El verdugo
1963 

8.2
42,684
Comedia
José Luis, el empleado de una funeraria, proyecta emigrar a Alemania para convertirse en un buen mecánico. Su novia es hija de Amadeo, un verdugo profesional. Cuando éste los sorprende en la intimidad, los obliga a casarse. Ante la acuciante falta de medios económicos de los recién casados, Amadeo, que está a punto de jubilarse, trata de persuadir a José Luis para que solicite la plaza que él va a dejar vacante, lo que le daría derecho ... [+]
28 de marzo de 2008
28 de marzo de 2008
289 de 308 usuarios han encontrado esta crítica útil
Luis García Berlanga y Rafael Azcona eran los mejores cuando debían eludir la censura y en esta comedia negra, para mí la mejor película española de la historia, logran su cima, junto al guionista Ennio Flaiano y el operador Tonino Delli Colli, italianos como la coproducción. El embajador de España en Roma declaró, tras intentar prohibir su exhibición, "La película me parece uno de los más impresionantes libelos que jamás se hayan hecho contra España; un panfleto político increíble, no contra el régimen, sino contra toda una sociedad. Es una inacabable crítica caricaturesca de la vida española." Tenía toda la razón. Lo mejor es tratar esta tragedia desde una óptica cómica, que si no, la experiencia puede ser tremenda. Nunca olvidaré el último plano inhumano de "Pascual Duarte", pero ésta la recuerdo fotograma por fotograma. Porque sin ser tan explícita, es mucho más terrible.
Los personajes son un viejo verdugo del régimen, su hija casadera y la “víctima” de ambos, un empleado de pompas fúnebres destinado a heredar el puesto de su futuro suegro. Un hombre normal y corriente, que tiene un trabajo con el que gana poco dinero. Ya casado espera no tener que ejercer nunca su profesión. Pero ese momento llega.
Imprescindible alegato contra la pena de muerte, con un Nino Manfredi (tan buen actor que logra no parecer italiano) acobardado, y un Pepe Isbert (tan genial que vuelve querible a su nefasto personaje) que engrandecen una película que mejora con el tiempo, junto a un gran reparto en el que asoman grandes actores.
-"Amadeo: Me hacen reír los que dicen que el garrote es inhumano. ¿Qué es mejor, la guillotina? ¿Usted cree que se puede enterrar a un hombre hecho pedazos?
-José Luis: No. Yo no entiendo de eso.
-Amadeo: Y que me dice de los americanos. La silla eléctrica son miles de voltios. Los deja negros, abrasados. ¡A ver dónde está la humanidad de la silla!
-Jose Luis: Yo creo que la gente debe morir en su cama ¿no?
-Amadeo: Naturalmente, pero si existe la pena de muerte, alguien tiene que aplicarla."
Excelente comedia llena de un personal humor negro y un duro alegato contra la pena de muerte. La historia de cómo obligan a Jose Luis a hacer lo que no quiere, casarse, tener un hijo y convertirse en verdugo, con el acicate de que mejorará su vida por lo bien que guisa Carmen y disfrutará del piso que ha conseguido don Amadeo. Es una mirada entre divertida y asqueada, certificando cómo los convencionalismos absurdos nos obligan a actuar de modo "normal".
El verdugo no es sólo una de las películas más importantes de la historia del cine español. Es también una de las más duras y siniestras, porque Berlanga y Azcona reducen la pena de muerte a un triste oficio. La sencillez con que está planificada y la versatilidad de matices que ofrece el gran Pepe Isbert otorga credibilidad al drama: en definitiva, matar a alguien en nombre del Estado es también un trabajo como otro cualquiera. Obra de dos genios.
Los personajes son un viejo verdugo del régimen, su hija casadera y la “víctima” de ambos, un empleado de pompas fúnebres destinado a heredar el puesto de su futuro suegro. Un hombre normal y corriente, que tiene un trabajo con el que gana poco dinero. Ya casado espera no tener que ejercer nunca su profesión. Pero ese momento llega.
Imprescindible alegato contra la pena de muerte, con un Nino Manfredi (tan buen actor que logra no parecer italiano) acobardado, y un Pepe Isbert (tan genial que vuelve querible a su nefasto personaje) que engrandecen una película que mejora con el tiempo, junto a un gran reparto en el que asoman grandes actores.
-"Amadeo: Me hacen reír los que dicen que el garrote es inhumano. ¿Qué es mejor, la guillotina? ¿Usted cree que se puede enterrar a un hombre hecho pedazos?
-José Luis: No. Yo no entiendo de eso.
-Amadeo: Y que me dice de los americanos. La silla eléctrica son miles de voltios. Los deja negros, abrasados. ¡A ver dónde está la humanidad de la silla!
-Jose Luis: Yo creo que la gente debe morir en su cama ¿no?
