El ogro de Atenas
1956 

6.8
203
Drama. Cine negro. Intriga
La vida de un trabajador de banca, un hombre gris e insignificante, cambia de repente cuando es confundido con un peligroso criminal, "El Ogro de Atenas". (FILMAFFINITY)
15 de junio de 2012
15 de junio de 2012
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Thomas (Dinos Iliopoulos) es un apocado empleado de banca en una Atenas recién salida como aquel que dice de la Segunda Guerra Mundial, apesadumbrado por una vida gris, que en una Nochevieja de Mil Novecientos Cincuenta y tantos, se ve obligado a huir de la pensión al no poder pagar el alquiler.
Según hemos visto en un periódico al mismo tiempo que Thomas cuando viajaba en un autobús, existe un peligroso y buscado criminal conocido por "El Ogro", criminal por cuya foto vemos que es clavadito a él; un policía cree reconocerle, silba pidiendo ayuda y Thomas escapa sin saber muy bien porque, topando en su huida con Carmen, una bailarina española que actúa en un club y que tomándole por el famoso Ogro le lleva a dicho club.
Una vez en la sala de fiestas, tras una serie de incidentes, el dueño de esta y sus compadres creen que Thomas es "El Ogro" y le tratan con respeto y deferencia, proponiéndole dirija un plan que tienen en marcha para vender las columnas del templo de Zeus a un americano que está interesado en llevárselas a su país (supongo que un magnate del estilo W.R. Hearsth – ya saben, el que puso la guerra de Cuba, e inspirador de Orson Welles para su "Ciudadano Kane" – en cuyo rancho San Simeón se empleo arquitectura de otros países con turbios procedimientos de adquisición); Thomas en parte por miedo a las consecuencias de defraudar a sus admiradores tal y como se ha puesto la cosa, y mayormente por lo bien que se siente siendo respetado y admirado por delincuentes y bailarinas, no les saca del equívoco y tira para adelante en plan "Ogro" total.
Sigue en spoiler por falta de espacio:
Según hemos visto en un periódico al mismo tiempo que Thomas cuando viajaba en un autobús, existe un peligroso y buscado criminal conocido por "El Ogro", criminal por cuya foto vemos que es clavadito a él; un policía cree reconocerle, silba pidiendo ayuda y Thomas escapa sin saber muy bien porque, topando en su huida con Carmen, una bailarina española que actúa en un club y que tomándole por el famoso Ogro le lleva a dicho club.
Una vez en la sala de fiestas, tras una serie de incidentes, el dueño de esta y sus compadres creen que Thomas es "El Ogro" y le tratan con respeto y deferencia, proponiéndole dirija un plan que tienen en marcha para vender las columnas del templo de Zeus a un americano que está interesado en llevárselas a su país (supongo que un magnate del estilo W.R. Hearsth – ya saben, el que puso la guerra de Cuba, e inspirador de Orson Welles para su "Ciudadano Kane" – en cuyo rancho San Simeón se empleo arquitectura de otros países con turbios procedimientos de adquisición); Thomas en parte por miedo a las consecuencias de defraudar a sus admiradores tal y como se ha puesto la cosa, y mayormente por lo bien que se siente siendo respetado y admirado por delincuentes y bailarinas, no les saca del equívoco y tira para adelante en plan "Ogro" total.
Sigue en spoiler por falta de espacio:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Hasta aquí la cosa apunta a comedia apuntalada por crítica social, pero, nada más lejos de la realidad, de comedia nada; estamos ante una tragedia griega con todas las de la ley, pasada por un filtro cuasi neorrealista, en base a ese magnífico retrato de la miseria y fatalismo que impregnan personajes, ciudad y diálogos de una Atenas de posguerra (entre líneas, supongo que debido a la censura), con ese elenco femenino de cabareteras a modo de coro griego (visualmente muy interesantes y poderosos los números musicales, tanto de ellas como en el que vemos a ellos) y ese final con el pobre hombrecillo que por primera vez en su vida se siente respetado, y se nos muestra pleno de dignidad en sus últimos suspiros.
