Antes que el diablo sepa que has muerto
2007 

7.0
38,006
Thriller. Drama
Dos hermanos de familia burguesa se encuentran en una situación desesperada y necesitan conseguir dinero sea como sea: Andy (Philip Seymour Hoffman), un ambicioso ejecutivo adicto a la heroína, le propone a su hermano Hank (Ethan Hawke), cuyo sueldo se va casi íntegramente en pagar la pensión de su ex mujer, dar un golpe perfecto: atracar la joyería que sus padres tienen en Nueva York. Aunque a primera vista parece muy fácil, las ... [+]
9 de abril de 2008
9 de abril de 2008
333 de 403 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ay, Sidney, Sidney. Yo es que contigo no doy crédito. Aquí estamos todos, preguntándonos si será Tarantino, o James Gray o P.T.Anderson las enseñas del futuro del cine, cuando vienes tú con tu última película y les das un soberano repaso a todos ellos, a tus ochenta y cuatro añazos, mucho más clásico y a la vez, soberbiamente moderno. Permitiéndote además el capricho de rodar en vídeo de alta definición, porque “el celuloide está muerto” y de jugar con las secuencias temporales como un directorzuelo cualquiera de los de ahora, pero con mañas de perro viejo que se las sabía todas cuando la mayoría de la competencia todavía no había abierto los ojos a la luz del mundo. Te das el gustazo de putear al inmenso Albert Finney, de sacar todo el jugo al irregular Ethan Hawke, a dejar a sus anchas al monstruo Hoffman y a despelotar a Marisa Tomei y aún encima, para más choteo, nos regalas un final acojonante así, de propina.
El viejo diablo nos ha regalado el verdadero gran peliculón del 2007. Y es que sabe más el diablo por viejo que por diablo...
El viejo diablo nos ha regalado el verdadero gran peliculón del 2007. Y es que sabe más el diablo por viejo que por diablo...
16 de abril de 2008
16 de abril de 2008
165 de 182 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lumet es, junto a Peckinpah y, un poco más rezagado, Frankenheimer, el director de la generación de los televisivos que más huella ha dejado a lo largo de su obra en otros cineastas, y que más películas de mayor calado ha realizado, sin abandonar nunca ese estilo claustrofóbico que envuelve sus trabajos desde el primer fotograma, especialmente sus siempre interesantes dramas judiciales, sobre todo la obra maestra de su carrera, 12 hombres sin piedad, o sus thrillers, como Network o la magistral Tarde de perros. Si bien es cierto que en los últimos años se había dejado arrastrar por películas de una calidad baja que no estaban a su altura. Es por tanto que merece una enorme celebración ver la recuperación de un clásico de la dirección donde Lumet se ha vaciado para entregar una obra que bien podría ser su canto de cisne, de un clasicismo encomiable a la par de una modernidad comedida, rodada en digital y con una fotografía que de fría resulta casi glaciar, que hacen de esta muestra de género negro una de las grandes obras maestras del último año y en donde el veterano director ha vuelto a demostrar que no sólo no estaba muerto si no que continúa en una forma excelente a sus, si no me equivoco, 84 años.
Si esta película se hubiera hecho hace 70 años, probablemente la habría dirigido el John Huston de La jungla de asfalto, y si se hubiera hecho hace 50, Melville habría estado ahí detrás, pues, si bien es cierto que es una película puramente original, donde los homenajes genéricos brillan por su ausencia, si se nota un regusto por ese buen cine negro que radiografiaba el alma de sus personajes hasta desnudarlos por completo ante la cámara. Y es que Lumet aprovecha el robo para, como ya hiciera en Tarde de perros, tensar la cuerda dramática en un ejercicio de funambulismo cinematográfico que se mueve entre el drama más intenso movido por la destrucción del entorno familiar y el thriller modélico que deja en tensión al espectador durante dos horas gracias a ese descenso a los infiernos de los dos autodestructivos protagonistas, impresionantes Ethan Hawk y, sobre todo Philip Seymour Hoffman, inmersos en un intenso caos que ellos mismos han provocado y que no sólo no hacen nada por detener, si no que ellos mismos avivan por su torpeza. Y es que, como en la película protagonizada por Pacino y Cazale, los dos hermanos Hanson son un par de perdedores que ejecutan mal y rápido un absurdo pero aparentemente sencillo plan donde nada sale como pensaban, y que golpeará como un martillo sus respectivas vidas hasta hundirlas de todo. Lejos de ejercer cualquier tipo de valoración moral, Lumet sumerge su cámara en la vida de ambos hermanos y cuenta la impostura de ambos, su frágil situación social y demuestra que, a pesar de parecer uno, Hoffman, un aparente triunfador, y otro, Hawk, un perdedor endeudado, la distancia que hay entre ellos es inexistente.
