Silvio (y los otros)
2018 

6.3
3,661
Drama
Silvio Berlusconi (Toni Servillo) se encuentra en el momento más complicado de su carrera política, recién salido del gobierno y con las acusaciones de corrupción y de sus conexiones con la mafia a punto de llegar a los juzgados. Sergio Morra (Riccardo Scamarcio) es un atractivo hombre hecho a sí mismo que sueña con dar el salto de sus cuestionables negocios de provincia a escala internacional. El camino más rápido para conseguirlo es ... [+]
27 de noviembre de 2018
27 de noviembre de 2018
52 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si en La grande bellezza (2012) Paolo Sorrentino y su habitual director de fotografía, Luca Bigazzi, se recreaban de un modo barroco con el barroquismo romano (en todos sus sentidos: Italia, el país de las pasiones; el país de la abundancia; Roma, la ciudad barroca por excelencia) en Silvio (y los otros) (2018), la versión comercializada internacionalmente en una única cinta que aúna las dos partes ideadas por el director, la estética es rococó. Es un paso más en el ideario sorrentinesco: un estilo que ladea entre la genialidad cinematográfica y lo hortera (kitsch), entre la hiperestetización de la imagen y el retrato del vacío. Aquí pasa la raya y para retratar no sólo a Berlusconi sino al mundo que rodea la figura de Berlusconi ("loro") (y que en palabras del ex-primer ministro aquí “es exactamente igual que él”) se sirve de una estética videoclip que percorre toda la cinta, de un abierto horterismo que coquetea de manera absoluta con el sentido del ridículo. Podríamos decir que si Spring Breakers (2012) fue el videoclip más largo de su año, Silvio (y los otros) es el videoclip más largo de 2018 (sin las connotaciones negativas que los puristas podrían darle al término “videoclip”): sobre una figura fundamental para la historia política italiana que forma parte ya del ideario colectivo de político corrupto rico que abusa de su posición de poder para hacer, básicamente, lo que le venga en gana: un ejemplo paradigmático de lo que puede derivar de la política institucional y que también conocemos en España, aunque de iconografía más abstracta.
Es una película abiertamente asimétrica y posmoderna en tanto cuanto abandona el esquema tradicional para perderse en una repetición pseudo-caótica de escenas que representan la nadería (el vacío) del patriarcado y del capital italiano (y de “sus mujeres”). El personaje de Sergio Morra (que podríamos considerar co-protagonista) no va a ninguna parte y Silvio realmente tampoco. Podríamos tomarlo como una versión menor del mismo Silvio y como meramente un ejemplo más de esa “alta sociedad patriarcal”. Una repetición sin fin de escenas pasadas dos o tres veces por posproducción (el autotune cinematográfico) que retratan, a grandes rasgos, una y otra vez lo mismo: hombres ricos abusando de su posición de poder cuya ambición es ser más ricos y tener más poder (y cuando ya no se puede: ¿qué queda? ¿cuál es la diferencia entre Morra y Silvio?) y mujeres (hipersexualizadas) que prostituyéndose y usando la seducción aspiran a ser cómplices de eso, con alguna salvedad. Sorrentino no muestra crítica en ningún momento: simplemente enseña. Y quizás esa hipersexualización de la mujer (y la banalización completa y absoluta de su carácter, la supeditación al hombre) se deban a que la cámara nos está enseñando el reflejo del ego de Silvio, su propia visión de su mundo y de sí mismo. Por eso no podemos sino referirnos a los hombres ricos que pueblan esta cinta como “patriarcado del capitalismo”: hombres ricos que usan a mujeres que aceptan ese rol o que, por necesidad, no pueden sino aceptarlo. Puede que lo asimétrico, caótico y repetitivo de esta cinta sea fruto, en parte, de la necesidad de generar una versión unitaria de Loro I y Loro II. Festival estético hacia ningún lado, que huye de los convencionalismos narrativos y de los personajes con principio y fin y del centro narrativo para habitar sus bordes.
