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Todos eran mis hijos

Drama Adaptación de la obra teatral homónima de Arthur Miller. Joe Keller es un exitoso hombre de negocios con un pasado que le atormenta: durante la II Guerra Mundial se benefició de un lucrativo contrato con el ejército. Pero, en una ocasión, acuciado por las prisas, entregó un avión, a sabiendas de que tenía algunas piezas defectuosas, que acabó estrellándose con 21 hombres a bordo. (FILMAFFINITY)
Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
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7
12 de junio de 2013
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres años han pasado de la Segunda Guerra Mundial y la familia Keller sigue intentando rehacer su vida a pesar de la muerte en combate de su hijo Larry. Recibirán la visita de Ann que fue la novia de Larry y que, ahora, está enamorada del hermano de éste. Con su visita se reviven muchas cosas y la estabilidad de la familia vuelve a peligrar.
Hay que reconocer que con ese fenómeno de Edward G. Robinson en pantalla es difícil que la película sea mala. Una vez más se cumple lo dicho y en "Todos eran mis hijos" el menudo pero genial actor lleva todo el peso de la historia y da la enésima lección interpretativa. Eso sí, no podemos olvidar la labor del director Irving Reis que nos lleva de una situación a otra sin que sepamos qué sera lo siguiente que nos vamos a encontrar, cómo dar con el intríngulis del asunto. Es decir, dudamos. Y ese es el gran éxito de la cinta. No es predecible. Porque si en algún momento pensamos mal del personaje de Joe Keller, Reis está ahí para decirnos: reflexiona antes de juzgar, cálzate sus zapatos por un momento... aunque no aceptemos en modo alguno ni que otros carguen las culpas ni que Joe Keller sea un cobarde hasta el final.
8
1 de abril de 2011
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es dificil que la matemática falle. Si juntamos uno de los padres de la dramaturgia contemporánea, quizás uno de los cinco escritores más importantes del teatro estadounidense de todos los tiempos, como fue Arthur Miller, con un elenco de lujo bajo la dirección de Irving Reis, (El solterón y la menor) es probable que nos encontremos con uno de esos raros placeres que de vez en cuando propone el cine clásico en el videoclub.

Todos Eran Mis Hijos fue la primer obra de Miller que empezó a darle nombre al autor. La escribió con tan solo 33 años, y fue llevada inmediatamente al cine, con las interpretaciones de Edward G. Robinson y Burt Lancaster que desde aqui recomendamos.
7
10 de marzo de 2011
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película ha sido traducida en España con el título "Todos eran mis hijos", así pues no entiendo porqué en Filmaffinity no proceden a exponer dicha traducción. Además "todos eran mis hijos" alude a los pilotos que murieron durante la II Guerra Mundial a causa de unas piezas de avión mal fabricadas y que el protagonista principal (Edward G. Robinson), empresario acusado de dicha desgracia considera por lo mismo como hijos suyos a todos esos muertos.

Irving Reis dirigió esta gran película en blanco y nego, sobre un hombre de negocios, trabajador nato, sacrificado por su familia hasta la extralimitación, pero que es de esas personas que se centran tanto en ganar y ganar dinero y temen tanto al fracaso que por evitarlo son capaces de mentir o de escudarse donde haga falta, en definitiva porque no tienen agallas para asumir sus propios errores. En concreto este empresario de una fabrica donde componían determinadas piezas para aviones del Ejército de los EE.UU. en un momento da el visto bueno a un lote de piezas que debían salir para montar aviones, aún sabiendo él que estaban en mal estado. Esto hará que mueran un número importante de pilotos estadounidenses y él junto a un socio sean llevados a juicio, que su famlia quede tocada socialmente y más cosas que se desarrollan entre diálogos y confrontaciones a lo largo del filme