Si esta película se hubiera hecho hace 70 años, probablemente la habría dirigido el John Huston de La jungla de asfalto, y si se hubiera hecho hace 50, Melville habría estado ahí detrás, pues, si bien es cierto que es una película puramente original, donde los homenajes genéricos brillan por su ausencia, si se nota un regusto por ese buen cine negro que radiografiaba el alma de sus personajes hasta desnudarlos por completo ante la cámara. Y es que Lumet aprovecha el robo para, como ya hiciera en Tarde de perros, tensar la cuerda dramática en un ejercicio de funambulismo cinematográfico que se mueve entre el drama más intenso movido por la destrucción del entorno familiar y el thriller modélico que deja en tensión al espectador durante dos horas gracias a ese descenso a los infiernos de los dos autodestructivos protagonistas, impresionantes Ethan Hawk y, sobre todo Philip Seymour Hoffman, inmersos en un intenso caos que ellos mismos han provocado y que no sólo no hacen nada por detener, si no que ellos mismos avivan por su torpeza. Y es que, como en la película protagonizada por Pacino y Cazale, los dos hermanos Hanson son un par de perdedores que ejecutan mal y rápido un absurdo pero aparentemente sencillo plan donde nada sale como pensaban, y que golpeará como un martillo sus respectivas vidas hasta hundirlas de todo. Lejos de ejercer cualquier tipo de valoración moral, Lumet sumerge su cámara en la vida de ambos hermanos y cuenta la impostura de ambos, su frágil situación social y demuestra que, a pesar de parecer uno, Hoffman, un aparente triunfador, y otro, Hawk, un perdedor endeudado, la distancia que hay entre ellos es inexistente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Como ya ocurriera en Reservoir Dogs, el robo no es más que la justificación del realizador para poner en práctica la Ley de Murphy y contemplar el inmenso duelo interpretativo entre ambos y un siempre sobresaliente Albert Finney, que realiza aquí una interpretación portentosa. Y es que, al hablar de impostura, no únicamente debo referirme a los dos protagonistas, si no que es algo que parece imperar dentro de todos, grandes mentirosos con una máscara con la que se protegen de cara a los demás, con unos personajes que tienen más caras de las que aparentemente muestran, desde el propio Finney hasta el florero (que al final no es tanto) Tomei.
Lumet destruye la linealidad narrativa para realizar un soberbio puzzle y construir un perfecto ejercicio con un estilo sobrio y un tempo cinematográfico simplemente perfecto, apoyado en un soberbio guión, y crea una violenta tragedia griega camuflada de cine negro que, obligatoriamente, conducirá a sus protagonistas a un catártico final que no deja indiferente. Más que construir los hechos, Lumet deconstruye las vidas de todos y cada uno de los protagonistas por fragmentos y sus interrelaciones, parando especialmente en las relaciones paterno-filiales de los tres protagonistas, las miserias de esa familia aparentemente perfecta e idealizada vista desde fuera. Sin embargo, no es un retrato de la ambición, como podría parecer a simple vista, si no de aquellos perdedores que únicamente buscan evadirse de sus problemas. Hay una secuencia al final donde el personaje de Hoffman ejemplifica perfectamente sus sentimientos: comienza a destrozar su casa de catálogo del Ikea y prácticamente no tiene ni fuerza, derrochando patetismo por los cuatro costados viendo cómo toda su vida se va por el sumidero, algo que también le dice su hermano, divorciado y con una hija de esas repelentes que le pide dinero para ser guay ante los amigos. Lo que comienza de manera feliz, en la tan cacareada escena de sexo entre un vanidoso Hoffman y una brillante y guapísima Marisa Tomei no es más que un espejismo que se va a destrozar cuando la fatalidad se cierna sobre los Hanson y se dejen llevar por la visceralidad más extrema. Es, por tanto, un gran acierto del director colocar el robo al comienzo, tras la escena de sexo con que arranca la función, y librarse de esa "tara" para luego dar rienda suelta a todo aquello que le interesa y estructurando el film a modo de muñecas rusas dándole un toque denso a la cinta, construyendo un turbio engranaje donde la culpabilidad lo acaba engullendo todo y cubriéndolo todo de un tono negro, negro, negrísimo para unas secuencias finales donde los dos balas perdidas tendrán que luchar contra sí mismos y contra todo aquello que ellos mismos han liberado con su estúpida decisión.