El trabajo interpretativo de Toni Servillo es magistral: el grado de mímesis y ensimismamiento con su personaje es tal que a partir de ahora, para mí, Berlusconi tiene su cara y su bótox es el suyo aquí y no el de él. Brillante. Si no es la mejor interpretación de este año que inventen más premios y si no es de lo mejor que veremos en los próximos años ¡qué suerte la nuestra! Al nivel del mejor Joaquin Phoenix o Daniel Day-Lewis.
Ese peculiar ladeo sorrentinesco en el tratamiento de la imagen, junto a su habitual genialidad para retratar personajes de la alta sociedad y entornos donde “la nada” sobrevuela, hace de Silvio (y los otros) un peculiar cóctel que busca épater al espectador afín a los convencionalismos con escenas tan inverosímiles como las de una desorbitante fiesta privada en la que “caramelos” con forma de caras deformadas al modo de Francis Bacon o de su sucesor cinematográfico en este ámbito, David Lynch (véase Ant Head (2018), su último trabajo), irrumpen en pantalla como las ranas en la peculiar Magnolia (1999). La última escena es, simplemente, una maravilla: el mejor cierre posible.
Es una película abiertamente asimétrica y posmoderna en tanto cuanto abandona el esquema tradicional para perderse en una repetición pseudo-caótica de escenas que representan la nadería (el vacío) del patriarcado y del capital italiano (y de “sus mujeres”). El personaje de Sergio Morra (que podríamos considerar co-protagonista) no va a ninguna parte y Silvio realmente tampoco. Podríamos tomarlo como una versión menor del mismo Silvio y como meramente un ejemplo más de esa “alta sociedad patriarcal”. Una repetición sin fin de escenas pasadas dos o tres veces por posproducción (el autotune cinematográfico) que retratan, a grandes rasgos, una y otra vez lo mismo: hombres ricos abusando de su posición de poder cuya ambición es ser más ricos y tener más poder (y cuando ya no se puede: ¿qué queda? ¿cuál es la diferencia entre Morra y Silvio?) y mujeres (hipersexualizadas) que prostituyéndose y usando la seducción aspiran a ser cómplices de eso, con alguna salvedad. Sorrentino no muestra crítica en ningún momento: simplemente enseña. Y quizás esa hipersexualización de la mujer (y la banalización completa y absoluta de su carácter, la supeditación al hombre) se deban a que la cámara nos está enseñando el reflejo del ego de Silvio, su propia visión de su mundo y de sí mismo. Por eso no podemos sino referirnos a los hombres ricos que pueblan esta cinta como “patriarcado del capitalismo”: hombres ricos que usan a mujeres que aceptan ese rol o que, por necesidad, no pueden sino aceptarlo. Puede que lo asimétrico, caótico y repetitivo de esta cinta sea fruto, en parte, de la necesidad de generar una versión unitaria de Loro I y Loro II. Festival estético hacia ningún lado, que huye de los convencionalismos narrativos y de los personajes con principio y fin y del centro narrativo para habitar sus bordes.
El trabajo interpretativo de Toni Servillo es magistral: el grado de mímesis y ensimismamiento con su personaje es tal que a partir de ahora, para mí, Berlusconi tiene su cara y su bótox es el suyo aquí y no el de él. Brillante. Si no es la mejor interpretación de este año que inventen más premios y si no es de lo mejor que veremos en los próximos años ¡qué suerte la nuestra! Al nivel del mejor Joaquin Phoenix o Daniel Day-Lewis.
Ese peculiar ladeo sorrentinesco en el tratamiento de la imagen, junto a su habitual genialidad para retratar personajes de la alta sociedad y entornos donde “la nada” sobrevuela, hace de Silvio (y los otros) un peculiar cóctel que busca épater al espectador afín a los convencionalismos con escenas tan inverosímiles como las de una desorbitante fiesta privada en la que “caramelos” con forma de caras deformadas al modo de Francis Bacon o de su sucesor cinematográfico en este ámbito, David Lynch (véase Ant Head (2018), su último trabajo), irrumpen en pantalla como las ranas en la peculiar Magnolia (1999). La última escena es, simplemente, una maravilla: el mejor cierre posible.