Súmese a todo esto, unas interpretaciones y dirección realmente soberbias, en la que la utilización de primeros planos para describir los hechos y situaciones desde la expresividad de sus protagonistas, y una cierta tosquedad en transiciones y algún que otro apartado técnico (subrayando la acción en las escenas iniciales, una insólita - para mí - banda sonora de inequívoca procedencia griega, algo así como un sirtaki en clave de thriller), que lejos de restar, suman, y tenemos una muy interesante película para amantes del cine de amplias miras en general, y un muy interesante documento histórico/sociológico (ya saben, entre líneas y casi de refilón, americanos expoliadores, circunstancias de guerra y posguerra, y demás) para cualquier tipo de público con ansias de aprender.
Súmese a todo esto, unas interpretaciones y dirección realmente soberbias, en la que la utilización de primeros planos para describir los hechos y situaciones desde la expresividad de sus protagonistas, y una cierta tosquedad en transiciones y algún que otro apartado técnico (subrayando la acción en las escenas iniciales, una insólita - para mí - banda sonora de inequívoca procedencia griega, algo así como un sirtaki en clave de thriller), que lejos de restar, suman, y tenemos una muy interesante película para amantes del cine de amplias miras en general, y un muy interesante documento histórico/sociológico (ya saben, entre líneas y casi de refilón, americanos expoliadores, circunstancias de guerra y posguerra, y demás) para cualquier tipo de público con ansias de aprender.
21 de julio de 2011
21 de julio de 2011
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las comparaciones son odiosas, y si bien es innegable que "O drakos" es un claro ejemplo de cine negro -quizás su muestra más paradigmática-, también lo es que esta película de Nikos Koundouros tiene indudables paralelismos con el neorrealismo italiano de Rossellini en su voluntad por mostrar la realidad de la Grecia de postguerra en toda su crudeza. No fue fácil sacar adelante films como éste: Grecia había salido siete años antes de una sangrienta guerra civil marcada por un poderoso componente ideológico y ésta -junto a todo lo relacionado con la izquierda- eran un tema tabú; por otra parte, el propio Koundouros había tenido que marchar al exilio durante los años del conflicto, de tal manera que sus actividades como artista eran observadas con lupa. Todas estas circunstancias marcaron de forma indeleble "O drakos", dándole esa sutileza que la caracteriza en el tratamiento del presente político inmediato y que, en ocasiones, recuerda al mejor cine de Berlanga. A pesar de todo, el impacto del trabajo fue tal que durante muchos años los productores se negaron a financiar los proyectos de Koundouros.
Precisamente no es casual que dos marcadas influencias de “O drakos” sean el expresionismo alemán (¿cómo no ver en ciertos momentos un hermoso homenaje a “M, el vampiro de Düsseldorf”?) y, obviamente, el cine negro americano, máxime dado que una de las cuestiones que trata el film es la influencia estadounidense en la Grecia contemporánea. Pero, por encima de todo, “O drakos” es una creación griega, lo cual se deja sentir en la notable influencia de la tragedia griega. De hecho, el guión es digno de un Sófocles o un Esquilo, tal y como vamos a tratar de demostrar.
La víspera de Año Nuevo de 1956 Thomas, un gris empleado bancario, se dispone a pasar la Nochevieja en soledad. Hombre humilde –como tantos otros– y difuminado en la cotidianeidad de la masificada Atenas de la época es empujado por todos en el autobús: nadie lo conoce, a nadie le importa. No obstante ese día algo va a cambiar. La casualidad va a querer que Thomas tenga un más que notable parecido con “el Ogro”, cuya foto aparece en todos los periódicos del día, un fuera de la ley que lleva por el camino de la amargura a las autoridades policiales. A partir de ahí comenzará una implacable persecución de la policía y los habitantes de la ciudad que va a ir estrechando el cerco en torno a Thomas. Éste, asustado ante la perspectiva de ser detenido huirá hasta que, por casualidad, en la caída de la noche –como no podría ser de otro modo– en un callejón cualquiera topa con el submundo de la delincuencia y el lumpenproletariado de Atenas que encuentra la posibilidad de servirse de tan ilustre individuo. Hondros, alias “el Gordo”, jefe del cabaret donde termina refugiado Thomas gracias a la ayuda de la fascinante Carmen, está preparando un golpe para robar la columna del templo de Zeus Olímpico que se derrumbó en 1852, el objetivo es venderla a un comprador americano.
