La ley del cartel
2015 

4.6
508
Thriller
Un sicario y un médico que trabajan para un cártel del narcotráfico reciben un "paquete" inusual: una niña de 10 años, hija del jefe de una banda rival, a quien tendrán que custodiar hasta que reciban la orden de cortarla en pedazos o dejarla en libertad. La niña pronto se dará cuenta de que su única posibilidad de sobrevivir será llegar a las profundidades de la psique de sus captores y averiguar si les queda alguna pizca de humanidad. (FILMAFFINITY) [+]
15 de febrero de 2016
15 de febrero de 2016
27 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un quiero y no puedo absurdo, irrisorio y zafio donde lo mejor es la cita de Shakespeare que cierra la proyección y da título a la cinta. Pero, parafraseando al bardo inglés, podría concluirse que esta película es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido. Está bien que el cine español salga de sus fronteras para ofrecer alguna historia novedosa que no fatigue los lugares comunes a que nos tiene acostumbrado, pero si lo hace, cabría esperar que tuviera algo que contarnos y supiera cómo hacerlo sin caer en lo grotesco y estrafalario, aprovechando geografías inéditas y personajes frescos. Nada más lejos de la realidad.
Estamos ante un refrito indigesto que trata de regurgitar tópicos del cine de narcos, encadenando matanzas, vesanias, excesos y truculencias como si por sí mismas tuvieran un mínimo de consistencia y entidad. La trama es mínima y carece de interés. Sus pocos personajes son planos, toscos, retorcidos y melodramáticos (la ramera cándida, el sicario hierático, el compañero débil con residuos de conciencia, el matón tapado, los esbirros descerebrados) y habitan un universo tan miserable y carente de atractivo que produce vergüenza ajena comprobar que se están tomando en serio sus insípidas tareas. ¿Qué nos importa la acción cuando todo resulta insulso?
Además está la sinrazón e incongruencia dramática de rodar una película situada en México en inglés, como si con ello se consiguiera confeccionar un producto más exportable, incluyendo a un gringo en su reparto (el actor vive desde hace años en Barcelona, tal vez el único motivo para haberlo incluido en esta nefasta aberración), que proporciona la risible coartada de utilizar el inglés como idioma vehicular de este engendro deforme y aciago. Ahora que las películas tratan de dotar de mayor verosimilitud localista utilizando el idioma vernáculo de sus personajes, este boceto de thriller se salta a la torera esta tendencia – es de suponer que para no utilizar el nefando idioma español – o castellano – para retratar a los mexicanos que lo habitan, quizá el imprescindible peaje por haber sido coproducida por la Generalitat de Catalunya.
Todos los actores bordean el ridículo – hasta el sólido Sergio Peris-Mencheta está patético – y, sobre todo, Daniel Faraldo carece de la entidad y consistencia como para incorporar al matón al que pretende dar cuerpo. El filme ni tan siquiera sirve de parodia porque carece de humor e intención. Un subproducto infame que debería ser ignorado por completo.
Estamos ante un refrito indigesto que trata de regurgitar tópicos del cine de narcos, encadenando matanzas, vesanias, excesos y truculencias como si por sí mismas tuvieran un mínimo de consistencia y entidad. La trama es mínima y carece de interés. Sus pocos personajes son planos, toscos, retorcidos y melodramáticos (la ramera cándida, el sicario hierático, el compañero débil con residuos de conciencia, el matón tapado, los esbirros descerebrados) y habitan un universo tan miserable y carente de atractivo que produce vergüenza ajena comprobar que se están tomando en serio sus insípidas tareas. ¿Qué nos importa la acción cuando todo resulta insulso?
Además está la sinrazón e incongruencia dramática de rodar una película situada en México en inglés, como si con ello se consiguiera confeccionar un producto más exportable, incluyendo a un gringo en su reparto (el actor vive desde hace años en Barcelona, tal vez el único motivo para haberlo incluido en esta nefasta aberración), que proporciona la risible coartada de utilizar el inglés como idioma vehicular de este engendro deforme y aciago. Ahora que las películas tratan de dotar de mayor verosimilitud localista utilizando el idioma vernáculo de sus personajes, este boceto de thriller se salta a la torera esta tendencia – es de suponer que para no utilizar el nefando idioma español – o castellano – para retratar a los mexicanos que lo habitan, quizá el imprescindible peaje por haber sido coproducida por la Generalitat de Catalunya.
Todos los actores bordean el ridículo – hasta el sólido Sergio Peris-Mencheta está patético – y, sobre todo, Daniel Faraldo carece de la entidad y consistencia como para incorporar al matón al que pretende dar cuerpo. El filme ni tan siquiera sirve de parodia porque carece de humor e intención. Un subproducto infame que debería ser ignorado por completo.