4 de enero de 2019
4 de enero de 2019
18 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
La última película de Sorrentino se antojaba como un regalo de Reyes anticipado y, aunque quizás no haya estado a la altura de sus mejores obras (cosa harto difícil, por otro lado), vuelve a dejarnos una muestra de buen cine, de trabajo hecho con minuciosidad, exquisitez y profundidad, de primeros planos para el recuerdo y de diálogos profundos que nos plantean cuestiones existenciales.
Con respecto a la trama de la cinta, sobre la que se advierte desde un principio que no tiene intención de ser una reproducción fiel de la realidad, sino una recreación artística de la misma, decir que se centra en el decaimiento (aunque con reanimación incluida) de la vida política, pública y personal de Silvio Berlusconi, interpretado magistralmente por Toni Servillo.
Cierto es que la película comienza mostrándonos la vida de Sergio, un joven provinciano interpretado por Riccardo Scamarcio, dispuesto a cualquier cosa por llegar al poder -lo que es sinónimo de llegar a Berlusconi- y que esta historia cuenta con su desarrollo y su papel en el conjunto; pero no es menos cierto que dicho episodio queda profundamente eclipsado en cuanto nos sumergimos en la vida de Silvio, llegando nosotros también, en cuanto espectadores, a hacer nuestras las palabras que el “Presidente” le dedica a este joven en una ocasión en la que intenta ganar protagonismo: “no lo estropees”.
Así pues, la película orbita en torno a Silvio, un hombre del que tenemos la sensación de que no se conoció bien a sí mismo o, si lo hizo, no siguió el camino que le marcaba la vida, pues a él “lo que se le daba bien era vender”. Sin embargo, esta renuncia (o quizás sería mejor decir huida hacia adelante) de sí mismo para ser otra cosa, lo lleva a buscar un nuevo papel en el mundo que, por la imagen y opinión que tiene de sí mismo, podemos deducir que le acaba haciendo creer que es una suerte de dios en la Tierra. Pero esta pretensión, que ya los griegos denominaron hybris y de la que advirtieron a la humanidad en distintas tragedias, lo sumerge profundamente en un pozo de insatisfacción y vacío en el que “todo no es suficiente”, ni las desenfrenadas fiestas, ni las despampanantes mujeres, ni el dominio de la televisión, ni las decenas de empresas y mansiones. Parece más bien, al igual que le ocurre a su mujer Verónica, que lo que acaba ocurriendo es que “sus sueños se han convertido en pesadillas”.
Y entre estas pesadillas, propiciadas en parte por el inexorable devenir del tiempo, se encuentra su muerte o, cuanto menos, su ocaso, cosa que se intuye con su pretensión de mandar construir un museo sobre sí mismo. Pero, ¿por qué ese miedo al olvido? ¿Acaso un dios terrenal puede ser olvidado?
Con respecto a la trama de la cinta, sobre la que se advierte desde un principio que no tiene intención de ser una reproducción fiel de la realidad, sino una recreación artística de la misma, decir que se centra en el decaimiento (aunque con reanimación incluida) de la vida política, pública y personal de Silvio Berlusconi, interpretado magistralmente por Toni Servillo.
Cierto es que la película comienza mostrándonos la vida de Sergio, un joven provinciano interpretado por Riccardo Scamarcio, dispuesto a cualquier cosa por llegar al poder -lo que es sinónimo de llegar a Berlusconi- y que esta historia cuenta con su desarrollo y su papel en el conjunto; pero no es menos cierto que dicho episodio queda profundamente eclipsado en cuanto nos sumergimos en la vida de Silvio, llegando nosotros también, en cuanto espectadores, a hacer nuestras las palabras que el “Presidente” le dedica a este joven en una ocasión en la que intenta ganar protagonismo: “no lo estropees”.
