
Me ha gustado por el mensaje de hostilidad de la sociedad que transmite, del inconformismo de un niño y de su incomprensión, ya que hay veces que hasta yo me siento así. Está claro que esta película en color no hubiera sido posible ya que el blanco y negro le va al dedillo. Y bueno, el final es magistral, como termina en la playa después de ese travelling corriendo. Un final merecedor de galardones.
Los planos de los niños pequeños en el teatro son increíbles y me transmiten la felicidad y la ilusión que uno tiene al ser pequeño por cualquier cosa.
16 de julio de 2015
16 de julio de 2015
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Los 400 golpes” es una película que nace fruto de la ideología de un grupo de entusiastas del cine en la Francia de los 50 que querían recuperar el concepto de autoría en un cine nacional e internacional plagado de producciones industriales con una base muy guionizada. Es con esta mentalidad que el cineasta François Truffaut concibe esta opera prima suya con la que catapulta un movimiento cinematográfico que el tiempo le pondría el nombre de Nouvelle Vague, formado por unas obras caracterizadas por abrazar un mismo modo de entender el cine. De este modo, el director desarrolla esta historia sobre un adolescente dotado de una gran sensibilidad, Antoine Doinel, cuya sensación de rechazo por parte de la sociedad le hace aislarse de ella y empezar a llevar una vida de delincuencia.
Con “Los 400 golpes”, Truffaut consolidaría definitivamente la idea del cine como plasmación de una mirada expresiva del autor detrás de las cámaras, con unas imágenes repletas de más alegorías de lo que seguramente seria posible percatarse en un único visionado, relegando a un segundo plano aspectos técnicos como la puesta en escena aunque la película también sea un portento en este aspecto. Imprescindible.
Lee la crítica completa en: http://reelsofcinema.com/critica-los-400-golpes/
Con “Los 400 golpes”, Truffaut consolidaría definitivamente la idea del cine como plasmación de una mirada expresiva del autor detrás de las cámaras, con unas imágenes repletas de más alegorías de lo que seguramente seria posible percatarse en un único visionado, relegando a un segundo plano aspectos técnicos como la puesta en escena aunque la película también sea un portento en este aspecto. Imprescindible.
Lee la crítica completa en: http://reelsofcinema.com/critica-los-400-golpes/
31 de marzo de 2017
31 de marzo de 2017
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acostumbra a decirse de “Les quatre cent coups” que abrió una ventana para que entrase aire fresco en el adocenado panorama cinematográfico francés de la época. En mi opinión, la metáfora, además de trillada, se queda corta. Porque la cosecha que 1959 arrojó en el país vecino fue un huracán que sacudió el cine europeo hasta sus cimientos. Aquélla incluía, junto a la cinta que nos ocupa, hitos de la talla de “Hiroshima mon amour” (ídem), de Alain Resnais, y “À bout de souffle” (Al final de la escapada), de Jean-Luc Godard. A la última, si bien fechada un año después, se la considera, con justicia, la tercera pata de esa especie de manifiesto fundacional de la “nouvelle vague”. En efecto, se trató de una ola imparable, desatada cuando unos cuantos de los cachorros “cahieristas” amamantados por el influyente André Bazin, a cuya memoria —había muerto poco antes— dedica Truffaut esta “Les quatre cent coups”, decidieron coger el toro por los cuernos y hacer el tipo de películas que les hubiera gustado ver, demostrándole al mundo que algunos críticos sí tienen talento.
“Les quatre cent coups” es una mirada cargada de sensibilidad, que no sensiblería —tan simple de entender como, aparentemente, difícil de poner en práctica— al paraíso perdido de la infancia. Y eso que la de su protagonista, como la del propio Truffaut, no es ningún camino de rosas. Aun así, parecen presidir el espíritu de la película —y de la obra toda de su director— las hermosas palabras de Kundera: “el crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia”. La opera prima de Truffaut remite a pan con nocilla, a la rayuela —a “Rayuela”, con mayúscula, también— y a los coches de choque. “Les quatre cent coups” es un canto a la libertad, y no sólo creativa; es un canto a la libertad absoluta, la de los juegos infantiles. Los de antaño, sin (tantas) pantallas idiotizadoras, por lo menos. Las escenas escolares son particularmente encantadoras: esos profesores quemados; en la boca, junto al cigarrillo sempiterno, el trasnochado lamento por la falta de valores de las nuevas generaciones. Impagable resulta la secuencia de “La lièvre”, pocos dictados tan divertidos —y sin embargo, qué verosímil— se habrán visto nunca.