29 de febrero de 2016
29 de febrero de 2016
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me dispongo a ver esta película en el Metropol con presencia de su director. Le confieso al final que iba prejuiciado con la lectura de algunas críticas. Sobre todo por fallos de guión. Pero si lo miras deteminadamente no son tantos. Desarrollada entre la frontera de México y EEUU. Donde unos sicarios custodian a una niña a la espera de la llamada de una persona para asesinarla. El film se desarrolla en una atmosfera claustrófica y bien cuidada. Los actores estan excelentes sobre todo Daniel Faraldo. Donde las miradas de este dice mucho.Con es estilo parecido a Sam Peckinam construye una exccelente película de acciòn. Muy bien rodada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Faraldo cuando matan a la mujer cambia su actitud hacía la niña. Ya le da lo mismo. Si tiene que salvar la niña la salva.
9 de febrero de 2016
9 de febrero de 2016
22 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un completo despropósito cuyo único mérito es intentar hacer algo diferente dentro de la filmografía española y con carácter internacional pero el guión es demasiado mediocre y el conjunto de intérpretes no están mucho mejor, además que en su versión original acaba resultando irreal que ambientándose en México todos acaben hablando inglés entre ellos, hasta con el vendedor de tacos, y sólo suelten alguna palabra en castellano cuando se dirigen al personaje inglés que precisamente no deja de repetir que no entiende ese idioma.
Una pena que se destinen subvenciones a productos de este tipo y guiones mucho mejores estén durmiendo en el cajón de algún productor.
Más críticas en http://hambredecine.com
Una pena que se destinen subvenciones a productos de este tipo y guiones mucho mejores estén durmiendo en el cajón de algún productor.
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12 de febrero de 2016
12 de febrero de 2016
13 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El mal que hacen los hombres" es sobre todo una película honesta. No es perfecta pero tampoco lo pretende. Es entretenida y un ejercicio de suspense bastante impecable. Además, las interpretaciones son solventes y tiene algunas dosis de acción bien resueltas.
Rodada cerca de Barcelona, el espíritu del film recuerda a cuando Leone hacía sus westerns en Almería, haciendo pasar por el filtro europeo un género consolidado en USA. Sólo que ahora los vaqueros son narcotraficantes mexicanos.
Su punto de partida es un evidente homenaje a la ya mítica "Reservoir Dogs" y, al igual que hizo el bueno de Quentin, el director de "El mal que hacen los hombres" dota de una personalidad especial a sus personajes "tex-mex".
En definitiva, el film es recomendable para aquellos que quieran disfrutar de hora y media de suspense, narcos, cabezas cortadas, tiros y un sinfín de elementos de un universo narco que poco a poco se está convirtiendo en un atractivo subgénero del thriller de toda la vida.
Rodada cerca de Barcelona, el espíritu del film recuerda a cuando Leone hacía sus westerns en Almería, haciendo pasar por el filtro europeo un género consolidado en USA. Sólo que ahora los vaqueros son narcotraficantes mexicanos.
Su punto de partida es un evidente homenaje a la ya mítica "Reservoir Dogs" y, al igual que hizo el bueno de Quentin, el director de "El mal que hacen los hombres" dota de una personalidad especial a sus personajes "tex-mex".
En definitiva, el film es recomendable para aquellos que quieran disfrutar de hora y media de suspense, narcos, cabezas cortadas, tiros y un sinfín de elementos de un universo narco que poco a poco se está convirtiendo en un atractivo subgénero del thriller de toda la vida.
10 de febrero de 2016
10 de febrero de 2016
11 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Soy un patriota. Pero no porque me exciten las banderas o los himnos —no me gustan los símbolos, siempre fui un iconoclasta—. Más bien porque pago mis impuestos, me porto bien con la gente de mi alrededor y procuro comprar productos de proximidad o, al menos, hechos en mi país. Y, por supuesto, el cine no iba a ser menos.
Pero ¿qué pasa si te ofrecen una naranja que te aseguran que es de tu tierra, pero que, en realidad, ha sido cultivada en el extranjero? ¿Qué pasa si el agricultor ha viajado a Estados Unidos y, valiéndose de técnicas agrícolas americanas, ha intentado sacar una cosecha para abastecer a 300 millones de potenciales consumidores, solo que con una inversión pensada para 45? ¿Qué pasa si se ha adecuado el producto al que ya circula por allí, intentando imitarlo en lugar de diferenciarlo? ¿Qué pasa si admitimos que allí los hay peores, pero abundan los mucho mejores? Y, por último, ¿qué pasa si las pobres naranjas, que ya no estaban muy buenas, nos han llegado al mercado un poco resecas por el viaje y, encima, etiquetadas en inglés? Pues, en mi humilde opinión, lo que pasa es 'El mal que hacen los hombres'.