Así pues, la película orbita en torno a Silvio, un hombre del que tenemos la sensación de que no se conoció bien a sí mismo o, si lo hizo, no siguió el camino que le marcaba la vida, pues a él “lo que se le daba bien era vender”. Sin embargo, esta renuncia (o quizás sería mejor decir huida hacia adelante) de sí mismo para ser otra cosa, lo lleva a buscar un nuevo papel en el mundo que, por la imagen y opinión que tiene de sí mismo, podemos deducir que le acaba haciendo creer que es una suerte de dios en la Tierra. Pero esta pretensión, que ya los griegos denominaron hybris y de la que advirtieron a la humanidad en distintas tragedias, lo sumerge profundamente en un pozo de insatisfacción y vacío en el que “todo no es suficiente”, ni las desenfrenadas fiestas, ni las despampanantes mujeres, ni el dominio de la televisión, ni las decenas de empresas y mansiones. Parece más bien, al igual que le ocurre a su mujer Verónica, que lo que acaba ocurriendo es que “sus sueños se han convertido en pesadillas”.
Y entre estas pesadillas, propiciadas en parte por el inexorable devenir del tiempo, se encuentra su muerte o, cuanto menos, su ocaso, cosa que se intuye con su pretensión de mandar construir un museo sobre sí mismo. Pero, ¿por qué ese miedo al olvido? ¿Acaso un dios terrenal puede ser olvidado?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Parece que Sorrentino así nos lo quiere dar a entender con el interesante y misterioso paralelismo que establece al final de la película, en el que Berlusconi está solo en su jardín mirando su volcán, cuyo fuego todo lo consume; mientras, un grupo de personas contempla con pasión y preocupación la iglesia destruida por un terremoto de la que están rescatando una figura de Jesucristo, la cual, una vez fuera, parecen estar custodiando un grupo de operarios y policías. Silvio, sin embargo, está solo, consigo mismo, viendo cómo entra el volcán en erupción, pero en el fondo sabe que “cuando terminen los jueguecitos, nos encontraremos frente al espejo” y no podremos prolongar nuestra actuación ni escapar de nuestra propia mirada. ¿Qué verá él de sí mismo?
Para más críticas, puedes visitar nuestra web: www.plumasintinta.com
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8 de enero de 2019
8 de enero de 2019
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Yo soy un hombre. Yo soy el ángel de la noche". La vida y obra política del empresario, megalómano y ex presidente del Consejo de Ministros de Italia es una incógnita oscura para muchos políticos, escritores, periodistas y artistas que han querido abrazar, de diferentes maneras, los movimientos de un personaje tan pintoresco. Paolo Sorrentino, uno de los mejores directores contemporáneos, se ha atrevido con esta obra cinematográfica llamada "Silvio (y Los otros)".
El film se cura en salud desde el principio, dejando claro que todo el contenido que sale durante el metraje se convierte en "una pura coincidencia con la realidad", escenificando que es un guión "ficticio". Así pues, Sorrentino se protege la espalda ante posibles querellas por parte de Berlusconi y todos los implicados ante esta bofetada poética, vulgar, sexual y histriónica contra uno de los políticos más mediáticos de la Europa contemporánea.
La película es un poema cinematográfico de estilo puramente Sorrentino, enmarcado en una estética cargada de belleza visual (como en toda obra del director italiano), metáforas italianas mezcladas con fotogramas que se convierten en cuadros casi renacentistas y una muy, muy, muy elevada sexualidad. Toni Servillo encarna al político que da sentido a toda la película, a todo el metraje y a todo el guión.