Lumet destruye la linealidad narrativa para realizar un soberbio puzzle y construir un perfecto ejercicio con un estilo sobrio y un tempo cinematográfico simplemente perfecto, apoyado en un soberbio guión, y crea una violenta tragedia griega camuflada de cine negro que, obligatoriamente, conducirá a sus protagonistas a un catártico final que no deja indiferente. Más que construir los hechos, Lumet deconstruye las vidas de todos y cada uno de los protagonistas por fragmentos y sus interrelaciones, parando especialmente en las relaciones paterno-filiales de los tres protagonistas, las miserias de esa familia aparentemente perfecta e idealizada vista desde fuera. Sin embargo, no es un retrato de la ambición, como podría parecer a simple vista, si no de aquellos perdedores que únicamente buscan evadirse de sus problemas. Hay una secuencia al final donde el personaje de Hoffman ejemplifica perfectamente sus sentimientos: comienza a destrozar su casa de catálogo del Ikea y prácticamente no tiene ni fuerza, derrochando patetismo por los cuatro costados viendo cómo toda su vida se va por el sumidero, algo que también le dice su hermano, divorciado y con una hija de esas repelentes que le pide dinero para ser guay ante los amigos. Lo que comienza de manera feliz, en la tan cacareada escena de sexo entre un vanidoso Hoffman y una brillante y guapísima Marisa Tomei no es más que un espejismo que se va a destrozar cuando la fatalidad se cierna sobre los Hanson y se dejen llevar por la visceralidad más extrema. Es, por tanto, un gran acierto del director colocar el robo al comienzo, tras la escena de sexo con que arranca la función, y librarse de esa "tara" para luego dar rienda suelta a todo aquello que le interesa y estructurando el film a modo de muñecas rusas dándole un toque denso a la cinta, construyendo un turbio engranaje donde la culpabilidad lo acaba engullendo todo y cubriéndolo todo de un tono negro, negro, negrísimo para unas secuencias finales donde los dos balas perdidas tendrán que luchar contra sí mismos y contra todo aquello que ellos mismos han liberado con su estúpida decisión.
30 de mayo de 2008
30 de mayo de 2008
133 de 172 usuarios han encontrado esta crítica útil
La familia bien, gracias, se suele decir. No es así siempre, claro está. Sobre todo cuando un trabajo sencillo y familiar se complica y se enrolla en la clásica espiral de violencia. No es un argumento original, pero da igual, porque el guión es magnífico: consigue hacer casi creíble una historia que no ocurriría ni en la realidad.
Por cierto, que está desordenado cronológicamente, algo muy habitual desde Pulp Fiction, aunque de siempre se ha utilizado. Pero da igual, porque ese caos es reutilizado para construir una trama capitulada, dotándola de una estructura sólida que le imprime carácter y ritmo...
Hacer una película original es algo casi imposible ya, de hecho yo prefiero que no lo intenten, porque acaba en bodrio sí o sí. Sin embargo pueden tener detalles que le den un carácter distinto, y esta cinta los tiene, como el camello de lujo mitad hentai, mitad Bowie, por ejemplo.
Y tenemos a Philip Seymour Hoffman saliéndose, como otras veces. O unos decentes Albert Finney (que poco le queda) y Ethan Hawke. Y Marisa Tomei. Super Marisa Tomei. Con un desnudo espectacular para sus 40 palos. Es la actriz más interesante del panorama de las dos últimas décadas. Una actriz espectacular. Aquí hace de florero y se come algunas escenas, con eso está todo dicho... la pena es que la dobla una tipa que fuma crack.