Y no puedo decir que la película que nos ofrece Ramon Térmens sea totalmente un bodrio; el problema es que es tan mediocre que ni tan siquiera puede considerarse como tal. He visto bastantes películas; algunas de ellas, las que menos por fortuna, son auténtica basura. No obstante, en ocasiones la basura te impacta lo suficiente como para que te quedes embobado mirándola, recreándote en su asquerosidad; es repulsiva y, a la vez, fascinante. Y, a veces, incluso, algo te hace recordarla y de repente evocas su pestilencia de nuevo; te ha dejado, de alguna manera, una huella nauseabunda en tu espíritu. Ahí está la clave: la mediocridad ni siquiera te produce emociones, ni recuerdos, ni nada; te deja totalmente frío, apático, indiferente, lo que es más grave.
“Hacemos lo que podemos”, decía el director de la película en el preestreno en el que estuve presente. No es del todo cierto. Competís contra lo que no podéis competir. Dejáis de lado la originalidad. Os conformáis con intentar ser como ellos, pero no mejores que ellos. Buscáis el cinco raspado y suspendéis por unas décimas. Queréis seducir a la bestia con ofrendas baratas (actor estadounidense, rodaje incomprensiblemente en inglés [hubiera estado más que justificado que fuera en español], temática y localizaciones familiares para el público americano), y os olvidáis de la gente más cercana a vosotros. Lucháis contra Goliat y no sois David, pero porque no queréis serlo; renunciáis a armaros con la creatividad, la única bala que podéis disparar con vuestra honda. Seguid así. Seguid estrellándoos contra el muro; total, ya estamos aquí todos los demás para recogeros cada vez que os caigáis con nuestros impuestos (y que conste que estoy a favor de que el cine reciba subvenciones, pero creo que se deberían revisar los criterios para concederlas).
En fin, tras esta parrafada, con la que me he quedado muy a gusto, pasemos a hablar de la película en sí. Como decía, 'El mal que hacen los hombres' es mediocre, un 'thriller' muy mediocre para ser exactos. La película se construye en torno a Santiago, un sicario con muy malas pulgas y un corazón tan negro como su bigote. No me desagrada la actuación de Daniel Faraldo, a quien se le nota la pasión y el trabajo que ha depositado en su personaje, Santiago —de hecho, él es también el guionista—, pero, a medida que avanza la cinta, vemos cómo la previsibilidad y convencionalidad de su apuesta acaban ensombreciendo los contados buenos momentos que nos ha ofrecido.
El resto del reparto, en cambio, o bien cumplen lo justito, o bien patinan y hasta te llegan a sacar de la película. Cuando digo esto, hablo especialmente de algunos extras o personajes muy secundarios, aunque también de Andrew Tarbet, quien, en ocasiones, me ha parecido muy forzado, como si no hubiera tenido tiempo para ensayar lo suficiente —por cierto, es el único personaje por el que parece que los demás tienen que hablar en inglés (pinche güero cabrón, que ladra en gringo nomás)—. Todo ello en un escenario que logra una ambientación aceptable: consigue transmitir la sensación de estar en medio de ninguna parte, la incomunicación y la aridez del desierto texmex que, no obstante, hemos visto unas mil veces.
Continúo en el 'spoiler'.
Pero ¿qué pasa si te ofrecen una naranja que te aseguran que es de tu tierra, pero que, en realidad, ha sido cultivada en el extranjero? ¿Qué pasa si el agricultor ha viajado a Estados Unidos y, valiéndose de técnicas agrícolas americanas, ha intentado sacar una cosecha para abastecer a 300 millones de potenciales consumidores, solo que con una inversión pensada para 45? ¿Qué pasa si se ha adecuado el producto al que ya circula por allí, intentando imitarlo en lugar de diferenciarlo? ¿Qué pasa si admitimos que allí los hay peores, pero abundan los mucho mejores? Y, por último, ¿qué pasa si las pobres naranjas, que ya no estaban muy buenas, nos han llegado al mercado un poco resecas por el viaje y, encima, etiquetadas en inglés? Pues, en mi humilde opinión, lo que pasa es 'El mal que hacen los hombres'.
