El padrino III
1990 

7.8
76,774
Drama
Michael Corleone, heredero del imperio de don Vito Corleone, intenta rehabilitarse socialmente y legitimar todas las posesiones de la familia negociando con el Vaticano. Después de luchar toda su vida se encuentra cansado y centra todas sus esperanzas en encontrar un sucesor que se haga cargo de los negocios. Vincent, el hijo ilegítimo de su hermano Sonny, parece ser el elegido. (FILMAFFINITY) En diciembre de 2020 se estrenó en cines y ... [+]
7 de diciembre de 2009
7 de diciembre de 2009
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay quien piensa que esta tercera parte de El Padrino es la mejor de todas. Otros, la tachan totalmente de innecesaria. Yo, sin pensar ni lo que unos ni lo que otros, creo que nos encontramos ante una obra que no alcanza las cotas de perfección de las otras dos partes, pero desde luego ante una inmensa película, que resuelve el destino de la familia Corleone como no podía ser de otro modo.
Porque el tema de la película subraya y magnifica el de toda la saga: el poder como corrompedor máximo de los hombres. El fin de la vida de Michael, un hombre cuya existencia se ha entregado al alcance y el mantenimiento de un imperio, decisorio en la historia y abocado a la venganza y la soledad. Porque aquel que posee más de lo que cualquiera podría soñar está destinado a volverse o a que le vuelvan loco. Está destinado a ver desaparecer a sus seres queridos mientras él esté protegido por la férrea fortaleza que ha construido. Está destinado a perder el amor, en la vida o en la muerte.
Y este Michael ya no es el mismo. Aquel que vimos en la boda de su hermana, en la primera secuencia del primer Padrino era un joven inocente y apasionado, moral y soñador. Aquí se ha convertido en un humano en peligro, por las amenazan que le acechan y las que él mismo lleva en su ser.
Por ello, El Padrino III supone una recreación grandiosa de Al Pacino, lastrada por el dolor y las ausencias, una interpretación diametralmente perfecta a la altura del Brando de la primera parte y del De Niro de la segunda; y quizá, una de las mejores de su carrera.
Es Él, la música, y el hado operístico y trágico de esta historia lo que la elevan a categoría de clásico, sin alcanzar, sin embargo, la categoría de Obra maestra debido a algún fallo garrafal de casting. No se pueden dar dos personajes de tanto peso, tanta carga dramática, y tan ricos, a unos actores tan pobres como Sofía Coppola y Andy García. Los Winona Ryder y Johnny Deep de la época hubieran hecho maravillas. Pero estos dos intérpretes se saltan a la torera la carga mítica de la historia y la credibilidad en general.
Pero salvando esto, El Padrino III supone un apasionante viaje a los tormentos de la soledad y el poder como causas de la mayor tragedia: perder a los hijos.
Porque el tema de la película subraya y magnifica el de toda la saga: el poder como corrompedor máximo de los hombres. El fin de la vida de Michael, un hombre cuya existencia se ha entregado al alcance y el mantenimiento de un imperio, decisorio en la historia y abocado a la venganza y la soledad. Porque aquel que posee más de lo que cualquiera podría soñar está destinado a volverse o a que le vuelvan loco. Está destinado a ver desaparecer a sus seres queridos mientras él esté protegido por la férrea fortaleza que ha construido. Está destinado a perder el amor, en la vida o en la muerte.
Y este Michael ya no es el mismo. Aquel que vimos en la boda de su hermana, en la primera secuencia del primer Padrino era un joven inocente y apasionado, moral y soñador. Aquí se ha convertido en un humano en peligro, por las amenazan que le acechan y las que él mismo lleva en su ser.
Por ello, El Padrino III supone una recreación grandiosa de Al Pacino, lastrada por el dolor y las ausencias, una interpretación diametralmente perfecta a la altura del Brando de la primera parte y del De Niro de la segunda; y quizá, una de las mejores de su carrera.
Es Él, la música, y el hado operístico y trágico de esta historia lo que la elevan a categoría de clásico, sin alcanzar, sin embargo, la categoría de Obra maestra debido a algún fallo garrafal de casting. No se pueden dar dos personajes de tanto peso, tanta carga dramática, y tan ricos, a unos actores tan pobres como Sofía Coppola y Andy García. Los Winona Ryder y Johnny Deep de la época hubieran hecho maravillas. Pero estos dos intérpretes se saltan a la torera la carga mítica de la historia y la credibilidad en general.
Pero salvando esto, El Padrino III supone un apasionante viaje a los tormentos de la soledad y el poder como causas de la mayor tragedia: perder a los hijos.
4 de septiembre de 2010
4 de septiembre de 2010
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
No voy a decir que esta es una película buenisisisisísima, porque la realidad es que, llegados a este punto eso sería redundante, realzar lo evidente, quien no haya visto las anteriores mejor hará en leer sus críticas, a quien ya las ha visto y no ha visto ésta, en realidad no la necesita (la crítica, quiero decir), además hace mucho que la vi por última vez.