-Amadeo: Naturalmente, pero si existe la pena de muerte, alguien tiene que aplicarla."
Excelente comedia llena de un personal humor negro y un duro alegato contra la pena de muerte. La historia de cómo obligan a Jose Luis a hacer lo que no quiere, casarse, tener un hijo y convertirse en verdugo, con el acicate de que mejorará su vida por lo bien que guisa Carmen y disfrutará del piso que ha conseguido don Amadeo. Es una mirada entre divertida y asqueada, certificando cómo los convencionalismos absurdos nos obligan a actuar de modo "normal".
El verdugo no es sólo una de las películas más importantes de la historia del cine español. Es también una de las más duras y siniestras, porque Berlanga y Azcona reducen la pena de muerte a un triste oficio. La sencillez con que está planificada y la versatilidad de matices que ofrece el gran Pepe Isbert otorga credibilidad al drama: en definitiva, matar a alguien en nombre del Estado es también un trabajo como otro cualquiera. Obra de dos genios.
26 de marzo de 2008
26 de marzo de 2008
148 de 178 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tímida, casi inadvertidamente, se nos ha escabullido Rafa Azcona. Sin flashes, ni cámaras ni estériles panegíricos. Sin pompa ni cháchara. Como él mismo dispuso. Incinerado en la más estricta intimidad. El genial y prolífico guionista español deja como legado un puñado de obras maestras de visión onerosa e impostergable. ¿Qué mejor homenaje para este humilde talento que ver, revisar y recomendar su obra a todo aquel que la desconozca?. Y aunque es difícil elegir, yo me quedo con “El verdugo”.
La verdad es que nadie como él supo plasmar tan fielmente aquella grotesca y tragicómica España de los 40 y de los 50. Esa escalofriante España repleta de curas, militares y beatas. De repeinados funcionarios con angosto bigotito y terroríficas gafas de sol. De grises hombrecillos con pantalones de tiro alto y boina calada. Pero lo mejor de todo es que el bueno de Rafa siempre supo impregnar sus historias, aquellas de las que nunca quiso alardear, de un toque muy especial. Un toque ingenioso, cáustico y amargo al mismo tiempo que colaboró en sacar al cine español de ese infame marasmo en el que se encontraba perpétuamente inmerso. El inconfundible toque Azcona.
Allá donde estés, un abrazo, camarada.
La verdad es que nadie como él supo plasmar tan fielmente aquella grotesca y tragicómica España de los 40 y de los 50. Esa escalofriante España repleta de curas, militares y beatas. De repeinados funcionarios con angosto bigotito y terroríficas gafas de sol. De grises hombrecillos con pantalones de tiro alto y boina calada. Pero lo mejor de todo es que el bueno de Rafa siempre supo impregnar sus historias, aquellas de las que nunca quiso alardear, de un toque muy especial. Un toque ingenioso, cáustico y amargo al mismo tiempo que colaboró en sacar al cine español de ese infame marasmo en el que se encontraba perpétuamente inmerso. El inconfundible toque Azcona.
Allá donde estés, un abrazo, camarada.
23 de mayo de 2005
23 de mayo de 2005
90 de 110 usuarios han encontrado esta crítica útil
Han pasado más de cuarenta años desde que el genial (y golfo) Berlanga filmara este peliculón. Mirando hacia atrás uno se pregunta cómo pudo realizar una película como esta en esa época; quizá la respuesta es que no se podía filmar una película tan negra como en esos tiempos tan grises. Y lo hace desde una ligereza aparente, con una frescura tan grande que tienes la impresión de que lo que nos muestra existe no porque lo invente, sino porque estaba. Hace historia y una historia negra, negrísima, casi hasta la crueldad, llevada de la mano de unos personajes que muestran todas sus miserias, pero su inmensa humanidad, en el viaje de un personaje al que el Estado empuja a ser verdugo. El nasal Pepe Isbert está como siempre: GENIAL, aportando esa naturalidad congénita a un hombre que si te lo cruzarás hoy por la calle, le partirías la cara, pero que en la película lo único que logras es partirte de risa por la genialidad de sus diálogos, imágenes; Emma Penella a la misma altura, con una carnalidad sorprendente; y Nino Manfredi compone ese personaje que es todo bondad, pero que no va poder seguir con esas herramientas si lo que quiere es vivir. En resumen: Azcona y Berlanga hacen la quizá sea la mejor comedia española de todos los tiempos y el mayor alegato contra la pena de muerte que se haya filmado (esto último sin discusión).
25 de septiembre de 2005
25 de septiembre de 2005
82 de 101 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sólo es una de las mejores películas españolas que he visto, sino una de las mejores comedias a nivel mundial.