El argumento comienza aconsejando que las cosas es mejor dejarlas como están y no removerlas si van a levantar problemas; pero a partir de la mitad del filme el consejo cambia y dice: "No es mejor dejar las cosas como están; a veces es mejor alterarlas."
7
14 de octubre de 2015 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
173/08(12/10/15) Interesante film de Irving Reiss que adapta la obra teatral homónima del dramaturgo Arthur Miller, un relato que explora las relaciones de confianza paterno-filiales en un contexto de clara crítica al capitalismo como símbolo de enriquecimiento a toda costa. Se apoya en un buen guión de Chester Erskine, hábil en el increscendo dramático, y en una pareja protagonista bastante sugerente, Edward G. Robinson y Burt Lancaster. En 1987 la obra fue llevada a la televisión dirigida por Jack O'Brien.

El escenario es un pueblo del medio oeste americano, Joe Keller (Edward G. Robinson) tiene una exitosa fábrica de material militar que se ha lucrado con contratos con el gobierno durante la WWII, su hijo Chris (Burt Lancaster) regresa de la recién terminada guerra para unirse a la empresa paterna, este planea casarse con Ann Deever (Louisa Horton), que fue novia del hermano de Chris, Larry, desaparecido tres años atrás durante la guerra, ella es hija de Herbert (Frank Conroy), ex-socio de Joe, que ahora está en prisión por estar condenado por una negligencia en un envío de material defectuoso de aviones que provocó 21 pilotos estadounidenses muertos. Ann residía en Chicago con su hermano abogado George (Howard Duff), va a visitar a la familia Keller y reabre viejas heridas, en todo esto está presente Kate (Mady Christians), la madre atormentada de Larry, al que se4 niega a dar por muerto.

Sugestivo drama al que le cuesta arrancar, todo se siente confuso y envuelto en una nebulosa, hasta que aparece el personaje George, hijo de Herbert, entonces las emociones se desatan, con unos diálogos incisivos, que tienen su zenit en la cena explosiva, y entonces la madeja se empieza a desenredar y se comienzan a reflexionar temas como la ambición desmedida, la amoralidad, la amistad, los valores familiares, el sentido de la responsabilidad, el tormento por la culpa ajena, el desengaño, la hipocresía, la mentira o la redención. Ello abordado con intensidad dramática, dosificando la información para el espectador sepa lo mismo que el desconcertado y angustiado Chris. La obra resulta una metáfora sobre el capitalismo en su peor versión, en su vertiente de avaricia descontrolada, donde todo vale para obtener más y más plata, adquiriendo dimensión de un retrato deprimente de la Condición Humana, donde pisotear al que sea es posible para tener más y más, autoengañándose falazmente sobre un supuesto patrioterismo torticero, pues la familia Keller se ha enriquecido por la Guerra, incluso llevándose vidas por delante, autoengañándose en que es por el bien de los hijos, es una denuncia a una sociedad que retuerce unos valores éticos a su antojo, una sociedad egoísta, despreocupada, arrogante, que pretendía lanzarse a la felicidad artificiosa sin mirar atrás a sus errores.

La puesta en escena resulta harto sobria, sin ningún tipo de alarde, con una correcta dirección artística de Hilyard M. Brown (“La noche del cazador”) y Bernard Herzbrun (“Harvey”), con una fotografía de Russell Metty (“Spartacus”) en glorioso b/n moviéndose con soltura, jugando en algunos momentos con el expresionismo, son sombras y claroscuros, aunque con todo esto no deja el aire a obra de teatro televisada.