Precisamente no es casual que dos marcadas influencias de “O drakos” sean el expresionismo alemán (¿cómo no ver en ciertos momentos un hermoso homenaje a “M, el vampiro de Düsseldorf”?) y, obviamente, el cine negro americano, máxime dado que una de las cuestiones que trata el film es la influencia estadounidense en la Grecia contemporánea. Pero, por encima de todo, “O drakos” es una creación griega, lo cual se deja sentir en la notable influencia de la tragedia griega. De hecho, el guión es digno de un Sófocles o un Esquilo, tal y como vamos a tratar de demostrar.
La víspera de Año Nuevo de 1956 Thomas, un gris empleado bancario, se dispone a pasar la Nochevieja en soledad. Hombre humilde –como tantos otros– y difuminado en la cotidianeidad de la masificada Atenas de la época es empujado por todos en el autobús: nadie lo conoce, a nadie le importa. No obstante ese día algo va a cambiar. La casualidad va a querer que Thomas tenga un más que notable parecido con “el Ogro”, cuya foto aparece en todos los periódicos del día, un fuera de la ley que lleva por el camino de la amargura a las autoridades policiales. A partir de ahí comenzará una implacable persecución de la policía y los habitantes de la ciudad que va a ir estrechando el cerco en torno a Thomas. Éste, asustado ante la perspectiva de ser detenido huirá hasta que, por casualidad, en la caída de la noche –como no podría ser de otro modo– en un callejón cualquiera topa con el submundo de la delincuencia y el lumpenproletariado de Atenas que encuentra la posibilidad de servirse de tan ilustre individuo. Hondros, alias “el Gordo”, jefe del cabaret donde termina refugiado Thomas gracias a la ayuda de la fascinante Carmen, está preparando un golpe para robar la columna del templo de Zeus Olímpico que se derrumbó en 1852, el objetivo es venderla a un comprador americano.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
He aquí una de las claves de la película: en primer lugar la falta de autoestima de los griegos y su miseria, todo ello provocado por la guerra civil, estando dispuestos a vender hasta su patrimonio cultural al mejor postor; en segundo lugar el papel decisivo de los Estados Unidos en la guerra civil griega como superpotencia–gracias a su apoyo logístico y militar ganaron las fuerzas monárquicas– que desea adquirir la brillantez de la antigua Atenas.
Como en toda historia de cine negro esta también tiene su femme fatale, la sugerente y bella Baby. Ésta quiere escapar a la situación en que vive como cantante de cabaret dedicada al mundo de la noche, integrarse en la sociedad y llevar una vida normal, no obstante no puede hacerlo porque el único que podría facilitarle una salida, Thomas, ha sido absorbido por el sistema. Aquí encontramos una nueva crítica a un sistema que se niega a integrar a los marginados tras la guerra civil, todos los que combatieron en el bando de los partisanos, o aquellos que pertenecían a los movimientos de izquierda, condenados a vivir en los márgenes de la sociedad. Los hombres de Hondros son una alegoría de los marginados, gente empujada a la delincuencia por sus condiciones de miseria y la manifiesta injusticia del sistema –en un paralelismo con los motivos que llevaron a la guerra civil–. En última instancia el miedo y admiración a partes iguales despertados por Thomas entre los habitantes de Atenas al ser tenido por “el Ogro” recuerdan al sentimiento de muchos griegos que, influenciados por la propaganda, no podían dejar de temer al mismo tiempo que sentir simpatía por aquellos partisanos que humillaron durante años al opresivo y corrupto sistema monárquico. Su persecución, de igual forma, es un recuerdo a la paranoia imperante en la sociedad griega frente al comunismo, tenido por algo propio de los bajos fondos, del mundillo del hampa, por eso hasta cierto punto esta película es también una parodia de las percepciones de la sociedad griega hacia la verdadera complejidad que residía tras la propia guerra civil.
No obstante, los hombres de Hondros no soportaran saber que han estado a punto de seguir a un farsante, ese mismo que había sido humillado y desposeído de su humanidad por la policía al ser desnudado y sometido a vejaciones. Precisamente por ello, un hombre culpable tan sólo de haber querido ser alguien por un día será apuñalado sin piedad en un recuerdo claro de la guerra civil en la que los griegos se mataron entre sí, de modo que, al final, Koundouros dirige una amarga crítica contra sus conciudadanos, quienes se comportaron al estilo de vulgares mafiosos desesperados e irreflexivos durante tantos años.