Esta película no tiene nada que envidiar al neorrealismo italiano (e.g. "El ladrón de bicicletas" ) ni a la comedia "rural" de, por ejemplo, el "Amarcord" de Fellini. Repleta de gags memorables, cuenta la historia de un viejo verdugo de pueblo (sorprendentemente interpretado por José Isbert) hacia el que la gente siente rechazo y morbo. Nino Manfredi, que no se deja comer por Isbert, está tan soberbio como éste, llenando a su personaje de inseguridades.
Pero si hay algo realmente magistral, académico, en esta obra es el guión. En un tono de comedia aparentemente inofensiva, Azcona y Berlanga realizan un alegato brutal en contra de la pena de muerte, planteando el drama desde el lado del ejecutor. Y es que en la película, el verdugo lo pasa peor que el ejecutado (memorable la escena en la que el verdugo se desmaya y el condenado va por su propio pie al matadero). Y, además, a lo largo de la película se suceden los gags (muchas veces a cargo de cameos) totalmente hilarantes y atemporales; para nada recuerdan al humor rancio que imperaría en el cine español.
Pues eso, una obra maestraza del copón que nunca envejecerá, y la cual no puede disgustar a nadie.
Esta película no tiene nada que envidiar al neorrealismo italiano (e.g. "El ladrón de bicicletas" ) ni a la comedia "rural" de, por ejemplo, el "Amarcord" de Fellini. Repleta de gags memorables, cuenta la historia de un viejo verdugo de pueblo (sorprendentemente interpretado por José Isbert) hacia el que la gente siente rechazo y morbo. Nino Manfredi, que no se deja comer por Isbert, está tan soberbio como éste, llenando a su personaje de inseguridades.
Pero si hay algo realmente magistral, académico, en esta obra es el guión. En un tono de comedia aparentemente inofensiva, Azcona y Berlanga realizan un alegato brutal en contra de la pena de muerte, planteando el drama desde el lado del ejecutor. Y es que en la película, el verdugo lo pasa peor que el ejecutado (memorable la escena en la que el verdugo se desmaya y el condenado va por su propio pie al matadero). Y, además, a lo largo de la película se suceden los gags (muchas veces a cargo de cameos) totalmente hilarantes y atemporales; para nada recuerdan al humor rancio que imperaría en el cine español.
Pues eso, una obra maestraza del copón que nunca envejecerá, y la cual no puede disgustar a nadie.
17 de noviembre de 2010
17 de noviembre de 2010
56 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es una confesión que el lector juzgará sorprendente. La he mantenido durante años en secreto y si me he decidido a sacarla a la luz ahora no ha sido por arrepentimiento de lo que en ella se cuenta, ni tampoco por proteger la identidad de los que intervienen en los hechos – de cuyos nombres, no obstante, sólo se dará la inicial- sino por otras razones que hoy, estoy convencido, no se valorarán en su medida.
Todo empezó el primero de Mayo de 1980. Nos habíamos reunido, como todas las entradas de mes, para jugar al burro en el cuarto de M…, que, dicho sea de paso, era quien nos proveía de láminas para poder aprobar dibujo. B…, que nos proveía de cerveza del almacén de su padre, había traído el periódico de su casa. Pero fue G…, que era quien nos proveía a través de su hermana de conocimientos femeninos (en el sentido menos bíblico de la palabra), fue G…, digo, el que lo comentó:
- Ha muerto Alfred Hitchcock…
Guardamos silencio indiferente.
- …y la segunda cadena va a poner un ciclo con sus películas.
Nos miramos durante un segundo. Hasta al menos diez años después y, por casualidad, no supimos que los cuatro habíamos tenido exactamente el mismo pensamiento. Pero no adelantemos acontecimientos.
La siguiente escena relevante del relato tiene lugar unos meses más tarde, el primero de Octubre del mismo año, esta vez en el cuarto de B… Esta vez, fui yo quien lo comentó:
- Pasado mañana acaba el ciclo de Hitchcock.
He dicho, “fui yo”, pero se impone el matiz: ya no era el mismo. Ninguno de los cuatro lo era. Esas semanas de gozo indefinible nos habían convertido en otra cosa: nos habían convertido en asesinos.
Todo empezó el primero de Mayo de 1980. Nos habíamos reunido, como todas las entradas de mes, para jugar al burro en el cuarto de M…, que, dicho sea de paso, era quien nos proveía de láminas para poder aprobar dibujo. B…, que nos proveía de cerveza del almacén de su padre, había traído el periódico de su casa. Pero fue G…, que era quien nos proveía a través de su hermana de conocimientos femeninos (en el sentido menos bíblico de la palabra), fue G…, digo, el que lo comentó:
- Ha muerto Alfred Hitchcock…
Guardamos silencio indiferente.
- …y la segunda cadena va a poner un ciclo con sus películas.
Nos miramos durante un segundo. Hasta al menos diez años después y, por casualidad, no supimos que los cuatro habíamos tenido exactamente el mismo pensamiento. Pero no adelantemos acontecimientos.
