Todos eran mis hijos
6.8
342
Drama
Adaptación de la obra teatral homónima de Arthur Miller. Joe Keller es un exitoso hombre de negocios con un pasado que le atormenta: durante la II Guerra Mundial se benefició de un lucrativo contrato con el ejército. Pero, en una ocasión, acuciado por las prisas, entregó un avión, a sabiendas de que tenía algunas piezas defectuosas, que acabó estrellándose con 21 hombres a bordo. (FILMAFFINITY)
7 de septiembre de 2017
7 de septiembre de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No era tarea fácil. Adaptar una pieza teatral de uno de los más grandes dramaturgos de todos los tiempos en Estados Unidos, Arthur Miller. Sin embargo, Irving Reis lo hace con inteligencia, capta la esencia del texto de Miller y hace encajar elementos cinematográficos, puesto que hay trucos eficaces en el escenario que cantan al pasar ante la cámara.
Una buena muestra de ello es el inteligente empleo de los flashbacks antes que los soliloquios. Además, esta versión cuenta con un coloso de la actuación, Edward G. Robinson. Un tipo perfecto para reflejar al americano maduro medio, un padre de familia que ha cimentado con éxito una empresa en su pueblo. Este protagonista, Joe, puede presumir de ser un hombre hecho a sí mismo. Eso sí, el precio a pagar por ese éxito capital descarnado ha sido altísimo.
El dinero puede comprar silencios y voluntades, aunque la verdad tiene el mal hábito de emerger cuando menos se la espera. La posible visita del hijo del antiguo socio de Joe, el cual cumple condena en prisión por una negligencia muy grave, alterará mucho a este hombre con aparentes recursos para todo, ufano como primer inter pares en su casa y negocio.
Un reparto muy sólido acompaña a Robinson. Especialmente un Burt Lancaster que hace las veces del segundo hijo de Joe, puesto que el primero desapareció durante la II Guerra Mundial. A pesar de su buena relación, hay una tensión latente, puesto que el chico avanza en una clandestina relación con la que era la novia de su difunto hermano. Mady Christians es la progenitora, quizá la única que mantiene la llama de la esperanza para que el muchacho perdido vuelva.
Muchos fantasmas en un nuevo giro de tuerca para retorcer las supuestas promesas del sueño del american way of life.
Una buena muestra de ello es el inteligente empleo de los flashbacks antes que los soliloquios. Además, esta versión cuenta con un coloso de la actuación, Edward G. Robinson. Un tipo perfecto para reflejar al americano maduro medio, un padre de familia que ha cimentado con éxito una empresa en su pueblo. Este protagonista, Joe, puede presumir de ser un hombre hecho a sí mismo. Eso sí, el precio a pagar por ese éxito capital descarnado ha sido altísimo.
El dinero puede comprar silencios y voluntades, aunque la verdad tiene el mal hábito de emerger cuando menos se la espera. La posible visita del hijo del antiguo socio de Joe, el cual cumple condena en prisión por una negligencia muy grave, alterará mucho a este hombre con aparentes recursos para todo, ufano como primer inter pares en su casa y negocio.
Un reparto muy sólido acompaña a Robinson. Especialmente un Burt Lancaster que hace las veces del segundo hijo de Joe, puesto que el primero desapareció durante la II Guerra Mundial. A pesar de su buena relación, hay una tensión latente, puesto que el chico avanza en una clandestina relación con la que era la novia de su difunto hermano. Mady Christians es la progenitora, quizá la única que mantiene la llama de la esperanza para que el muchacho perdido vuelva.
Muchos fantasmas en un nuevo giro de tuerca para retorcer las supuestas promesas del sueño del american way of life.