Como en toda historia de cine negro esta también tiene su femme fatale, la sugerente y bella Baby. Ésta quiere escapar a la situación en que vive como cantante de cabaret dedicada al mundo de la noche, integrarse en la sociedad y llevar una vida normal, no obstante no puede hacerlo porque el único que podría facilitarle una salida, Thomas, ha sido absorbido por el sistema. Aquí encontramos una nueva crítica a un sistema que se niega a integrar a los marginados tras la guerra civil, todos los que combatieron en el bando de los partisanos, o aquellos que pertenecían a los movimientos de izquierda, condenados a vivir en los márgenes de la sociedad. Los hombres de Hondros son una alegoría de los marginados, gente empujada a la delincuencia por sus condiciones de miseria y la manifiesta injusticia del sistema –en un paralelismo con los motivos que llevaron a la guerra civil–. En última instancia el miedo y admiración a partes iguales despertados por Thomas entre los habitantes de Atenas al ser tenido por “el Ogro” recuerdan al sentimiento de muchos griegos que, influenciados por la propaganda, no podían dejar de temer al mismo tiempo que sentir simpatía por aquellos partisanos que humillaron durante años al opresivo y corrupto sistema monárquico. Su persecución, de igual forma, es un recuerdo a la paranoia imperante en la sociedad griega frente al comunismo, tenido por algo propio de los bajos fondos, del mundillo del hampa, por eso hasta cierto punto esta película es también una parodia de las percepciones de la sociedad griega hacia la verdadera complejidad que residía tras la propia guerra civil.
No obstante, los hombres de Hondros no soportaran saber que han estado a punto de seguir a un farsante, ese mismo que había sido humillado y desposeído de su humanidad por la policía al ser desnudado y sometido a vejaciones. Precisamente por ello, un hombre culpable tan sólo de haber querido ser alguien por un día será apuñalado sin piedad en un recuerdo claro de la guerra civil en la que los griegos se mataron entre sí, de modo que, al final, Koundouros dirige una amarga crítica contra sus conciudadanos, quienes se comportaron al estilo de vulgares mafiosos desesperados e irreflexivos durante tantos años.
2 de marzo de 2021
2 de marzo de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película está filmada con escasez de recursos materiales pero también con muy buena voluntad y con evidente denuedo para presentar un producto intenso y capaz de traspasar las fronteras del cine griego.
El argumento se desarrolla a un ritmo algo lento y con varios flecos sueltos pero siempre posee esa vivacidad que el guionista y director aspiraban a conseguir.
El candor narrativo y la ingenuidad le sientan bien e incluso le proporcionan un encanto adicional.
Las pinceladas de realismo y su sentido de la complicidad con el espectador invitan a éste a asumir la historia con cierta benevolencia y a ponerse, sin muchas objeciones. a favor de la trama.
Estupenda fotografía y banda sonora.
El argumento se desarrolla a un ritmo algo lento y con varios flecos sueltos pero siempre posee esa vivacidad que el guionista y director aspiraban a conseguir.
El candor narrativo y la ingenuidad le sientan bien e incluso le proporcionan un encanto adicional.
Las pinceladas de realismo y su sentido de la complicidad con el espectador invitan a éste a asumir la historia con cierta benevolencia y a ponerse, sin muchas objeciones. a favor de la trama.
Estupenda fotografía y banda sonora.
7 de enero de 2015
7 de enero de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
O drakos. En castellano, El ogro. ¿Qué me cuenta a mí El ogro de Atenas?
El personaje interpretado por Dinos Iliopoulos (Thomas) me recordó a Fernando Pessoa la primera vez que lo vi, la segunda, ya en plena película, me recordó bastante a Narciso Ibáñez Menta en “El Televisor”, historia para no dormir de 1974. Un hombre, empleado de banca, solitario en mayúsculas, gris, discreto. El ogro de Atenas narra las trágicas consecuencias que se dan cuando uno interpreta, en la vida, un papel que no es el suyo. Dicho papel cambia radicalmente de un extremo a otro en la vida de Thomas, cuando es confundido con alguien que es opuesto a él psíquicamente, pero prácticamente igual físicamente. Es confundido con un criminal, el ogro de Atenas, y es, cuando la gente cree que es un asesino, cuando lo tratan de una manera distinta a lo normal: o mejor o peor. Miedo, lástima, pena, adulación… quieren sacar provecho de él.