La siguiente escena relevante del relato tiene lugar unos meses más tarde, el primero de Octubre del mismo año, esta vez en el cuarto de B… Esta vez, fui yo quien lo comentó:
- Pasado mañana acaba el ciclo de Hitchcock.
He dicho, “fui yo”, pero se impone el matiz: ya no era el mismo. Ninguno de los cuatro lo era. Esas semanas de gozo indefinible nos habían convertido en otra cosa: nos habían convertido en asesinos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Aquella misma tarde establecimos las reglas sin mucha dificultad. El objetivo se elegiría por unanimidad siempre. Luego se repartirían las cuatro cartas: el as de espadas sería el ejecutor. Después, volveríamos a nuestras casas sin hablar con nadie y no comentaríamos el asunto hasta la siguiente reunión.
Hubo víctimas que se resistieron durante años, como Orson Welles. Otras, cayeron casi sin que hiciéramos nada, como King Vidor. Con Luis Buñuel, declarado prioritario, acordamos repartir cuatro ases de espada. Douglas Sirk fue un empeño personal mío y M…, que en aquella época ya estudiaba Arquitectura, me cedió su carta. Costó mucho conseguir la unanimidad para Tarkovsky, y finalmente G… accedió a cambio de nuestro voto para el discutible Bob Fosse. Truffaut, Preminger, Minnelli…, veté a Kurosawa y a Bergman hasta el final: me parecía imperdonable porque todavía hacían cine grandioso.
El Club se disolvió cuando las privadas se adueñaron del espectro televisivo. Haciendo balance no puedo sino concluir que cumplió su objetivo: cada as de espadas que se culminaba exitosamente significaba como mínimo la emisión en TVE de una obra maestra en homenaje al ajusticiado; en el mejor de los casos, todo un ciclo. Hoy suena exótico, pero así era. Gracias al Club de los Cinéfilos Asesinos, sus cuatro miembros, hoy inadvertidos padres de familia, poseen una educación cinematográfica tan ancha como el perfil de Alfred Hitchcock. Aunque eso personalmente no me importa nada; es mucho más decisiva la suma de todas las emociones sentidas, y no hay forma de medir tamaña enormidad.
En fin, ya está dicho, no hay mucho más que añadir. No sólo no me arrepiento, sino que lo volvería a hacer tantas veces como naciera.
Sólo hubo un nombre de los que merecían el honor de la capital pena que jamás se propuso: Luis García Berlanga. Cada uno tendría sus razones. La mía la puedo confesar ahora sin ambages: su forma de ver la vida – en sus obras maestras como “El Verdugo” y también en sus malas películas- tenía tanto que ver conmigo, con todos nosotros, que la idea de no tenerlo en el mundo hacía que éste estuviera fatalmente incompleto, como una baraja sin Rey de Copas.
Hubo víctimas que se resistieron durante años, como Orson Welles. Otras, cayeron casi sin que hiciéramos nada, como King Vidor. Con Luis Buñuel, declarado prioritario, acordamos repartir cuatro ases de espada. Douglas Sirk fue un empeño personal mío y M…, que en aquella época ya estudiaba Arquitectura, me cedió su carta. Costó mucho conseguir la unanimidad para Tarkovsky, y finalmente G… accedió a cambio de nuestro voto para el discutible Bob Fosse. Truffaut, Preminger, Minnelli…, veté a Kurosawa y a Bergman hasta el final: me parecía imperdonable porque todavía hacían cine grandioso.
El Club se disolvió cuando las privadas se adueñaron del espectro televisivo. Haciendo balance no puedo sino concluir que cumplió su objetivo: cada as de espadas que se culminaba exitosamente significaba como mínimo la emisión en TVE de una obra maestra en homenaje al ajusticiado; en el mejor de los casos, todo un ciclo. Hoy suena exótico, pero así era. Gracias al Club de los Cinéfilos Asesinos, sus cuatro miembros, hoy inadvertidos padres de familia, poseen una educación cinematográfica tan ancha como el perfil de Alfred Hitchcock. Aunque eso personalmente no me importa nada; es mucho más decisiva la suma de todas las emociones sentidas, y no hay forma de medir tamaña enormidad.
En fin, ya está dicho, no hay mucho más que añadir. No sólo no me arrepiento, sino que lo volvería a hacer tantas veces como naciera.
Sólo hubo un nombre de los que merecían el honor de la capital pena que jamás se propuso: Luis García Berlanga. Cada uno tendría sus razones. La mía la puedo confesar ahora sin ambages: su forma de ver la vida – en sus obras maestras como “El Verdugo” y también en sus malas películas- tenía tanto que ver conmigo, con todos nosotros, que la idea de no tenerlo en el mundo hacía que éste estuviera fatalmente incompleto, como una baraja sin Rey de Copas.
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