21 de julio de 2021
21 de julio de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es fácil adaptar determinadas obras de teatro al cine (casi ninguna), por eso tiene bastante mérito este descomunal dramón basado en obra de Henry Miller y que da como resultado una película interesante. Una de las partes buenas de estas adaptaciones es que ya tienes un "guión" de partida bueno, ya que además Henry Miller no daba puntada sin hilo. Si a eso le añades un buen elenco de actores (aunque es difícil imaginarse como Burt Lancaster puede ser hijo de Edward G. Robinson si no se parecen en nada, pero bueno) y una dirección competente, pues ya solo te queda pasarlo bien (sufriendo claro, porque es un dramón). Toca un montón de temas morales y controvertidos (aunque descafeinados con respecto a la obra de teatro) y, aunque empieza un pelín lenta, luego coge ya un ritmo que no decae. No es una obra maestra, pero sí una peli muy interesante.
20 de noviembre de 2008
20 de noviembre de 2008
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Drama familiar ambientado tras la Segunda Guerra mundial que narra la historia de una familia angustiada ante la desaparición de el mayor de sus hijos en Francia, el tiempo ya ha pasado y lo difícil es asimilar la irreparable pérdida, por si fuera poco el cabeza de familia ve como se desentierran fantasmas del pasado complicándole de nuevo su existencia. Interesante film en donde Edward G. Robinson hace un correcto y enigmático papel y en el que ya empieza a destacar un joven Burt Lancaster en una de sus primeras apariciones en la gran pantalla.
6 de marzo de 2022
6 de marzo de 2022
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Dramón" prácticamente existencial sobre la culpa y la redención. El perdón de los demás y el que uno tiene que darse a sí mismo cuando las circunstancias así lo requieran.
El olvido de las culpas pasadas debe ser completo. Porque los acontecimientos que las reproducen y facilitan de nuevo traen consigo un sufrimiento mayor. El cinismo como estrategia de olvido no funciona, aunque la culpa no es algo objetivo, sino individual. La amargura del protagonista no se dulcifica, todo lo contrario, con la recuperación del pasado. Y Edward consigue transmitir esa sensación. Es algo sutil, pero apreciable, de gran mérito.
El guión es de Chester Erskine sobre una obra de Arthur Miller muy aclamada. Si te dicen que es de Tennessee William te lo crees, aunque la tragedia no se proyecta sobre los aspectos individuales -sexuales, afectivos, emocionales, matrimoniales, etc.- sino sobre circunstancias sociales. El drama no es individual, sino colectivo. Un aspecto social de la dramaturgia americana.
El metraje es contenido, los actores, especialmente Edward G. Robinson está soberbio (que no le hayan otorgado un Oscar en toda su carrera es, sencillamente, una de las mayores injusticia de la historia del cine y una contribución al descrédito de los premios en general y de éste premio en particular). Burt Lancaster no está tan lleno como en otras películas suyas posteriores. Seguía siendo un chico que tenía toda la carrera por delante.
Del director he visto La noche plena (1940) y El Halcón inicia el vuelo (1942), interesantes ambas.
El olvido de las culpas pasadas debe ser completo. Porque los acontecimientos que las reproducen y facilitan de nuevo traen consigo un sufrimiento mayor. El cinismo como estrategia de olvido no funciona, aunque la culpa no es algo objetivo, sino individual. La amargura del protagonista no se dulcifica, todo lo contrario, con la recuperación del pasado. Y Edward consigue transmitir esa sensación. Es algo sutil, pero apreciable, de gran mérito.
El guión es de Chester Erskine sobre una obra de Arthur Miller muy aclamada. Si te dicen que es de Tennessee William te lo crees, aunque la tragedia no se proyecta sobre los aspectos individuales -sexuales, afectivos, emocionales, matrimoniales, etc.- sino sobre circunstancias sociales. El drama no es individual, sino colectivo. Un aspecto social de la dramaturgia americana.
El metraje es contenido, los actores, especialmente Edward G. Robinson está soberbio (que no le hayan otorgado un Oscar en toda su carrera es, sencillamente, una de las mayores injusticia de la historia del cine y una contribución al descrédito de los premios en general y de éste premio en particular). Burt Lancaster no está tan lleno como en otras películas suyas posteriores. Seguía siendo un chico que tenía toda la carrera por delante.
Del director he visto La noche plena (1940) y El Halcón inicia el vuelo (1942), interesantes ambas.
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