Unas bailarinas lo acogen en su cabaret, donde sigue siendo un ser solitario y donde él termina por aceptar lo que no es, llegándose a creer que es un asesino de verdad. Hablamos pues, de una interesante doble interpretación. Él, como falso asesino, tiene que lidiar con los brutos del lugar, con hermosas bailarinas que lo desean por ser quien no es y, lo más duro, consigo mismo. Con ese aburrido empleado de banca. Es en el cabaret donde comienza esta tragicomedia, más trágica que comedia, obra griega, donde le proponen (y he ahí el por qué de que las bailarinas lo encandilen hacia su lugar de trabajo) colaborar en el robo de una de las columnas del templo de Zeus Olímpico, que quiere comprar un americano. ¿A quién no le gustaría contar con el más delincuente más conocido para perpretar un robo?
Todo esto entre la música y el festejo que trae consigo una Nochevieja negra (negra, como el cine negro). Muchas de las citas que he conseguido sacar de esta película son muy taberneras y por ello, algunas de ellas, están llenas de verdad. El alcohol habla y dice aquello de: la gente está llena de problemas, todos somos lobos solitarios, un hombre necesita a sus semejantes, nadie sabe lo que va a traer el mañana…
Cuando él, como falso asesino, ha conseguido medio enamorar a Baby, una de las bailarinas (todo en esta película es a medias) que desea un cambio radical de vida, le dice:
Imagina, por un momento, que soy el empleado de un banco. ¿Te gustaría?
A lo que la Baby (la bella Margarita Papageorgiou) le responde un dulce sí.
Termino por creerme ese sí cuando veo el final de la película, diciendo esto no destripo nada. La gente del bar termina por descubrir que no es el verdadero Ogro cuando la policía, tras capturarlo, lo deja en libertad al comprobar que, realmente, no son la misma persona. Termino por creerme ese sí cuando, no sé si antes o después de él, se da esta conversación entre ellos:
Uno no debe vivir solo como un tronco. No tiene ganas de fiestas, domingos o Año nuevo. Se abandona y se entierra solo. Tienes un buen trabajo. Luchas toda la vida, pensando que has conseguido algo y entonces… algo te abre los ojos. El mundo gira al revés. ¿Qué has estado haciendo todo este tiempo? ¿Por qué has sido durante 40 años un tío triste… y solitario?- narra el solitario hombre gris en las escaleras de un portal
Eres el hombre más dulce del mundo- le contesta Baby
La vida es como esa mañana de Año Nuevo y muerte, en esa Atenas llena de charcos y melancolía. Quizás lo que ha muerto sea la confusión, quizás lo que nos guste sea estar confundidos. Necesitamos estar confundidos para encontrarnos, segurísimo.
Autocrítica de Koundouros hacia su propio país, hacia el carácter griego. No hacia la reciente guerra civil (1941-1950) sino a lo que hizo que esta se diese, una autocrítica de final oscuro y necesario para que precisamente no se volviese a dar una situación así en el país. Qué curioso me resulta hablar así de Grecia, ahora en el año 2012, ¿Quién será El Ogro de Atenas hoy? ¿Siguen siendo los griegos igual que dentro de ese cabaret? ¿Siguen apuñalando sin pensar? ¿Siguen confundidos? ¿Qué es lo que falla? ¿Todos somos Grecia?
Debiera Koundouros reflejar en una nueva O drakos, lo que es su país actualmente, aunque quizás no lo haga porque todo sigue igual y quizás, de nuevo otro quizás, sea esta película de 1956 la que sigue siendo un fiel espejo/reflejo de la sociedad no solo griega sino mundial, aunque esto, muchos, no queramos aceptarlo.
Otra de las cientos de críticas que se podrían extraer de este film es esa típica de que nadie es feliz con lo que tiene: ni la hermosa Baby (a la que todos aman), ni Thomas, ni los brutos del bar, ni siquiera, y aunque no sepamos nada de él, el comprador americano.
Drama. Tragedia griega. Premonitoria.
El personaje interpretado por Dinos Iliopoulos (Thomas) me recordó a Fernando Pessoa la primera vez que lo vi, la segunda, ya en plena película, me recordó bastante a Narciso Ibáñez Menta en “El Televisor”, historia para no dormir de 1974. Un hombre, empleado de banca, solitario en mayúsculas, gris, discreto. El ogro de Atenas narra las trágicas consecuencias que se dan cuando uno interpreta, en la vida, un papel que no es el suyo. Dicho papel cambia radicalmente de un extremo a otro en la vida de Thomas, cuando es confundido con alguien que es opuesto a él psíquicamente, pero prácticamente igual físicamente. Es confundido con un criminal, el ogro de Atenas, y es, cuando la gente cree que es un asesino, cuando lo tratan de una manera distinta a lo normal: o mejor o peor. Miedo, lástima, pena, adulación… quieren sacar provecho de él.