No leer espoliadero si no la has visto.
Por cierto, que está desordenado cronológicamente, algo muy habitual desde Pulp Fiction, aunque de siempre se ha utilizado. Pero da igual, porque ese caos es reutilizado para construir una trama capitulada, dotándola de una estructura sólida que le imprime carácter y ritmo...
Hacer una película original es algo casi imposible ya, de hecho yo prefiero que no lo intenten, porque acaba en bodrio sí o sí. Sin embargo pueden tener detalles que le den un carácter distinto, y esta cinta los tiene, como el camello de lujo mitad hentai, mitad Bowie, por ejemplo.
Y tenemos a Philip Seymour Hoffman saliéndose, como otras veces. O unos decentes Albert Finney (que poco le queda) y Ethan Hawke. Y Marisa Tomei. Super Marisa Tomei. Con un desnudo espectacular para sus 40 palos. Es la actriz más interesante del panorama de las dos últimas décadas. Una actriz espectacular. Aquí hace de florero y se come algunas escenas, con eso está todo dicho... la pena es que la dobla una tipa que fuma crack.
No leer espoliadero si no la has visto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Las dos mejores escenas:
El atraco al camello, con tres culatazos secos impresionantes y un disparo del Hoffman a su propio reflejo que supone, seguramente el mejor asesinato rodado en lo que va de tercer milenio.
En el coche, de frente, sin música lacrimógena, seca, dramática, con lloros y tal... a mí no me gustan mucho este tipo de escenas, pero en esta, ufff, Marisa y Felipe, lo bordan. Cómo llora el cabrón del salchicha... muy bueno.
El atraco al camello, con tres culatazos secos impresionantes y un disparo del Hoffman a su propio reflejo que supone, seguramente el mejor asesinato rodado en lo que va de tercer milenio.
En el coche, de frente, sin música lacrimógena, seca, dramática, con lloros y tal... a mí no me gustan mucho este tipo de escenas, pero en esta, ufff, Marisa y Felipe, lo bordan. Cómo llora el cabrón del salchicha... muy bueno.
9 de junio de 2008
9 de junio de 2008
102 de 121 usuarios han encontrado esta crítica útil
Absolutamente conmocionado y noqueado emocionalmente. Así fue como me sentí al salir de la sala de cine tras haber visto la última película que ha logrado dejarme verdaderamente sin palabras. Sydney Lumet es como Vincent Van Gogh, un absoluto genio condenado injustamente a la indiferencia de sus coetáneos. Sólo ahora, cuando el ocaso de los días de este maravilloso contador de historias parece llegar a su fin, es cuando verdaderamente se puede entender la magnitud de su legado. Estoy convencido que en un futuro no muy lejano, el nombre de Syndey Lumet aparecerá con todo merecimiento en los libros de historia del cine como uno de sus mejores y más visionarios ejemplos.
Y ahora la película en cuestión. Podría definirse como obra maestra absoluta y punto pero son tantos los aciertos y tan pocos (o ninguno) los fallos que sería una injusticia no enumerar todas las virtudes de esta maravilla:
En primer lugar la historia es un reflejo absolutamente sobrecogedor de la impersonalización y la carencia de valores morales y familiares a favor del imperio del dinero. Algo que otras muchas películas también han podido reflejar, pero en esta ocasión Lumet nos muestra lo putrefacto de las relaciones de una manera absolutamente clásica, siempre elegante y con un estilo arrollador sin paliativos. Esta es la primera película que he visto en mucho tiempo con unos personajes tan rematadamente viles, amorales e indiferentes a las desgracias ajenas. Pone los pelos como escarpias.
Los actores y actrices se marcan un recital interpretativo apabullante. El desgarro de su alma no sólo se deduce a través de sus actos o sus discursos sino que podemos observar su dolor a través de cada uno de sus gestos y de sus miradas. Lumet los capta vagando entre las estancias de un apartamento vacío, en la habitación de un hospital, en una joyería, en una representación teatral de un colegio, en un bar de mala muerte, en un despacho inmaculado. Momentos en los que se respira la frustración, la ira, el miedo, la culpabilidad y la huída. Escenas todas para enmarcar.