Y no puedo decir que la película que nos ofrece Ramon Térmens sea totalmente un bodrio; el problema es que es tan mediocre que ni tan siquiera puede considerarse como tal. He visto bastantes películas; algunas de ellas, las que menos por fortuna, son auténtica basura. No obstante, en ocasiones la basura te impacta lo suficiente como para que te quedes embobado mirándola, recreándote en su asquerosidad; es repulsiva y, a la vez, fascinante. Y, a veces, incluso, algo te hace recordarla y de repente evocas su pestilencia de nuevo; te ha dejado, de alguna manera, una huella nauseabunda en tu espíritu. Ahí está la clave: la mediocridad ni siquiera te produce emociones, ni recuerdos, ni nada; te deja totalmente frío, apático, indiferente, lo que es más grave.
“Hacemos lo que podemos”, decía el director de la película en el preestreno en el que estuve presente. No es del todo cierto. Competís contra lo que no podéis competir. Dejáis de lado la originalidad. Os conformáis con intentar ser como ellos, pero no mejores que ellos. Buscáis el cinco raspado y suspendéis por unas décimas. Queréis seducir a la bestia con ofrendas baratas (actor estadounidense, rodaje incomprensiblemente en inglés [hubiera estado más que justificado que fuera en español], temática y localizaciones familiares para el público americano), y os olvidáis de la gente más cercana a vosotros. Lucháis contra Goliat y no sois David, pero porque no queréis serlo; renunciáis a armaros con la creatividad, la única bala que podéis disparar con vuestra honda. Seguid así. Seguid estrellándoos contra el muro; total, ya estamos aquí todos los demás para recogeros cada vez que os caigáis con nuestros impuestos (y que conste que estoy a favor de que el cine reciba subvenciones, pero creo que se deberían revisar los criterios para concederlas).
En fin, tras esta parrafada, con la que me he quedado muy a gusto, pasemos a hablar de la película en sí. Como decía, 'El mal que hacen los hombres' es mediocre, un 'thriller' muy mediocre para ser exactos. La película se construye en torno a Santiago, un sicario con muy malas pulgas y un corazón tan negro como su bigote. No me desagrada la actuación de Daniel Faraldo, a quien se le nota la pasión y el trabajo que ha depositado en su personaje, Santiago —de hecho, él es también el guionista—, pero, a medida que avanza la cinta, vemos cómo la previsibilidad y convencionalidad de su apuesta acaban ensombreciendo los contados buenos momentos que nos ha ofrecido.
El resto del reparto, en cambio, o bien cumplen lo justito, o bien patinan y hasta te llegan a sacar de la película. Cuando digo esto, hablo especialmente de algunos extras o personajes muy secundarios, aunque también de Andrew Tarbet, quien, en ocasiones, me ha parecido muy forzado, como si no hubiera tenido tiempo para ensayar lo suficiente —por cierto, es el único personaje por el que parece que los demás tienen que hablar en inglés (pinche güero cabrón, que ladra en gringo nomás)—. Todo ello en un escenario que logra una ambientación aceptable: consigue transmitir la sensación de estar en medio de ninguna parte, la incomunicación y la aridez del desierto texmex que, no obstante, hemos visto unas mil veces.
Continúo en el 'spoiler'.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En cuanto al argumento, aparte de unas salidas de tiesto poco perdonables —por ejemplo, soy un asesino entrenado, pero me quedo como un pasmarote mirando cómo decapitan a mi jefe y tío con una motosierra (además, que se toma su tiempo el güey del bigote)—, avanza arrítmica y, en ocasiones, perezosamente, con unos escasísimos momentos en los que nos ofrecen algo de la tensión que puede esperarse de un 'thriller' e, incluso, un moderado entretenimiento y algún simpático toque de humor negro.
La tensión del 'thriller' básicamente radica en el destino incierto de Marina y el enfrentamiento entre Santiago, nuestro protagonista absoluto, y el cártel de Lucho. De alguna manera, la sinopsis nos vendía que Marina iba a ser clave en la historia, que iba a influir maquiavélicamente en los personajes para sobrevivir, lo que conduciría al estallido del conflicto entre ambas partes, pero nada más lejos de la realidad. Santiago parece que se transforme de demonio a ángel de una forma muy abrupta. Es cierto que el asesinato de su pareja (personaje que se cuela no se sabe cómo en un edificio que, según el propio Santiago, estaba cerrado a cal y canto), el de su socio y la insistencia de Lucho en que sea nuestro mostachudo amigo el que haga el trabajo sucio de matar a la niña sean motivos más que suficientes para que a uno le toquen la moral; sin embargo, no se comprende la bondad excesiva de la que hace gala de repente, o la ternura hacia Marina, cuando la única interacción entre ambos en toda la película ha consistido en amenazas (¿tal vez han desviado el papel de salvador que parecía tener Benny en Santiago para tratar de sorprendernos?).