"Silvio (y Los otros)" no es un biopic convencional. Sorrentino ya rodó un filme sobre un "gran" político italiano, Giulio Andreotti (llamada "Il Divo"), irradiando un estilo poco convencional, con una elevada estética y una ausencia de guión sólido para ciertas personas, donde tenía una gran vinculación política e histórica. En cambio, en esta película sobre Berlusconi, hace una gran introspección psicológica del personaje, de sus carencias, incluso de su obsesión mental, sobre todo, con el sexo.
El otro gran personaje que aparece en el filme es Sergio Morra (interpretado por Riccardo Scarmaccio) que escenifica una proyección fantasiosa de los supuestos inicios de Berlusconi, pero interactuando con el verdadero Berlusconi. Es un hombre llamado por el reclamo de la ambición, del poder, nublado por la espiral de sexo, drogas y política superficial que planea sobre la Italia de las últimas décadas.
El filme de Sorrentino es largo (una duración de dos horas y media puede suponer cargante para un elevado público no familiarizado con sus películas) pero que deslumbra a cada paso que hace. No es un producto sólido, porque sólo focaliza una etapa muy breve de Berlusconi: su ocaso, su Olimpo en decadencia, su miedo irracional a la muerte, su negación absoluta a abandonar su posición extremadamente poderosa en Italia.
La proyección del director italiano es una gran crítica a Berlusconi, es una puñalada a la obra política, empresarial e incluso vital del líder político, que lo acaba colocando delante del espejo y lo convierte en una persona decadente, patética y abandonada. Sin embargo, el filme, cargado de mensajes metafóricos, de una carga muy especialmente italiana y bíblica, nos recuerda que Berlusconi fue una persona muy apreciada por una población poco crítica, absorbida por una clase política pobre, oscura y abandonada a la corrupción.
Silvio, sin embargo, es alfa y omega. Es la Italia poderosa que no renuncia a sí misma pero se hace asco a sí misma. Él, sin embargo, es un hombre convencional. Es el ángel de la noche. Y es una sonrisa incómoda, pervertida y cargada de malicia. Y (los otros), se nutren de él, terminando todos consumidos por Berlusconi.
El film se cura en salud desde el principio, dejando claro que todo el contenido que sale durante el metraje se convierte en "una pura coincidencia con la realidad", escenificando que es un guión "ficticio". Así pues, Sorrentino se protege la espalda ante posibles querellas por parte de Berlusconi y todos los implicados ante esta bofetada poética, vulgar, sexual y histriónica contra uno de los políticos más mediáticos de la Europa contemporánea.
La película es un poema cinematográfico de estilo puramente Sorrentino, enmarcado en una estética cargada de belleza visual (como en toda obra del director italiano), metáforas italianas mezcladas con fotogramas que se convierten en cuadros casi renacentistas y una muy, muy, muy elevada sexualidad. Toni Servillo encarna al político que da sentido a toda la película, a todo el metraje y a todo el guión.
"Silvio (y Los otros)" no es un biopic convencional. Sorrentino ya rodó un filme sobre un "gran" político italiano, Giulio Andreotti (llamada "Il Divo"), irradiando un estilo poco convencional, con una elevada estética y una ausencia de guión sólido para ciertas personas, donde tenía una gran vinculación política e histórica. En cambio, en esta película sobre Berlusconi, hace una gran introspección psicológica del personaje, de sus carencias, incluso de su obsesión mental, sobre todo, con el sexo.
El otro gran personaje que aparece en el filme es Sergio Morra (interpretado por Riccardo Scarmaccio) que escenifica una proyección fantasiosa de los supuestos inicios de Berlusconi, pero interactuando con el verdadero Berlusconi. Es un hombre llamado por el reclamo de la ambición, del poder, nublado por la espiral de sexo, drogas y política superficial que planea sobre la Italia de las últimas décadas.
El filme de Sorrentino es largo (una duración de dos horas y media puede suponer cargante para un elevado público no familiarizado con sus películas) pero que deslumbra a cada paso que hace. No es un producto sólido, porque sólo focaliza una etapa muy breve de Berlusconi: su ocaso, su Olimpo en decadencia, su miedo irracional a la muerte, su negación absoluta a abandonar su posición extremadamente poderosa en Italia.