El guión es impropio de una debutante en cine: sólido, sórdido, sexual, inteligente, hiriente, desolador. Un inmejorable decálogo de todas las virtudes que hay que poner encima de la mesa para conseguir una historia a la vez actual y a la vez intemporal, a la vez concreta y a la vez ecléctica. Todo ello en una película con un humor negro, negrísimo, sólo a la altura de los grandes genios del arte cinematográfico. La película más verdadera que ha dado Hollywood en años.
Lumet, enséñale al diablo tu Cum Laude en la vida. Aquí ya eres inmortal.
Y ahora la película en cuestión. Podría definirse como obra maestra absoluta y punto pero son tantos los aciertos y tan pocos (o ninguno) los fallos que sería una injusticia no enumerar todas las virtudes de esta maravilla:
En primer lugar la historia es un reflejo absolutamente sobrecogedor de la impersonalización y la carencia de valores morales y familiares a favor del imperio del dinero. Algo que otras muchas películas también han podido reflejar, pero en esta ocasión Lumet nos muestra lo putrefacto de las relaciones de una manera absolutamente clásica, siempre elegante y con un estilo arrollador sin paliativos. Esta es la primera película que he visto en mucho tiempo con unos personajes tan rematadamente viles, amorales e indiferentes a las desgracias ajenas. Pone los pelos como escarpias.
Los actores y actrices se marcan un recital interpretativo apabullante. El desgarro de su alma no sólo se deduce a través de sus actos o sus discursos sino que podemos observar su dolor a través de cada uno de sus gestos y de sus miradas. Lumet los capta vagando entre las estancias de un apartamento vacío, en la habitación de un hospital, en una joyería, en una representación teatral de un colegio, en un bar de mala muerte, en un despacho inmaculado. Momentos en los que se respira la frustración, la ira, el miedo, la culpabilidad y la huída. Escenas todas para enmarcar.
El guión es impropio de una debutante en cine: sólido, sórdido, sexual, inteligente, hiriente, desolador. Un inmejorable decálogo de todas las virtudes que hay que poner encima de la mesa para conseguir una historia a la vez actual y a la vez intemporal, a la vez concreta y a la vez ecléctica. Todo ello en una película con un humor negro, negrísimo, sólo a la altura de los grandes genios del arte cinematográfico. La película más verdadera que ha dado Hollywood en años.
Lumet, enséñale al diablo tu Cum Laude en la vida. Aquí ya eres inmortal.
2 de septiembre de 2011
2 de septiembre de 2011
82 de 85 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sidney Lumet con “Antes que el diablo sepa que has muerto”, y con la maestría que le caracteriza disecciona perfectamente las más bajas miserias de La Condición Humana, narrándonos la historia de dos hermanos aparentemente antagónicos y que desesperados por su situación económica planean un atraco (la joyería de sus padres), pero los planes no salen como esperaban y se desencadena una trama tan oscura que termina por envolverlos en una espiral de acontecimientos a cada cual más grave.
Lumet no se encuentra solo en toda esa aventura, para ello cuenta con la colaboración de unos actores perfectos en sus papeles y que además parecen estar en estado de gracia, Philip Seymour Hoffman y Ethan Hawke, ejes centrales de la historia, acompañados por una magnífica Marisa Tomei, y en especial por un espectacular Albert Finney, en un personaje que va cobrando relevancia según avanza la película.
Un brillante montaje visual, dinámico y atrayente, una información bien dosificada en ritmo y concreción, para culminar en una historia clásica sin ningún ápice de conformismo.
Lumet no se encuentra solo en toda esa aventura, para ello cuenta con la colaboración de unos actores perfectos en sus papeles y que además parecen estar en estado de gracia, Philip Seymour Hoffman y Ethan Hawke, ejes centrales de la historia, acompañados por una magnífica Marisa Tomei, y en especial por un espectacular Albert Finney, en un personaje que va cobrando relevancia según avanza la película.
Un brillante montaje visual, dinámico y atrayente, una información bien dosificada en ritmo y concreción, para culminar en una historia clásica sin ningún ápice de conformismo.
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