Edward G. Robinson es el alma del film, con una actuación sobresaliente, con carisma, fuerza, ímpetu, garra, derrochando empatía, con un lenguaje gestual soberbio, con esa media sonrisa descriptiva, pero dejando entrever grietas, maravilloso. Burt Lancaster queda muy ensombrecido por el Titán Robinson, aún así deja traslucir en algunos tramos su brío y personalidad, en su filmografía le llegarían momentos mejores. Mady Christians borda su rol de madre hastiada, que intenta vivir una artificiosa felicidad familiar. Louisa Horton resulta algo blandita en su crucial papel de navegar entre dos aguas. (sigue en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Momentos recordables: La cena con George y los Keller donde las dudas le asaltan a Chris tras un desliz-lapsus de su padre; La charla fuera de plano de Joe y Kate, enfocando la cámara a la cortina ondulante de su dormitorio; La entrevista de Chris con Herbert en la cárcel, donde mediante flash-back se destapa la verdad; La virulenta discusión de Joe con Chris donde el padre cuenta por que hizo lo que hizo; El clímax final, en que Chris hace ver con la carta de Larry el daño en primera persona que hizo, parece como si antes al no conocer a las víctimas no le afectara, la madre reprende a Chris, pero Joe mientras sube alicaído las escaleras (la cámara le sigue de modo alegórico redentor) dice que ha hecho bien y que la carta le ha hecho ver que “Todos eran mis hijo> (los muertos), tras esto se oye un disparo.

Hay un cambio importante con respecto a la obra teatral ideada por Arthur Miller, el dramaturgo extiende el pecado a toda la industria de Defensa, con lo que la crítica a los estamentos estatales es sangrante, debió ser demasiado y decidieron acotar los culpables a los dueños de una fábrica.

Es una modesta propuesta, que sin muchas pretensiones te hace reflexionar sobre el comportamiento de las personas. Fuerza y honor!!!
9
16 de diciembre de 2018 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No dejen escapar este espléndido melodrama, basado en una de las primeras obras teatrales estrenadas por Arthur Miller, protagonizada por un inmenso E.G. Robinson junto a Burt Lancaster. El industrial Joe Keller –E.G.Robinson- es un empresario cuya fábrica produce componentes mecánicos. Durante la guerra su fábrica fue acusada de enviar materiales defectuosos para aviones, a consecuencia del cual murieron una veintena de pilotos al estrellarse sus aviones. Joe consiguió librarse y toda la responsabilidad recayó sobre su socio cuya hija, Anne, estuvo comprometida con el hijo de los Keller, Larry, desaparecido en la guerra y a quien la madre espera irracionalmente que vuelva a casa. Cris –Burt Lancaster-, hermano de Larry, mantiene ahora relaciones con Anne con la que quiere casarse.

El melodrama y la tragedia se confunden en esta obra cinematográfica de gran madurez, desarrollada en un creciente ambiente de intriga, que va revelando progresivamente diversos secretos ocultos. Reis solía escoger bien sus guiones -en este caso el magnífico texto de Miller- y consigue una densidad y una complejidad poco habituales para el cine del momento –muy cercano al cine de un Richard Brooks, por ejemplo-, a través de una historia llena de matices y diferentes lecturas. Entre otras – tan típicas de aquellos años en los ambientes izquierdistas- sobre cómo la felicidad de una familia acomodada se puede asentar sobre una mentira, suerte de crítica de Miller a la burguesía de los negocios americana de la postguerra.

Reis contribuye al texto de Miller con una gran realización y admirables escenas en las que demuestra una enorme capacidad de observación -como cuando el hermano de Anne, George, tras largos años, vuelve a la casa y ve a su vecina Lydia, ahora casada y con tres hijos y sin decir nada refleja que estuvieron enamorados en su juventud o cuando la señora Keller calma el mal humor de George, que culpa a los Keller de la situación de su padre encarcelado, con cachazuda insistencia maternal-.

Con un altísimo nivel de todos los actores y, en especial, de E.G. Robinson -qué gran actor era, qué presencia en pantalla, qué energía e intensidad, qué brillante expresividad sin grandes gestos- acompañado de un joven e intenso Burt Lancaster, Mady Christians como esposa de Joe y Lisa Horton, una actriz que lamentablemente se prodigó muy poco en el cine y, por cierto, esposa del director George Roy Hill
Magnifica, tensa y emocionante película

“La verdad no es buena si nos destroza”
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