La proyección del director italiano es una gran crítica a Berlusconi, es una puñalada a la obra política, empresarial e incluso vital del líder político, que lo acaba colocando delante del espejo y lo convierte en una persona decadente, patética y abandonada. Sin embargo, el filme, cargado de mensajes metafóricos, de una carga muy especialmente italiana y bíblica, nos recuerda que Berlusconi fue una persona muy apreciada por una población poco crítica, absorbida por una clase política pobre, oscura y abandonada a la corrupción.
Silvio, sin embargo, es alfa y omega. Es la Italia poderosa que no renuncia a sí misma pero se hace asco a sí misma. Él, sin embargo, es un hombre convencional. Es el ángel de la noche. Y es una sonrisa incómoda, pervertida y cargada de malicia. Y (los otros), se nutren de él, terminando todos consumidos por Berlusconi.
14 de enero de 2019
14 de enero de 2019
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay directores a los que servidor tiene en tanta estima que cualquier película suya que se aproxime supone un evento marcado en el calendario. Iría fiel al cine a ver sus nuevos trabajos, por muy mal que los pudieron poner o incluso aunque este fuese un documental sobre palomas. Uno de los realizadores de este siglo que se incluyen en este grupo es Paolo Sorrentino. Desde la excelente La gran belleza sigo toda su obra, y disfruté enormemente de otras obras del autor como Il divo o El papa joven. La nueva película contaba como gran aliciente la figura pública sobre la que versaba. Esta es Silvio (y los otros), Loro en el original, sobre la polémica y capital figura de Silvio Berlusconi. Una película cuyo producción se anunció hace muchísimo tiempo. Sus dimensiones y metraje provocaron que en Italia fuera estrenada en dos partes, allá por la primavera pasada. Sin embargo, en el resto del mundo se ha distribuido un montaje de dos horas y media, perdiendo casi una hora de metraje en el camino, el cual se estrenó en el Festival de Toronto el verano pasado. Ya desde allí fue vapuleada por la crítica, tendencia que se ha mantenido en su tardío estreno en salas españolas. No dejemos que esto influyera nuestro juicio, sabedores de la nada merecida acogida de sus últimos trabajos, de modo que me apresure a la sala tan pronto como me fue posible. Y aún sin disfrutar de una gran película, no merece ni mucho menos el desprecio que los medios le han dado. Una obra excesiva, deambulante, onanista y flaca en trama y mensaje, pero excelsa en su producción y factura audiovisual.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Década de los 2000. Sergio Morra (Riccardo Scarmacio) es un apuesto y joven político que desea pasar de sus negocios de concesiones públicas locales a ser eurodiputado. Se ha hecho un nombre en el panorama del poder italiano organizando fiestas mastodónticas llenas de mujeres y cocaína. Sólo gracias a ellas espera entrar en contacto con él, irrumpir en la órbita del titán bajo el que todos desean acogerse: el carismático y polémico Silvio Berlusconi (Toni Servillo). Un retrato satírico y festivo de la vida de excesos del poderoso y vanidoso Silvio, así como del séquito de chupópteros y políticos que le rodeaban para poder sustraer de él todo tipo de beneficio o enriquecimiento personal. Monumental mosaico, manifestación fidedigna del reconocible estilo de Sorrentino. Todas las virtudes formales de sus últimos trabajos se encuentran aquí en su máximo exponente. El trabajo de realización y fotografía, deslumbrante. La banda sonora, muy sugestiva. En sus fiestas la película ofrece planos y secuencias espectaculares en el plano estético. Reseñable es, además, el trabajo del reparto, a destacar un entregado Servillo que hace de Berlusconi un hombre complejo con matices que va mucho más allá del villano ridículo. Un retrato agridulce de las personalidades tras el foco, del vacío o la insatisfacción tras el éxito económico y el arrasamiento social de su pasado. Una película no exenta de poética, que hará las delicias de los Sorrentinianos.