La película no es ningún prodigio técnico, qué duda cabe. Tampoco lo pretende, habida cuenta del amateurismo y autodidactismo de su director, o de que el neorrealismo italiano constituya uno de sus principales referentes. Abundan, de hecho, los desenfocados, y muchas de las extrañas angulaciones y planos detalle característicos de la “nouvelle vague” más bien responden a las estrecheces presupuestarias que a decisiones artísticas deliberadas. A falta de un estudio de rodaje, se recurre a localizaciones reales, donde no siempre puede maniobrarse con la cámara a discreción, como el diminuto apartamento en que vive la familia Doinel, o ese coche que al inicio recorre las calles de París y desde cuyo interior apenas si pueden ofrecerse unos contrapicados ciertamente atípicos.
En cuanto al protagonista, el también debutante Jean-Pierre Léaud compone un inolvidable Antoine Doinel. Alter ego de su más que mero director, mentor y casi pigmalión, la arrolladora naturalidad que aquí exhibe no le acompañará, por desgracia, en las subsiguientes colaboraciones con Truffaut, donde veremos al personaje hacerse adulto, aburguesarse y —supongo que a causa de eso mismo— ir perdiendo interés conforme asistimos a los sucesivos episodios de su vida, a saber: el mediometraje “Antoine et Colette” (Antoine y Colette), incluido en el film colectivo “L´ amour à vingt ans” (El amor a los veinte años, 1962), “Baisers volés” (Besos robados, 1968), “Domicile conjugal” (Domicilio conyugal, 1970), y “L´amour en fuite” (El amor en fuga, 1978).
“Les quatre cent coups” es una mirada cargada de sensibilidad, que no sensiblería —tan simple de entender como, aparentemente, difícil de poner en práctica— al paraíso perdido de la infancia. Y eso que la de su protagonista, como la del propio Truffaut, no es ningún camino de rosas. Aun así, parecen presidir el espíritu de la película —y de la obra toda de su director— las hermosas palabras de Kundera: “el crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia”. La opera prima de Truffaut remite a pan con nocilla, a la rayuela —a “Rayuela”, con mayúscula, también— y a los coches de choque. “Les quatre cent coups” es un canto a la libertad, y no sólo creativa; es un canto a la libertad absoluta, la de los juegos infantiles. Los de antaño, sin (tantas) pantallas idiotizadoras, por lo menos. Las escenas escolares son particularmente encantadoras: esos profesores quemados; en la boca, junto al cigarrillo sempiterno, el trasnochado lamento por la falta de valores de las nuevas generaciones. Impagable resulta la secuencia de “La lièvre”, pocos dictados tan divertidos —y sin embargo, qué verosímil— se habrán visto nunca.
La película no es ningún prodigio técnico, qué duda cabe. Tampoco lo pretende, habida cuenta del amateurismo y autodidactismo de su director, o de que el neorrealismo italiano constituya uno de sus principales referentes. Abundan, de hecho, los desenfocados, y muchas de las extrañas angulaciones y planos detalle característicos de la “nouvelle vague” más bien responden a las estrecheces presupuestarias que a decisiones artísticas deliberadas. A falta de un estudio de rodaje, se recurre a localizaciones reales, donde no siempre puede maniobrarse con la cámara a discreción, como el diminuto apartamento en que vive la familia Doinel, o ese coche que al inicio recorre las calles de París y desde cuyo interior apenas si pueden ofrecerse unos contrapicados ciertamente atípicos.
En cuanto al protagonista, el también debutante Jean-Pierre Léaud compone un inolvidable Antoine Doinel. Alter ego de su más que mero director, mentor y casi pigmalión, la arrolladora naturalidad que aquí exhibe no le acompañará, por desgracia, en las subsiguientes colaboraciones con Truffaut, donde veremos al personaje hacerse adulto, aburguesarse y —supongo que a causa de eso mismo— ir perdiendo interés conforme asistimos a los sucesivos episodios de su vida, a saber: el mediometraje “Antoine et Colette” (Antoine y Colette), incluido en el film colectivo “L´ amour à vingt ans” (El amor a los veinte años, 1962), “Baisers volés” (Besos robados, 1968), “Domicile conjugal” (Domicilio conyugal, 1970), y “L´amour en fuite” (El amor en fuga, 1978).
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here