El Padrino, como saga, es un retrato, una fotografía precisa, afilada, de la sociedad estadounidense del siglo XX. Y el que diga que el Padrino III no es tan buena como sus predecesoras, tal vez debería ver el conjunto, la intención. En el Padrino I se nos muestra el fin de una generación y el advenimiento de la siguiente; en la segunda parte, por un lado el origen (verdadero origen con la llegada de Vitto Andolini a Nueva York), por otro lado la plenitud, exultante, de la era Michael Corleone; en la tercera es la madurez y el estertor de muerte. Una metáfora del paso del tiempo y las muescas que deja, y, como dije, un retrato de la sociedad, con sus carencias y sus virtudes, en tres momentos a lo largo de cien años, como quien dice. Una buena muestra de esto son las primeras medias horas de las tres películas, una verdadera radiografía social.
El Padrino III es decadente, carece, en cierto modo, de la clase de la primera, que nos muestra una sociedad de caballeros, con un código de honor férreo que ya no existe en la segunda parte. También carece de la energía de la segunda parte. Pero no por ello es una mala película, ni muchísimo menos; transmite exactamente lo que necesita transmitir, que el ciclo está cerrado y la llama extinta.
El Padrino (I, II y III) es definitivamente una gran película.
El Padrino, como saga, es un retrato, una fotografía precisa, afilada, de la sociedad estadounidense del siglo XX. Y el que diga que el Padrino III no es tan buena como sus predecesoras, tal vez debería ver el conjunto, la intención. En el Padrino I se nos muestra el fin de una generación y el advenimiento de la siguiente; en la segunda parte, por un lado el origen (verdadero origen con la llegada de Vitto Andolini a Nueva York), por otro lado la plenitud, exultante, de la era Michael Corleone; en la tercera es la madurez y el estertor de muerte. Una metáfora del paso del tiempo y las muescas que deja, y, como dije, un retrato de la sociedad, con sus carencias y sus virtudes, en tres momentos a lo largo de cien años, como quien dice. Una buena muestra de esto son las primeras medias horas de las tres películas, una verdadera radiografía social.
El Padrino III es decadente, carece, en cierto modo, de la clase de la primera, que nos muestra una sociedad de caballeros, con un código de honor férreo que ya no existe en la segunda parte. También carece de la energía de la segunda parte. Pero no por ello es una mala película, ni muchísimo menos; transmite exactamente lo que necesita transmitir, que el ciclo está cerrado y la llama extinta.
El Padrino (I, II y III) es definitivamente una gran película.
27 de noviembre de 2011
27 de noviembre de 2011
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El broche de oro para la mejor trilogía de la historia del cíne, es una gran película, criticada e incomprendida por muchos, está claro que no llega al nivel del las dos primeras pero es que casi niguna lo está, también se le ha achacado que no esté adaptada de un libro como sus antecesoras, la historia de la decadencia y los remordimientos de michael me pareció buena, las interpretaciones de Al Pacino y Andy García geniales, el final de la película es de los mejores que he visto, el unico lunar que le pongo a esta película es la pésima interpretación de Sofia Coppola como la hija de corleone, por lo demas magnífica.
5 de marzo de 2012
5 de marzo de 2012
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magnífico Al Pacino, que demuestra que no es un actor sobrevalorado, un maquillaje estupendo que hace que Al Pacino, que en los 90 no tenía cara de viejo, Andy García, hace un PAPELÓN, un argumento de 5 estrellas, el problema, es que tendemos a compararla con los demás padrinos, I Y II, apuesto a que en los 90, si la película se llamase El último mafioso o no se un nombre distintos, hubiera ganado Oscars. Seré breve, el argumento es genial, digamos que es la caída del imperio Corleone, apenas con ejército, ni amigos, Michael Corleone se defiende su título. Con un final que más que sorprende, te hace llorar. Una ópera prima, lujosa, y sobre todo magnífica
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
R.I.P Mario Puzo
7 de enero de 2017
7 de enero de 2017
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cartel publicitario de este film muestra a uno de los mayores asesinos del mundo plegando sus manos en una oración al Dios del Vaticano. La imagen se subraya con un lema: “Todo el poder del mundo no puede cambiar el destino”. O sea que Coppola y Puzo han convertido al materialista lúcido en un meapilas fatalista.
Pienso que películas tan redondas como “El Padrino” no necesitan una secuela, y mucho menos formar parte de una trilogía. Aun así, puedo reconocer en la segunda entrega buena parte de las esencias de la primera e incluso alguna aportación. La tercera, en cambio, estrenada 16 años después de la segunda, llega tarde y, a mi juicio, mal.