Lo más evidente una vez concluido el filme es que este no tenía un fin claro, no conducía en un rumbo fijo ni hay un arco de personaje en el que los cauces desemboquen en un mismo mar conclusivo. Es una película diletante, con momentos y secuencias que se reiteran, se alargan o no conducen a ningún sitio. Las dos subtramas se interrumpen más que cerrarse, no conocemos de Silvio más allá de lo que ya es dominio público y el ritmo y estructura narrativa están cuanto menos descompensadas. Un claro caso de forma sobre fondo, un divagar querido de sí mismo de estilo sobre todas las cosas y que no aporta novedades al acervo del director, ni a nivel conceptual ni a nivel plástico.
Estilizada, grotesca e incontinente, Silvio (y los otros) es una obra irregular y difusa, pero que atesora toda la riqueza visual de Sorrentino.
Lo más evidente una vez concluido el filme es que este no tenía un fin claro, no conducía en un rumbo fijo ni hay un arco de personaje en el que los cauces desemboquen en un mismo mar conclusivo. Es una película diletante, con momentos y secuencias que se reiteran, se alargan o no conducen a ningún sitio. Las dos subtramas se interrumpen más que cerrarse, no conocemos de Silvio más allá de lo que ya es dominio público y el ritmo y estructura narrativa están cuanto menos descompensadas. Un claro caso de forma sobre fondo, un divagar querido de sí mismo de estilo sobre todas las cosas y que no aporta novedades al acervo del director, ni a nivel conceptual ni a nivel plástico.
Estilizada, grotesca e incontinente, Silvio (y los otros) es una obra irregular y difusa, pero que atesora toda la riqueza visual de Sorrentino.
10 de mayo de 2019
10 de mayo de 2019
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
El otro día esta en una librería de trapo, de segunda mano, comprando libros de Selby y Capote, algo de Sender que habla de cabezas, y el dependiente me recordó la Gran Belleza como una obra maestra. Tuve que desintir, ya que para mi la obra maestra era el personaje Gambardella, no la película en sí.
Era una película buena, sí, pero era un recorta y pega de Fellini. Si te has visto abrumado por 8 1/2 y La Dolce Vita, lo que nos presenta Sorrentino es algo ya visto. Centrífuga a Federico y lo vende como un hallazgo.
No tengo nada en contra, ni yo ni Tarantino, pero no se le puede adjudicar el merito.
Loro es una buena película, ansiosa y desenfadada en sus primeros 50 minutos, después tediosa y hartapan como diría mi viejo que no a leído un libro en su vida.
Servillo sigue siendo un actor, que siendo fantástico, no será Mastroiani nunca.
Película larga, tediosa, repetitiva, reverberante, puro Sorrentino.
Quien no quiera perder el tiempo :La Dolce Vita. Quien ya la haya visto, vuelva a verla.
O lea a Javier Tomeo. Ahí si hay cachondeo y pitorreo a costa del absurdo que nos maneja.
Era una película buena, sí, pero era un recorta y pega de Fellini. Si te has visto abrumado por 8 1/2 y La Dolce Vita, lo que nos presenta Sorrentino es algo ya visto. Centrífuga a Federico y lo vende como un hallazgo.
No tengo nada en contra, ni yo ni Tarantino, pero no se le puede adjudicar el merito.
Loro es una buena película, ansiosa y desenfadada en sus primeros 50 minutos, después tediosa y hartapan como diría mi viejo que no a leído un libro en su vida.
Servillo sigue siendo un actor, que siendo fantástico, no será Mastroiani nunca.
Película larga, tediosa, repetitiva, reverberante, puro Sorrentino.
Quien no quiera perder el tiempo :La Dolce Vita. Quien ya la haya visto, vuelva a verla.
O lea a Javier Tomeo. Ahí si hay cachondeo y pitorreo a costa del absurdo que nos maneja.
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