Unas bailarinas lo acogen en su cabaret, donde sigue siendo un ser solitario y donde él termina por aceptar lo que no es, llegándose a creer que es un asesino de verdad. Hablamos pues, de una interesante doble interpretación. Él, como falso asesino, tiene que lidiar con los brutos del lugar, con hermosas bailarinas que lo desean por ser quien no es y, lo más duro, consigo mismo. Con ese aburrido empleado de banca. Es en el cabaret donde comienza esta tragicomedia, más trágica que comedia, obra griega, donde le proponen (y he ahí el por qué de que las bailarinas lo encandilen hacia su lugar de trabajo) colaborar en el robo de una de las columnas del templo de Zeus Olímpico, que quiere comprar un americano. ¿A quién no le gustaría contar con el más delincuente más conocido para perpretar un robo?
Todo esto entre la música y el festejo que trae consigo una Nochevieja negra (negra, como el cine negro). Muchas de las citas que he conseguido sacar de esta película son muy taberneras y por ello, algunas de ellas, están llenas de verdad. El alcohol habla y dice aquello de: la gente está llena de problemas, todos somos lobos solitarios, un hombre necesita a sus semejantes, nadie sabe lo que va a traer el mañana…
Cuando él, como falso asesino, ha conseguido medio enamorar a Baby, una de las bailarinas (todo en esta película es a medias) que desea un cambio radical de vida, le dice:
Imagina, por un momento, que soy el empleado de un banco. ¿Te gustaría?
A lo que la Baby (la bella Margarita Papageorgiou) le responde un dulce sí.
Termino por creerme ese sí cuando veo el final de la película, diciendo esto no destripo nada. La gente del bar termina por descubrir que no es el verdadero Ogro cuando la policía, tras capturarlo, lo deja en libertad al comprobar que, realmente, no son la misma persona. Termino por creerme ese sí cuando, no sé si antes o después de él, se da esta conversación entre ellos:
Uno no debe vivir solo como un tronco. No tiene ganas de fiestas, domingos o Año nuevo. Se abandona y se entierra solo. Tienes un buen trabajo. Luchas toda la vida, pensando que has conseguido algo y entonces… algo te abre los ojos. El mundo gira al revés. ¿Qué has estado haciendo todo este tiempo? ¿Por qué has sido durante 40 años un tío triste… y solitario?- narra el solitario hombre gris en las escaleras de un portal
Eres el hombre más dulce del mundo- le contesta Baby
La vida es como esa mañana de Año Nuevo y muerte, en esa Atenas llena de charcos y melancolía. Quizás lo que ha muerto sea la confusión, quizás lo que nos guste sea estar confundidos. Necesitamos estar confundidos para encontrarnos, segurísimo.
Autocrítica de Koundouros hacia su propio país, hacia el carácter griego. No hacia la reciente guerra civil (1941-1950) sino a lo que hizo que esta se diese, una autocrítica de final oscuro y necesario para que precisamente no se volviese a dar una situación así en el país. Qué curioso me resulta hablar así de Grecia, ahora en el año 2012, ¿Quién será El Ogro de Atenas hoy? ¿Siguen siendo los griegos igual que dentro de ese cabaret? ¿Siguen apuñalando sin pensar? ¿Siguen confundidos? ¿Qué es lo que falla? ¿Todos somos Grecia?
Debiera Koundouros reflejar en una nueva O drakos, lo que es su país actualmente, aunque quizás no lo haga porque todo sigue igual y quizás, de nuevo otro quizás, sea esta película de 1956 la que sigue siendo un fiel espejo/reflejo de la sociedad no solo griega sino mundial, aunque esto, muchos, no queramos aceptarlo.
Otra de las cientos de críticas que se podrían extraer de este film es esa típica de que nadie es feliz con lo que tiene: ni la hermosa Baby (a la que todos aman), ni Thomas, ni los brutos del bar, ni siquiera, y aunque no sepamos nada de él, el comprador americano.
Drama. Tragedia griega. Premonitoria.
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