Todavía sin verla, a la inquietud producida por el cartel publicitario se suma la del reparto. Si el primero, con Brando, Duvall, Pacino y Keaton, alcanzaba cotas irrepetibles, en este epílogo innecesario, las ausencias de Brando y Duvall se han intentado suplir con Andy García y George Hamilton, dos actores inanes. Tampoco los diálogos entre García y Sofia Coppola, previsibles, rutinarios, pueden reeditar los de Pacino y Keaton, cargados de tensión y enseñanza entre velada. A García se le da cancha, pero ni sabe ni puede sacar partido de un personaje que parece injertado de otros cines: guardaespaldas providencial, jinete inverosímil,...
En la película original todo parecía sorprendentemente nuevo. Incluso los elementos prestados, como la escalera inspirada en Potemkin, tenía un aire de revisión meritoria. La matanza de rivales sucedía en escenarios que iban desde la cotidianeidad de una sauna al pórtico suntuoso de una catedral. Aquí, en cambio, se busca deslumbrar al espectador con un artificio técnico al que ya está acostumbrado: el estruendo de las hélices, los proyectiles destrozando una cúpula de cristal, conscientes de a quien deben matar y a quien respetar, el caos en el que sólo el héroe sabe desenvolverse... Todo parece una mala copia. Hasta los elementos secundarios, como el caballo, que en 1972 nos había provocado un escalofrío inesperado, y en 1990 debe conformarse con un papelito vulgar, propio de un western de tercera, para que el héroe se luzca como jinete urbano y justiciero.
Con “El Padrino III”, Coppola y Puzo saltan del documento social al thriller de entretenimiento (aburrimiento) y de la denuncia al encubrimiento. Porque mucho se ha escrito sobre la audacia con que se muestran los trapicheos de la Iglesia, pero cualquier crítica a la santa institución se disuelve cuando Michael Corleone identifica honradez y sentimiento religioso: “Es un hombre honrado, un hombre de Dios”, dice del cardenal Lamberto (futuro papa Juan Pablo I). La aparente osadía de escenificar su envenenamiento por el arzobispo Gildey no es más que una reedición de esa falacia, a la que tan adictos son los aduladores del Poder, que consiste en ensalzar la bondad del patrón culpando al capataz de todas las maldades.
Pienso que películas tan redondas como “El Padrino” no necesitan una secuela, y mucho menos formar parte de una trilogía. Aun así, puedo reconocer en la segunda entrega buena parte de las esencias de la primera e incluso alguna aportación. La tercera, en cambio, estrenada 16 años después de la segunda, llega tarde y, a mi juicio, mal.
Todavía sin verla, a la inquietud producida por el cartel publicitario se suma la del reparto. Si el primero, con Brando, Duvall, Pacino y Keaton, alcanzaba cotas irrepetibles, en este epílogo innecesario, las ausencias de Brando y Duvall se han intentado suplir con Andy García y George Hamilton, dos actores inanes. Tampoco los diálogos entre García y Sofia Coppola, previsibles, rutinarios, pueden reeditar los de Pacino y Keaton, cargados de tensión y enseñanza entre velada. A García se le da cancha, pero ni sabe ni puede sacar partido de un personaje que parece injertado de otros cines: guardaespaldas providencial, jinete inverosímil,...
En la película original todo parecía sorprendentemente nuevo. Incluso los elementos prestados, como la escalera inspirada en Potemkin, tenía un aire de revisión meritoria. La matanza de rivales sucedía en escenarios que iban desde la cotidianeidad de una sauna al pórtico suntuoso de una catedral. Aquí, en cambio, se busca deslumbrar al espectador con un artificio técnico al que ya está acostumbrado: el estruendo de las hélices, los proyectiles destrozando una cúpula de cristal, conscientes de a quien deben matar y a quien respetar, el caos en el que sólo el héroe sabe desenvolverse... Todo parece una mala copia. Hasta los elementos secundarios, como el caballo, que en 1972 nos había provocado un escalofrío inesperado, y en 1990 debe conformarse con un papelito vulgar, propio de un western de tercera, para que el héroe se luzca como jinete urbano y justiciero.
Con “El Padrino III”, Coppola y Puzo saltan del documento social al thriller de entretenimiento (aburrimiento) y de la denuncia al encubrimiento. Porque mucho se ha escrito sobre la audacia con que se muestran los trapicheos de la Iglesia, pero cualquier crítica a la santa institución se disuelve cuando Michael Corleone identifica honradez y sentimiento religioso: “Es un hombre honrado, un hombre de Dios”, dice del cardenal Lamberto (futuro papa Juan Pablo I). La aparente osadía de escenificar su envenenamiento por el arzobispo Gildey no es más que una reedición de esa falacia, a la que tan adictos son los aduladores del Poder, que consiste en ensalzar la bondad del patrón culpando al capataz de todas las maldades.
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