Para ser más claros: se comprende el motivo de la venganza, pero no la bondad repentina del personaje, como si fuera una suerte de don Ramón, muy gruñón (solo que se dedica a matar y descuartizar gente), pero que, en el fondo, es un cacho de pan.
El desenlace se produce con un previsible (y soso) tiroteo. Santiago, curiosamente, se deja balear por un niñato (te vuelves bueno y tonto, todo va en un 'pack'), pero sigue adelante, en una escena que parece transcurrir así: “¡Oh, vaya! Han matado a Santiago... no, espera, está gravemente herido... no, parece ya que está mejor”. Finalmente, cae gravemente herido de verdad, mata al malo y salva a la niña. Esta, por cierto, nos muestra el profundo cariño que profesa hacia el hombre que hace unas horas la amenazaba con cortarla en trocitos y que casi la convierte en varitas de merluza después de dejarla encerrada en la una cámara frigorífica llena de cadáveres (qué malo soy, no tenía otro sitio a mano el hombre).
La guinda, o mejor dicho, el último puyazo nos viene en forma de canción en lengua amerindia tras el suicidio de Santiago, lo que, sin despreciar las dotes artísticas de la cantante, le aporta al conjunto un tono grandilocuente que para nada necesitaba.
En conclusión, la película acaba derrumbada bajo el peso de su mediocridad, con un personaje protagonista que brilla en algunos momentos, pero que acaba desperdiciado por el pobrísimo desarrollo argumental y su mal narrada y nada emotiva conversión de villano a héroe. Una hora y media que no me ha aportado absolutamente nada. Eso sí, le pongo cuatro estrellas por sus escasitos puntos positivos. Y porque, como decía al principio, soy un patriota.
La tensión del 'thriller' básicamente radica en el destino incierto de Marina y el enfrentamiento entre Santiago, nuestro protagonista absoluto, y el cártel de Lucho. De alguna manera, la sinopsis nos vendía que Marina iba a ser clave en la historia, que iba a influir maquiavélicamente en los personajes para sobrevivir, lo que conduciría al estallido del conflicto entre ambas partes, pero nada más lejos de la realidad. Santiago parece que se transforme de demonio a ángel de una forma muy abrupta. Es cierto que el asesinato de su pareja (personaje que se cuela no se sabe cómo en un edificio que, según el propio Santiago, estaba cerrado a cal y canto), el de su socio y la insistencia de Lucho en que sea nuestro mostachudo amigo el que haga el trabajo sucio de matar a la niña sean motivos más que suficientes para que a uno le toquen la moral; sin embargo, no se comprende la bondad excesiva de la que hace gala de repente, o la ternura hacia Marina, cuando la única interacción entre ambos en toda la película ha consistido en amenazas (¿tal vez han desviado el papel de salvador que parecía tener Benny en Santiago para tratar de sorprendernos?).
Para ser más claros: se comprende el motivo de la venganza, pero no la bondad repentina del personaje, como si fuera una suerte de don Ramón, muy gruñón (solo que se dedica a matar y descuartizar gente), pero que, en el fondo, es un cacho de pan.
El desenlace se produce con un previsible (y soso) tiroteo. Santiago, curiosamente, se deja balear por un niñato (te vuelves bueno y tonto, todo va en un 'pack'), pero sigue adelante, en una escena que parece transcurrir así: “¡Oh, vaya! Han matado a Santiago... no, espera, está gravemente herido... no, parece ya que está mejor”. Finalmente, cae gravemente herido de verdad, mata al malo y salva a la niña. Esta, por cierto, nos muestra el profundo cariño que profesa hacia el hombre que hace unas horas la amenazaba con cortarla en trocitos y que casi la convierte en varitas de merluza después de dejarla encerrada en la una cámara frigorífica llena de cadáveres (qué malo soy, no tenía otro sitio a mano el hombre).
La guinda, o mejor dicho, el último puyazo nos viene en forma de canción en lengua amerindia tras el suicidio de Santiago, lo que, sin despreciar las dotes artísticas de la cantante, le aporta al conjunto un tono grandilocuente que para nada necesitaba.
En conclusión, la película acaba derrumbada bajo el peso de su mediocridad, con un personaje protagonista que brilla en algunos momentos, pero que acaba desperdiciado por el pobrísimo desarrollo argumental y su mal narrada y nada emotiva conversión de villano a héroe. Una hora y media que no me ha aportado absolutamente nada. Eso sí, le pongo cuatro estrellas por sus escasitos puntos positivos. Y porque, como decía al principio, soy un patriota.
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